03: Los Hale

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  —¡PETER HALE! —EXCLAMÓ ALICE, LA MADRE DE Verónica, con una mirada exasperada. Recorrió la mitad de la sala con sus manos pegadas a los lados de su rostro, mientras murmuraba cosas que su hija no alcanzaba a escuchar—. Peter Hale —repitió—. ¡Con uno de los malditos Hale, Verónica! ¡¿Qué sucede contigo?!

  Cuando Christopher sacó a Verónica de la piscina, la chica sentía la tensión palpable en el aire. Peter no dijo una sola palabra luego de que llegara su mejor amigo, y Christopher solo pudo lanzarle un par de advertencias mientras era jalado del brazo por Verónica. La chica alcanzó a darle una mirada al ojiazul, sintiéndose apenada, pero al mismo tiempo confundida. Peter mantuvo la seriedad en lo que los veía salir, pero cuando al fin desaparecieron de su vista por la puerta, sus labios se curvaron levemente. Bajó la mirada hasta sus pies y corrió uno de ellos, dejando a la vista el libro de "Romeo y Julieta", con algunas arrugas y escasas manchas de agua.
 
  Verónica ni siquiera lo notó.

  Cuando Christopher la llevó hasta su casa en su auto, ella apenas fue capaz de preguntar quién era él. Su amigo sintió que era parte de su tarea como futuro cazador profesional, decirles lo que había ocurrido a sus padres. En su mente resonaban las mismas palabras: "Estás cuidándola. Es tu mejor amiga". Verónica tampoco se sintió traicionada por ello, sino que por el contrario, estaba realmente avergonzada por no haberse dado cuenta con anterioridad.

  Había cometido un error y Verónica sabía, mejor que nadie, que tenía que pagar por ello.

  —No sabía quién era él —murmuró, jugueteando con sus dedos en su regazo. No quiso mirar a su madre; le temia demasiado. Siempre deseaba que fuera su padre el que tuviera que regañarla, con él las cosas eran diferentes—. El director mencionó su nombre, y... y me resultó familiar, pero...

  —¡Ni lo digas! —interrumpió Alice, volteando hacia su hija abruptamente. Verónica alzó la mirada solo para encontrarse con los ojos furiosos de su madre, clavados en ella—. Ni se te ocurra juntar la palabra "familiar" con aquel apellido nefasto, ¡por dios! Tienes suerte de que tu padre no esté aquí... como siempre.

  «Ojalá lo estuviera —pensó Verónica, bajando la mirada de nuevo hasta sus manos—. Ojalá».

  La mujer se acercó de forma inmediata a Verónica y la tomó de uno de sus brazos con fuerza. La chica sabía que por su piel tan blanca y delicada, no tardaría en dejarle marca y, aunque su madre también era consciente de ello, parecía no importarle en lo absoluto. Verónica gimoteó cuando su madre la arrastró por el oscuro pasillo de su casa, en su mirada logró reflejarse el temor de llegar a la puerta negra al final.

  —¡Realmente lo siento, madre! —repitió Verónica varias veces, mientras forsejeaba—. ¡No fue culpa mía!

  Alice se detuvo de forma abrupta y volteó a ver a su hija.

  —De haber prestado atención en todas las reuniones de cazadores, habrías sabido quien era ese... —La mujer frunció los labios con frustración—. Esa cosa. Ahora, ve al sótano y haz lo que debes hacer. Es como siempre te digo: Si no sangras...

  —... No fue suficiente —finalizó Verónica y, al alzar la mirada temerosa hasta su madre, se sorprendió al encontrar más serenidad en su expresión. Por varios segundos creyó que Alice no la obligaría a entrenar de esa forma y había entrado en razón, pero al ver que la mirada de la mujer se encontraba puesta detrás de ella, sus esperanzas decayeron nuevamente—. ¿Mamá?

  —¡Cariño! —pronunció la mujer con una enorme sonrisa falsa. Pasó por al lado de su hija y caminó de forma rápida hasta su esposo—. Creí que no llegarías hasta las cinco.

  Daniel, el padre de Verónica, se quitó el sombrero de Sheriff y lo dejó encima de la pequeña mesa junto a la entrada. Le dedicó una sonrisa a su hija hasta que notó el estado en el que estaba.

  —¿Todo bien? ¿Por qué luces tan asustada, Vero? —La voz de su padre logró que su corazón comenzara a latir con normalidad. No conocía la razón de la tranquilidad que Daniel lograba en ella, pero lo agradecía internamente cada vez que su madre lograba alterarla—. ¿Verónica?

  La chica agitó su cabeza intentando desprenderse de aquellos pensamientos. Cada vez que pensaba de esa forma sobre su familia, se reprochaba asi misma. Sentía que no era lo correcto, incluso si lo que pensaba era completamente cierto.

  —Sí, sí, no te preocupes. —Verónica luchó por evitar la mirada intensa de su madre—. Iré a mi cuarto a ducharme y a las cinco Chris pasará por mí. Hemos quedado para entrenar.

  Verónica notó de reojo como su padre fruncía el entrecejo.

  —¿No crees que deberías dejarlo para mañana? Hoy fue tu primer día en la preparatoria de Beacon Hills, tendrías que disfrutarlo un poco.

  Alice acarició el puente de su nariz con los dedos, sintiendo que las palabras de su esposo picaban en su mente.

  —No concuerdo en lo absoluto, cariño. Ahora más que nunca, y tú mejor que nadie, sabes que debería esforzarse el triple de lo que lo hacía antes. Ya pasamos la etapa de solo entrenamiento; ahora, Verónica debe salir a cazar con nosotros, lo cual no sucederá si no convence a Gerard de que es capaz.

  —Bueno, es cierto, pero...

  —¡Claro que es cierto! —exclamó la mujer, señalando con una mano a su hija—. Por favor, haz lo que tengas que hacer y te llamaré cuando Chris toque la puerta.

  Tanto el hombre como la chica quedaron en silencio ante las órdenes de la mujer. Verónica mordió una de sus uñas mientras terminaba de subir las escaleras con nerviosismo.

  Al llegar a su cuarto, Verónica aseguró la puerta detrás de ella y caminó hasta encerrarse en el baño. No tardó más de dos minutos antes de quitarse toda la ropa y entrar en la ducha.

  Verónica giró la llave, y el agua caliente comenzó a caer en cascada, rodeando su piel con una caricia tibia y reconfortante. El vapor llenó la pequeña habitación, empañando el espejo y la ventana a su lado.

  La realidad de su vida se reflejó en el espejo del tocador frente a ella. Observó un par de hematomas recientes en su pálida piel, un púrpura oscuro que se desvanecía en amarillo, recuerdos de los entrenamientos de las últimas semanas. Desde la ducha, podía ver cicatrices, unas delgadas y otras más gruesas, algunas más blancas que otras, vívidos recordatorios de que no debía tener compasión por los hombres lobo ni por las criaturas que cazaba.

  Para Verónica, su cuerpo estaba lleno de marcas que se impregnaban en su alma, un eterno recordatorio del destino de su vida marcada desde su nacimiento.

  Mientras acariciaba su piel, su mente buscó un pensamiento más agradable en el cual sumergirse de forma involuntaria. Cuando menos se dio cuenta, un par de ojos celestes la invadió por completo extremeciendo cada parte de su desnudo cuerpo. Se sintió plenamente estúpida por pensar en Peter, cuando su problema reciente había sido por causa de él. Pero no pudo evitarlo, incluso intentando apartar aquella imagen de su rostro, parecía ser una tarea imposible.

  «Lo he visto una vez —se mentalizó—. Una vez. Y es un maldito lobo».

  Ugh. Como odiaba aquella forma de expresarse, podía sentir a su madre dentro de su cabeza aplaudiendola por eso.

  [...]

  —Creí... Estoy segura de que esta no es tu casa, Chris —señaló Verónica, escudriñando el lugar con la mirada.

  —Pues te mentí, no vamos a entrenar. —El rubio le dedicó una sonrisa amplia mientras agitaba los brazos intentando animarla—. Sé que te cuesta un infierno mentirle a tu madre, así que primero debía mentirte a ti.

  Verónica echó un vistazo a su alrededor con el ceño fruncido; árboles, arbustos, tierra. Sin duda, no tenía ni idea de qué era lo que estaban haciendo junto a la reserva. Observó a su mejor amigo con una ceja arqueada y los brazos cruzados sobre su pecho.

  —Bien, pero sé que no vienes a matarme, así que, ¿por qué estamos aquí? —cuestionó ella.

  —Han organizado una fiesta de bienvenida, como cada año. —Juntó las palmas de sus manos con fuerza—. Pero esta vez es diferente, solo estarán los de último año.

  —¡No! —Verónica sacudió la cabeza de un lado a otro en señal de negación—. Sabes cuánto odio las fiestas, Chris. Bueno, no las odio, pero...

  —Sé que te pone ansiosa este tipo de cosas, y lo entiendo, pero prometo no alejarme de ti. Te traigo aquí solo para que te diviertas un poco, tú mejor que nadie sabe cuánto has estado esforzándote los últimos meses con el entrenamiento.

  —No lo suficiente —murmuró la rubia, sintiéndose algo avergonzada por las palabras anteriores de su madre.

  Christopher se acercó a su mejor amiga y tomó sus manos mientras la guiaba entre los árboles.

  —Por lo menos pruébalo —insistió—. Si comienzas a sentirte mal, nos iremos sin que tengas que repetirlo.

  Verónica rodó los ojos.

  —Está bien.

  Ambos caminaron de la mano adentrándose en el medio del bosque, mientras Christopher le repetía varias veces que no debía alejarse de él en ningún momento. Le recordó de forma inmediata que muy cerca de donde ellos estarían, vivían los Hale y que era más que seguro que Peter estuviera en la fiesta también: "—Es uno de los chicos más populares, y por lo tanto, con el que todos y todas quieren... Bueno, ya sabes". Verónica casi se ahogó con su propia saliva al escuchar las palabras de su mejor amigo. Solo asintió antes de empezar a escuchar risas y gritos de diversión a unos pocos metros de ellos.

  —¿Qué tipo de fiesta es?

  —Bueno... —Christopher resopló—, del tipo en el que no queremos que la policía nos atrape.

  Cuando al fin llegaron junto los demás, Verónica tragó con dificultad sintiendo como una nudo tenso comenzaba a formarse en su estómago. No le gustaba sentirse de esa forma, si su madre hubiese estado ahí, junto a ella, la habría llamado débil sin dudarlo ni un segundo. Y Verónica estaba segura de que no se habría equivocado en lo absoluto.

  El rostro de ambos amigos se iluminaron con la enorme fogata que había frente a ellos. Varias miradas cayeron encima de ellos de forma inmediata, pero cuando Verónica sintió que estaba a punto de vomitar, todos voltearon de nuevo para seguir conversando entre sí. Lo agradeció internamente.

  —Bien, iré a buscar bebidas. —Chris estuvo a punto de irse, pero se detuvo al sentir el fuerte agarre de la chica en mano. Verónica no lo miró, pero él notó lo tenso que se encontraba su cuerpo. También sostuvo su mano y la obligó a mirarlo—. Está bien, ven conmigo, no te preocupes.

  —Estoy a punto de morir —susurró la rubia, sintiendo que su voz se ahogaba por encima de la música—. Lo juro.

  —Deja de exagerar, Verónica, no te pasará nada.

  —Emm sí, si que puede pasarme algo. ¿Sabes que tengo un ochenta y siete por ciento de probabilidad  de sufrir un ataque al corazón?

  Christopher no contestó, solo se limitó a rodar los ojos ante el exagerado pánico de su amiga. Mientras caminaban hacia un grupo encargado de repartir las bebidas, Verónica cruzó miradas con unos ojos celestes que no había sido capaz de apartar de su mente desde que había llegado a casa.

  Peter estaba apoyado de espaldas contra el tronco de un árbol junto a una chica de piel trigueña. Mientras la chica acariciaba el pecho de Peter, este mantenía sus ojos clavados de forma intensa en Verónica. La rubia dejó de prestarle atención cuando Christopher le ofreció un vaso rojo casi bordeando de líquido. Ella lo tomó con cierta duda, pero al final lo llevó a su boca y le dio un largo trago, como si lo hubiera necesitado toda su vida.

  —Ven, vamos a sentarnos un rato —le habló Christopher cerca del oído y luego tomó su mano para caminar.

  Verónica le dio una última mirada a Peter antes de seguir los pasos de su mejor amigo, y notó una diminuta sonrisa ladina en su rostro. Rapidamente se convenció de que era dirigida a la chica frente a él.

  «¿Qué sucede conmigo? —se preguntó—. Aléjate de él, Verónica, y deja de mirarlo».


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