14: Jacob Rydder
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SI DE ALGO ESTABA TOTALMENTE SEGURO Gerard Argent, era que no dejaría que una mocosa como Verónica Cameron desbaratara los planes que, con mucho esfuerzo, había armado para el futuro de su familia.
Desde que la conoció siendo una inocente niña, supo que tendría una perspectiva diferente a la que se supone debería tener: una visión del mundo que no se esperaría de una cazadora común y, mucho menos, de una posible líder. Sabía que Verónica podría llegar a empatizar con el lado que él consideraba incorrecto; y eso, inevitablemente, le traería demasiados problemas. Cuando Alice Cameron le contó sobre la duda y la negación de su hija, él supo que no podía y no iba a permitir que aquél fracaso ocurriera bajo sus narices.
Verónica era un error fatídico; y el cometido de Gerard era enmendarlo a toda costa.
—¿Entonces por qué hiciste que se comprometiera con Christopher? —preguntó con curiosidad Katherine, su hija menor—. A mí no me parece la idea más inteligente, básicamente le estás dando el poder.
—No —dijo Gerard inmediatamente. Sus ojos reposaron encima de la niña luego de haber estado concentrado en su lectura—. En algún punto, Verónica creerá que su voz puede llegar a tener poder e influencia, quiero que lo piense, pero no será así. En realidad, yo mantendré el control, asegurándome de que su opinión no tenga peso. Tan simple como eso.
Katherine observó a su padre mientras sopesaba sus palabras con cuidado. Él tenía razón, fue lo que se dijo a sí misma. Después de todo, Gerard ya había comenzado a arrancar las raíces de sus problemas, como al matar al padre de Peter sin piedad. A Katherine no le importó ni le interesó demasiado enterarse de aquello; estaba segura de que, en su lugar, habría hecho eso y más con tal de cuidarse la espalda y cuidar el nombre de su sangre.
—De todos modos, tuve que influir en su crianza —admitió Gerard de repente, atrayendo la atención de su hija nuevamente—. Alice se encargó de que Verónica no fuera capaz de crear una opinión propia, o al menos de debilitar su confianza al expresarla. —El hombre volteó la cabeza para ver a su hija—. Verónica no significa nada, y yo mismo me aseguraré de que caiga en el olvido; no quedará ni un rastro de su existencia.
—¿Y crees que Chris acepte algo cómo eso?
Gerard hizo una mueca de desdén.
—Tendrá que hacerlo —respondió—. Y recuerda, Kate, todos pueden convertirse en piezas de ajedrez según nuestra conveniencia.
[...]
—¿Ella nos va a quemar vivos ahora? —preguntó Max luego de un largo silencio.
Verónica arrugó su entrecejo y Peter volteó a verlo con una mueca de confusión.
—¿Qué clase de fijación extraña tienes con el fuego? —preguntó ella.
—Sí, amigo. ¿Acaso es tu fantasía sexual o algo por el estilo? No te juzgo, pero es raro...
Verónica alzó ambas cejas hacia Peter y los señaló a ambos.
—¿No lo juzgas? Yo lo hago.
Peter le lanzó una mirada de desaprobación y luego se encogió de hombros.
—No se juzgan las fantasías sexuales de tus amigos; es una regla básica.
Verónica se le quedó mirando perpleja durante unos segundos; luego agitó sus manos para detener la dirección que estaba tomando aquella conversación.
—¿Por qué de repente estamos hablando sobre eso? —preguntó al aire—. Como sea, ¿qué hacen ustedes aquí? ¿Están locos, verdad? Está lleno de cazadores bien, muy bien entrenados.
Peter se quitó del medio poniéndose de pie con cuidado, asegurándose de que ninguno de los cazadores que se encontraban ahí fueran a percatarse de su presencia. Cuando se paró detrás del árbol junto a ellos, Verónica y Max gatearon hasta llegar a donde estaba Peter. Cuando él tomó las manos de Verónica con cuidado para ayudarla a que se pusiera de pie, ella contuvo la respiración debido a la cercanía de sus rostros una vez que se enderezó. Aquel instante no duró demasiado tiempo porque enseguida Max carraspeó atrayendo la atención de ambos.
Cómo si fuera por instinto, Verónica se soltó del agarre de Peter y se alejó con un solo paso hacia atrás.
—Deben irse ahora —demandó de inmediato.
—No podemos —negó Peter.
—Aún seguimos buscando a Jacob —aclaró Max.
—Además, no nos asustan tus amiguitos —agregó Peter, cruzándose de brazos y se recostó contra el árbol.
Verónica apoyó sus manos en la cintura y lo observó detenidamente. Peter luchó por mostrarse tranquilo ante sus ojos, pero a Max le pareció bastante obvia la forma en la que no podía mantener la calma. Ni siquiera era capaz de sostenerle la mirada a la rubia durante más de dos segundos, los cuales incluso le parecían eternos.
—Ellos no son mis «amiguitos» —le aclaró Verónica firmemente—. Son personas con las que estoy obligada a convivir, y si por mí fuera, solo estaría con Christopher.
Y justo en ese preciso instante, un ¹Shuriken lanzado desde unos metros atrás de Verónica, se clavó en el tronco a solo unos centímetros cerca del ojo izquierdo de Peter. Este se quedó estupefacto un par de segundos sin poder quitar la mirada del objeto clavado junto a él. Se maldijo a sí mismo porque ni siquiera se había percatado de una amenaza, incluso luego volteó a ver a su amigo con una mezcla de desconcierto e indignación porque ninguno fue advertido por sus sentidos sobrenaturales.
—Que mierda —murmuró.
Luego de reaccionar con sorpresa, Verónica se giró sobre su lugar solo para encontrarse con su mejor amigo caminando directamente hacia ellos con pasos firmes. Sus hombros subían y bajaban notoriamente con cada respiración que daba, y desde su lugar, Verónica podía sentir la ira que contenía en su cuerpo. Solo cuando lo tuvo frente a ella y observó su semblante contraído en furia, confirmó lo que pensaba.
—¿Qué hacen ustedes dos aquí? —les preguntó a ambos chicos.
Relajado y como si su presencia no le moviera ni un pelo, Max volteó en todas las direcciones antes de acercarse a él con dos pasos, dejándolo solo a unos centímetros de Christopher.
—¿Es que ahora la reserva te pertenece y no nos hemos enterado?
Verónica rodó los ojos antes de desviar su atención hacia Peter. Toda la rivalidad y tensión que se formaba en el ambiente cada vez que se cruzaban, empezaba a agotarla.
Cuando su mirada cayó en Peter, observó cómo, finalmente, él logró recomponerse tras el momento en que casi pierde un ojo. Mientras Peter se enderezaba, Verónica caminó hasta él solo para quitar el shuriken que aún permanecía casi enterrado en el tronco. Peter ya ni siquiera se inmutó por la facilidad con la que lo hizo; después de haberla visto luchar contra un chico como si fuera un día más para ella, ya no creía que nada de lo que hiciera pudiera sorprenderlo más.
Verónica sostuvo el metal con fuerza, conteniéndose para no lanzárselo a Christopher, quien aún seguía discutiendo con Max.
—¿Podrían dejar sus diferencias para otro momento? —Se interpuso entre ambos—. Deberíamos irnos todos; problema solucionado.
Christopher, al darse cuenta de algo, señaló a su amiga.
—¿Y tú qué hacías aquí con ellos? ¿Estabas conversando o te han hecho daño? —interrogó.
Cuando la mandíbula de Peter se tensó ante aquel comentario, Verónica se adelantó en dar su respuesta:
—Sabes que si lo hubiesen querido hacer, se habrían quedado con la intención. Y al igual que tú, les estaba diciendo que lo mejor era que se fueran.
—Bien, entonces no hay nada que hacer aquí —concluyó el rubio inmediatamente—. Vámonos.
Cuando Christopher tomó de la muñeca a Verónica para llevársela de ahí, incluso sin haberlo hecho con fuerza, a Peter le dejó un mal sabor en la boca. Recordó cuando se acercó a ella en la biblioteca y alcanzó a ver las notables marcas en su piel. Por un momento, se preguntó si él era el causante de ello, y sus manos se volvieron un puño firme. Max, al percatarse de eso, golpeó el hombro de Peter con la palma de su mano, empujándolo hacia atrás y desviando su atención hacia él.
—Deja de involucrarte. Terminará por importarte más de lo que debería, y sabes cómo acaban estas cosas —aconsejó.
Peter tragó grueso una vez que regresó la mirada hacia la pareja de amigos que se alejaba velozmente de ellos. Cuando Verónica volteó a verlo, sus ojos conectaron durante una fracción de segundos en los que ambos experimentaron un raro sentimiento de atracción, como si debieran, por azares del destino, continuar juntos. Verónica se vio obligada a romper el contacto visual al regresar la mirada hacia adelante, cuando Christopher le dijo algo que Peter no alcanzó a escuchar.
Negó con la cabeza y se fue de ahí también, seguido por su amigo Max.
[...]
Cuando Christopher le ofreció a Verónica ducharse en su casa, ella no se negó. Estaba demasiado cansada como para regresar a la suya y enfrentarse a las exhaustivas preguntas de su madre.
Al llegar a la casa de Christopher, Gerard y Katherine, que se encontraban en la sala, compartieron una mirada de desagrado tras el saludo de Verónica. Aunque sintió que no era plenamente bienvenida, decidió no darle demasiada importancia. Bastaba con la compañía de su mejor amigo para pasar un buen rato. De todos modos, siempre se encerraban en el cuarto para tener privacidad.
Después de que Verónica se duchó, fue el turno de Christopher. Mientras la rubia se cepillaba el cabello, haciendo muecas de horror ante lo resquebrajado que se encontraba a causa de los múltiples productos que su madre le obligaba a usar, un parpadeo de las luces del cuarto llamó su atención por completo.
Frunció el ceño y dejó el cepillo sobre el escritorio donde Christopher solía estudiar. Se envolvió en uno de los abrigos que su amigo le había prestado, entreabrió la puerta con cuidado y asomó la cabeza. Le extrañó no escuchar nada más que la música clásica que ambientaba el primer piso. Concluyó que Gerard y su hija se habían retirado de la sala, pero se preguntaba a dónde podrían haber ido. Aún faltaba tiempo para dormir y no era hora de cenar; además, no percibía ningún ruido proveniente de la cocina.
Verónica se encogió de hombros, dispuesta a regresar al cuarto. Sin embargo, una vez más, la luz parpadeó, esta vez tres veces seguidas. Aunque la música sonaba por encima, alcanzó a escuchar un grito desgarrador a lo lejos. Su instinto de cazadora se activó de inmediato y salió de la habitación tan rápido como pudo. Miró hacia la puerta del baño, donde aún estaba Christopher, y distinguió el ruido del agua corriendo. Incluso lo oyó tararear una de sus canciones favoritas. Verónica sabía que sería casi imposible que él notara los golpes en la puerta sin que ella fuera descubierta. Podría abrir la puerta si quisiera, pero no estaba dispuesta a grabar en su memoria la imagen de su mejor amigo desnudo solo por un presentimiento de que algo extraño estaba sucediendo.
Era solo una idea suya, y eso no era suficiente motivo.
Verónica se acercó a las escaleras y bajó cada escalón apretando sus ojos y dientes cada vez que la madera crujía bajo sus pies descalzos. Si alguien más que no fuera Christopher la descubría metiendo sus narices en donde no debía, las cosas no resultarían bien para ella, mucho menos al volver a su casa.
Al llegar abajo, Verónica recorrió el salón principal lentamente, escuadriñando cada rincón con atención. Se detuvo junto a una de las paredes cuando algo se clavó en la planta de su pie derecho. Soltó un gemido de dolor luego de cubrirse la boca con su mano para no ser escuchada. Alzó el pie y se quitó el pequeño pedazo de cerámica para luego examinarlo con curiosidad. Al distinguir el color esmeralda, se acordó del florero que solía estar perfectamente acomodado en la mesa. Dirigió si mirada hasta allí y confirmó su ausencia. Podría haber sido un accidente, pudo pasar; sin embargo, Verónica examinó la escena con cuidado: el pedazo de cerámica se encontraba junto a una pared a casi dos metros de la mesa. No era un misterio para Verónica suponer que alguien más la había arrojado y hecho trizas. ¿Pero quién y por qué?
Verónica tomó una profunda respiración y cerró sus ojos. Comenzaba a convivir con la curiosidad más de lo que normalmente permitiría, pero no podía evitarlo: las cosas empezaban a tornarse cada vez más enigmáticas.
Otra vez, las luces parpadearon y el grito desconocido llegó a sus oídos. Entonces, allí de pie en el salón principal, la atención de Verónica se desvío hasta el pasillo que dirigía al sótano. Dejó el pedazo de cerámica en el suelo nuevamente y, quejándose del ardor en su pie, caminó hasta el pasillo en donde casi despareció entre la oscuridad.
Frunció el entrecejo cuando notó la puerta del sótano algo entreabierta. Siempre que estaba en aquella casa y no estaban entrenando, Gerard mantenía la puerta cerrada con la clara advertencia de que no se les ocurriera bajar mientras él trabajaba allí.
Ninguno se preguntó el porqué, hasta que aquella pregunta pasó por la cabeza de Verónica ese día.
Escuchó un par de voces mientras se acercaba a la puerta con sigilo. Asomó su cabeza y trató de observar por la pequeña abertura, aunque no logró ver demasiado. La cabellera rubia de Katherine fue lo único que alcanzó a divisar.
—No puedo creer que aún esté tan dispuesto a seguir respirando —comentó ella antes de bufar con diversión—. Es tan patético ser este animal.
«¿Animal?», se preguntó Verónica. Se acordó de las palabras exactas de su padre el día que cazó: "—Recuerda lo que son, Verónica: animales sedientos de sangre y carne".
En ese preciso instante, Katherine encendió el bastón eléctrico y se perdió de la vista de Verónica. No pasó mucho tiempo antes de que escuchara un grito, esta vez casi sin esfuerzo. Estaba convencida de que alguien estaba siendo torturado, pero, ¿quién era?
[...]
El corazón de Peter se encogió mientras sus palpitaciones aumentaban a causa de la angustia que le había generado la reacción desconsolada de su madre. Aún enferma, la noticia de la pérdida de su esposo fue todavía más dolorosa para ella que cualquier otra cosa. Los ojos de la mujer se inundaron de lágrimas antes de que su hijo terminara de pronunciar aquellas palabras que resultaron ser un filo directo al alma.
Peter sabía que su padre había sido el amor de su vida, su madre siempre se lo decía con esas palabras; sin embargo, si él ya no estaba junto a ella, ¿qué sentido tendría llamarle "vida" al solo esfuerzo de respirar?
Peter siempre había soñado con experimentar un amor tan puro y hermoso como el de sus padres. Enamorarse de alguien intensa y significativamente, de forma que le fuera imposible pensar en otro destino que no fuese esa persona.
Pero frente a él se encontraban las consecuencias de ello: la vida se detiene cuando el amor muere.
Talia se apresuró a brindarle un abrazo como un pobre intento de consuelo para su madre, y, aunque Peter tuvo la intención de hacer lo mismo, su cuerpo entero no fue capaz de reaccionar. Sus ojos celestes se cristalizaron y luchó por deshacer el nudo que tiraba en su garganta y apretaba en su pecho. Sumido en un silencio abismal dentro de su cabeza, sus ojos se habían clavado intensamente en la pared verde detrás de ellas.
Escuchar el llanto de su madre hacia trizas su corazón, no podía soportarlo.
Cuando Peter se levantó de la silla sin emitir ningún sonido, se encontró con la hija mayor de Talia, Laura Hale, que asomaba su cabeza por la puerta con timidez y tristeza. Sus ojos se encontraron por un par de segundos mientras él buscaba algún botón dentro suyo que encendiera alguna emoción; pero no hubo nada. Para Peter fue como experimentar el duelo por la muerte de su padre por segunda vez.
Peter caminó fuera de la habitación de su madre después de que Laura entrara. Antes de retirarse, él observó cómo la pequeña se unía al abrazo de su madre y abuela. Peter deseó haber sido ella, pero no tuvo la fuerza suficiente para ser él el pilar que su madre necesitaba en ese momento. Talia se lo había advertido, asegurándole que tampoco sería fácil para él darle la noticia, pero como la mayoría de veces, Peter hizo caso omiso a las palabras de su hermana mayor.
Lágrimas descendieron por la mejilla de él y recorrieron la curvatura de su cuello hasta secarse.
—Lo siento... —lamentó en un susurro, antes de darse la vuelta e irse de ahí.
Se preguntó si eso era lo que Gerard quería lograr y cual sería el propósito de causar tales desgracias en su familia.
[...]
Verónica sintió un escalofrío recorrerle la espalda cuando escuchó el sonido de los pasos acercándose a ella. Sin pensarlo dos veces, se apresuró a esconderse en el clóset que se encontraba justo debajo de las escaleras. Cerró la puerta detrás de ella con el corazón en la boca y caminó hasta el fondo del clóset, cubriéndose con los abrigos y un par de cajas viejas que guardaban ahí. Desde su escondite, pudo distinguir las voces de Gerard, Katherine y un par de personas más que subían las escaleras del sótano, riendo y hablando sobre cosas que no era capaz de comprender.
La tensión en el aire era palpable mientras Verónica contenía la respiración, temiendo que la descubrieran.
Pero el miedo desapareció en cuanto las voces se tornaron más claras.
—¿Él lo hará ahora? —preguntó una voz desconocida para ella.
—No —respondió Gerard—. Dejémoslo unos días más, sería demasiado para él si lo hace ahora. Además, está ocupado.
—Podría hacerlo yo —agregó Katherine—, pero bueno, ya sé la respuesta.
—No, no lo harás, Kate —Gerard negó rotundamente.
Cuando las voces se desvanecieron en el pasillo, Verónica abrió la puerta con cautela para asegurarse de que no hubiera nadie allí. Salió del clóset en silencio, mirando en ambas direcciones con precaución.
Si alguien llegaba a descubrirla, las consecuencias serían desastrosas. Ni siquiera Christopher podría ayudarla, porque él estaría preguntándose lo mismo que los demás: ¿Qué hacía Verónica husmeando por ahí?
La rubia se adentró en la penumbra del sótano, abriendo la puerta lentamente. Los latidos de su corazón resonaban en su cabeza, y un nudo de ansiedad se formó en su estómago, dificultando su capacidad de pensar con claridad. Solo quería saber a quién tenían y qué mal había cometido para terminar allí. Según lo que Verónica sabía, la tortura no era una práctica común entre los cazadores; en palabras de sus padres, era en realidad la actividad favorita de los hombres lobo. Si decidían torturar, los motivos debían ser razonables.
Descendió las escaleras de puntillas; sus pies descalzos le permitían moverse casi en silencio, aunque el crujido de la vieja madera de los escalones podía delatar su presencia. Al llegar al final, su mirada se posó en una mesa de metal cubierta de armas.
Avanzó unos pasos, cuando de repente, un movimiento captó su atención. La presión en su pecho aumentó y una fina capa de sudor cubrió su piel. Sus dedos temblaron y su rostro palideció cuando se encontró con una imagen atroz frente a ella.
—Pero qué mierda —murmuró.
Los latidos frenéticos de su corazón se detuvieron abruptamente cuando una enorme mano cubrió su boca y la arrastró fuera del sótano.
[...]
Peter guardó las manos en su bolsillo manteniendo la mirada clavada en el árbol frente a él. Un árbol sumergido en el recuerdo de una sola noche que se convirtió en su peor pesadilla. Un ciclo constante ferviente de angustia y dolor. Una pesadilla que no terminaba al abrir los ojos y no empezaba al cerrarlos.
Ya no solamente le dolía el pecho, era el cuerpo entero el que no le permitía respirar con facilidad sin que sintiera que una enorme espina se clavaba en su corazón.
Una brisa golpeó su cuerpo entero de frente y contuvo el aire en sus pulmones.
[...]
Christopher cerró la puerta de su cuarto apenas entraron.
Verónica lo miraba desconcertada mientras intentaba recomponerse de lo que sus ojos habían sido testigos. Encontrarse con aquel chico sin apenas fuerza para sostener su propia cabeza y con cables cubriendo cada extremidad de su cuerpo, le había dado la impresión de que solo veía un cadáver sujetado por cadenas.
Su vista se nubló evidenciando la contención de lágrimas que rogaban por salir de una vez. Se pasó ambas manos por su rostro de arriba a abajo varias veces al tiempo en que balbuceaba palabras que Christopher no lograba comprender. Luchaba por mantener la calma, pero aquella imagen persistía en su cabeza, y la sensación de haberlo visto antes, no dejó de molestarla.
Él caminó hasta Verónica y apoyó sus manos en sus mejillas. Buscó sus ojos por unos segundos hasta que Verónica mantuvo quieta la mirada.
—Yo no quise ser parte de esto, lo prometo —habló con honestidad—. Me negué, lo hice, pero no tuve opción.
—Él... Él..., no —repitió varias veces. Negó con la cabeza—. Es un chico. Él es... ¿Por qué? ¿Qué hizo? ¿Quién carajos es?
Abrió la boca dispuesto a hablar, pero la cerró en cuanto se dio cuenta de lo mucho que la afectaría. Christopher se relamió los labios con nerviosismo y retiró sus manos de su piel temblorosamente. Se alejó un par de pasos sopesando sus palabras.
Ella lo miró a la espera de una respuesta.
—Es el chico al que cazaste, Verónica —reveló finalmente.
La mente de la chica colapsó. Las imágenes de aquella noche rebotaron dentro de su cabeza una y otras vez, esforzándose por recordar con claridad. Ella había estado tan segura de que había acabado con la vida de aquel objetivo, de aquel animal, de aquella persona.
Christopher intentó acercarse a ella, pero Verónica retrocedió indicándole claramente que no lo quería cerca.
Los ojos de la rubia se tiñeron de un rojo intenso mientras aún podía contener el llanto. Dio unos pequeños pasos hasta su amigo; luego, retrocedió nuevamente, como si se hubiese dado cuenta de algo importante.
—¿Él no será...? —Negó con la cabeza sin ser capaz de terminar su pregunta. Cuando los segundos comenzaron a correr, apuntó a su mejor amigo con su dedo índice que temblaba tanto como el resto de su cuerpo—.Por favor. Por favor, dime que no es él. Dime qué no es no es el amigo de Peter también.
Cuando Christopher descendió la mirada hasta el suelo, dejando en evidencia su vergüenza y lamento, la boca de Verónica se abrió enormemente y ya no hubo fuerza de voluntad que lograra contener sus lágrimas.
—Sí, es Jacob Rydder.
[...]
Peter se llevó ambas manos a la cabeza mientras se arrodillaba en el suelo. El recuerdo lo golpeó fuertemente.
—Es una lucha en mi cabeza —dijo él—, una que no me permite diferenciar entre lo que debo y tengo que hacer. El bien y el mal. Lo que tú hacías y lo que ellos me están forzando a hacer.
Negó con la cabeza y carraspeó cuando notó que su voz pendía de un hilo delgado.
—No quiero ser una mala persona —aseguró, luchando por deshacer la inmensa tensión en su garganta que le impedía hablar con normalidad—, ¿pero qué destino me espera si sigo tus pasos? Mi madre te perdió y también el faro de su vida, ¿qué queda para ella ahora? ¿Esperar la muerte para estar contigo?
Peter se puso de pie con dificultad y caminó lentamente hasta el árbol.
—Estaba preparado para verla morir —confesó en voz baja—, pero no esperaba tener que verte partir primero.
[...]
Verónica golpeó el rostro de Christopher a puño limpio.
Él ni siquiera tuvo intenciones de defenderse porque estaba convencido de que se merecía eso y mucho más. Había sido demasiado débil para mantener su postura frente a su padre, y el miedo a que sucediera algo peor logró que sus pensamientos tambalearan y terminaran por derrumbarse. Al final del día, la voz de Christopher no tenía mucha más importancia que la de Verónica.
Verónica sacudió su mano y jadeó de dolor. Estaba tan furiosa que ni siquiera había tomado una postura correcta para golpearlo, así que, ante el impacto, se había torcido la muñeca.
—¿Estás bien? —preguntó su amigo sin ser capaz de alzar la mirada hasta ella.
Verónica volteó a verlo con los ojos entonados y con su rostro contraído en una mezcla de dolor y enojo. Caminó hasta el otro lado del cuarto sin decir una palabra, y se calzó antes de tomar un abrigo negro para envolverse el cuerpo.
Christopher intentó detenerla sujetándola del brazo, pero Verónica lo agitó y se alejó de él.
—Por favor...
—No pases por mí mañana — y con eso dicho, ella se fue.
Y mientras Verónica caminaba por la oscuridad de la noche, no hubo un solo instante en el que el rostro de Peter no hiciera presencia entre sus pensamientos.
«Si él podía llegar a odiarme antes, no se le haría demasiado difícil ahora», pensó.
¹ shuriken: Shuriken significa «espada arrojadiza», contando con diversas formas de armas que son susceptibles de ser lanzadas.
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