06: Toque eléctrico

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  CHRISTOPHER ABRIÓ SU CASILLERO Y ACOMODÓ sus libros con parsimonia; su cuerpo aún clamaba por horas extras de descanso. La noche anterior no había bebido demasiado, pero tampoco acostumbraba a hacerlo con regularidad, así que, en cuanto apoyó su cabeza en la almohada, la resaca lo atacó como si alguien le hubiese clavado un cuchillo en la sien.

  Para su suerte, la necesidad de devolver todo lo que había comido no llego sino hasta la mañana siguiente. Se cepilló los dientes tres veces antes de apresurarse a salir para la escuela.

  —¿Entonces, Peter y tú terminaran el recorrido hoy? —preguntó sin querer parecer demasiado interesado.

  Verónica ojeaba con atención su cuaderno, buscando los horarios que estaba segura había guardado entre las hojas del mismo. Inhaló profundamente, intentando mantener la calma, cuando una de las páginas se rompió al correrla con rudeza. Sentía que comenzaba a perder el control de su cuerpo y odiaba aquella sensación, era otra raíz que crecía de su debilidad. No podía permitirse sentir de aquella forma, porque si ella lo dejaba entrar, no tardarían en notarlo los demás.

  Cerró sus ojos por unos breves segundos, recordando lo que su madre solía decirle desde niña: "Nunca permitas que te vean sangrar y si lo hacen, finge que es de alguien más". 

  —Se supone, sí —respondió Verónica alzando la mirada hasta él, dándose por vencida con la búsqueda de sus horarios de clase—. Pero me aseguraré de que sea lo más rápido posible, si eso te deja tranquilo. No quiero tener problemas. Esta mañana, durante el desayuno, mi madre no dejaba de hablar sobre la familia Hale y la importancia de que el legado Argent siga permaneciendo durante los años, pero mis ojos luchaban por no cerrarse. Con mi padre estábamos a segundos de dormirnos cuando llegaste por mí.

  Christopher arqueó la comisura de sus labios con diversión al escucharla, pero la sonrisa le duró poco cuando alguien más cerró su casillero a unos metros de ellos. Peter parecía estar sonriéndole de lado, como si supiera que su sola presencia lo ponía de nervios al rubio. Christopher le dio una advertencia con los ojos y volvió la vista a Verónica, notando que parecía estar perdida en sus propios pensamientos, con la mirada clavada en el suelo.

  —¿Sucede algo? —preguntó Christopher, cerrando el casillero luego de guardar los libros en su mochila.

  La rubia alzó su mirada nuevamente y clavó sus ojos café en los de él. Negó en cuanto reaccionó y, al igual que su amigo, guardó el cuaderno dentro de su bolso justo cuando el timbre de inicio de clases sonó.  

  —¿Sabes dónde queda la clase de historia?

  Christopher rodó los ojos e hizo seña con su mano para que lo siguiera.

  [...]

  Verónica suspiró cuando al fin se sentó en uno de los últimos pupitres, luego de caminar por casi toda la escuela. El salón parecía estar a punto de estallar por todas las voces que retumbaban, pero Verónica no le tomó importancia y se mantuvo en silencio mientras buscaba su libro de la segunda guerra mundial. No le causaba ninguna gracia que su primera clase fuese de Historia; odiaba esa materia. Era importante, pero le resultaba aburrida de todos modos.

  Una profesora de unos cincuenta años, entró al salón vistiendo una blusa blanca con estampados de pequeñas margaritas y una falda negra que le llegaba por debajo de las rodillas. Su portafolio, que sostenía en su mano izquierda, se balanceaba junto a su pierna derecha y su mirada parecía tener el poder de sosegar toda la clase en segundos. 

  Todos guardaron silencio cuando la mujer dejó su portafolio en el suelo junto al escritorio y se apoyó en el mismo cruzándose de brazos. Sus ojos recorrieron todo el salón con atención y se detuvieron en Verónica durante unos segundos, escaneándola con curiosidad. La chica se removió en su asiento con timidez al percatarse de ello. Cuando la profesora dio los buenos días dando inicio a su clase, la rubia agradeció en voz baja de que no la obligara a presentarse. Notó el temblor de sus manos y no pudo evitar llevarse una cerca de la boca, donde enseguida comenzó a masticar la uña del dedo grande.

  Se obligó a tranquilizarse y a prestar atención a la clase.

  A los minutos de que su profesora comenzara dando una breve introducción de su materia, todos voltearon al escuchar unos golpecitos en la puerta. Verónica no alzó la mirada de su cuaderno hasta que escuchó una voz masculina conocida; Peter le explicaba con rapidez la razón de su tardanza a la profesora mientras entraba al salón.

  —Creí que tenía entrenamiento, Hale —comentó la mujer, siguiéndolo con su ceja arqueada y una mirada confundida—. El profesor...
 
  —Sí, sí, todos están entrenando. Lo que pasa es que el director me ha pedido un favor, es todo —explicó Peter.

  Verónica frunció el ceño, cuestionándose si ella era el "favor" al que él se refería. Enseguida negó. No era algo que le importara saber, según sus propios pensamientos.

  Cuando Peter encontró su mirada, la tensión de su rostro pareció disiparse de inmediato, sintiéndose aliviado de entrar en la clase correcta. Sostuvo su mirada mientras saludaba a un par de amigos con un apretón de manos y luego se sentó detrás de uno de ellos cuando la profesora pidió silencio.

  Verónica apartó la mirada, rompiendo el contacto visual de ambos, y se centró de nuevo en su cuaderno, aunque sus ojos vagaban entre las páginas y sus manos aún temblorosas.

  Peter comenzó a sacar sus cosas de la mochila, pero se detuvo en cuanto uno de sus amigos, que estaba sentado frente a él, se volteó en su dirección.

  —Es hermosa, ¿verdad? —preguntó Max, refiriéndose a Verónica, y alzó ambas cejas—. Es muy delgada, pero tiene lo suyo.

  —Que no te engañe su apariencia débil —advirtió Peter con una sonrisa ladina—. Ha sido la culpable de que terminara en la piscina ayer.

  —¿Ella es el "favor" del director? —inquirió Oliver, otro de sus amigos que estaba a un lado de ellos.

  Peter asintió en respuesta y seguido mordió la punta de su bolígrafo.
 
  —Me encargo de darle el recorrido por la preparatoria. Hoy tengo que mostrarle las canchas y creo que me he olvidado del teatro, tal vez le guste —explicó, dándole un vistazo—. Aunque no puedo estar muy cerca de ella.

  —¿Y eso?

  Su amigo frente a él, Max, sabía la respuesta, era un hombre lobo también, pero el que estaba a su lado, Oliver, aún vivía en la ignorancia de aquel pueblo. El moreno lo miraba intrigado, mientras que el rubio, optó por prestarle atención a la clase, ignorando aquel tema de conversación.

  Peter decidió ocultar parte de la verdad en su respuesta.

  —Su mejor amigo, Christopher Argent —mencionó, volviendo la vista al frente.

  El moreno lo entendió inmediatamente, recordando la rivalidad de ambos.

  —¿Y desde cuándo respetas los límites de él? —le cuestionó el moreno, decidiendo volver su atención a sus deberes.

  Peter no lo dijo, pero lo pensó: «Desde que se atraviesa nuestra naturaleza».

  Max, frente a ellos, levantó la cabeza pareciendo recordar algo, pero antes de comentarlo, su mirada escaneó todo el salón en segundos. Peter enarcó una ceja con curiosidad, mientras su mano movía el bolígrafo por encima de la hoja, haciendo solo garabatos.

  —¿A quién buscas, Max? —preguntó.

  Su amigo lo miró y fue entonces cuando Peter, finalmente, se percató de la preocupación en su rostro; sus ojos carecían del típico brillo burlón que solía tener y su labio inferior mostraba ligeros rastros de sangre seca debido a cortes provocados por sus dientes que sanaban rápidamente.

  —Jacob tampoco ha venido hoy —le informó con angustia, y luego desvió la mirada a Verónica, quien parecía estar distraída en la ventana a su lado—. Ojalá solo sea una coincidencia.

  —¿A qué te refieres? ¿Cuando fue la última vez que lo viste? —indagó Peter.

  —Hace tres días, en el bosque —respondió—. Y piénsalo, ella llega y él no vuelve. Es mi mejor amigo, Peter, juro que si ellos...

  —Hoy iremos a su casa, Max—interrumpió él—, veremos si sus padres saben algo. No saquemos conclusiones apresuradas.

  —Como ya dije —suspiró el chico, acomodándose de nuevo en su asiento—: espero que solo sea una coincidencia.

  Peter no dijo nada, solo se limitó a darle una mirada a Verónica por encima de su hombro y rogó, para sus adentros, que ella no tuviera nada que ver.

  [...]

  Verónica arrastró la silla hacia atrás y tomó asiento en una de las mesas de la biblioteca. No hizo demasiado ruido, pero, de igual forma, se disculpó en un susurro con los estudiantes que estaban cerca suyo. Algunos le sonrieron con simpatía y otros simplemente la ignoraron, pero la rubia estaba demasiado pensativa como para que le importara.

  Se acomodó en su lugar y sacó un libro de su bolso. Cuando estaba a punto de abrirlo, se dio cuenta de que las mangas de su camiseta se habían apartado un poco de sus brazos, dejando a la vista unas marcas ligeramente moradas alrededor de sus muñecas. Verónica se quedó observándolas con una leve respiración, casi parecía que la mano de alguien apretaba su corazón con fuerza haciendo que sus latidos retumbaran en su garganta; tuvo la sensación de que la vena de su frente palpitaba a causa del escaso aire que llegaba a sus pulmones.

  —¿Verónica?

  La chica pareció volver a la realidad como si un mar helado cayera encima de ella y la obligara a despertar de pensamientos convertidos en pesadillas. En cuanto levantó la cabeza y se encontró con la mirada y el rostro contraído en confusión de Peter, reaccionó con rapidez bajando la tela de sus mangas para cubrir nuevamente sus marcas. Se aclaró la garganta como si hubiese dicho algo malo y Peter se dio cuenta de lo desorientada que se encontraba. Tuvo intenciones de apoyar su mano en uno de los hombros de la chica para tranquilizarla, pero antes de lograrlo, ella se corrió. Peter entendió que no era lo que quería y enseguida se apartó para tomar asiento a un lado de ella.

  A diferencia de Verónica, Peter arrastró la silla sin importarle la paz de los que leían en silencio. Tampoco se disculpó cuando varios chitaron.

  Peter giró su cuerpo hacia ella y enarcó una de sus cejas al ver un libro entre sus manos.

  —¿Otro más? —inquirió, mientras una diminuta sonrisa comenzaba a formarse en sus labios—, al parecer ya terminaste de leer aquel libro tan romántico y perfecto —era evidente la burla en el tono de su voz.

  Verónica le echó una mirada de poco amigo, pero no pudo evitar sonreír. Se sentía aliviada de que no preguntara nada y, por el contrario, decidiera hablar de algo más.

  —¿Cómo puedes actuar con normalidad luego de arruinarme el libro contándome el final?

  Peter se inclinó cerca de ella, susurrando con complicidad, —Solo quería compartir la tragedia de Romeo y Julieta contigo, Verónica, así te evitas decepciones. Debes agradecerme; no veo rastros de lágrimas en tus ojos.

  Ella rió suavemente, cubriendo el título del libro con sus manos.

  —Gracias por evitar mi llanto, pero esta vez, intentaré mantener el final de este libro intacto.

  Peter rodó los ojos con diversión, luego volvió a ponerse de pie cuando notó que Verónica tenía intenciones de comenzar a leer. La chica entrecerró sus ojos con curiosidad cuando él estiró su brazo hacia ella tendiéndole la mano.

  —Tenemos un recorrido pendiente. —Ladeó su cabeza cuando ella no respondió—. Vamos, la mano de tu Romeo comienza a cansarse.

  Verónica estiró sus labios aún más, y sin perder tiempo, alzó su mano y tomó la de él. Mientras la ayudaba a levantarse con la fuerza de su brazo, Peter sintió un bombeo intenso proveniente de su corazón y un cosquilleo, curiosamente agradable, lo recorrió de las puntas de sus dedos hasta su pecho, como si de algún modo, ella le hubiese dado una descarga eléctrica.

  Cuando Verónica se enderezó, sus manos parecían haberse entrelazado aún más, mientras que sus ojos se centraron en algo más que en el color de los del otro; comenzaban a conectarse de formas que les hubiese resultado inimaginables solo unos pocos años atrás.

  —¿Lista? —quiso saber Peter.

  —Lista —respondió Verónica.

  [...]

  El recorrido había resultado divertido para ambos; Peter bromeaba de vez en cuando con que Christopher merodeaba debajo de las gradas para asegurarse de que no lastimara a Verónica, y ella le decía entre risas que él mismo tendría que temer por su integridad física.

  —Me sorprende que siendo una cazadora no hayas considerado hacer algún deporte —comentó Peter, volteando a verla mientras caminaban por el campo de Lacrosse—, quiero decir, ¿nada te llama la atención?

  Verónica chistó en negación moviendo la cabeza de un lado a otro.

  —¿Te sorprenderías si te dijera que mi sueño es ser veterinaria?

  Los ojos de Peter demostraron a la perfección su repentina sorpresa. Detuvo su caminata justo cuando llegaron al final de un lado de las gradas. Verónica sintió que su rostro ardía mientras él no le quitaba la mirada de encima.

  —¿Has dicho "veterinaria"? —cuestionó asombrado. Cuando Verónica asintió cabizbaja, él resopló asumiendo sus palabras—. Wow..., yo..., bueno, no me lo esperaba. Es...

  —¿Contradictorio? —sugirió Verónica y enseguida suspiró—. Lo sé, no tienes ni que decirlo. Mamá lo llamó algo ridículo, supongo que tuvo razón después de todo. Tengo que seguir lo que ellos creen correcto porque son mi familia; "la sangre es más espesa que el agua", me dijeron.

  —Pero el agua limpia la sangre —habló Peter—. Mira, las personas llaman ridículo todo lo que creen que no eres capaz de lograr, pero si les demuestras lo contrario, algún día lo necesitarán. Además, ¿no te daría gusto que se retorcieran en su miseria?

  Verónica le dio un pequeño golpe en el hombro de forma juguetona y soltó una pequeña risa.

  —¿Y habías dicho que no eras rencoroso?

  Peter alzó y bajó sus cejas con diversión.

  —Tengo mis momentos —admitió y luego hizo un ademán con sus manos para que empezaran a caminar nuevamente—. Solo te diré que aquellos que persiguen los sueños de sus padres terminan viviendo una vida de insatisfacción, incluso cuando logran demasiado. La razón es simple: no son sus propios sueños, sino los de otros, cumplidos a través de un deseo estúpido de querer complacer a sus padres.

  Verónica analizó las palabras dentro de su cabeza mientras miraba sus pies arrastrarse sobre el césped. Peter se percató de su repentino silencio, pero decidió no hablar de más.

  —'Orgullo y prejuicio' —susurró Verónica luego de un largo silencio.

  Peter la observó curioso, —¿Cómo?

  Ella alzó la mirada y sonrió.

  —Ese es el libro que estoy leyendo.

  Sus labios temblaron y Peter mordió inconscientemente su labio inferior, Verónica clavó sus ojos en ellos.

  —¿Qué te asegura que no voy a contarte el final? —indagó.

  —Si conocieras el libro, habrías sabido cuál era el título con solo ver el diseño de la portada —comentó. Caminó hasta la puerta principal de la preparatoria y la abrió—. Después de tí.

  Peter no pudo seguir conteniéndose, así que soltó una risa mientras pasaba junto a ella.

  —Gracias —susurró cerca de su rostro, antes de entrar.

 

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