07: Compromiso

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Aclaración: Sé que este capítulo puede resultar un tanto tedioso debido a la información que suelta, pero les prometo que es importante que lo lean y entiendan cómo es que funciona la cabeza de Verónica, porque es información que les servirá para más adelante. Entenderán sus acciones, su forma de ser tan cambiante, etc.







  —¿CREEN QUE SE HAYA ESCAPADO? —preguntó Oliver.

  —Jacob ha vivido toda su vida en este pueblo que tanto adora —Max gruñó cada palabra al subir el pórtico—, ¿a dónde escaparía alguien que no conoce otro lugar?

  Oliver se encogió de hombros al detenerse frente a la puerta principal.

  —Tal vez investigó —sugirió con simpleza—; existen los libros.

  Max resopló como si su amigo hubiera inventado la mejor broma de los últimos años.

  —Jacob y los libros no son compatibles —negó—. Él sí que no sabe que existen.

  Peter los escuchó parlotear durante todo el camino, armando miles de teorías sobre lo que pudo haberle pasado a Jacob, pero él no comentó nada en absoluto. De su mente aún no podía desprenderse de las palabras de su amigo Max. El solo hecho de imaginarse a Verónica cazando a alguno de sus amigos lo ponía de los nervios. La decepción golpeaba fuertemente su pecho por momentos, obligándolo a respirar con pesadez. No le gustaba sentirse de esa forma. No esperaba experimentarla tan pronto, aún más con alguien que apenas conocía.

  Sin embargo, cada vez que aquella desilusión cruzaba por su cabeza, se repetía constantemente que no era algo confirmado. Tampoco algo que tuviera que importarle más allá de lo que en verdad sucedía con su amigo.

  Peter tocó la puerta con sus nudillos varias veces, sin apartar la mirada de una de las casas del vecindario. Estaba aliviado de que los Argent hubieran bajado la guardia con la integración de los Cameron, así no molestarían a las familias que vivían en la misma zona que ellos, al menos no de forma constante.

  —Podría rugirles desde aquí, al menos tendrían una advertencia —siseó Max cerca de Peter, con sus ojos amarillos fijos en la casa Argent, aprovechando que Oliver estaba atando sus cordones—. Sería tan fácil.

  —Y sería tan estúpido —añadió Peter en un murmullo, devolviendo la mirada a su amigo—. Ellos podrían matarte desde ahí y tendríamos mucho más que solo una advertencia.

  Oliver se enderezó con el ceño fruncido.

  —¿De qué hablan ustedes? Odio cuando hacen eso —los apuntó con el dedo a ambos—. Apuesto a que no les gus...

  La puerta de la casa se abrió, atrayendo la atención del trío de amigos. Peter guardó sus manos heladas en los bolsillos de su abrigo negro, y sus amigos se miraron entre ellos al ver el pálido rostro y la apariencia desalineada de la mujer frente a ellos.

  Peter carraspeó.

  —Buenas tardes, señora Rydder —saludó él, dando un paso hacia adelante—. Lamentamos molestarla, pero estamos preocupados por Jacob.

  Max se adelantó, deteniéndose frente a él con semblante intranquilo y manos ansiosas.

  —No lo hemos visto en días, Mónica, y si se fue sin decírmelo antes, estaré molesto, pero al menos aliviado —expresó, suspirando al final—. Por favor, si ustedes...

  La mujer negó con la cabeza, interrumpiendo las palabras del menor. Ambos compartieron una mirada angustiante antes de perderse en la madera del suelo. El frío de la tarde hacía que las tablas bajo sus pies crujieran con más fuerza de lo habitual, así que fue evidente escuchar los pasos de alguien más subiendo las escaleras. Todos, incluida la mujer, fijaron su vista en el hombre detrás de ellos cuando se detuvo agitado. Los ojos azules de Peter recorrieron la vestimenta del hombre y supo enseguida que había estado en el bosque.

  —Oh, hola chicos —saludó el hombre intentando mostrarse animado, aunque su mirada delataba agotamiento y sufrimiento. Sus ojos marrones se detuvieron en el ojiazul — Peter, justo estaba por hablarle a tu padre. Con Mónica estábamos preocupados por Jacob, pero...

  —Temo decirle que estamos aquí por el mismo motivo, señor Rydder — interrumpió Peter cabizbajo—. No hemos... Bueno, Max no lo ha visto desde que fueron al bosque. ¿Sabe si ha tenido problemas con cazadores o...?

  El hombre y la mujer negaron de inmediato.

  —En absoluto —respondió él—. Incluso ha estado bajo nuestra vigilancia por haber reprobado varias materias, ese fue su único error. Cuando fue al bosque ni siquiera nos avisó personalmente, solo dejó una nota en el refrigerador... tal y como solía hacerlo. No se ha escapado, de eso estoy seguro.

  Peter asintió mientras avanzaba hacia el hombre. Apoyó su mano en el hombro de él y apretó con un poco de esfuerzo dándole consuelo. Le dedicó una sonrisa a medias antes de decir:

  —Lo encontraremos. Encontraré a Jacob —Y con aquella auténtica promesa, bajó del pórtico y se fue. Lo último que logró ver a lo lejos, fue a Verónica con un moño armado y un bolso negro, entrando a la casa de sus enemigos.

  Despegó la mirada de ella y se alejó por el lado contrario.

  Tal vez esa había sido una señal evidente de en lo que sus caminos se convertirían.

  [...]

  Verónica escuchaba la voz de su madre dentro de su cabeza mientras golpeaba con fuerza aquel saco de boxeo.

  Al principio, se sintió culpable por pensar en ella mientras entrenaba sus golpes; pero a medida que pasaban los minutos, comenzaba a sentirse mucho mejor. No tardó en darse cuenta de que de esa forma descargaba su enojo por completo. Descargaba esa ira que su madre solía provocar en ella, pero que, a la vez, no le gustaba admitir.

  Recordaba que desde pequeña su madre solía buscar cualquier excusa para que entrenara. Tenía nueve años, ¿pero había subido cinco kilos? Debía ejercitarse. Cuando cumplió quince, había terminado su entrenamiento veinte minutos antes de su horario establecido, ¿entonces, qué ocurrió?: Alice la tuvo en el sótano toda la madrugada.

  Aquellos recuerdos se penetraron en su memoria y resurgían junto al odio que estos mismos le provocaban.

  Uno..., dos..., tres..., cuatro golpes más y supo que sus manos no se recuperarían en días. Sus nudillos se encontraban de un rojo muy pigmentado, y no solo por las marcas que dejaron los impactos de golpes, sino que su piel se cortajeaba y comenzaba a sangrar cada vez más.

  Estaba completamente perdida.

  Su respiración se volvió más fuerte y más agitada mientras aumentaba el ritmo de sus golpes. Verónica sabía que su destreza para el ataque era inigualable, sobre todo porque la mayoría que intentaba enfrentarse a ella creían erróneamente que solo había entrenado para defenderse; era la razón por la que siempre ganaba una pelea. Claro que también consideraba una gran ventaja ser tan débil a la vista: todos juzgaban su apariencia y se lanzaban hacia ella como si fuese comida fresca. Verónica disfrutaba verles el rostro una vez que terminaba con todos ellos.

  Escuchó su propio grito áspero al salir de su garganta antes de dar un giro y patear el saco con fuerza. Esa fue su última descarga.

  El moño que se había hecho antes de entrenar ahora era un completo desastre; los mechones sueltos de su cabello se habían pegado en su rostro debido al sudor y su peinado estaba, básicamente, deshecho. Se pasó el brazo por encima de su frente para correrse el pelo que le molestaba y luego amagó con quitarse los vendajes de sus manos, hasta que enseguida recordó que no se las había puesto. A su madre le encantaba castigarla de esa forma, hasta que Verónica optó por usar ese castigo como ventaja; con los meses logró acostumbrarse al dolor, llegando a ser ciertamente tolerable.

  —Veo que has comenzado sin mí —una voz conocida a sus espaldas la hizo voltearse de inmediato, Verónica agitó su cabeza de un lado a otro. Christopher estaba de pie junto a la puerta, mientras se enrrollaba las vendas negras en sus manos. Frunció el ceño en cuanto notó la sangre en las de ella—. ¿Otra vez? A este paso solo vas a lograr que te quiebres algún día y las marcas serán permanentes.

  Verónica se abstuvo de rodar los ojos, pero en su lugar soltó un resoplido. Caminó hasta él y le dio un corto abrazo antes de ir hasta una mesa y tomar una toalla negra para limpiar la sangre de sus manos. Christopher no le quitó la mirada de encima al tiempo en que se preguntaba qué era lo que la tenía tan molesta. Podía deberse a varias cosas, Verónica tendía a frustrarse con facilidad; pero no, Christopher estaba seguro de que era algo más. Y tal vez, era la misma molestia que él sentía.

  —Si llegas tarde no puedo esperar por tí. Y sí, lo seguiré haciendo de esta forma —contestó ella, volviéndose hacia él—. Creí que si el entrenamiento era en tu casa, serías más puntual. ¿Por qué has tardado tanto?

  De repente, Christopher pareció quedarse sin palabras. Sus labios se abrieron cuando creyó encontrar la excusa perfecta, pero al instante los cerró, recordando que Verónica sabía cuando mentía. Bajó la mirada hasta sus manos, observándolas como si la tela que las rodeaba fuera interesante de algún modo, ella no tardó en darse cuenta que algo más estaba sucediendo. Era su mejor amigo y no necesitaba verle el rostro para saber que su silencio era una clara señal de que algo andaba mal.

  Ambos habían sido capaces de notar el malestar del otro en segundos.

  —¿Qué sucede? —preguntó Verónica, dando unos cortos pasos hacia él. Se detuvo cuando Christopher alzó la mirada y tragó grueso—. ¿Es algo malo? —quiso saber con un tono de voz casi inaudible.

  El rubio contuvo sus lágrimas sin poder correr su mirada de los ojos de ella. Era su mejor amiga, se suponía que debía ser fácil. Pero no lo era. Contarle aquello, suponía el fin de una amistad. No odiaba a su padre ¡Por supuesto que no! Odiaba que no lo escuchara, que no pidiera su opinión en cuanto a las decisiones de su propia vida. Odiaba que no fuera un padre.

  Abrió su boca y la cerró nuevamente, Verónica frunció el entrecejo y lo miró confundida; esperaba más que un simple suspiro.

  —Comienzas a asustarme, Christopher. No te quedes callado, dímelo, ¿qué pasó? —insistió su amiga, dando otro paso en su dirección.

  El chico se alejó y apretó sus manos detrás de su espalda.

  Él suspiró antes de armarse de valor y hablar, —Mi padre y yo tuvimos una charla. E-empezó a hablar de algo que me resultó confuso, pero a medida que se extendía la conversación me fui dando cuenta de lo que quería d-decirme. Lo siento... —susurró al aire y bajó la cabeza. Una de sus manos cubrió rápidamente sus ojos y Verónica se preocupó aún más en cuanto escuchó sollozar al chico—. Eres mi mejora amiga, Verónica, jamás fue mi intención que esto sucediera. Pero no puedo detenerlo... No puedo.

  Verónica lo entendió de inmediato. Las puntas de sus dedos se helaron en cuanto Christopher habló con la verdad. ¿En verdad estaba pasando para ella? ¿No había sido solo una conversación que había quedado perdida? ¿No había sido un sueño? No, estaba sucediendo. Su corazón se oprimía contra su pecho mientras que sus propios pensamientos se mezclaban con la voz de su amigo. Todo le resultaba tan irreal que por unos instantes tuvo que pellizcarse el brazo para tratar de mantenerse de pie. Christopher se percató de eso y de inmediato se acercó a ella para detenerla. Sus miradas se encontraron junto con los latidos desenfrenados de sus corazones.

  —No lo digas —detuvo Verónica, cuando notó la intención de Christopher de querer hablar—. Lo sé.

  El chico no se contuvo y la rodeó con sus brazos. Él sollozó por encima de la cabeza de Verónica haciéndola estremecer mientras Christopher le repetía sus lamentos sin detenerse. La chica se mantuvo en silencio durante aquellos largos minutos. Su mente divagó por recuerdos distintos a los que se enfrentó momentos antes, solo pudo sonreír cuando la imagen de su mejor amigo de unos once años apareció repentinamente frente a ella, mostrándole uno de los dientes que él mismo se había quitado, inflando su pecho con egocentrismo. Y Verónica, de niña, burlándose por su espacio notorio entre sus dientes.

  —Nosotros nos amamos —murmuró Verónica, sintiendo que su voz se despedazaba con cada esfuerzo—, aunque no de la forma que ellos quieren.

  —Pero nuestro amor sigue siendo más que suficiente —musitó él, convencido de sus palabras.

[...]

  Christopher se acarició la nuca después de sentarse en la cama de Verónica con cansancio. Notó que sus dedos tiritaban, y sintió que los músculos de su cuerpo estaban entumecidos tras cuatro horas de intenso entrenamiento.

  Y al igual que su mejor amiga, en cada golpe que Christopher daba, había una descarga de ira hacia su padre. Después de todo, en eso se habían convertido ambos amigos: personas conteniendo su propia rabia.

  Verónica se sentó a su lado, recostando la cabeza en el hueco entre su hombro y cabeza, dejando escapar un suspiro agotador, al tiempo en que su amigo se quejaba por el dolor.

  —Parecemos un par de novatos —bromeó ella, esforzándose por esbozar una sonrisa. Tampoco es que mintiera comentando aquello; Verónica y Christopher habían nacido con armas en sus manos. En cuanto dieron sus primeros pasos, sus padres ya les habían enseñado a defenderse. Ambos estaban más que preparados para las peores exigencias en sus entrenamientos, y tal vez, ese comenzaba a ser el problema.

  —No cabe duda de que entrenar de forma exigente todos los días nos está pasando factura —resopló, luego de pensar la broma de su amiga—. O tal vez es debido al entrenamiento que nos saltamos ayer por irnos de fiesta.

  —Bueno, al menos yo tengo a quién culpar en caso de que nuestros padres nos descubran —insinuó la rubia, lanzándole una mirada de reojo. Se corrió ligeramente cuando su amigo amagó con darle un suave golpe en el brazos.

  Ambos compartieron una sonrisa divertida antes de recostarse de espaldas sobre la cama. Christopher no luchó contra sus pensamientos y tomó la mano de Verónica luego de unos segundos; solo así parecía que los murmullos de su mente disminuían. Los ojos de la rubia se perdieron en el techo de su cuarto: era blanco, sin grietas, sin humedad, sin dibujos, sin nada; era el mero vacío de su existencia. Tal como ella se sentía en el mundo al que estaba obligada a permanecer, pero sin pertenecer. Perdida, sin rumbo, y con un destino que sus padres le habían estado forzando a que cumpliera. El sueño roto de ambos, unidos como piezas de un rompecabezas, donde al final no quedaba espacio para las decisiones que podría haber tomado en su propia vida. Verónica sabía que si se alejaba un poco, podría ver la imagen de un futuro prometedor, pero no sería el futuro que ella se habría prometido en algún punto de su niñez.

  Solo un futuro gris y desierto, eso era todo lo que veían sus ojos. Eso era todo lo que le esperaba.

  Recordó las palabras de Peter y las repitió en su cabeza sin parar, como si necesitara su voz para que fueran más claras y reales. Con el tiempo, se había visto obligada a aceptar que su propia voz carecía de verdad, por lo que siempre le había sido más fácil escuchar y hacer lo que otra persona pensaba que era correcto. Alice, su madre, tenía claro desde el principio cuál era su objetivo principal: Verónica debía convertirse en alguien fácil de manipular.

  Sin embargo, Alice se aseguró de que siempre fuera su voz la que tuviera más peso en la mente de su hija. De esta manera, Verónica jamás se volvería en su contra ni en contra de lo que ella consideraba sus "ideales". Verónica siempre se negó a aceptar esa realidad tan obvia, pero por eso mismo, ya no era capaz de distinguir entre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo erróneo.

  "Cumplen los sueños a través de un deseo estúpido de querer complacer a sus padres".

  Aquellas palabras susurrantes no tenían intenciones de dejar la mente de la chica, hasta que la voz de Christopher irrumpió en sus pensamientos luego de un carraspeo.

  —¿Este sábado iremos al partido de los Cyclones contra los de Devenford? Escuché que hubo una pelea física entre ellos cuando se cruzaron en el centro comercial de la ciudad —comentó su amigo con entusiasmo—. Ya quiero ver cómo les ha quedado el rostro a todos.

  Verónica enarcó una ceja y giró la cabeza hacia él. Su cabello desordenado, pero aplastado sobre la cama, parecía de un color plateado contra la luz de su lámpara. Los ojos de su amigo brillaron tenuemente al mirarla.

  —¿Crees que los Cyclones dejaron tan mal a los de Deven-loquesea? —inquirió ella con curiosidad.

  Christopher chistó como si hubiese escuchado una barbaridad.

  —¡Por favor, no! Quiero verles el rostro deformado a los Cyclones —aclaró—. La mayoría de ellos son unos egocéntricos.

  Verónica soltó una risa antes de reclinar su cuerpo sobre la cama y girarse en dirección a Christopher. Luego enarcó una ceja mientras formaba una mueca ladina en su boca. No quería que su próxima pregunta sonara de forma en la que su amigo pudiera malinterpretar su intención al solo hecho de ser algo curiosa. Lo que resultaba ser hasta contradictorio viniendo de ella, quien encontraba 'la curiosidad' como un instinto débil que podía atraer problemas tarde o temprano.

  —Y ¿con 'la mayoría' te refieres a Peter Hale?

  Él volteó a verla.

  —Y a su dúo de idiotas —agregó, posicionándose de la misma manera que su amiga—. Aléjate de Jacob y Max, ambos son hombres lobos también.

  La chica asintió, cuestionándose si los chicos con los que lo había visto a Peter conversando en clases ese mismo día, eran a los que su amigo se refería.

  —Me temo que no tengo idea de quiénes son ellos... —al notar la súplica en los ojos de Christopher, Verónica posó una de sus manos encima de las de él y suspiró—, pero en cuanto lo sepa, me mantendré lejos —le aseguró, con una tranquilizadora sonrisa en su rostro.

  Christopher asintió de a poco, mientras bajaba la mirada hasta sus manos que aún se mantenían juntas.

  —Tengo curiosidad, Vero —soltó el rubio repentinamente, llamando la atencion inmediata de su amiga—. ¿Cómo era Peter?

  Verónica le dio una mirada llena de diversión mientras escaneaba con atención cada una de las facciones en el rostro su amigo.

  —Bueno, Peter es muy atractivo —habló ella a modo de broma.

   Christopher no se molestó en ocultar el disgusto en su mirada.

  —¿Atractivo? —cuestionó transformando su seriedad en pura diversión—. Es Peter Hale, Verónica, no puedes estar hablando en serio. Tu madre te mataría si se enterara de lo que acabas de decir —añadió—. Además, solo quise preguntar cómo se comportó contigo; no creo que el tema de conversación que tuvieron al recorrer la escuela fuera sobre la rivalidad entre licántropos y cazadores.

  La rubia volteó los ojos enseguida. Claro que su amigo tenía razón en lo que decía, pero para ella había sido solo una broma. Por supuesto que no hablaba en serio, se convenció a si misma.

  Verónica rió por lo bajo antes de morderse el labio inferior y luego guardar silencio.

  —Estoy de broma —le aclaró y enseguida notó que el cuerpo de Christopher se relajó—. De hecho, te sorprenderá saber que fue bastante amable conmigo. Vamos, se ha tomado en serio el papel de caballero —bromeó, pero al darse cuenta de que Christopher no lo entendería, se aclaró la garganta. Luego se encogió de hombros restándole importancia a sus propias palabras—. Quiero decir, ha sido gentil, eso es todo.

  Él alzó sus cejas.

  —¿"Gentil"? Bueno..., sí, estoy sorprendido si me lo preguntas.

  Verónica ladeó la cabeza y resopló.

  —Lo he predicho, no preguntado —le recordó—. Pero sí, ha sido bueno.

  —Y espero que siga así, porque de lo contrario..., bueno, ya sabes lo que pienso.

  Verónica le propinó un suave golpe en el hombro mientras ambos reían divertidos.

  —¡Deja de comportarte como un molesto hermano mayor! —se quejó ella entre risas—. Ahora, gracias por traerme a mi casa, pero es momento de que te vayas. Quiero descansar y tú también deberías hacerlo.

  Christopher se inclinó hacia ella y le dejó un corto, pero dulce beso en la mejilla. Luego se alejó un poco y ambos compartieron una mirada con un destello de tristeza.

  —Todo estará bien —le hizo saber él con un murmullo—. Todo.

  —Lo sé. —Verónica le acarició la barbilla y sonrió dulcemente—. Estaré contigo.

 


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