11: Defender los ideales
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LAS PUNTAS DE LOS DEDOS DE PETER estaban heladas; sus manos, completamente entumecidas. Apenas era capaz de moverlas sin tener la necesidad de acercarse aún más al fuego de la chimenea. Escuchó las voces de todos mezclarse detrás de él, pero no quiso prestarles demasiada atención a la conversación. El llanto, la furia y la confusión fueron amortiguados por sus propios pensamientos, y la llama viva frente a él, que se reflejaba en sus ojos celestes, dejaba en claro cuáles eran sus intenciones.
Fue la primera vez que Peter Hale pensó en matar.
No sabía a quién, ni cuándo, pero estaba seguro del porqué, y no necesitaba más que eso para saber que no le debería piedad a nadie. Al menos era a lo que él se aferraba, porque sabía que, mientras aún luchara por el nombre de su padre, el hombre no había dejado de respirar.
Pero había algo más que molestaba a Peter como un pequeño filo clavado en su estómago, algo que no lo dejó dormir durante los siguientes días después de la muerte de su padre. En la noche, además del cuerpo decapitado del hombre que le dio vida, estaba Verónica; repetía sin parar sus palabras y sus miradas. Había sido ella quien lo había buscado esa misma noche y lo había llevado a la reserva. Por mucho que quisiera encontrarle una razón, nada parecía ser lo suficientemente lógico para él. ¿Por qué había insistido tanto en que la llevara a aquel lugar? ¿Acaso ella había tenido algo que ver con eso? Aunque tratara de negárselo, Peter estaba convencido de que lo que había ocurrido no había sido casualidad, sino un escenario cruel minuciosamente calculado. Aquella misma noche, Peter se alejó de ella con la decepción y tristeza plasmadas en su semblante, como si Verónica le hubiese estado apuntando con un arma directamente a la cabeza; aunque la verdad era que no hubo ni siquiera un indicio de que Verónica buscara hacerle daño. Por el contrario, ella había amagado con abrazarlo en el momento en que aquellas palabras tan desgarradoras salieron de su boca. Verónica gritó su nombre, esperanzada de que Peter volteara y no la viera como si la estuviese culpando por lo ocurrido. Sin embargo, Peter nunca volteó.
Los pensamientos de Peter se vieron interrumpidos cuando una liviana mano posó encima de su hombro izquierdo. Volteó hacia el mismo lado completamente tenso, hasta que su cuerpo se relajó de forma instantánea al encontrar la mirada de su hermana mayor, Talia Hale. La mujer lo miraba con sus ojos marrones como si estuviese segura de los planes de su hermano y Peter lo sospechó, por eso no sostuvo su mirada durante mucho tiempo; apartó sus ojos de ella y se puso de pie lentamente, sin esperar a que Talia hablara primero.
—Necesito descansar —dijo casi sin vida, evitando la mirada de su hermana al pasar junto a ella.
—Peter —la tranquila voz de Talia lo detuvo cuando estuvo a punto de salir de la sala. Peter sintió sus dedos helarse nuevamente cuando tuvo un vago recuerdo del día en que habló con su padre por última vez en aquel mismo lugar—. Peter, mírame, por favor.
Los ojos de él ardieron por el esfuerzo que hacía al contener las lágrimas, aunque aún así se tornaron de un tono rojizo. Peter volteó a verla cuando escuchó sus pasos acercarse lentamente a él. Apoyó una de sus manos en uno de los pilares de la pared frente a él y mordió su labio inferior mientras sopesaba sus palabras.
—Es solo que... —Peter apretó sus labios y bajó la mirada con frustración—. ¿Por qué le harían algo así? ¿Por qué papá...? Yo... no lo entiendo. Hace días me lo pregunto y hace días que no encuentro una respuesta.
—No lo sabemos, Peter; estamos tan confundidos como tú —la mujer quiso tranquilizarlo, aunque falló en el intento.
—¡Exacto, Talia! No lo sabemos porque él jamás habría hecho algo para provocar tal nivel de... crueldad. Y en caso de que lo hubiese hecho por azares del destino, ¡papá nos lo habría dicho! ¡Pero sé que no lo hizo! —Peter se acercó a su hermana velozmente, deteniéndose frente a ella y demostrando su enojo en cada rincón de su rostro—. ¿Sabes por qué estoy tan seguro? ¡Porque fue él quien me crió! Conozco su moral, Talia, conozco lo que defendía y lo que repudiaba. Y es por esa razón que quiso buscar un trato de paz con Gerard, ¡y fue ese hombre quien se negó a ello! ¿Por qué les debemos paz a ellos ahora?
Talia sostuvo los hombros de su hermano y lo miró directamente a los ojos; en ellos había un claro brillo de sinceridad y comprensión.
—No se lo debemos a ellos, Peter —dijo ella—; se lo debemos a papá. Como dijiste, conocemos lo que defendía... y lo que repudiaba, no cometamos el error de convertirnos en lo segundo.
Peter meneó la cabeza y se alejó de Talia.
—Iré a ver a mamá.
—Peter —llamó.
—¿Qué? —preguntó, deteniéndose una vez más.
Talia exhaló.
—Mamá no lo sabe aún.
[...]
Verónica soltó un suspiro de repente.
Sus padres apartaron los ojos del plato para luego intercambiar miradas entre ellos. Aquel suspiro, por muy corto y silencioso que fuera, fue lo único que escucharon de ella durante varios días a la hora de la comida.
El estómago de la chica habría estado vacío si su madre no le hubiese insistido en comer. La mujer le aseguró que, aunque consideraba algo positivo que tuviera la iniciativa de adoptar una nueva dieta estricta, no comer nada era aún peor, ya que no tendría fuerza para entrenar. Claro que Verónica obedeció la orden de su madre al percibir una pizca de preocupación en su mirada, luego de varios años con la ausencia de esta misma. No recordaba haberla visto desde que era tan solo una niña.
Mientras su madre mantenía la mirada fija en ella, su padre continuó cenando con normalidad; le tranquilizaba creer que aquella acción de su hija, al menos, le indicaba que no le había ocurrido nada grave. Alice, por el contrario, no se encontraba satisfecha en lo absoluto. Sus ojos aún escaneaban cada rincón en el rostro de Verónica, buscando algún gesto que intentara pasar desapercibido para sacar sus propias conclusiones.
Al cabo de unos minutos, la mujer se rindió y soltó un resoplido.
—Acordamos con Gerard que, de ahora en más, Christopher pasará por ti todas las mañanas para ir a la preparatoria —le informó Alice, atrapando la atención de su hija—. Además, entrenarán con otros cazadores un poco más grandes que ustedes —agregó—. Tenemos que asegurarnos de que no se queden en el mismo nivel siempre. Pelear entre ustedes no les servirá de nada...
—Lo están forzando demasiado —habló Verónica, animándose a interrumpir a su madre—. Christopher y yo somos mejores amigos desde siempre...
—Cuando estoy hablando, no interrumpes, Verónica. Conoces las reglas —regañó Alice inmediatamente, logrando que su hija bajara la mirada a su plato nuevamente—. Y en lo que a mí respecta, ya no son mejores amigos, ¿o acaso se te ha olvidado?
Verónica bajó su mirada hasta su dedo anular y observó el anillo de compromiso. Contuvo el aire durante unos segundos. ¿Cómo podría olvidarse de algo como eso, cuando portaba en su cuerpo un objeto de promesa todo el tiempo? Una promesa que, en realidad, nunca salió de su boca y de la que estaba segura de que su mejor amigo tampoco sería partícipe.
Verónica se puso de pie luego de apartar el plato de comida.
—Tengo que tomar una ducha y relajarme; mañana tengo clases de historia a primera hora —les hizo saber a sus padres—. Eso es una tragedia —susurró, dándose la vuelta.
Luego de un largo baño, Verónica al fin pudo relajarse entre sus sábanas blancas; intentó dormir durante una hora entera, pero, aunque sus ojos delataban su cansancio pesándole los párpados, no pudo lograrlo. Se removió en su cama buscando la posición perfecta, hasta que soltó un gruñido y miró al techo completamente resignada.
Trató de ignorar los recuerdos de aquella noche desde que llegó a su casa, aunque le fue totalmente imposible. Estaba preocupada por Peter, por más de que le resultara difícil aceptarlo. Él había sido un chico muy agradable y amable con ella, pese a toda la rivalidad que existía.
Verónica acarició las sábanas antes de sentarse en la orilla de su cama; cuando encendió su lámpara, su rostro se iluminó de un amarillo tostado. No era capaz de quitarse a Peter de su mente; sus ojos celestes parecían intensificarse como si se agregara un brillo tenue en ellos, lo que a Verónica le resultaba aún más llamativo. Abrió el cajón de su mesita de noche y de ahí sacó un papelito arrugado, el mismo que Peter le había dado el día de la fogata. Leyó la última oración varias veces, como si necesitase entender algo más que solo lo que estaba escrito claramente.
"El lago de la reserva es encantador, ¿no te parece?".
Y Peter no se equivocó.
La rubia bajó la mirada al suelo y apretó sus labios; lamentablemente, ahora Verónica estaba segura de que él ya no describiría aquel lugar de la misma forma.
[...]
A la mañana siguiente, Verónica estuvo a punto de caer por las escaleras cuando bajó a desayunar; apenas había podido pegar sus ojos y descansar por solo dos horas, no logró dormir, pero descansó sus párpados mientras la imagen de la cabeza del hombre en el suelo y el rostro afligido de Peter pasaban por su cabeza sin dejar de repetirse. Pensó en bajar por un vaso de leche, pero desde el día en que escuchó la conversación comprometedora de sus padres, no tuvo el valor de hacerlo otra vez.
Christopher llegó a recogerla luego de media hora y Verónica lo sintió como un alivio inmediato; de haberse tardado un poco más, Alice no habría perdido la oportunidad de sermonear una vez más a su hija.
—Hey, Chris, ¿cómo está el mejor amigo de la historia? —preguntó Verónica, cerrando la puerta del auto para luego darle un corto beso en la mejilla a su amigo.
—¿Te he salvado de tu madre nuevamente? —inquirió, alzando una de sus cejas con diversión—. Tendría que empezar a facturar con eso.
Verónica le dio una mirada de lado.
—¿Y ser más adinerado de lo que ya eres? ¡Por supuesto! ¿Quién no querría algo como eso? —comentó sarcásticamente. Cuando Christopher puso en marcha su auto, Verónica regresó a su ánimo decaído—. Hablando en serio, también tengo que agradecerte por lo de la noche del anuncio. Sé que debía estar contigo y cuando me fui, tuviste que mentir, pero no pude soportarlo.
Christopher también la miró y algo en él le advirtió que, aunque no se arrepentía de haberla cubierto con sus padres, Verónica no había sido capaz de contarle la historia completa.
—Solo necesitabas tomar aire, ¿cierto? No te preocupes —la tranquilizó.
A los pocos minutos, Verónica no pudo seguir resistiendo el impulso de hacerle una pregunta; no buscaba culpables, mucho menos en alguien como su mejor amigo, pero si había algo más, Christopher sería el único en saberlo. Al menos era lo que le gustaba creer, porque lo cierto era que muchas veces Gerard no lo incluía... ni siquiera a los más cercanos de su círculo íntimo, si eso era lo que quería.
—¿Sabes si ocurrió algo raro en esos días? —Verónica notó la forma en la que los brazos de Christopher se tensaron al escuchar su pregunta—. Y con "raro" me refiero a importante.
—No, ¿por qué lo preguntas? —respondió inmediatamente, doblando en una cuadra.
Verónica se encogió de hombros, fingiendo haberle restado importancia, aunque por dentro la invadió una profunda decepción.
—Es extraño que todo esté demasiado tranquilo durante mucho tiempo, ¿cierto? No lo sé, tal vez me estoy volviendo paranoica —se excusó ágilmente—. Aunque, tal vez, también se deba a las fechas próximas. —Verónica lo miró de reojo esperando a que él se lo creyera.
Christopher asintió, sabiendo perfectamente a lo que su amiga se refería.
—Oliver Marshall —mencionó—, cómo olvidarlo.
Verónica resopló intentando aparentar estar algo afectada por aquel nombre, aunque lo cierto era que apenas había sido capaz de recordar su rostro sin que la imagen mental se volviera borrosa y se distorsionara.
—Ya sabes cómo es este tipo de cosas —dijo ella.
Christopher le dio una mirada con el ceño fruncido.
—Aunque hace un año y medio habías dejado de hablar de él —le recordó—, incluso me aseguraste haberlo superado por completo.
Christopher se detuvo en frente de la escuela antes de que Verónica contestara; la rubia se volteó hacia él y lo miró apenada.
—No es fácil superar un desamor —dijo, y luego bajó del auto.
Mientras Christopher se dirigía al estacionamiento con el auto, Verónica caminó hasta la entrada de la preparatoria con un intenso escalofríos recorriéndole por la espalda. Cuando empujó la puerta con ambas manos, una persona más alta que ella pasó por su lado, entrando al lugar con un abrigo negro y con la capucha cubriéndole la mayor parte del rostro. Verónica no le hubiese prestado demasiada atención, si no hubiese sentido una ligera descarga eléctrica cuando sus brazos rozaron. Ella alzó la mirada hasta él, pero lo único que alcanzó a ver, fue su espalda.
Peter Hale la había ignorado por completo.
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▌NOTA DE AUTORA:
Ustedes cada vez que subo un capítulo:
"Mucho texto".
¡LO SIENTO! Amo escribir cada detalle, aunque sé que a no muchos les importa; pero apliqué la de "escribo lo que me gustaría leer" y salió esto.
Como sea, gente, espero les guste y saquen miles de teorías.
Aclaración (+):
En esta historia, ningún personaje es 100% bueno ni 100% malo, todos cometen errores. Aquí, son todos personajes grises, sí, incluso Gerard y los padres de Verónica.
Nada, eso.
Besos y abrazos, gim!
Yo escribiendo como Peter ignora épicamente a Verónica:
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