08. Cambios de actitud

ݭNo se olviden de votar y comentar!



  CUANDO SUS PADRES LA ESPERARON POR LA mañana con su desayuno preferido, unas amplias y alegres sonrisas, y conversaciones inusuales donde Alice ni siquiera mencionaba la palabra 'cazadores', Verónica intuyó que su día no acabaría con las mejores noticias.

  El sábado había llegado en un parpadeo. Su mejor amigo, Christopher, estaba tan ansioso como ella los días previos, y aunque Verónica estaba totalmente desconectada de la realidad, notó un comportamiento aún más extraño en él. Se veía más agotado de lo común en cada entrenamiento y se comportaba paranoico desde que llegaban a la preparatoria hasta que era la hora de salida. A pesar de que Verónica intentó averiguar en varias ocasiones si algo le estaba sucediendo además del asunto del compromiso arreglado, Christopher lo negaba rotundamente antes de volverse a calmar relajando sus hombros y expresiones faciales; sin embargo, ella sabía que lo fingía, ya que después de una hora volvía a comportarse de la misma forma extraña que antes.

  Verónica se hartó de la situación luego de pensarlo demasiado durante el desayuno. Así que, al terminar, decidió ir a la casa de él. Su madre no quiso detenerla, incluso parecía bastante emocionada de que su hija fuera a ver al hijo mayor de los Argent. Por otro lado, su padre decidió guardar silencio y, con un asentimiento de cabeza, indicarle que él la llevaría en la patrulla de camino a la comisaría.

  Ambos se mantuvieron en silencio durante el corto camino, lo cual le resultó favorable a Verónica porque no dejaba de pensar en las preguntas que le haría a su amigo al verlo. Cuando la patrulla estacionó en la calle de enfrente, la rubia se acomodó para bajar, hasta que la detuvo la voz de su padre.

  —¿Estás bien? —preguntó con un aire de preocupación. Los ojos de Verónica viajaron hasta el volante donde el hombre trazaba garabatos con sus dedos.

  —¿Por qué lo preguntas? —Alzó ambas cejas con curiosidad. La verdad era que no acostumbraba a escuchar aquella pregunta con un tono de interés real, sobre todo de parte de ellos. Realmente la había tomado por sorpresa.

  Su padre soltó una corta risa antes de relajar su mirada y desviarla hasta al frente. Sus ojos se perdieron en un par de casas más adelante.

  —Solo quiero saber cómo está mi hija... —suspiró—, escuchar sus sinceros sentimientos y que no piense que su respuesta podría decepcionarme.

  Verónica tragó con dificultad al escuchar las palabras de su padre y enseguida se removió en el asiento incómoda.

  —Si puedo controlarlo, no tengo que decirlo —dijo, asegurándose de sonar segura.

  El hombre apretó sus finos labios y bajó la mirada al escuchar aquellas palabras repitiéndose en su cabeza, pero con una voz aún más madura.

   —Suenas igual a tu madre —comentó y luego le quiso mostrar una sonrisa aunque falló en el intento y, en su lugar, formó una notoria mueca—. Vete. Me avisas si quieres que pase a buscarte luego. Y no lo olvides: hoy tenemos una cena importante con ellos y con las demás familias.

  Verónica se contuvo de hacer preguntas sobre el anuncio del que se la habían pasado hablando, prefería quedarse con la esperanza de que no fuese lo que con Christopher ya sospechaban. Al menos, no esperaba que fuera con tan poca antelación y menos sin decírselo a ella primero. ¿Cómo podrían hacerle aquello? Verónica le dio una última mirada a su padre antes de bajar del auto y no halló más que un vacío inexplicable en su rostro, dejándola sin respuesta alguna.

  Eran sus padres, pero no actuaban como tal. Eso le rompía el corazón a Verónica, aunque jamás pudo admitirlo.

  Verónica vio la patrulla de su padre irse y exhaló antes de voltearse hacia la casa de los Argent. Sus ojos ardieron por unos instantes, hasta que tragó el nudo grueso en su garganta y recuperó su postura, enderezándose. Si algo había aprendido con su madre, era a saber esconder sus emociones; era algo fácil de lograr cuando habían cosas más importantes por las cuales preocuparse.

  Caminó hasta el pórtico y subió las escaleras con desgano. El crujido de la madera debajo de sus pies le provocó un breve escalofrío que recorrió su espina dorsal hasta la nuca, erizando los vellos de su cuerpo. Nunca antes se había atrevido a llegar a casa de los Argent sin previo aviso, aunque tampoco era algo que le hubieran prohibido. Simplemente, lo consideraba de mal gusto y tampoco se había presentado una situación tan extraña como la que la llevó ahí en primer lugar.

  Antes de tocar la puerta, notó la luz de afuera encendida a pesar de ser plena mañana. Frunció el ceño cuando se percató del parpadeo constante de esta, perdiéndose en su brillo neutral por unos segundos. Logró reaccionar cuando escuchó un ruido dentro de la casa e hizo caso omiso a su paranoia, repitiéndose a si misma que comenzaba a comportarse de la misma forma que Christopher.

  La puerta se abrió justo en el momento en que sus nudillos posaron a centímetros de la madera. El rostro sonriente de Gerard apareció frente a sus ojos y, con el puño aún tendido en el aire, Verónica tragó con dificultad forzando una sonrisa de boca cerrada. Sintió que por un instante su garganta se había cerrado debido a los nervios que le generaba la presencia tan autoritaria del hombre. Su madre solía halagarle mucho eso, diciendo que era todo lo que alguien necesitaba para darse a respetar. A veces Verónica tenía la sospecha de que a su madre le gustaba más Gerard de lo que en realidad admitía. Hizo una mueca asqueada de solo pensarlo.

  —Qué sorpresa tenerte aquí, cariño. No esperaba tu visita; Christopher no ha comentado nada al respecto —expresó Gerard con confusión, aunque Verónica lo notó tranquilo de igual forma—. Ven, pasa. Le diré que has llegado.

  La rubia asintió y pasó por el lado del hombre hacia la casa. En pocos segundos, su cuerpo se sumergió en un ambiente cálido, haciendo que sus dedos entumecidos por el frío matutino comenzaran a moverse lentamente. Apenas había notado que el día era más frío de lo usual, cuando, al girarse al escuchar un leve chirrido, alcanzó a ver el cielo grisáceo frente a ella antes de que Gerard cerrara la puerta por completo. Entonces recordó que el otoño estaba a punto de empezar.

  —No le avisé que vendría —habló Verónica, al ver qué el hombre se dirigía hasta el pasillo oscuro. La chica sabía que el cuarto de Christopher estaba en el segundo piso, así que le resultó extraño que, en su lugar, fuera en dirección a las escaleras del sótano—. Solo quería platicar con él sobre algo...

  —No hay problema —dijo Gerard, haciendo un desdén con una de sus manos. Su saco negro se estiró levemente cuando éste se acomodó la bufanda con su mano libre—. Siempre eres bienvenida, Verónica.

  Esa extraña sensación se presentó de nuevo en su garganta. No le gustaba la forma en la que su nombre había sido pronunciado, no con su voz.

  Asintió en silencio y se quedó de pie mientras veia a Gerard perderse en la oscuridad de aquel pasillo. Le resultaba estúpido pensar en aquella similitud, pero no podía evitar compararlo con el pasillo de su propia casa. ¿Acaso Gerard hacia lo mismo con Christopher? ¿también lo castigaba de la misma forma en la que su madre lo hacía con ella? No quiso agobiarse con aquellas preguntas en un momento como aquel. Habían cosas más importantes por las cuales preocuparse, como el hecho de que estaba condenada a una vida miserable. ¿Así era cómo Peter lo había llamado? Se preguntó qué pensaría él sobre lo que estaba ocurriendo en su vida y también si la juzgaría en caso de saberlo todo sobre ella. Rápidamente agitó su cabeza quitando esas otras preguntas junto a un resoplido. Qué importaba lo que aquel chico pensara sobre su vida..., sobre ella. Después de todo, se intentó convencer de que, incluso afrontando una situación como aquella, aún era capaz de tomar las riendas de su destino. Debia ser así. Ella anhelaba que fuese así.

  Y ni Peter ni nadie podría juzgarla por aquellas decisiones que afrontaría.

  —¿Verónica, qué haces aquí? —la voz agitada de Christopher a su espalda, la hizo girar sobre sus talones. Cuando sus ojos lo encontraron, se quedó atónita ante su aspecto desalineado. No era nada común en él verse de aquella forma, siempre había sido alguien que se mantenía presentable—. Lamento la pinta que traigo, pero no esperaba que vinieras —excusó, peinando su melena rubia hacia atrás con una de sus manos.

  Verónica le dio una mirada fugaz a Gerard cuando este apoyó su pesada mano encima del hombro de su hijo y seguido le dio un corto apretón. Christopher tensó su cuerpo sin atreverse a mirarle, sabía que detrás de tanto silencio, había una clara advertencia.

  —No tardes demasiado, Christopher. Aún hay que preparar bastantes cosas antes de la cena —al terminar de decir aquello, el hombre le dio una mirada a Verónica antes de forzar una diminuta sonrisa—. Nos vemos.

  —Adiós —Verónica se animó a devolverle el saludo.

  Gerard subió las escaleras en silencio, mientras ellos intercambiaban miradas nerviosas. Christopher temía hablar más de lo que debía y Verónica no quería que sus preguntas llegaran a oídos del mayor. Cuando los pasos de Gerard se desvanecieron en el segundo piso, Verónica exhaló profundamente quitando una extraña e incómoda opresión en su pecho, dándose cuenta de que había estado conteniendo en aliento en presencia del hombre. La rubia no tardó en sentir que la calidez del ambiente de la casa, había desaparecido en cuestión de segundos. Acarició sus antebrazos con sus manos, pero no le dio demasiada importancia, aunque Christopher lo notó de igual manera.

  —Hemos estado teniendo problemas con la electricidad. La calefacción deja de funcionar por momentos, es una mierda —explicó, soltando una corta risa que a Verónica le pareció no tener ni una pizca de gracia. Christopher repitió la acción de acomodarse el cabello hacia atrás y, al igual que ella, se cruzó de brazos—. Perdón que no te invite a mi cuarto, pero es todo un desorden. Verás, me he levantado tarde y no he recogido la ropa sucia, bueno, tampoco es que te importe demasiado. Pero, bueno, me entiendes. Y-yo... lo siento. —suspiró y luego se pellizcó el puente de la nariz cuando se dio cuenta de que comenzaba a extenderse con las explicaciones, mostrando su comportamiento aún más extraño para Verónica—. Lo siento, viniste por algo. ¿Todo bien? ¿Sucede algo?

  Verónica abrió la boca para decir algo, pero, en su lugar, solo dejó escapar un sonido inseguro. Sabía que eso pasaría, que se trabaría y su mente quedaría en blanco, por eso, durante el camino, había estado pensando en sus preguntas y las había repetido al entrar a la casa. Sintió la mirada de Christopher encima suyo y tragó con dificultad. Se relamió los labios cuando los sintió secarse repentinamente, sabiendo que se debía a la ansiedad que le estaba causando la falta de respuestas.

  Dio un corto paso hacia él.

  —¿Está pasándote algo, Chris? —su pregunta salió en un susurro que su amigo apenas fue capaz de escuchar y lo tomó por sorpresa—. Sé que... Sé que lo del compromiso te tiene molesto, pero..., no lo sé, siento que algo más está atormentándote. —Se acercó aún más—. Sabes que yo sé cuándo mientes. Pero ni siquiera tendrías que intentarlo conmigo, yo puedo ayudarte. Soy tu mejor amiga después de todo, ¿cierto?

  El rubio pareció estar perdido en sus pensamientos, mientras las palabras de su amiga resonaban en su cabeza. Se sentía atosigado ante las preguntas de Verónica, sobre todo por su insistencia con el asunto. Pero no estaba molesto con ella; sin embargo, desde que su padre se había empecinado con aumentar la dificultad y horas de entrenamiento, su carácter se había vuelto irritable. Se convenció a si mismo de que se estaba comportando como un completo debilucho, ya que la exigencia de Gerard había comenzado hacia solo una semana, curiosamente, desde el día en qué Verónica cazó por primera y única vez.

  Christopher se encontró con la mirada ansiosa de su amiga y se relamió los labios antes de romper el contacto visual. Verónica esperaba que sucedieran miles de cosas: tal vez se animaría a contarle lo que ocurría, se desahogaría con ella o, por el contrario, se enfadaría y le pediría que se fuera. Pero para sorpresa de la misma, Christopher soltó una carcajada, y si eran por nervios, Verónica no lo notó.

  —¿Qué...? No lo entiendo. —La chica soltó lo que pareció ser más un bufido que una corta risa,  mientras lo observaba con el ceño fruncido—. ¿Qué es tan gracioso? ¿He dicho una broma y no me he dado cuenta? —inquirió con confusión.

  Christopher negó inmediatamente agitando sus manos en el aire. Calmó su ataque de risa y tomó ambas manos de Verónica entre las suyas.

  —Escucha, Vero —relajó las expresiones de su rostro y le regaló una diminuta sonrisa ladina—: estoy bien, ¿okay? Nada está mal conmigo, lo único que has estado notando en mí, es la falta de sueño. El insomnio me ha estado molestando, pero está bien, pronto estaré mejor.

  —Entonces, demuétralo, Chris, porque estás empeñado en actuar como si estuvieras a punto de implorar que te corten la garganta con una katana —Verónica se detuvo cuando se dio cuenta de la rudeza en el tono de sus palabras y, aunque Christopher también lo notó, decidió mantenerse en silencio y dejarla seguir—. Lo siento, no era mi intención sonar tan dura. Es solo que me preocupas y aún más el hecho de que me mientas. ¡Sabes que eres malo mintiendo, lo sabes! Y aún así insistes en hacerlo.

  La mandíbula de Christopher se tensó y frunció su ceño con la ira contenida. No quería mostrarse molesto con su mejor amiga, porque nunca antes se había enfrentado a algo similar. No sabía si era por la persistente voz de su padre que se entrometía en sus pensamientos, el agotamiento físico y mental del cual ya comenzaba a presentar síntomas o solo era la preocupación continua de Verónica, pero si sabía con exactitud que, cual fuese el motivo real, comenzaba a ponerlo de los nervios.

  —¡Estoy bien! —exclamó, extendiendo sus brazos para demostrar su perfecto estado, aunque solo se engañaba ante sus propios ojos—. Bien, perfectamente bien. Irás a tu casa y yo iré a mi cuarto, ambos nos prepararemos para la enorme e importante cena de esta noche y actuaremos como si no tuviésemos idea de lo que en realidad sucede. Cuando hagan el anuncio, tú llorarás de felicidad y yo no podré contener tanta emoción que tendré que abrazarte, ¿está bien? ¿Puedes hacerlo? Tenemos que hacerlo.

 —Solo deseo que mi mejor amigo siempre lo sea, de cualquier manera, pero que esté presente. No me importa cómo nos etiqueten, solo quiero asegurarme de que siempre seas tú —dijo Verónica, apuntándolo con su dedo—. Nos vemos esta noche.

  Christopher estuvo a punto de detener a su amiga cuando ella se dio la vuelta para irse, pero le faltó el valor necesario. Sabía que si la detenía, no tendría más que un pobre 'lo siento' que ofrecerle, y eso era lo último que Verónica quería escuchar.

  Cuando la puerta se cerró, la ira que Christopher estaba conteniendo al fin lo consumió; se inclinó para tomar el florero color esmeralda que estaba perfectamente acomodado en la mesa del salón y, con la mente nublada, el rubio lo lanzó contra una pared al tiempo en que soltaba un grito quebrado. La cerámica se hizo trizas con el repentino impacto y el menor no tardó en oír los pasos de su padre, quien bajaba de las escaleras con cuidado.

  —¿Por qué mejor no guardas esa rabia que sientes con lo que en verdad importa? —preguntó Gerard, deteniéndose al final de las escaleras, provocando un crujido en la madera bajo sus pies—. Usa la ira en él.

  Su hijo no respondió, ni siquiera lo miró a los ojos, solo se limitó a darle una última mirada a la puerta principal antes de girarse y caminar de forma decidida hasta el sótano, justo donde aquel chico se encontraba.

  Gerard lo siguió con los ojos encima, y una diminuta sonrisa se asomó en sus labios.

  [...]

  Peter Hale alzó la mirada unos segundos al divisar a su padre frente a él. El hombre entró a la sala caminando tranquilamente con las manos en los bolsillos y con sus ojos curiosos en el libro que sostenía su hijo. No preguntó nada y, en su lugar, avanzó hasta sentarse en el sofá de terciopelo verde oscuro que estaba enfrente.

  Los dedos de Peter recorrieron un camino absurdo por encima de las amarillentas páginas mientras leía con suma atención. Una pequeña sonrisa ladina se asomaba en sus labios de vez en cuando, y su padre no podía ignorar el aroma emocional que desprendía con cada página que pasaba. El hombre no pudo contener la curiosidad que se escapaba ansiosamente hasta sus dedos, donde comenzó a dar cortos golpecitos por encima del reposabrazos del sofá.

  —¿Es realmente una pregunta importante? —inquirió Peter al notar las intenciones de su padre.

  —Es una pregunta por pura curiosidad, en realidad —explicó antes de aclararse la garganta con una tos breve—. Me resulta extraño que antes insistías en que te leyera los libros y ahora..., parece que te resulta más interesante perderte entre las palabras dentro de tu cabeza.

  Peter detuvo su lectura y enarcó una de sus cejas. Tenía la sospecha de que su padre quería llegar a algo más interesante que solo su repentino cambio de hábito; pero no lo interrogó. En cambio, volvió la vista al libro y prosiguió con su lectura que lo mantenía cautivado, aunque de todos modos respondió.

  —Estoy intentando cosas nuevas.

  Su padre detuvo los golpecitos y lo observó detenidamente. Sus ojos, del mismo color que su hijo pero notoriamente más oscuros, recorrieron el rostro de Peter con atención; cada gesto, cada palabra inaudible que salía de su boca y cada movimiento de sus ojos indicaba que había más profundidad en su respuesta.

  El chico se mofó de lo que leyó y anotó algo entre las líneas con su bolígrafo negro.

  —¿"Cosas nuevas", eh? —el tono de voz del hombre sugería no estar del todo satisfecho con las palabras de su hijo—. Si hay algo que sé sobre ti, es que no siempre estás de acuerdo con los cambios. ¿Se puede saber a qué se debe esto? ¿Se trata de algo en especial..., o alguien?

  Peter detuvo su lectura una vez más y cerró el libro para luego apoyarlo en su regazo cuando su mirada se posó en su padre.

  —Tienes razón, padre, no me gustan los cambios —concordó Peter, acomodándose en el sofá más grande, del mismo color que el que ocupaba su padre—. Pero también sabes que me gustan los riesgos —concluyó con media sonrisa, tratando de evitar que el hombre resaltara ese motivo al cual le faltaba ponerle nombre.

  —¿Y leer supone un riesgo porque...? —lo alentó a continuar.

   Peter exhaló antes de soltar una carcajada.

  —¿Y a qué viene este interrogatorio? —inquirió—. Debo haberme perdido algo si piensas que leer se debe a algo...

  —O alguien —añadió el hombre con diversión al notar los nervios en los gestos de Peter—. Vamos, hijo, siempre has dejado claro que no te gusta leer tú mismo porque es mi voz la que te tranquiliza y te gusta escuchar. Y es la tuya la que no te genera nada.

  Peter tensó la mandíbula y mordió su labio inferior con fuerza. ¿Cómo podía su padre conocerlo tan bien? ¿Los hombres lobos adultos tenían alguna habilidad especial que les permitía descifrar los secretos de los demás? Pero eso era precisamente lo que Peter se negaba a aceptar; él no estaba ocultando nada. Absoluta e indiscutiblemente nada.

  Se enderezó en el sofá y sonrió ampliamente.

  —¿Sabías que podemos imitar voces en nuestra mente? —preguntó Peter, al ver que su padre negaba, continuó—: Pues, lo descubrí hace solo algunos días y ahora no es mi voz la que utilizo para leer.

  —¿Utilizas mi voz para narrar la historia? —preguntó curioso su padre.

  Peter se quedó en silencio al darse cuenta de algo. Su padre esperó una respuesta clara durante varios segundos, los cuales utilizó para leer el título del libro 'Orgullo y prejuicio'. Sin embargo, su hijo solo murmuró un "No, en realidad" y se puso de pie inmediatamente.

  —¿Qué sucede? —preguntó el hombre con preocupación—. ¿He dicho algo malo?

  —No, no, no —Peter negó rápidamente—. Recordé que tengo el partido esta noche, debo prepararme. —El chico se acercó a su padre, le dio un breve abrazo y luego se encaminó hacia la puerta del salón—. ¿Nos vemos allí?

  El hombre le dedicó una sonrisa cerrada antes de suspirar.

  —Allí nos veremos.

  Cuando Peter estaba a punto de cruzar el umbral de la puerta de la sala, la voz de su padre lo detuvo.

  —¿Ehm, Peter?

  —¿Sí? —el chico asomó la cabeza.

  —Estuvimos rastreando a Jacob estos días, su aroma desaparece en el bosque —informó, dándole una sonrisa reconfortante—. Lo encontraremos pronto, hijo. Me aseguraré de hablar con Gerard sobre esto. Si Jacob no hizo daño, no tendrían que haberle hecho nada.

  Peter trago con dificultad sintiéndose cada día más desilusionado y triste.
 
  —Estaré al pendiente también. —Asintió antes de retirarse.

  Mientras su padre escuchaba los pasos de su hijo desvanecerse por las escaleras, suspiró con agotamiento.

  Tal vez se estaba arriesgando demasiado.

 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top