iii. You're lying your way to try to gain a piece of me.

Muchos recuerdos de la infancia, una especie de continuación del día 2 (con un mini salto en el tiempo), cambios con respecto a las edades de los personajes -necesario para la coherencia-, problemas familiares, escenas algo incómodas¿

🐎

Julius conoce a su padre el mismo día en el que Rosa encuentra un pájaro moribundo a orillas del río.

Ambos están recolectando todo lo que encuentran en los alrededores de la pradera, disfrutando del verano y sus vacaciones; cuando escuchan algo caer con fuerza junto a ellos ni bien se sientan bajo un árbol.

Rosa reacciona primero, no tarda en envolver a la criatura con su pañuelo ni bien se da cuenta de que es un pichón y muerde su labio para así evitar llorar. Falta poco para que se cumplan dos meses de la muerte de la última mascota que tuvieron. Julius lo ha superado en gran parte; pero comprende lo delicado del asunto y lo importante que sigue siendo "Luz" para su hermana y porque ella reacciona así al ver un animal herido.

Así que ahora, con seis años, no va a permitir que la situación se repita. Los dos salen corriendo, usando uno de los atajos que Julius conoce, en busca de su madre y una manera de salvar la vida del animalito.

Julius llega primero y abre la puerta trasera con fuerza, su vista vaga de lado a otro, y se sorprende de no ver a su madre en la cocina o en la sala. En su lugar solo ve a un extraño hombre sentado en uno de los sillones, con un montón de papeles sobre la mesa. Rosa llega segundos después de que nota eso.

Es alguien alto, se puede notar aunque esté sentado, su cabello es algo largo, un poco canoso y está amarrado en una cola baja, viste con ropa demasiado formal y se encuentra a mitad de firmar uno de los papeles cuando se percata de sus presencias; les dirige la mirada por menos de un segundo antes de volver a lo que sea que esté haciendo.

—¿Papá?

Julius se congela con la mano aún sobre el picaporte de la puerta al escuchar la pregunta de Rosa, su atención va rápidamente a su hermana buscando alguna explicación, ella tiene una expresión de sorpresa que desaparece cuando siente el pobre intento de aleteo del pájaro que trae entre manos. El hombre no responde.

—¿Dónde está mamá?— pregunta la niña.

—Salió con Leonardo. Esperen en el patio.

A Julius no le gusta el tono con que responde y su ceño se frunce, es uno casi indiferente, como si dijese entre líneas: "Vete, deja de preguntar cosas estúpidas". El chico toma con delicadeza a su hermana del antebrazo pese a ello, tratando de decirle con el gesto que lo mejor es irse, que su padre -su padre- no los va a ayudar y que lo mejor es seguir buscando a su madre.

Pero Rosa no quiere.

—Papá— habla con algo de miedo, como si hubiese tratado con él antes —, ¿podrías ayudarnos? Este pajarito estaba en el río, tiene el ala rota... Va a morir si no...

—Cuando lo haga, entiérralo lejos.

—¡No digas eso, papá!— grita Rosa y Julius aumenta la fuerza de su agarre, tratando nuevamente de llevársela —Tú sabes sobre estas cosas, curas personas, ¡¿qué tiene él de diferente?!— sus manos tiemblan con la pequeña criatura refugiada entre ellas al sentir que se está enfriando. Rosa ya tiene lágrimas corriendo por sus mejillas.

El hombre suspira, sus manos dejan los documentos sobre uno de los cojines. No voltea.

—¿Por qué eres tan sentimental, hija?

—¡Eso no tiene nada que ver!

—Todo lo que te enseñé, los problemas de dejar que tus emociones dominen por sobre tu raciocinio, ¿fue en vano?— responde el mayor —Lo dejé pasar cuando permití que trajeras al perro aquí, y te advertí que cualquier sentimiento que pudieses tener se iría en contra tuya. ¿Cuánto tiempo más, hija?

Rosa se libera del agarre de su hermano, su mirada refleja muchas cosas, el enojo resalta entre ellas, su cuerpo está tenso mientras acuna al pájaro en su pecho.

—Luz fue una buena chica— defiende, casi apretando los dientes —, todo el tiempo que estuvo con nosotros lo fue, ¡merecía recibir todo el amor que pudiese darle!

—Y cuando ella enfermó, no lo entendiste— Julius observa a su padre levantarse, dirigiéndose a la puerta principal —, sabías que iba a morir, rogaste que hiciera algo, te mostré que no había nada que hacer y aún sabiendo eso seguiste insistiendo. No aceptaste que dejarla dormir era lo mejor. Todos tarde o temprano nos hacemos débiles, pero aquellos que dejan que sus emociones los dominen terminan en el mismo destino mucho antes.

—Eso...yo...Luz...— Rosa agacha la cabeza y abraza a la criatura, escuchando su débil trino —no quiero que muera...

—¡No hay nada de malo en tener sentimientos!— interviene entonces Julius, puede sentir a Rosa mirarlo con asombro; y el como su padre se detiene le hace saber que lo está escuchando —¿Qué hay de malo con sentir? ¿Por qué mi hermana no puede llorar o reír si lo desea? ¡¿Por qué eso la volvería débil para ti?!

Su padre no tarda en ponerse frente a ellos, Julius apenas le llega a la cintura y su hermana da un paso atrás cuando este se agacha. La mirada de Julius se mantiene firme, no conoce a este hombre, no lo ha visto en toda su vida, nadie le habló de él y no le importa ahora saber que es su padre.

—Su madre está en el pueblo.

Seis palabras, dichas con un tono neutro, sin siquiera mirarla a los ojos. A Rosa no le importa esto último, solo echa a correr; Julius está listo para seguirla.

—¿Qué sientes cuando ves a tu hermana y a ese pájaro?

Julius se detiene, no puede evitar mostrar confusión por lo que le preguntan de repente, mas no le dan tiempo de decir algo antes de responder:

—Es probable que, en el momento en que viste al pájaro caído, pensaste que estaba muerto y no duró ni un segundo en tu mente... Pero cuando viste a Rosa a punto de llorar y notaste que el animal estaba vivo, sentiste impotencia, hasta podría decir tristeza, por el hecho de que esto le recuerda a ella a su antigua mascota; la herida está fresca y la entristece, ¿sabes por qué? Porque ella se niega a dejar de lado el afecto que le tuvo. Por eso no importa si pasa más tiempo, cualquier cosa que le haga recordar a ""Luz"" la pondrá triste de nuevo.

Julius se queda quieto, tratando de asimilar lo que su padre dice.

—El sentimentalismo en el corazón te puede llevar a una vida de miseria: una donde te vuelvas impulsivo, donde creas en esperanzas falsas; una vida donde tu raciocinio se vea opacado— en este punto su padre está de nuevo de pie —. Te voy a hacer una última pregunta antes de dejarte ir con tu hermana; ¿no crees que hubiese sido mejor para ese pájaro el que tu hermana, ni bien notase que no iba a ayudarla, me pidiese datos más específicos sobre dónde está Diana? En vez de dejarse llevar por su enojo y su tristeza, ¿no hubiera sido eso mejor? Ese pájaro está agonizando mientras tu hermana corre al pueblo.

Julius no responde, su vista se mantiene firme en la espalda de su padre, observando como este vuelve a sentarse en el sillón de la sala y toda su atención está de nuevo en sus papeles.

—Ve a buscar a tus hermanos y a tu madre, Julius.

No necesita que se lo digan dos veces.

El pájaro murió antes de llegar al pueblo. Y Julius comienza a pasar más tiempo con su padre.

Rosa se niega a hablar con él y se lleva a Leo consigo, no es como si el pequeño pudiese entender que está pasando y ella no puede vigilarlo todo el tiempo, pero a Julius le duele ver a su hermana alejarse.

Trató de vez en cuando de hacer las paces, cuando los vio jugar en el campo (Leo se enojó con él por romper su cometa), haciendo un día de campo (Rosa probó la comida y se fue) o en la cena (solo bastaba verla para saber que no le iba a hablar).

Entonces comienza a pasar más tiempo con su padre, los días de juego son reemplazados por tardes donde Gregorio le cuenta sobre la historia de Italia, sobre arte o la profesión de la familia Zeppeli a lo largo de los años. Poco a poco los prejuicios que alguna vez el chico tuvo se van desvaneciendo.

El día en que Rosa le grita por decir que irá a cenar con su padre le hace dejar de intentar llegar a un acuerdo. Su padre tenía razón, él ya estaba cansado y su madre comenzaba a entristecerse (lo cual era lo último que él quería), así que esta vez fue Julius quien se alejó.

Son mediados de agosto, Rosa acaba de cumplir nueve, él está cerca de cumplir siete, aún falta para que Leo cumpla cuatro y hay señales de que tendrán un nuevo hermano. Las cosas parecen ir bien, su madre luce muy contenta y Rosa pasa más tiempo con ella. Julius cada lunes se ha hecho la costumbre de quedarse en la biblioteca de su padre, Gregorio le ha dado permiso desde hace casi un mes: él no ha querido desperdiciar una oportunidad así. No comprende muchas de las cosas que trata de leer en esos libros de pasta gruesa y con olor a viejo, mas se entretiene con las imágenes o los textos mitológicos.

—Padre— comenta durante su receso de quince minutos mientras frota sus párpados, la Ilíada sigue siendo un libro raro —, ¿qué puedo hacer para que las cosas con Rosa mejoren?

En esta ocasión su padre está sentado en su escritorio, no levanta la vista en ningún momento, pareciera que ni siquiera escuchó lo que el muchacho le dijo por concentrarse en su trabajo.

O eso pensaría el Julius de antes.

—¿No está hablando contigo de nuevo?

—Sí, pero...

—Entonces es suficiente— Gregorio continúa sellando sus papeles —, si sabes que al saludarla, ella te responderá, entonces es suficiente.

Julius suspiró, golpeándose mentalmente, ¡tenía sentido!

—Tienes razón. Gracias, padre.

—No agradezcas esas cosas, Julius. Sigue leyendo, hay diez preguntas que quiero que respondas de ese capítulo.

—¡Sí!

Romeo Zeppeli vino al mundo a mitad de Semana Santa, los hijos de los Zeppeli compartieron la felicidad de su madre. Gregorio se había ido de viaje hace ya dos meses atrás.

Julius pensó que por algún error o por la demora en el envío, su padre no pudo responder las cartas que su madre y hermana enviaron avisando del nacimiento de su cuarto hijo. Ellas continuaron insistiendo, más Rosa, por alguna razón estaba tratando de hacer las paces con su padre.

—¿Tienes un bolígrafo? Tengo que terminar esta carta— le pregunta a Julius un viernes a la once de la noche.

Él apenas puede responder, entre bostezos, que sus útiles están en su estante junto al armario.

—¿Te va a tomar mucho tiempo?— pregunta con molestia.

—¡Solo quiero agregar un par de cosas a esto!— Rosa señala el borrador que hizo de su carta, a pesar de que su hermano, por su posición, no puede verlo —Mamá me permitió usar estas estampillas para que el envío sea más rápido, ¡así papá podrá leer esta carta antes!

—...¿Esto es por tu cumpleaños, hermana?

La habitación se baña en silencio por unos minutos, Julius despierta un poco de su somnolencia, su hermana sigue dándole la espalda, temblando ligeramente.

—¿Hermana?

—¿Él volverá pronto? ¿Te dijo si lo haría?— suspira, arreglando su cabello —Estabas pasando más tiempo con él, te debió haber dicho algo...

—No, hermana— responde el chico con tristeza —, ni siquiera sé a dónde fue. Creo que es un viaje que tuvo que hacer por trabajo, no estoy seguro.

—Entiendo— el sonido del bolígrafo acompaña las palabras de Rosa —, si responde la carta que le envío, lo consideraré mi mejor regalo de cumpleaños— su tono de voz vacila, pero ella lo oculta al instante —¡Pero eso a ti no te importa! ¡Así que duérmete, cabeza de pan!

—¡No tengo cabeza de pan!

—¡Chicos, guarden silencio!— los interrumpe su madre con falso enojo, ellos sueltan una carcajada —¡Es muy tarde! ¡Vayan a dormir!

—¡Sí, mamá!— gritan al unísono, escuchando la risa de Leo de fondo.

—Bien, Rosa— anuncia el menor —, no sé tú, pero me voy a dormir, buenas noches.

—Buenas noches, mejillas de bollo.

—¡Oye, no-! No importa, dormiré y te ignoraré como el niño maduro que soy.

—Uy, sí.

Julius termina con la almohada sobre la cabeza porque su hermana se niega a apagar la luz hasta la madrugada. La sonrisa en su rostro no desaparece al escucharla reír.

El día del cumpleaños de Rosa su madre prepara un pastel. Uno bañado con diversos trozos de frutas y chocolate. No ha cocinado algo así en mucho tiempo, por lo que Julius se ha levantado temprano para poder ayudarla (o tratar de robar algo de mezcla, lo que pase primero).

Rosa baja a la cocina aproximadamente a las diez, cuando la cocina está hecha un desastre, el pastel apenas ha sido puesto en el horno y Diana le está limpiando las mejillas bañadas en chocolate a Julius antes de dejar un beso en cada una de ellas y dirigirse hacia dónde está su hija, a quien abraza con fuerza.

Julius se acerca al sofá para hacerle compañía a Leo y Romeo luego de saludarla también, ellos están rodeados por tantas almohadas que debe quitarse los zapatos para entrar. Leo le da la bienvenida a su "fuerte" y Romeo agita las manos con diversión. No puede evitar sonreír.

Ha sido un día tranquilo, salieron al pueblo, les compraron ropa nueva, los vecinos saludaron, Rosa obtuvo útiles nuevos y celebraron en familia.

Pero, cuando el reloj marca las once de la noche, Julius siente que algo anda mal.

Rosa deja el cubierto sobre su plato luego de que cantan para felicitarla por sus diez años y sirven los bocaditos. Ella suspira, observando unos momentos el reloj frente a la cocina.

—¿Quieres más pastel, hija?— pregunta Diana con Romeo en sus brazos —Sobraron trozos de durazno, ¿te los sirvo, cariño?

Rosa niega, sin levantar la mirada. Julius deja de comer su porción de pastel.

—¿Hermana?

—¿A papá le llegó la carta?

—Rosa...— llama su madre, el corazón de Julius se aprieta al verla tan triste de repente —sabes que tu padre está muy lejos y está muy ocupado...

—¿Le llegó o no?— pregunta de nuevo su hermana y su tono de voz se quiebra —¡¿Le llegan alguna de las cartas que le envías?! Las fotos de Romeo, las de nosotros, las cartas por tu aniversario, ¡¿le llegan?! ¡¿Las lee si recibe alguna?!

—Rosa, basta. No hagas un berrinche.

—¡¿Un berrinche, mamá?!— la muchacha se levanta, arrastrando con fuerza su silla —¡Envié la carta hace casi dos meses! ¡Me dijiste que con esas estampillas llegaría más rápido! ¡Me prometiste que papá la leería!

—¡Entonces, lo siento!

Rosa se detiene, ahora es Julius quien se levanta para quedarse junto a su madre, ella ha comenzado a llorar y Romeo está despertando.

—Está bien, hija. Tienes razón, no sé si tu padre recibe las cartas que le envíamos, no sé si él está enterado de que Romeo tiene el color de sus ojos y la forma de su nariz ¡Pueden parecer cosas insignificantes, pero quisiera yo también saber si por lo menos las lee!— su madre también se levanta, observa a sus hijos con ojos llorosos, rogando que Leo no despierte —Lamento tanto haberte ilusionado, cariño. Nunca quise que te sintieras así en una fecha tan especial para ti, creí que con las estampillas las cosas podrían ser más rápidas. Por favor, perdóname.

Julius sostiene a Romeo, mira como su madre trata de acercarse a Rosa y como ella, sin poder aguantar, termina abrazándola. Diana le soba los cabellos y le besa la cabeza cuando escucha las disculpas que, con voz rota, susurra una y otra vez su hija.

Rosa está llorando en su cuarto y él, junto a Leo, se quedaron afuera. Leo está algo incómodo, sus dedos juegan con una pelotita de trapo que encontró en la sala, lo ayuda a distraerse, es lo que piensa Julius. Él está sentado sobre uno de los cojines, ocultando el rostro entre sus manos y sobándose la cara. Es demasiado tarde. Son casi las dos de la mañana.

Ambos pueden escuchar a sus padres en el piso de abajo, la voz de su madre se eleva de vez en cuando, su padre responde con frases cortas o no lo hace cuando la mujer reclama. A Julius le fastidia el que Gregorio no se esté tomando el asunto con la seriedad que requiere. Después de todo, mamá no suele exigir las cosas.

—¡Podrías al menos haberte presentado unos minutos! ¡No tenías porque decir esas cosas! Rosa es buena niña, te estuvo esperando, ¡por esta vez habría sido suficiente!

—Alguien que se "esfuerza" para recibir felicitaciones de otros no las merece. Si vas a destacar en algo, hazlo porque es lo que quieres, no en busca de migajas de atención.

—¡Pero eso-!

—No estoy respondiendo más, Diana. Esta conversación no tiene sentido y tengo trabajo que hacer.

Gregorio se vuelve a ir después de eso, en la madrugada del día en el que Julius cumple doce. Él fue testigo, lo vio irse a través de su ventana, el hombre no volteó ni una sola vez, con un único maletín se alejó hasta perderse de vista.

Julius apretó los puños, pero comprendió que era lo mejor, que eso ayudaría a que el ambiente en su hogar se calmara y por fin podrían librarse de tantas peleas y estrés innecesario.

Solo que ese día, al caer la tarde, Diana regresó pálida del pueblo y se encerró unas horas en su alcoba. Y luego de unas semanas, un domingo en la mañana, algo se quebró en la cocina y ellos bajaron, encontrando a su madre encorvada, con manchas de sangre en el vestido.

Y, después de tanto tiempo, Julius vuelve a odiar a su padre.

Gyro tiene una especie de dejavú cuando observa a través de la puerta de la oficina del director del hospital y ve a su padre hablando con uno de sus compañeros.

Tim no es de los que se meten en problemas, elegir la sección de pediatría influyó en su carisma y en la buena atención que le daba a los clientes. Nunca se metió en problemas con los pacientes o hizo algo que pudiese traer graves consecuencias para su carrera.

Por eso Gyro se sorprende al notar que su compañero no está sonriendo, y qué su padre, ese hombre que no ha visto en más de diez años lo está mirando como si fuese un inútil o alguien que obtuvo el trabajo por cualquier cosa menos por su esfuerzo o una vía legal.

Él se aleja antes de que se den cuenta de que está parado allí y va en busca de HP o algún otro superior para que le explique qué demonios hace su padre en el hospital y en dónde demonios está el director. Se siente como si estuviera flotando, después de tanto tiempo hay miedo dentro suyo. Creyó que Rosa estaba bromeando cuando llamó a mitad del desayuno que estaba compartiendo con Johnny y le dijo que tenía que ir rápidamente al hospital, que la noche anterior Lucy le comentó haber visto a su padre por el área de fisioterapia conversando con otras personas y observando a los estudiantes en sus prácticas. Leonardo tomó la línea minutos después, confirmando todo lo que estaba diciendo su hermana, ella parecía estar al borde del pánico.

«Once años, Gyro. Han pasado once años, hoy es siete, estamos en junio, ¡¿qué demonios hace él aquí?!»

Y Gyro pasó saliva cuando le recordaron que fecha era, hoy es el décimo aniversario de la muerte de Diana, estaban planeando ir a Nápoles al siguiente mes, por el momento solo iban a hacer una cena. Incluso Johnny accedió a ayudar sin saber cuál era el motivo. Pero ahora Gyro solo quiere que la tierra se lo trague, porque su padre está en Nueva York, de todos los lugares posibles, su padre está aquí, trabajando en el mismo lugar que él.

«¿Vendrás a cenar?»

Ni siquiera respondió a lo que le dijo Johnny, solo se vistió lo más rápido que pudo y salió rumbo al hospital media hora antes de su turno normal.

Parece una mala broma. Con lo bien que estaba yendo su semana. En serio lo parece.

—¿Es tu padre?

Henriette no es de mostrar emociones, suele tener un ceño fruncido cuando está concentrada en algo o vigilando a su grupo de practicantes. Eso es lo máximo que alguien podía ver en ella. Ahora todo parece irse de cabeza.

—¿Hace cuánto llegó?— pregunta Gyro, ambos están en la cafetería. No hay mucho ajetreo hoy en las salas y no se ha encontrado con su padre o Tim —HP, ¿cuánto tiempo lleva él aquí?

—Hace una semana— puede ver como Gyro se tensa al decirle eso —, el director anunció que alguien vendría a Nueva York para reemplazarlo. No sé por cuánto tiempo.

Gyro se agarra los cabellos y se recuesta sobre la mesa, soltando un gemido cansado. El día solo está empeorando.

—Gyro, sé que llegamos a un acuerdo de no contar información personal sin importar cuanto tiempo nos conociéramos, pero, ¿ha ocurrido algo grave? ¿Qué va a hacer tu padre aquí?

—No hablo con mi padre, HP. No lo he visto en once años. Ni mis hermanos ni yo sabemos que está haciendo aquí. Solo recuerdo que estaba en Inglaterra, eso me dijo un compañero de allá.

Los platos de comida no han sido tocados desde que entraron a la cafetería y a ninguno de ellos le importa.

—Es el nuevo director, Gyro— susurra HP —... creo que va a despedir a Tim...

—¿Qué?

—Los viste conversar, ¿no?— observa como su compañero asiente —Yo estaba haciendo guardia junto a otro grupo, estuvimos ayer organizando las cosas en la parte de emergencias cuando Gregorio entró, llamó a varias personas, practicantes y superiores, se llevó a quienes consideramos los mejores en el hospital— HP le da un sorbo a su café, pone una mueca de disgusto por su sabor, antes de continuar —, entraron como quince y ocho estaban recogiendo sus cosas ni bien salieron. Solo, los despidió y ya. Los otros siete no saben ni que hacer, no me quieren decir que pasó en esa reunión. Desde entonces él ha estado llamando a cada persona que destaca en las áreas, no demora, las reuniones solo llegan a dos horas si entran más de cuatro personas y luego algunos se van. Ya terminó con pediatría, ahora falta neurología, fisioterapia, nutrición...

Gyro levanta la cabeza ni bien se da cuenta de que HP ha dejado de hablar de repente. Sus miradas chocan y ya siente que algo muy malo está por pasar.

—Y cirugía— dice HP —, probablemente me llame a mí primero... Pero luego sigues tú.

—¿Qué es lo que te motivó a estudiar cirugía, Julius?— pregunta Gregorio —¿Un capricho?

La oficina no ha cambiado, no hay ninguna foto o planta adornando el lugar. Gyro siente que se está ahogando desde que ingresó.

—No, padre— la mirada en el rostro de Gyro cambia —. Cuando estábamos en Nápoles, tuvimos que ir al hospital porque Romeo tenía síntomas de tuberculosis, ese día yo me quedé en la sala de espera. Hubo una señora que entró casi al anochecer, tenía entre sus brazos a su hijo, creo. El niño estaba bañado en sangre.

» No atendieron a la señora, no hasta dos horas después. El niño estaba muerto, murió de apendicitis porque le negaron la cirugía, se la negaron porque era pobre. Recuerdo las miradas, ellos acabaron con una vida por sus prejuicios. Desde entonces he tenido ese deseo de poder cambiar algo en todo esto.

—Todavía eres muy sentimental.

—Ser o no sentimental no tiene algo que ver, la salud es un derecho universal, todos deben de recibirla si sienten que algo anda mal. Por eso decidí estudiar medicina.

—¿Por fama, reconocimiento?

—No, lo hago porque es lo correcto. No me interesa si obtengo fama, mi deber es ayudar a los demás y quiero hacerlo. Hice un juramento, no lo voy a quebrar.

Gregorio acomoda los papeles en su escritorio mientras escucha. Los apila y coloca en una esquina de la mesa antes de apoyar el mentón sobre sus manos entrelazadas.

—Tu superior me ha dado buenas críticas sobre tu desempeño— habla —, Henriette es una mujer confiable en este hospital, por lo tanto voy a hacer caso a lo que dice. No estoy ofreciendo favoritismo, te considero un trabajador más en este lugar y espero te mantengas en tu puesto como uno de los mejores. No quisiera despedirte. Puedes retirarte.

Gyro pasa saliva, ha sido demasiado fácil, la "reunión", el hecho de que solo ha entrado él y le han hecho dos preguntas. Pero su cuerpo se niega a moverse, y piensa en sus hermanos antes de abrir la boca.

—¿Por qué volviste, padre?

Tal vez si la circunstancia fuese otra, Gyro podría haber preguntado algo más, algo relacionado al viaje que su padre hizo, que lugares conoció, porqué realmente se fue.

Pensarlo es divertido.

—Por trabajo— responde Gregorio sin levantar la vista de sus documentos. Gyro tiene otro dejavú.

—No sabía que también tenías conexiones aquí.

—Hay muchas cosas que creo haberte explicado acerca del deber de nuestra familia.

—...¿Cuánto tiempo te quedarás?

—Esa parte ya no te compete.

—Te fuiste hace once años.

—La reunión terminó, Julius. Vuelve a trabajar.

Gyro suspira y no puede evitar pasarse la mano por la cara, tratando de calmarse al sentir el enojo subiendo.

—Te fuiste hace once años. Once años. Recuerdo cuando te vi a través de la ventana, te fuiste y no miraste atrás. Luego mamá murió. No hemos sabido nada de ti, nada. Y un día solo decides volver, de todos los lugares posibles, vienes aquí, el día del aniversario de su muerte. Nos enteramos por rumores, no avisaste.

—¿Por qué tendría que haberlo hecho?— pregunta sin levantar la vista.

—¿Tal vez por qué somos tus jodidos hijos?— deja que el enojo hable por él —¿Tal vez por qué el día en que el cáncer atacó a nuestra madre, tú ya no estabas? No acompañaste a mamá, no la viste sufrir, no estuviste para consolarla, no escuchaste cuando lo último que dijo fue tu nombre, no asististe al funeral. Estuvimos en Nápoles el tiempo suficiente, esperando a que por lo menos mandases una carta. No. Lo. Hiciste... Romeo acaba de cumplir veinte años. Un día se quedó sin padre y madre y solo sabe de ti porque Rosa muy pocas veces accede a contarle. Nos dejaste cuando más te necesitábamos, solo queríamos saber que estabas allí para ayudarnos— Gyro aprieta los puños —¿Por qué volviste, padre?

Puede escuchar perfectamente el sonido de afuera: los coches manejando y los murmullos de la gente. Su padre no levanta la vista hasta unos momentos después, él solo deja de escribir, y al mirarlo a los ojos, Gyro jura haber visto algo que no pensó jamás poder ver. Algo que desapareció tan rápido como vino.

Miedo.

—Regresé porque tengo trabajo que hacer, Julius.

Silencio.

—Ya veo— es todo lo que puede responder, con un tono de voz extraño, casi vacío —, nos vemos entonces, padre.

Eso es todo lo que su mente le permite decir. Lo siguiente que Gyro recuerda es salir y cerrar la puerta de la oficina con tanta delicadeza que cualquiera pensaría que es extraño.

Después su mente vaga y no entiende nada de lo que la gente le dice.

Su teléfono está sonando por enésima vez, la canción como tono de llamada no es lo suficientemente fuerte para opacar la música del lugar donde está. Es solo porque Gyro no se ha movido de la barra que aún puede sentirlo.

No está muy seguro de cuánto tiempo ha pasado desde que llegó aquí, ni bien salió del hospital y pese al intento de Henriette por detenerlo, logró subir a su carro, arrancar y avanzar por la carretera. Sin un rumbo fijo. Con la mente en blanco.

Luego llegó a este extraño bar, a dos horas de la playa más cercana, con el tanque de gasolina vacío no tenía otra opción que quedarse.

No es un lugar tan malo.

Hay mucha gente, la música es muy variada y las bebidas vuelan. Es un lugar algo liberal también, puede notarlo por los jóvenes que llegan y no necesitan mostrar carnet o alguna identificación para pedir bebidas. El barman es buena persona, no ha botado a Gyro después de que este perdió la cuenta de los vasos de whisky que ha estado tomando. Tampoco parece importarle que un hombre extraño como él esté descansando sobre la barra; debe ser porque los otros clientes no se han quejado. Puede distinguirlos si los ve de cerca, sabe que con mover un poco la cabeza va a perder el equilibrio y probablemente haga alguna estupidez, así que se mantiene quieto. Unos pocos lo miran con lástima y a él le da algo de curiosidad el saber que pensaran al verlo.

Su celular suena de nuevo, pero con una melodía diferente y Gyro tiene otro momento de lucidez, sus ojos se abren y se coloca una mano en la cabeza mientras trata de enderezarse para sacar el teléfono de su bolsillo.

Johnny lo ha estado llamando, Rosa, Leo, incluso HP y Romeo (este último está viviendo como a tres horas de viaje de su apartamento).

¿Qué hora es? Hoy tenía una cena a la que asistir. Hoy... Hoy se cumplen diez años de la muerte de su madre.

Sus manos aprietan con fuerza el collar que trae al cuello, comienzan a trazar el contorno del anillo colocado al centro y él hiperventila. Tiene demasiados recuerdos en la cabeza de un momento a otro: recuerdos de sus hermanos, de su madre, de como la comida es servida al mediodía o de cómo está jugando en el parque tratando de enseñarle a Romeo a caminar; recuerda al pájaro agonizando a orillas del río, el llanto de Rosa, a Leo jugando con esa pelota de trapo y a su padre alejándose, cosas de la infancia que no tardan en tornarse horrendas y tristes, reemplazando las risas y las tardes de juegos por tic tac de relojes y personas postradas en camillas.

Gyro está por desmayarse cuando alguien se sienta a su lado y le habla, por el entumecimiento no entiende nada. Lo último que ve por el rabillo del ojo son un par de mechones rubios y como la otra persona está llamando a alguien con su celular.

Se siente patético y le duele la cabeza.

Diego la hizo de conductor y unas horas de viaje y un par de golpes —bien merecidos— después, Gyro está de regreso en su apartamento.

Bueno, una parte de él quisiera creer que aún es bienvenido. Probablemente Johnny ya mandó a tirar sus cosas, ya que son prácticamente las siete de la mañana, se ha perdido la cena de un evento importante para su familia y además está con síntomas de una pronta resaca, es como un nuevo récord de recolectar estupideces. Gyro no quiere pensar de manera infantil, pero ha pasado un buen tiempo desde la última vez que "se fue sin rumbo fijo".

Diego se acerca a la puerta y mentalmente se molesta, él no quiere agradecerle a ese muchacho petulante ni bien esté en sus cinco sentidos.

Solo que Diego no es quien abre la puerta.

La mueca en el rostro del británico es algo cómica cuando los observa a los dos, tiene las llaves en una mano y les hace una seña para que avancen, señalando la puerta entreabierta.

No dan ni dos pasos cuando, de repente, Gyro ya no siente el agarre de HP y a duras penas logra apoyarse en la pared, admirando a la persona que le está apretando los antebrazos.

—Hola, Johnny.

El agarre del chico se reduce, supone que es porque su tono de voz aún suena vacío o roto. Este no es un momento en el cual el italiano pueda presumir "lo bien que se siente". Esto es peor que despertarse rodeado de basura o bajo la lluvia.

—Te estás dando un baño— habla Johnny, no recuerda haberlo escuchado tan enojado antes —. Ahora.

HP se queda en la sala y Diego se escabulle a la cocina mientras ellos van al segundo piso.

Hace frío. Pero lo ayuda a despertar, ya no tiene dormidos los brazos y no le apesta más el cabello a sal por viajar cerca a la playa. Las ventanas en la habitación que comparte -o compartía, ya no está seguro- con Johnny están abiertas, dejando entrar la brisa mientras él le frota la cara con la toalla, tratando de quitarle las manchas o algo así. Ha estado callado desde que Gyro terminó de bañarse.

—Debería...— susurra dudoso después de un rato y las manos de Johnny se detienen sobre sus mejillas —debería de estar sacando mis cosas.

—¿Por qué?

Internamente está sorprendido de recibir una respuesta.

—Por arruinarlo todo, supongo— algunos mechones comienzan a mojarle la espalda, él lo ignora —, ayer era un día importante para mis hermanos, estoy seguro de que tú y Rosa se pasaron gran parte del día preparando todo, y mientras ustedes estaban haciendo algo bueno, yo estaba refugiado como un imbécil a quien sabe cuántas horas de aquí, tuvieron que recogerme porque estaba varado, sin gasolina... Y aparezco frente a tu casa apestando a mar, alcohol y sin poder caminar apropiadamente... Y he visto que toda la comida está empaquetada, hay cosas decorando tu casa y... ¿Por qué no me estás echando? ¿Por qué me permites entrar aún a tu cuarto? Lo arruiné todo, Johnny.

—... porque no quiero.

Gyro tiene la cabeza gacha, las manos de Johnny siguen acariciando sus mejillas, no quiere levantar la vista cuando las siente temblar. Han estado viviendo juntos durante casi dos años y no tiene idea de que hacer.

—No quiero que te vayas— le responde Johnny —, hemos pasado por muchas cosas— susurra con la voz cada vez más rota, frotándose los párpados —y solo... no puedo... tú no eres así... por eso... Por eso entré en pánico. Te estuve esperando y al dar la medianoche empecé a llamar a Diego, Diego, para que pidiera información a tu supervisora o a alguien... No contestaste mis llamadas, ni las de Rosa, de nadie y pensé que algo malo había ocurrido contigo, ¡porque a veces puedes ser tan irresponsable! ¡Maldita sea, perdóname por preocuparme!

Gyro quiere que la tierra lo trague ni bien nota el firme sarcasmo en esa última frase.

—Pero, aun así— continúa Johnny, poco a poco su tono se vuelve tan cariñoso que Gyro se confunde y levanta la vista —, me alegra mucho ver qué no te ha pasado nada.

—Oye, oye, no llores, Stella— repite, tratando de no entrar en pánico mientras envuelve al chico en un abrazo, sobando su espalda y sintiéndolo temblar sobre su hombro —, lo siento, lo siento, esto no...no vuelve a pasar, te lo prometo.

—¡Contesta la maldita llamada si las cosas se ponen así!

—Lo haré— susurra, besando a su pareja en la cabeza, sintiendo el sol colándose por la ventana —, lo haré, Stella.

Y se quedan así por unos minutos, minutos en los que Gyro ya no piensa en nada que no sea el muchacho entre sus brazos, tratando de encontrar las palabras adecuadas para una situación así.

Pero no las encuentra, entonces, oculta el rostro en el hombro de Johnny, aspira, y deja que las emociones lo lleven. Rogando que luego de desahogarse pueda iniciar de cero.

Esto es lo más largo que he escrito para esta week, pero de alguna forma lo siento inconsistente, no estoy segura la verdad.

De todos modos, espero que pueda ser una lectura agradable -las ediciones que tendré que hacer luego, omg-.

Espero que hayan tenido unas bonitas fiestas 💕, yo me dormí antes de las 12am y me perdí la celebración uu.

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