09: Decisión impulsiva
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VERÓNICA NO DESPEGÓ SUS OJOS DEL espejo frente a ella. Su vestido plateado combinaba perfectamente con su cabello blanco, que había decolorado un poco más, desapareciendo el ligero rastro de amarillo, y su pálida piel. Todo en ella indicaba una armoniosa combinación de plata, incluso las joyas que adornaban su cuello y muñecas brillaban de un delicado plateado. Su madre le había insistido en llenarse de joyería para, según ella, resaltar entre todos los demás y llamar la atención de los Argent, pero Verónica sabía que la principal razón de cubrir aquellas zonas de piel se debía al completo fiasco por ocultar sus llamativas marcas y cicatrices. Alice se había encargado de no solo maquillar el rostro de su hija, sino también de intentar cubrir con base las marcas y cicatrices de la piel que quedaba al descubierto. Aunque se veían algunas, eran bastante sutiles y ya no captarían la atención errónea; ahora solo se fijarían en la dama de apariencia delicada pero con un mortal potencial. Y eso era justamente lo que su madre quería lograr.
Verónica no era idiota, ella sabía que debía comportarse, decir y hacer todo lo que sus padres le indicaban; de lo contrario, al finalizar la noche, no habría dado la impresión que se esperaba que diese. Y si era lo bastante afortunada, le darían solo un par de horas en el sótano.
Cerró sus ojos y, luego de segundos de inhalar, retuvo el aire en sus pulmones un momento.
Había algo en lo que Verónica no había dejado de pensar. No tuvo tiempo de procesarlo hasta que llegó a su casa luego de visitar a su amigo y se encerró en su cuarto. Christopher habló sobre un anuncio y, en lo único en lo que Verónica podía pensar, era en lo injusto que todo se estaba volviendo. Sus padres tendrían que haber tenido la decencia de contarles sobre sus planes, aunque sea. Así, al menos, se hubiese preparado para lo que pronto podría ocurrir.
Soltó el aire, pero aún mantenía la impresión de estarse ahogando en un mar profundo de mentiras y apariencias. Inclusive, se sentía como el agua helada de invierno; la sensación de cientos de alfileres incrustándose en su delicada piel le provocaba familiaridad. Aún podía recordar el día en que su madre quiso enseñarle a nadar.
¿Cómo iba a aprender a nadar sin nadie que la sostuviera? ¿Cómo aprendería a nadar con la sensación de cientos de alfileres alrededor de su cuerpo? ¿Cómo nadaría hacia la superficie si, cada vez que lo intentaba, tenía la impresión de estarse hundiendo más y más?
A los seis años, Verónica pensó que moriría por primera vez.
—Vamos —ordenó su madre, saliendo apresurada del cuarto de su hija.
Verónica se miró por última vez y respiró hondo, sintiendo que la sangre de su cuerpo palpitaba con fuerza y su corazón latía contra su pecho. Un bombeo intenso que le provocaba arcadas y un extraño retortijo. No eran solo nervios y ansiedad, era lo afligida que se sentía al entender que esa noche podría condenarla a un infierno eterno. O tal vez estaba exagerando.
Sin siquiera darse cuenta de ello, Verónica llevó una de sus manos cerca de su brazo y comenzó a pellizcarse la piel mientras mordía su labio inferior. Aquellos pensamientos no dejaron su mente y, mientras más se hundía en ellos, más fuerte era su pellizco. Solo cuando una lágrima brotó de su ojo, pudo regresar a la realidad, junto a un eco de su voz: «Las lágrimas son más mortíferas que las heridas».
—¡Verónica! —La voz de su madre la hizo sobresaltar, pero de inmediato se limpió la mejilla y carraspeó. Se enderezó y ya no era un eco; era su propia voz repitiéndose lo mismo.
No llores. No llores. No llores, pensó.
—No llores. No llores. No llores —repitió.
[...]
—No tardes demasiado, Hale, el partido esta por comenzar —apuró su entrenador, saliendo de los vestidores.
El suspiro de Peter se escuchó demasiado solitario con el ligero eco del lugar. Despegó su mirada de la puerta y la clavó en sus manos temblorosas. Jamás había estado ansioso o nervioso por un partido, pero con los últimos sucesos, las cosas parecían haber cambiado más de lo que se hubiese permitido antes.
Tampoco lo mantenía tranquilo el hecho de que su madre estuviera empeorando de salud últimamente. Su padre le había pedido que no pensara en ello demasiado, pero ¿cómo no iba a preocuparse por su propia madre cuándo, cada vez que la veía, su estado era más y más deplorable?
Para su desgracia, ella nunca quiso ser convertida y, aunque cambiará de opinión de repente, una mordida a esas alturas la mataría mucho antes de lo que esperaban.
Peter sabía que las posibilidades se habían reducido a nada y que pronto tendría que despedirse de ella; sin embargo, no siempre tenía el coraje de ver como poco a poco su vida se iba desvaneciendo.
Sus ojos recorrieron el vestuario con cautela hasta que se detuvieron en la ventana de arriba de una de las paredes. Los reflejos de la luna llegaban hasta las duchas en donde resonaron varias gotas de agua al caer mientras que Peter apretaba sus manos entre sí con ansiedad. Ni siquiera se dio cuenta de que su entrecejo se había fruncido cuando se cuestionó si era buena idea jugar un partido esa noche. Cerró sus ojos para concentrarse en su propia respiración. Se había notado mucho más tranquilo de lo que usualmente se comportaba la noche antes a la luna llena, pero aún así, tenía un presentimiento extraño que lo sujetaba con fuerza en el banco junto a los casilleros.
Se puso de pie en cuanto oyó un par de pasos acercándose por el pasillo de la preparatoria. Algo en el espacio vacío de su pecho le advertía que esa noche traería consecuencias, aunque era incapaz de presagiar cuáles.
[...]
Cuando Verónica llegó a la "reunión" tan ansiada por sus padres, las decenas de personas en el lugar le dieron un golpe seco en el estómago. Los nervios le nublaron la vista y no supo si era debido a las lágrimas o al mareo repentino que le causó el agobio. Le dio una corta mirada a su madre esperando la explicación de por qué habían tantas personas si se suponía que sería solo un anuncio; pero, al ver que Alice ni siquiera le prestó atención y, en su lugar, caminó hasta las personas para saludarlas, Verónica tragó una especie de nudo que comenzaba a formársele en la garganta.
Cuando creyó que sus piernas al fin le fallarían por completo, una fuerte mano sostuvo la suya con delicadeza, del mismo modo en que un padre toma la mano de su hijo para ayudarlo a cruzar la calle por primera vez. Ni siquiera tuvo que alzar la mirada a su lado para saber que se trataba de su mejor amigo, quien la observaba con comprensión, aunque el brillo sutil de sus ojos delataran su tristeza. Ambos se hicieron esa pregunta que tanto temían que llegara algún día: ¿por qué se sentían como dos completos desconocidos sabiendo toda la historia del otro?
—Siento mucho haber reaccionado de esa forma —se disculpó Christopher con la voz suficientemente alta como para que solo ella lo escuchara por encima de la música clásica—. Sé que estabas preocupada por mí y lo agradezco, es solo... Bueno, estrés..., supongo.
Verónica suspiró mientras sus ojos luchaban por no cerrarse. No entendía por qué seguía mintiendo, pero si lo hacía, debía haber una razón más oculta y más importante que el compromiso; ¿pero qué más podría ser? La rubia al fin le dio una mirada.
—No insistiré —dijo, haciéndole saber que no le creía ni una palabra—; pero no puedes controlar todo. Sea lo sea que te tiene así de preocupado, lo sabré pronto, Chris.
Verónica le dio un apretón a su mano y caminó junto a él hasta llegar a la sala principal. Cuando todas las miradas se fijaron en ellos, Verónica notó que un par de ojos celestes, que dependiendo de la luz se veían verdes, la observaban con decepción y tristeza mientras se mordía el labio inferior ligeramente.
—¿Conoces a esa chica? —le preguntó a Christopher.
Él volteó hacia la pelirroja, pero tan pronto como lo hizo, ella quitó su mirada de encima de ellos cabizbaja. Christopher tragó con dificultad antes de volver sus ojos a su mejor amiga. Negó ante la ceja arqueada de ella.
—Es hija de uno de las cazadoras más fuertes —le informó acercándose a su oído—. Su nombre es Victoria y tiene nuestra edad, han llegado hoy de San Francisco. Pero no, no la conozco demasiado.
Verónica esbozó una enorme sonrisa divertida.
—Solo te faltó decirme su color favorito —dijo—; menos mal que no la conoces demasiado.
Christopher decidió ignorar sus palabras en cuanto sintió la mirada de su padre. Tomó la mano de la chica una vez más y se dirigieron a saludar a las demás personas.
Verónica sintió que la media hora que había pasado se habían convertido en minutos eternos. Los violines, el órgano, el chelo y todos los instrumentos de la música que sonaban fueron acogedores al principio; pero luego de un tiempo de haber sido torturada por las órdenes de su madre y por su mente que no dejaba de recordarle lo que esa noche significaba, cada nota la percibía como un chirrido molesto, parecido al del choque entre el metal y el vidrio, cerca de sus oídos.
De nuevo, tuvo la impresión de estarse ahogando.
Cuando se sentó en la mesa, su mirada recorrió la decoración con fascinación por los detalles. Al igual que su propia apariencia, en los centros de mesas y en el mantel predominaba la plata y el blanco. Fijó sus ojos en los cubiertos junto a los platos de cerámica blanca y notó que en el cabo de éstos estaban marcadas, al parecer lo habían logrado con fuego, la flor de lis; el mismo símbolo que usaban para sellar sus balas el día en que se graduaban como cazadores.
Sus ojos de color café se desviaron hasta la copa de agua que reposaba encima de una servilleta azul marino; el contraste le resultó hermoso.
Peter...
El ruido de una copa de cristal siendo levemente golpeada por un tenedor la sacó de sus pensamientos.
Cuando sus ojos se chocaron con los de sus padres, quienes estaban de pie en la punta de la mesa, su pecho se cerró de forma inmediata. Vio por el rabillo de su ojo como Gerard se disculpaba con ellos en voz baja antes de retirarse del lugar. Christopher y Verónica compartieron una mirada confundida antes de regresarse a los Cameron, quienes carraspearon al notar que la salida del hombre les había robado la atención de todos los presentes en la sala, principalmente por ser el anfitrión.
—No tengo la menor idea —le susurró Christopher a su amiga por encima de su hombro.
—Chris, todo es bastante raro —comentó ella, antes de forzar una sonrisa cuando su madre los señaló a ambos—. Pero me pediste que sonriera y eso haré —habló entre dientes sin dejar de sonreír.
Christopher no respondió, pero sí le dio una mirada de angustia y miedo.
Cuando Daniel, el padre de Verónica, comenzó a hablar, las manos de Christopher se volvieron un puño rígido y las de Verónica sudaron sin control alguno.
—Verónica Cameron ha sido nuestro mayor logro como padres —comenzó y, aunque Verónica sintió que sus palabras eran ciertas, le resultó extraña la forma en la que se refirió a ella como un logro y no como la experiencia que todo padre anhelaba tener—. Desde su nacimiento hasta el día de hoy, estaba segura de lo que quería para su vida cazar a los que se creen invencibles por nacer con habilidades sobrenaturales. —La sala se llenó de aplausos, risas que delataban su nivel de arrogancia y comentarios sobre lo excepcional e interesante que les resultaba Verónica. Pero ella no se movió, las palabras de su padre parecían haberla hundido en agua helada y solo podía escuchar las voces de forma amortiguada—. Y, a pocas semanas de cumplir sus dieciocho años de edad, se acerca a la fecha más importante de la vida de cualquiera de nosotros convertirse en un cazador oficialmente.
Alice apoyó su mano en el hombro de su esposo y sonrió ampliamente mientras alzaba una copa de vino blanco.
—Pero esta reunión va más allá de los logros personales de mi hija —advirtió, dándole una mirada a los mejores amigos para que se pusieran de pie. Ambos le hicieron caso, pero lo hicieron de forma lenta y hasta torpe, chocando con sus hombros y golpeando ligeramente la madera de la mesa y de las sillas. Alice hizo desdén con su mano libre—. Además de tímidos, están bastante nerviosos, pero es normal sentirse así les aclaró, mirándolos a todos con complicidad. —Las risas pusieron más ansiosos a Christopher y Verónica, quienes se dieron una mirada de lástima antes de fijar sus ojos en los padres de ella—. La mayoría de ustedes estarán enterados del anuncio que se dará hoy; pero, de igual forma, es un placer tenerlos aquí en un momento tan importante para la vida de mi hermosa niña, Verónica. —La chica frunció el entrecejo al escuchar a su madre; jamás se había dirigido a ella de esa forma, mucho menos con aquel tono tan dulce y cariñoso que le resultaba demasiado desconocido viniendo de su parte.
«—Christopher y Verónica se criaron siendo mejores amigos —continuó su madre—. Aún recuerdo la forma tan bonita en la que se trataban y me alegra mucho notar que ese amor perdura en ellos, incluso más grande y más diferente que antes.»
Mientras su madre continuaba hablando, los labios de Verónica tiritaron y comenzó a darse pellizcos en el dorso de su mano para mantenerse firme; estaba comenzando a hiperventilar y, como era la primera vez que le sucedía, no tenía idea de qué hacer. Chocó con la mirada verde de la chica pelirroja que había visto antes y creyó, por un instante, ver comprensión y lástima en sus ojos. Se sintió devastada al percatarse de que seguramente se estaba delatando frente a los invitados; sin embargo, cuando escuchó las siguientes palabras de su madre, no pudo contener su llanto.
—¡Me alegra anunciarles el compromiso de Verónica y Christopher Argent! —aclamó con emoción antes de darle un corto beso a su esposo.
Y, cuando Verónica creyó que estaba en su punto límite, sintió que alguien tocaba su hombro con torpeza. Al darse la vuelta, se encontró con el escenario de sus pesadillas; lo que provocó más abundancia en sus lágrimas: Christopher estaba de rodillas frente a ella con un anillo plateado y un diamante tan blanco y lujoso que asombró a todos los presentes cerca de ellos. La mayoría soltó un grito ahogado, pero Verónica, fue la única, además de aquella chica, en notar el dolor en los ojos de su mejor amigo.
La rubia se vio forzada a asentir con sus ojos nublados por las lágrimas y, en cuanto Christopher se puso de pie, ambos se abrazaron para calmar el dolor del otro. Verónica no pudo contar las veces que escuchó un 'lo siento' salir de la boca de él, pero ella solo soltó uno al final, luego de que la mayoría comenzara a brindar entre ellos.
—Lo siento tanto —musitó con el ardor en su garganta que le impedían hablar más.
Se dio la vuelta y caminó hasta la salida sin que sus padres ni nadie más que su amigo lo notara. El aire frío de la noche golpeó su cuerpo y sacudió su cabello con rudeza; cuando tomó consciencia de lo que hacía, sus pies estaban desnudos y había comenzado a correr sin ningún rumbo claro.
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