10: El lago de la reserva

▌Recuerda votar y comentar, por favor.

  VERÓNICA NO ESTABA PENSANDO CON CLARIDAD. Sus manos temblaban y sentía que su garganta se secaba más y más cada vez que inhalaba el aire helado de aquella cruda noche. Estaba completamente segura de que se había vuelto loca al irse de aquella forma tan impulsiva, pero prefirió escapar y no quedarse para que todos vieran lágrimas en sus ojos, especialmente sus padres. Hubiera odiado tener que presenciar un escenario como aquel; los ojos decepcionados de su padre y la ira en la expresión de su madre se habrían convertido en un recuerdo de piedra dentro de su cabeza. Y no se lo habría perdonado jamás.

  Pareció recobrar la consciencia cuando su cuerpo se obligó a detenerse enfrente del edificio de la preparatoria. Se preguntó qué hacía en ese lugar hasta que no pudo seguir negando su deseo: Verónica quería escapar del mundo real en el que la forzaban a vivir y, por el contrario, la preparatoria se había vuelto el único sitio capaz de sumergirla en su propia fantasía.

  Sin embargo, una risa amortiguada por su propia mente la hizo sentirse más aliviada, quizá ayudándola a recordar que también existía otra cosa que quería convertir en algo propio; Verónica recordó el lago del que Peter Hale le había hablado el día de la fiesta. De repente, sintió ganas de sumergirse tan profundamente en agua helada como lo había hecho a los seis años de edad.

  A pesar de que su cuerpo seguía temblando, dejó de estar más tensa que cuando salió disparada de la fiesta, cuando su mirada se cruzó con la de él.

  Una brisa golpeó su cuerpo e hizo que su vestido y cabello blanco danzaran hacia un lado mientras se relamía los labios secos. Fue en ese instante en que los ojos de Verónica se detuvieron en la entrada de la preparatoria cuando la puerta se abrió, dejando ver a Peter y parte de su equipo de baloncesto, caminando y bromeando sobre su victoria. Peter pareció estar bastante distraído imitando su última anotación con euforia, hasta que uno de sus amigos se enderezó y dejó de reír al ver a la chica detrás de ellos. Peter detuvo sus movimientos y le dio una mirada a sus amigos antes de darse la vuelta con confusión.

  Un auto se detuvo detrás de Verónica y su luz hizo que la chica se viera mucho más pálida de lo normal. Ella se dio la vuelta inmediatamente para verificar que no se tratara de sus padres o su mejor amigo, mientras que los compañeros de Peter murmuraban el parecido de ella con un fantasma. El chico les hizo una seña con su mano para que se detuvieran y, sin quitarle la mirada a Verónica, quien aún miraba el auto estacionado, les ordenó que se fueran.

  Cuando Verónica devolvió la mirada hacia el grupo, solo se encontró con Peter caminando cuidadosamente hacia ella. Él no estaba seguro de qué era lo que hacía en la escuela a esas horas de la noche, mucho menos si buscaba a alguien en especial; sin embargo, Verónica tampoco tenía una respuesta o explicación clara que ofrecerle, ni siquiera a ella misma.

  Peter dio una mirada a su alrededor antes de dejar el bolso con su equipo de baloncesto en el suelo y sacarse el abrigo negro que llevaba puesto. No le pidió permiso, solo se apresuró a ponérselo por encima de sus hombros para abrigar a Verónica. Ella no fue capaz de soltar ni una insignificante palabra, aunque quiso agradecerle por su gesto; tal vez la había salvado de un posible resfriado por la mañana.

  Peter se relamió los labios al tiempo en que pensaba que sería lo correcto decir.

  —¿Qué haces aquí? —solo eso fue capaz de preguntar. Verónica notó su mirada, aparentemente juzgando su vestimenta mientras se percataba de la baja temperatura del ambiente.

  —¿Quién ganó? —preguntó ella, recordando que Christopher le había mencionado aquel partido.

  Al notar la evasión de su pregunta, Peter comprendió que Verónica no estaba dispuesta a compartir lo que le sucedía y optó por respetar su silencio.

  —Nosotros, por supuesto, somos los mejores del condado de Beacon —respondió alardeante, esbozando una sonrisa.

  El chico se agachó para tomar el bolso que había dejado en el suelo y le dio una mirada a Verónica; invitándola a seguirlo con un movimiento de cejas. La rubia no se opuso, porque era lo que estaba esperando que sucediera en realidad. No tenía deseos de quedarse sola en la calle esperando que amaneciera, mientras pensaba en las consecuencias al regresar a su casa. Ni siquiera estaba dispuesta a hundirse en la angustia que le provocaba el solo pensamiento de que Christopher podría estar preocupado por ella y, más encima, lidiando solo con aquel evento bajo la mirada de decenas de personas que matarían por estar en donde ambos amigos estaban.

  Verónica siguió los pasos confiados de Peter hasta que llegaron a su auto. El chico le comentó que en realidad era de su padre, pero que siempre que tenía un partido y él no podía asistir, se lo prestaba para que pudiera pasar el rato con sus amigos; un tipo de recompensa por no poder acompañarlo. Peter nunca se molestaba por ello, sabía que de las pocas veces que su padre faltaba, se debía a una razón válida.

  —¿Te he arruinado la salida con ellos, cierto? —preguntó Verónica, buscando algún rasgo de enfado o fastidio en su rostro. Al no encontrar nada parecido, se sintió confundida... o simplemente una decepción inesperada. No estaba acostumbrada a tanta comprensión y, para ser honesta consigo misma, tal vez esperaba que alguien se molestara con ella esa noche como reemplazo de su madre.

  Peter negó antes de subirse al auto.

  —Para nada. —Bajó la ventanilla del copiloto para ver a Verónica. Notó que se tapó aún más con el abrigo que él le había dado y agitó su mano para que subiera al auto—. Vamos, sube. Te llevaré a tu casa... o cerca de ella si tus padres están armados —bromeó.

  Una sonrisa se asomó en los labios de la rubia, pero desapareció en cuanto abrió la puerta y se subió al auto. Un suspiro dejó sus labios junto al vaho que desprendió de su boca. Peter no dejó de observarla mientras ponía en marcha el auto. Una vez salieron del estacionamiento, Verónica juntó el valor para hablar.

  —No quiero ir a casa.

  Peter volteó a verla, pero enseguida fijó la vista en el camino nuevamente. Se removió en el asiento y deslizó sus manos por el volante mientras se preguntaba qué era lo que sucedía con Verónica. Tampoco quería agobiarla con preguntas, porque sabía que si estaba pasando por un momento delicado, podría romper cualquier tipo de vínculo que estuviesen creando y, aún más importante para él, podría hacerla sentir mal. La chica notó la inquietud de él sin quitar sus ojos de los árboles que pasaban frente a ella. Jugueteó con sus manos por encima de su regazo.

  —¿Puedes llevarme al lago del que me hablaste? —pidió en un susurro.

  El chico volteó a verla otra vez, pero ahora con el entrecejo fruncido, completamente desconcertado al oír sus palabras. Pensó que estaba bromeando, así que soltó una corta risa. Al no escuchar lo mismo de su parte, entendió que ella no estaba jugando con él y que su petición era verdadera. Su sonrisa se fue desvaneciendo poco a poco.

  —Tienes que estar bromeando —dijo—. Verónica, está helando afuera, prácticamente.

  Por primera vez desde que el auto arrancó, Verónica volteó a verlo. Sus ojos de color café se cruzaron con los azules de él, hasta que Peter tuvo que seguir prestando atención al camino.

  —No sería la primera vez que nado en agua helada.

  —Verónica, no creo que...

  —Saltaré del auto si no me llevas y lo buscaré yo sola —habló con tanta determinación que logró tensar al chico junto a ella.

  —Bien, te llevaré —accedió rendido.

[...]

  Peter detuvo el auto frente al cartel de la reserva que colgaba de una cadena. Verónica también notó uno más pequeño debajo del mismo que advertía no entrar luego de que oscureciera. «Demasiado tarde», pensó mientras abría la puerta del copiloto. Peter apagó las luces del auto una vez que Verónica salió mientras se envolvía con el abrigo de él. El chico bajó luego de quitar las llaves y, antes de cerrar la puerta, apoyó sus codos en el techo del auto. La rubia percibió su mirada vacilante y la persistente duda en su semblante, indicando su completo desacuerdo.

  —Puedes irte si quieres —dijo Verónica, volviendo su vista al frente. Las ramas de los árboles se sacudían ligeramente con la brisa, logrando un crujido en ellas que le provocaba tranquilidad.

  —No es por mí, yo... —Peter cerró la puerta luego de un resoplido—. Está bien, pero el resfriado que tengas mañana no será culpa mía.

  Verónica esbozó una sonrisa mientras señalaba el abrigo que llevaba puesto.

  —No te preocupes, sé cuáles fueron tus intenciones.

  Peter bajó la mirada hasta los pies de la chica y, al ver que estaba descalza, alzó una ceja.

  —¿Acaso quieres que te dé neumonía?

  Verónica resopló y volteó los ojos.

  —¿Qué eres, mi perro guardián? —cuestionó.

  Peter negó, no como respuesta, sino que más bien parecía resignado a hacerla cambiar de parecer.

  En silencio, Verónica siguió las indicaciones de Peter. Primero pasaron por debajo de la cadena que, supuestamente, evitaba que las personas pasaran por ahí; aunque nadie le prestaba demasiada atención y de igual forma cruzaban. Después, Peter la advirtió sobre algunas pequeñas colinas que, debido a lo distraída que estaba Verónica, casi no notó. Por último, Verónica reconoció el camino casi de inmediato: el sendero rocoso, casi cubierto por raíces de árboles, por donde había seguido a Peter la noche de la fogata. Observó cada pequeño detalle y le resultó más maravilloso que la vez anterior.

  Verónica dio un pequeño salto cuando Peter se paró frente a ella con una pequeña sonrisa. Ella lo observó confundida.

  —¿Lista? —preguntó. Al ver el asentimiento de cabeza de Verónica, este se corrió a un lado para dejar la vista frente a sus ojos—. Hermoso, ¿no?

  Los labios de Verónica se curvaron hacia arriba, mostrando su completa fascinación con la imagen frente a ella. No se trataba de un paisaje pintoresco, mucho menos de uno peculiar. Era su absoluta simpleza lo que lo hacía tan perfecto para ella. Dio unos cuantos pasos hacia adelante sin quitar la mirada del reflejo distorsionado de la luna encima del agua, que debido a la noche, lucía de un azul oscuro. Peter la observó con curiosidad. Se preguntó por qué había insistido tanto en que la llevara a aquel lugar, o por qué parecía ya no importarle estar cerca de él; pero sus preguntas se desvanecieron cuando Verónica se quitó el abrigo de encima y lo dejó caer al suelo. Su vestido plateado estaba ligeramente iluminado por la luz tenue de la luna, de la cual Peter ya no experimentaba ningún efecto anticipado por la noche siguiente de luna llena.

  Peter agitó sus brazos, animándose a quitarse la camiseta roja de su equipo que llevaba puesta. Verónica lo observó cuando también comenzó a quitarse las zapatillas con más rapidez, como si el solo hecho de tardarse lo hiciera congelarse. La chica no siguió prestándole atención a sus movimientos porque sus ojos se habían clavado en un objeto que colgaba de su cuello: parecía ser un collar de piola negra que amarraba un objeto de madera con tantas vueltas, como si Peter quisiera aferrarlo tanto como pudiera. Verónica frunció el entrecejo, pero no preguntó. Como era típico de ella, cada vez que podía dormir a su curiosidad, lo hacía. El problema era que Peter, a pesar de ser un chico extrovertido, era un completo enigma para ella. Así que intentar evadir su curiosidad con él le estaba resultando una tarea casi imposible.

  —¿Qué haces? —preguntó en su lugar.

  Peter se enderezó con una sonrisa poco firme, ya que sus labios tiritaban de a ratos debido al frío. Verónica no pudo evitar que sus ojos recorrieran el torso desnudo de él en solo unos segundos. El abdomen ligeramente marcado de Peter se quedó grabado en la mente de ella mientras lo veían caminar hacia el lago con solo sus pantalones del equipo puestos.

  —¿No piensas que de verdad eres la única que hace este tipo de cosas, cierto? —preguntó al tiempo en que metía sus pies al agua helada—. Recuerda que fui yo quien te invitó. Aunque no creí que te animarías a hacerlo estando tan cerca del invierno

  Verónica comenzó a bajar la cremallera de su vestido para luego quitárselo poco a poco, mientras que Peter maldecía por lo bajo cada vez que se metía más profundo en el agua. Cada músculo de su cuerpo se contrajo al intentar soportar el frío cuando finalmente se sumergió por completo, soltando un enorme suspiro al final. Los labios de él se estiraron esbozando una enorme sonrisa, orgulloso de su logro, pero cuando se volteó en busca de Verónica, su sonrisa se fue desvaneciendo poco a poco; la rubia se encontraba en ropa interior, observándolo con atención.

  —No hago este tipo de cosas —habló ella, refiriéndose a la pregunta del chico—, solo fue una vez. Recuerdo haberte comentado que no sabía nadar cuando me lanzaste a la piscina, ¿no te has olvidado, cierto?

  Peter se aclaró la garganta y luchó por controlar su mirada.

  —No; todavía sigue fresco el recuerdo de que tú fuiste la primera en lanzarme.

  Verónica caminó en dirección al agua y metió sus pies en ella. En el transcurso en que sumergió su cuerpo por completo, se encogió de hombros y miró a Peter con una ceja alzada.

  —Al menos te pregunté si sabías nadar —se excusó—. Darme una respuesta afirmativa me alentó, pero alardear sobre poder ser el capitán de natación me convenció de hacerlo.

  Peter soltó una pequeña risa aunque aún seguía temblando. Verónica se dirigió hacia él, dando cortos impulsos hacia arriba y se detuvo arriba de una roca que sus pies tocaron, para verse casi de la misma altura que Peter y no hundirse. El agua cubría sus cuerpos, lo único que quedaba fuera eran sus cabezas.

  —Jaque mate —susurró él—. Ahora sé que no debo alardear contigo.

  —No, no lo hagas —advirtió ella en broma.

  —No lo haré —murmuró, conectando sus ojos con los de ella.

  Verónica corrió su mirada de los ojos de Peter y alzó su cabeza con el objetivo de observar la luna; sin embargo, Peter no dejó de mirarla en ningún momento. Un brillo sutil en sus ojos azules delataban un nuevo interés en él. Observó las gotas de agua deslizarse por el mentón de la chica hasta su cuello, donde terminaban por caer al agua a su alrededor. El chico se mordió suavemente el interior de su mejilla logrando tensar su mandíbula. A los pocos segundos, sintió el sabor metálico de su propia sangre dentro de la boca. «Tal vez estaba perdiendo un poco el control», pensó Peter, pero sabía que era algo más que solo los efectos sobrenaturales de la luna.

  —¿Ya no te afecta tanto la noche previa a la luna llena? —preguntó ella, devolviéndolo a la realidad.

  Peter carraspeó. Cuando estuvo a punto de contestar, Verónica dio un paso hacia atrás involuntariamente y, antes de poder hundirse, él la atrapó tomándola por sus brazos. Sus rostros quedaron a solo centímetros de cercanía, podían sentir como sus respiraciones chocaban entre sí. El mirar los labios del otro fue un acto de reflejo, pero no se resistieron a ello.

  —¿Qué hubieras hecho si no venía contigo? ¿Acostarte en la orilla o ahogarte? —cuestionó él intentando bromear, aunque estaba más nervioso que relajado como para sonar igual que su habitual tono socarrón.

  —Tal vez soy buena manipulando —sugirió Verónica, junto a un encogimiento de hombros y una falsa sonrisa inocente.

  Peter también sonrió mientras negaba con la cabeza.

  —Estoy adaptándome —respondió a su pregunta anterior, sin dejar de sostenerla. La ayudó a subirse de nuevo a aquella roca debajo del agua; pero incluso así, no despegó las manos de su piel.

  —Parece que va bien —dijo Verónica, mirándolo con atención. Sus ojos cafés parecían enormes desde la altura de Peter.

  —No siempre será así —murmuró, pero no le dio demasiada importancia; aunque fue lo contrario para Verónica.

  —¿A qué te refieres? -inquirió ella con confusión.

  Las manos de Peter parecían querer aferrarse a los brazos de ella mientras sopesaba sus palabras con cuidado. Al final, solo decidió que no era importante hablar de eso; mucho menos con alguien a quien consideraba que no comprendería su sentimiento de percibirse como un peligro constante para los demás.

  —Nada importante.

  —Se siente importante —dijo, luego suspiró—, pero entiendo.

  Ambos guardaron silencio.

  Los ojos azules de Peter la observaron con una mezcla de curiosidad y confusión al tiempo que sus gruesos labios temblaban ligeramente. No podía comprender qué era lo que lo mantenía tan inmerso en sus pensamientos. Verónica observó las finas y pequeñas gotas de agua que caían de las pestañas mojadas de él mientras su pecho subía y bajaba con cada respiración entrecortada; se convenció a sí misma de que se debía al agua helada en la que estaban rodeados y completamente empapados, aunque no encontraba una explicación lógica para los latidos desenfrenados de su corazón.

  Sus cuerpos se chocaron ligeramente pero tampoco se alejaron. Sus ojos parecían haberse convertido en imanes que los atraían hacia el otro y no fue hasta que sus labios rozaron suavemente que Peter se alejó de ella con brusquedad. Verónica lo miró completamente desconcertada y cuando creyó que su actuar se debía a ella, Peter susurró una palabra que llamó la atención de la rubia.

  —¿"Papá"? —repitió ella, atónita—. ¿De qué estás hablando, Peter? ¿Estás bien?

  Él levantó la mirada hasta Verónica luego de haberse perdido en el movimiento del agua; sus ojos lucían desorbitados y solo palabras en forma de susurro y sin sentido salían de su boca. Estaba tan pálido que casi tomó el mismo tono de piel que Verónica. Ella ya se encontraba entre confundida y atemorizada por su drástico cambio de comportamiento; sin embargo, Verónica no dudó en seguirlo cuando Peter salió apresurado del lago. La rubia tomó el abrigo que él mismo le había prestado momentos atrás y, luego de abrigarse, corrió detrás de él. Peter no se detuvo a vestirse, ni siquiera para abrigarse un poco, solo corrió en dirección a donde todos sus sentidos le advertían. No sé quejó cuando sus pies pasaron por encima de varias piedras filosas, arbustos o raíces de árboles. Estaba desesperado.

  —¡Peter! —llamó Verónica a pesar de que su cuerpo pedía que se detuviera y buscara calor—. ¡Peter, espera!

  El chico no volteó a verla, y mucho menos se detuvo ante sus gritos. Solo siguió corriendo a gran velocidad hasta que sucedió algo: se detuvo al notar que el aroma familiar que había percibido antes se había vuelto aún más intenso, junto con el hedor a sangre tibia. El bosque lucía más oscuro para él, ya que sus ojos amarillos buscaban un solo objetivo. Cuando lo halló, su semblante decayó en pura aflicción; las lágrimas cubrieron sus ojos al instante y una sola gota pudo escapar para deslizarse por su mojada mejilla. Sus labios entreabiertos tiritaban ante la horrible sorpresa para él; sus manos se volvieron puños firmes, y cuando un rayo de luna cruzó una de las ramas e iluminó lo que estaba frente a él, dándole una imagen más clara, cayó de rodillas al suelo, completamente destrozado.

  Apenas escuchó los pasos amortiguados de Verónica cuando ella se arrodilló frente a él. La chica buscó por todo su rostro una respuesta a lo que estaba ocurriendo; pero cuando solo vio lágrimas en sus ojos azules que no dejaban de mirar detrás de ella, Verónica volteó con lentitud, con el mero temor esparcido por todo su cuerpo.

  —¿Qué...? —sus palabras se ahogaron en su garganta.

  Verónica se fue enderezando despacio mientras sus ojos seguían sin despegarse de la escena frente a ella: un hombre muerto. Un hombre decapitado y una cuerda sosteniéndolo solo de uno de sus pies, su cuerpo inerte balanceándose ligeramente por el viento. Los ojos rojos de Verónica, que resistían el impulso de llorar, finalmente derramaron un par de lágrimas al descubrir la cabeza del hombre abandonada junto al árbol.

  La rubia devolvió la vista hacia Peter y sintió el mundo del chico desvanecerse frente a sus ojos.

  —Es mi padre... —sollozó, golpeando su pecho dos veces para aliviar el dolor en él. Sus ojos completamente empapados—. Es mi padre —repitió del mismo modo.

  Verónica lo miró desconcertada. Sus labios se abrieron y su pecho dio un vuelco.

  Su padre...


FIN DEL ACTO UNO.



Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top