𝟭𝟯. ares reeks of expensive cologne













GAME OF SECRETS
❪ act one: capítulo trece ❫

❛ ares apesta a colonia cara ❜



















Percy estaba desesperado, sentía todo su cuerpo frío como si lo hubieran dejado toda una noche metido en un congelador, su respiración era acelerada, seca; sus manos temblaban y, por más que tratara de frenarlas, de calmarse, no estaba funcionando. Deseó que Venus estuviera allí, susurrando en su oído con ese tono suave que siempre lograba calmarlo. Su sola presencia hubiera mantenido los nervios a raya, pero Percy no veía a Venus por ninguna parte. Aunque, para ser justos, Percy no veía nada en lo absoluto.

Su visión era borrosa, no podía enfocar la mirada, todo a su alrededor parecía estar cubierto por un filtro nebuloso, el cual tardó en comprender, era producto de sus propias lágrimas. Trató de barrerlas con la manga de la camisa, pero sólo consiguió que granitos de arena chocaran contra sus párpados y, debido a eso, que sus ojos picaran con más intensidad.

Notó que estaba acostado boca abajo sobre arena, ahora con los codos flexionados y el pecho despegado de la superficie amarilla. Lo último que recordaba después de caer por el arco, es haber hablado con una náyade que le dijo que su padre lo vería en Santa Mónica para charlar con él. Después de eso, una ola lo había expulsado del río y arrastrado a la costa, donde estaba ahora.

Pero Venus no estaba con él.

Percy parpadeó repetidas veces para aclarar su visión, lagrimas calientes bajaron por sus mejillas, contrastando con la temperatura de su piel. Entonces la vio, a unos dos, quizá tres metros más adelante, parecía estar inconsciente. Juntó todas las fuerzas que le quedaban, que eran todas las que podía tener alguien luego de saltar desde doscientos metros de altura a un río y después ser lanzado fuera de este por una ola, y se arrastró hacia Venus. Fue difícil avanzar sobre la arena, los granitos se pegaban a montones en su ropa, la cual estaba empapada, y ralentizaba sus movimientos. A pesar de ese pequeño impedimento, se percató de que su cuerpo no le dolía como en el arco. Su hombro, el cual había sido infectado con el veneno de la quimera, parecía como nuevo. Al parecer, las chicas estaban en lo correcto sobre el efecto curativo que el agua tenía en él.

Un suspiro entrecortado brotó de los labios de Percy cuando llegó hasta el cuerpo de Venus, apartó los mechones castaños que estaban pegados al rostro de la chica debido al agua y le acarició la mejilla. Venus estaba helada.

Percy se escuchó a sí mismo pedirle que despertara, igual de impaciente que cuando ella se quedaba a dormir en su casa y debía despertarla para poder desayunar los waffles que su madre preparaba (que en esos tiempos eran de color normal y no azules, como acostumbraba comerlos ahora), solo que además de impaciente, sonaba completamente desesperado, angustiado, afligido; su voz salía entrecortada por hipos de llanto que trataba con todas sus fuerzas de evitar, pero las lágrimas seguían bajando como cataratas por sus mejillas.

Le pareció escuchar a alguien llamarlo, pero parecía tan lejano que consideró que se trataba de una alucinación, como le pasaba a veces cuando se quedaba solo en un pasillo del supermercado, o en el metro. Pero entonces fue empujado hacia un costado, como si un quarterback lo hubiera tacleado. Cayó en la arena sobre el brazo derecho y, afortunadamente, no se golpeó la cabeza, pero estaba mareado de todos modos. Una mano entró en su campo de visión. Percy subió la mirada por el brazo ajeno hasta llegar al hombro y entonces vio el rostro de Grover, quien lo observaba preocupado.

Aceptó su ayuda y se incorporó, mareándose nuevamente por los siguientes segundos. Grover lo estrechó en sus brazos y Percy se sintió confortado por la familiaridad del gesto. Le aseguró a su amigo que estaba bien, pero la expresión del sátiro no cambió de la preocupación, así que decidió volver a centrar su atención en Venus.

Prometeo estaba junto a ella, restregandole el hocico contra la mejilla y lamiendo su piel con ímpetu. Comenzó a soltar ladridos agudos al no recibir atención de regreso.

Annabeth tenía la cabeza apoyada sobre el cuerpo de Venus, con la oreja pegada a su pecho, tratando de escuchar latidos. Pero por como se arrastraba sobre la ropa mojada, Percy adivinó que no estaba teniendo suerte. Annabeth llevó el dedo índice debajo de la nariz de Venus y entonces soltó un profundo suspiro de alivio.

—Bien, respira —dijo Annabeth, con la respiración agitada por los nervios—. Grover, sostén al perro. Percy, ven aquí y tápale la nariz.

Percy parpadeó dos veces, convencido de que había escuchado mal. De soslayo observó a Grover acercarse y agarrar al caniche entre sus brazos. La bola de pelos se resistió al principio, negándose a apartarse de su dueña, pero el sátiro rápidamente entabló una charla con él y Prometeo pareció más tranquilo. Annabeth volvió a llamarlo.

—¿Estás loca? Apenas respira y ¿tu quieres que la asfixie? —la molestia se hizo presente en sus palabras.

—Debo aplicarle RSP para reanimarla, obligar a su cuerpo a expulsar el agua de sus pulmones —explicaba Annabeth rápidamente, sus manos acompañaban sus palabras agitándose en el aire sin tener un movimiento claro. Annabeth seguía hablando, pero Percy no entendía nada de lo que decía, como si hablara en un idioma completamente diferente al ingles. Su respiración estaba cada vez más agitada—. ¡Apúrate, Sesos de Alga!

Percy reaccionó. Prácticamente cayó de rodillas a un costado de la cabeza de la chica inconsciente e hizo lo que Annabeth le ordenó, mientras la morena tenía su mano izquierda envolviendo la derecha aplicando y quitando presión del pecho de Venus, como si estuviera inflando una bomba de aire.

—Dale respiración boca a boca.

—¿Qué? —balbuceó.

—Tienes que abrirle un poco la boca, no demasiado, y soplar dentro —explicó Annabeth, tal vez creyendo que Percy realmente no sabía cómo hacerlo o simplemente decidiendo que explicándoselo perdería menos tiempo que respondiendo cualquier otra cosa.

Percy se relamió los labios y decidió no darle tantas vueltas al asunto, seguro que Venus entendería que fue para que no muriera. Juntó sus labios con los de ella y sopló. Repitió el proceso un par de veces más, sin dejar de apretarle la nariz e ignorando lo raro que se sentía expulsar aire en una boca ajena.

Entonces, Venus tosió.

Annabeth detuvo sus movimientos de inmediato y le ordenó a Percy que hiciera lo mismo. Ambos se apartaron, dándole espacio a la castaña mientras la observaban toser y escupir agua, con los ojos vidriosos y las mejillas pálidas. Pero estaba viva, eso era todo lo que importaba.

Percy no pudo contenerse más, se abalanzó sobre Venus y la envolvió en un fuerte abrazo, sin intención de soltarla por los próximos, déjenlo pensar, ¿doce años?, no, demasiado pronto. La sintió temblar al inicio, su nariz estaba enterrada en las costillas de Percy, pero a él no podía importarle menos en ese momento. Pese a que las ropas de ambos estaban empapadas, el calor del cuerpo de Percy pareció bastar para confortar a Venus.

—No vuelvas a hacer eso —susurró en su oído, y en su voz se vio reflejada la desesperación que había sentido minutos antes y que no se molestó en ocultar—. Casi me matas del susto, parecías... no respirabas y yo pensé que... Por favor, no me dejes.

La sintió tensarse entre sus brazos y entonces temió haber sido demasiado imprudente. Percy siempre cuidaba sus palabras cuando se trataba de Venus, o al menos lo intentaba, pero aquello había emergido desde el fondo de su ser de manera tan atropellada que no se dio cuenta que estaba balbuceando hasta que se escuchó a sí mismo hacerlo.

Venus exhaló fuertemente por la nariz.

—Demasiado sentimental para alguien que no puede verme como su amiga —su voz salió ronca, casi en un susurro.

Percy aflojó el agarre y se inclinó unos centímetros hacia atrás, acunó las mejillas de Venus con las manos, obligándola a levantar el mentón. Conectó miradas con esos ojos gris plateado que tanto le gustaban. Venus pareció algo incómoda, pero no hizo ningún intento por apartarse.

—No es verdad, ¿si? No lo dije en serio, ni... ni siquiera sé por qué lo dije —murmuró, ya que no necesitaba elevar el tono más que eso para que ella lo oyera.

Venus asintió una vez, pero Percy notó que no le creía, como si tuviera una buena razón para no hacerlo, como si supiera algo que él no.

—Venus...

—Está bien —esta vez su voz se escuchó igual que siempre, aunque apagada—. Estamos bien —apretó los labios en una sonrisa, esas que daba por cortesía cuando quería dar por terminada una conversación.

Percy se desilusionó. Pretendía decir algo más, pero un balido captó la atención de ambos. Percy volteó justo cuando el caniche abría su pequeña mandíbula y liberaba la mano de Grover; cayó a falta de un agarre que lo sostuviera, pero la arena pareció amortiguar su caída. Prometeo se incorporó y sacudió entero antes de correr el par de metros que lo separaban de Venus.

Percy se debatió entre mirar mal a la bola de pelos o a Grover, pero, al final, giró su cabeza y admiró el agua, como si esperara que otra náyade apareciera y respondiera su pregunta: ¿Por qué Venus no le había creído?

Pero no obtuvo respuesta.

La risa de Venus lo trajo de vuelta de sus pensamientos. Corría por la playa tratando de atrapar a Annabeth en un abrazo; la morena huía porque no quería acabar con la ropa mojada. Prometeo corría detrás de ambas, dando saltos de pequeñas distancias, como si quisiera atrapar un disco imaginario.

Percy se puso de pie y trató de sacudirse la arena de la ropa, aunque fue inútil. Entonces se percató de que Grover se había acercado hasta que sus hombros podían rozarse si alguno de ellos se balanceaba.

—Entonces... ¿qué se sintió besarla? —preguntó Grover, y aunque su tono había sido serio, Percy detectó un atisbo de burla en él.

Giró la cabeza para mirarlo y se dio cuenta que Grover no lo miraba a él, sino a sus amigas. ¿Qué se sintió besar a Venus? No lo había pensado hasta este momento. Ni siquiera había considerado eso como un beso.

Su amigo exhaló, como si acabara de oler el perfume más delicioso del universo.

—Tu primer beso...

Okey, ahora Percy podía afirmar que se estaba burlando de él.

—¿Cuenta si estaba inconsciente?

Grover se encogió de hombros.

—Supongo que depende de ti.

Percy lo consideró.

—No —dijo pasados unos minutos—. No quiero que nuestro primer beso sea así. Quiero que ella quiera besarme cuando suceda... cuando sea el momento.

Sabía que quizá había sonado demasiado cursi, pero estaba siendo sincero. Pensó en lo feo que sería contarle la historia a sus nietos de cómo había su primer beso con Venus y tener que narrarles lo sucedido ese día en la playa.

Observó a Venus atrapar a Annabeth en un abrazo y después a ambas caer por la fuerza del impulso, y a Prometeo dar vueltas sobre su propio eje tratando de atrapar su propia cola, la cual, para su suerte o desgracia, era demasiado corta para ser alcanzada.

—¿Si sabes que para eso tendrás que decirle que te gusta, no?

—Cállate.



















❪ ➶ ❫






















Una vez las cosas se hubieron calmado, Percy les contó de su encuentro con la náyade en el río San Luís y que debía ir a Santa Mónica por pedido de su padre ya que iba a ayudarlos con todo el asunto de la misión. Claro que todo habría sido más sencillo si hubieran podido comprar —y por comprar, Venus se refería a haber embrujahablado a otro boletero— otro boleto de tren o de autobús y procurar un viaje sin que ningún bicho raro quisiera matarlos o, en su defecto, secuestrarlos. Pero no, porque ¡oh vaya sorpresa!, ahora eran fugitivos internacionales acusados de actos de terrorismo.

Venus pateó una piedra en su camino, la escuchó repiquetear y rodar por la carretera hacia delante. Cuando volvió a estar al alcance de su pie, volvió a patearla. Ya no le importaba que la punta de sus botines Vuittons se raspara, al fin y al cabo, ya se habían ahogado. Ni siquiera el sol brillando en su punto más alto pudo quitarles los restos de humedad; debería desecharlas al regresar al campamento.

Si es que regresaba.

Venus se reprendió a sí misma, ¿de dónde venía tanta negatividad? Y casi como si su cuerpo le respondiese, recordó con vividez la sensación del agua filtrándose en sus pulmones y un vacío en el estómago, como si siguiera en las profundidades del río San Luís. Sintió la bilis subir por su garganta y se obligó a tragarla: fue como si su garganta quemara; acidez se instaló en su boca y Venus no se atrevió a hacer gárgaras con su propia saliva por miedo a intensificar el sabor.

Se preguntó cómo es que había terminado en esta situación, y aunque efectivamente sabía la respuesta, no pudo evitar preguntárselo de todos modos. ¿Cuándo las cosas habían comenzado a salir mal? Porque recordaba que el comienzo no había sido tan malo, ¿o sí lo había sido y ella fue demasiado tonta como para no notarlo?

Se percató de que las voces que acompañaban el viento, las cuales, hasta entonces, ella percibía como un zumbido lejano, habían cesado. Enfocó la vista y vio a Percy observándola de una manera que ella no supo descifrar. Tal vez en otro momento podría haberlo hecho, pero se sentía tan fuera de sí que apenas recordaba que día era.

—Ya lo sabías, ¿no es así?

Venus no sabía a qué se refería. Esperen, ¿lo había estado observando todo el camino hasta... donde sea que estuvieran? Desvió la mirada hacia el frente y repasó su entorno de soslayo. ¿Qué no se supone que las carreteras deben estar direccionadas?

—Todos lo sabíamos —dijo Annabeth, salvándo a Venus de tener que dar una respuesta propia.

Pero Percy pareció percatarse de que Venus ni siquiera los estaba oyendo.

—Oye, ¿estás bien? —preguntó con cautela.

—¿Por qué no lo estaría? —respondió seca, sin apartar sus ojos de la carretera vacía.

—Bueno... bueno, tu... —parecía que le costaba encontrar una forma de decirlo, o quizá simplemente le costaba decirlo—. Solo digo que puedes decirnos si, no lo sé, lo que sea.

Venus apretó mandíbula.

—No fue nada. —Dioses, los semidioses corrían riesgos todo el tiempo, la misma Venus había sido perseguida por monstruos desde los nueve años, no era nada nuevo.

—Pero si fue algo.

—Percy... —no dijo nada más, pero el tono empleado bastó para que él guardara silencio los próximos cinco minutos.

Entonces, como si Percy hubiera estado reflexionando sobre los eventos recientes, dijo:

—¿Saben? Creo que comenzaré a tomarme más en serio la misión.

Los párpados de Venus se abrieron más y las cejas se enarcaron unos centímetros por encima de sus pestañas con nulo asombro; sus labios se entreabrieron. No la veía, pero estaba segura de que Annabeth tenía la misma expresión en este momento.

—Tal vez no estaba tan comprometido al principio, pero después del río algo comenzó a sentirse diferente... Él me salvó. Mi padre —bajó la mirada al suelo un momento, haciendo una pausa en su reflexión—. Es que nunca creí que él fuera capaz de hacer algo así por mí.

Los tres restantes compartieron una mirada. Al final, fue Annabeth quien carraspeó para preparar el terreno.

—Escucha, Percy, no es por ser la voz de la negatividad pero..., tu padre, bueno, a él no le convenía que tu murieras. Te necesita para limpiar su nombre y evitar una guerra —dijo Annabeth, y Venus estubo segura de que se había esforzado por no sonar tan calculadora.

No es que Venus no lo hubiera pensado también, que a Poseidón no le interesaba Percy más allá del beneficio que pudiera sacar de él. Después de todo, por más cruel que sonara, Percy no debería haber nacido, era un error. No lo era para Sally, pero sin duda lo era para Poseidón.

—No tenía porque salvarme a mi —terció Venus, encogiéndose de hombros mientras le mostraba a Percy una sonrisa de labios apretados.

No lo decía para dejar bien parado a Poseidón, porque tratar de dejar bien parado a un dios era un caso perdido; por cada buena acción que hacían, tenían tres debajo de la alfombra. Pero no soportó ver la ilusión apagarse de los ojos de Percy. Venus tenía una buena relación con su madre, menos superficial de lo que muchos esperarían, así que ¿quién sabe?, quizá Percy podría llegar a tener lo mismo con su padre algún día.

—Lo hizo porque eres importante para mí —dijo Percy, y sonó tan convencido que Venus casi le creyó.

A Venus se le ocurrió más de una razón por la que Poseidón podría haberla salvado, y la principal era que, si bien no le debía nada a ella, sin duda si a su madre.

—¿Auto? —preguntó Grover tras oír el sonido de un motor a lo lejos.

Todos guardaron silencio.

—No —dijo Annabeth—. Es una moto. Escondámonos y esperemos a que pase.

Los cuatro fueron detrás de un muro de cemento de menos de un metro de altura ubicado al borde de la carretera y se acacharon con la espalda pegada al material, sólido y frío. Venus flexionó las piernas y las abrazó contra el pecho, su mirada bajó a sus botines, ahora también cubiertos de tierra, y suspiró. Ya no había salvación para ellos.

—¿Por qué te estás portando rara? Creí que ya estábamos bien —dijo Percy.

Por un instante, Venus creyó que le hablaba a ella, pero resultó que la pregunta iba dirigida a Annabeth.

—No me porto rara —respondió a la defensiva.

—Claro que sí. Estás rara desde lo del arco.

Annabeth guardó silencio.

Ahhhh, ya entendí —dijo Percy, como si hubiera tenido una revelación—. No tiene porque ser raro. El abrazo.

Cierto, recordó Venus. Annabeth había abrazo a Percy después de que ellas se revolcaran el tiempo suficiente en la arena para necesitar mínimo siete duchas. Había sido largo y significativo, y a Venus le había incomodado de cierta manera. Le había hecho preguntarse si Annabeth y Grover se sentían igual cuando presenciaban alguna de las interacciones entre Venus y Percy.

En el fondo esperaba que no, pero tenía el presentimiento de que a veces eran algo intensos. No quería que así fuera, sólo quería que todo lo que tuviera que ver con Percy fuera normal. O, bueno, la normalidad a la que ella estaba acostumbrada.

Annabeth suspiró.

—Ay, madre.

—O sea, ahora somos amigos. Abrazarse es normal entre amigos —dijo Percy, aunque parecía que, más que a Annabeth, trataba de convencerse a sí mismo de aquello.

—Vi a las Moiras —soltó Annabeth, como si necesitara decirlo desesperadamente. Venus advirtió que se lo había estado guardando durante un tiempo—. Cuando estaba en el arco vi a las tres Moiras, y vi a Átropos cortar un trozo de hilo.

Venus sintió como si se formara un hueco en su estómago.

—¿Y eso es malo o...? —preguntó Percy, sin comprender la gravedad de la situación.

—Las Moiras tejen el hilo de la vida de todos los seres vivos —comenzó a explicar Grover—. Si ves que cortan un hilo...

—Significa que uno va a morir —completó Annabeth sin tacto alguno.

—Nos pasará a todos, eventualmente —terció Percy.

—Pronto —aclaró.

Todos guardaron silencio. Venus sintió los tres pares de ojos sobre ella, pero no se atrevió a mirarlos de vuelta, muy concentrada en lamentarse por sus botines, ¿había mencionado que eran sus favoritos?

—Okey —Percy retomó la palabra, queriendo romper el aura lúgubre que se había formado al rededor—. Tenemos que hablar sobre esa cosa del destino. Tres ancianas con estambre no pueden saber lo que va a pasar. Yo decido lo que va a pasar. Y puedo elegir hacer lo que... sea.

Se detuvo cuando el ruido de una motocicleta ahogó el sonido de su voz. Mantuvieron silencio hasta que el motor dejó de oírse, pero incluso entonces ninguno dijo nada.

—¿Necesitan ayuda? —preguntó una voz unos segundos después, era grave y profunda, y se oía algo ronca cuando pronunciaba las vocales, como si la garganta del tipo estuviera dañada por fumar demasiado.

Venus se lamentó por reconocerla casi de inmediato.

Llevó la mano a la rodilla de Percy cuando vio que iba a levantarse para ver de quién se trataba. Él se detuvo y volvió a apoyar su trasero en la tierra.

—Yo me encargo de esto —dijo, y alzó la mano izquierda frente a la cara de Percy antes de añadir—: Y no vamos a votar.

—Ni siquiera quería... —comenzó Percy, pero se detuvo y soltó un suspiro de resignación a mitad de la oración.

Venus se puso de pie y sacudió el jean en la zona de su trasero, pero estaba segura de que era otra prenda que iría a parar a la basura. Se dio media vuelta para encarar al tipo de la motocicleta: iba vestido con una camiseta de tirantes roja, tejanos negros y una chaqueta negra de cuero (Venus llegó a oler la fragancia de la colonia desde donde estaba; no le disgustó), y llevaba un cuchillo de caza sujeto al muslo. El casco le ocultaba el pelo, pero Venus ya lo había visto antes: corto, negro y brillante; una barba bien cuidad le cubría la mitad inferior del rostro, y sobre los pómulos llegaban a apreciarse pequeñas cicatrices de antiguas peleas.

—¿Tu qué haces aquí, niña? —preguntó al reconocerla.

—Podría preguntarte lo mismo. ¿No deberías estar ocupado con tu encomienda? —lo observó con los brazos cruzados sobre el pecho y una ceja enarcada.

—¿Tu madre sabe que estás aquí?

Una sonrisa inconsciente se deslizó por los labios de Venus. ¿Saber? Oh, los dioses sabían que habría disfrutado ver la cara de Ares si le hubiera dicho que su madre en persona le había pedido que acompañara al hijo de Poseidón a la misión. Pero, por más que Venus creyera que su madre podía buscarse un mejor prospecto de novio, no le incumbía causar discordia en su relación.

Ups, me has atrapado —dijo, porque tenía que decir algo que excusara su sonrisa, levantando las manos en señal de rendición.

Ares soltó una risa ronca.

—Te estás metiendo en muchos problemas por ayudar a ese enclenque.

—¿Disculpe?

Venus bajó la mirada y observó que la cabeza de Percy sobresalía del muro de cemento. Cerró los ojos y soltó un largo suspiro para ahuyentar las ganas de darle una patada con el tacón.

Una mirada bastó para que Percy recapacitara.

—Oh, si, enclenque, lo que sea... —volvió a esconderse.

Venus regresó su atención a Ares. Él la miraba con la cabeza ladeada hacia un costado y una sonrisa que le dio ganas de golpearlo fuertemente en el rostro. Aflojó las manos, las cuales no se había percatado que estaba apretando en puños. No miró, pero sabía que marcas de uñas se habían grabado allí por presión aplicada. Acarició la palma con el pulgar y se tranquilizó al no sentir sangre allí.

—Ya salgan, ustedes tres —ordenó Ares.

Sus compañeros de misión se pusieron de pie.

—Bien, ahora —Percy fue el primero en hablar, y lo hizo en su dirección—, ¿nos dirás de dónde conoces al pandillero o tendremos que adivinarlo?

—¿Pandillero? —se burló Ares, para nada ofendido por el calificativo. A Venus no lo sorprendió, seguro lo habían llamado de peores formas. A ella, por ejemplo, se le ocurrían varias cada vez que lo veía...—. No importa —su mano barrió el aire con desdén—. Faltan pocos días para el solsticio de verano y, aunque me gustaría mucho que una guerra se nos venga encima, como tu primo, siento que es mi deber darles una mano.

Venus casi resopla. ¿‹‹Ares›› y ‹‹deber›› en una misma oración? No creía que fuera posible, mucho menos dicha por el propio Ares.

—¿Mi primo?

—Ares —le dijo Annabeth a Percy.

—Tu debes ser hija de Atenea —la voz de Ares bajó dos tonos, volviéndose más grave, cuando añadió—:..., siempre los más sabios del montón.

Annabeth no se mostró afectada por el comentario.

—¿Por qué querrías ayudarnos? ¿Cómo sabes qué hacemos aquí, de cualquier forma?

—Porque está haciendo lo mismo que nosotros —dijo Venus, dándose cuenta solo cuando la frase terminó de escaparse de sus labios que ella no tenía cómo saber esa información.

—Exactamente. Parece que no eres la más lista del grupo después de todo —Ares sonrió, muy ocupado molestando a Annabeth para notar la falta de Venus—. Zeus envió a todos sus hijos a buscar el rayo maestro. A ver, mocosos, tengo hambre. Hay un restaurante más adelante. Se quieren mi ayuda, vayan. Pero no tarden, no esperaré por siempre.

Ares se colocó unas gafas negras y en segundos lo perdieron de vista.

Lo gracioso (para nada gracioso, en realidad) es que ‹‹más adelante›› bien podían ser doscientos metros o dos kilómetros.

Venus esperaba que lo primero.

—¿Ese es mi primo? ¿En qué clase de familia estoy?

—En una bastante incestuosa —respondió Venus, porque no sabía si Percy lo preguntaba en serio o sólo estaba siendo..., siendo Percy.

—Vamos —terció Annabeth.

Y todos se pusieron en marcha.

Naturalmente, fue lo segundo.

¿Venus sería repetitiva si dijera que estaba harta de caminar?

Estaba segura de que si alguien algún día escribiese un libro sobre esta misión, el noventa porciento de su monólogo sería ella quejándose de lo mucho que tuvo que caminar. Por lo menos en el bosque los árboles proporcionaban algo de sombra, pero ahora, en una carretera en vaya los dioses a saber a qué distancia del pueblo más cercano, con el sol brillando intensamente sobre su cabeza y calzando unos botines con aspecto miserable, era aún peor.

¿Cómo es que su vida había llegado al punto en que lo único que deseaba era llegar a un pueblo en el que seguramente habitara más vacas que personas? Dioses, Venus se sentía tan miserable.

Ella formaba parte de la élite de Manhattan, la máxima distancia que sus piernas tenían la capacidad de andar era hasta la quinta avenida y de regreso, cargando quizá diez quilos de ropa en bolsas de marcas de diseñador, sí, pero no para caminar más que eso.

Añoraba las tardes de chicas en la cabaña 10, los baños de hidromasaje en el jacuzzi, las noches de karaoke que terminaban con reprimendas por parte de Quirón debido al alto volumen del parlante; extrañaba las tardes de cotilleo junto al té y las tartas, ¿cuántos susurros se estarían escapando de sus oídos? Y, dioses, daría lo que fuera en ese momento por una porción del cheesecake que preparaba Nahomi...

—¿Te arrepientes?

Venus levantó la mirada del suelo y la centró en Percy, muy segura de que había escuchado su voz hablarle, ¿llevaría mucho tiempo haciéndolo? Las comisuras de los ojos de Percy se curvaron hacia abajo junto con las de sus labios: tenía los labios secos. Por inercia, quizá, Venus remojó lo suyos, notándolos agrietados.

—Lo siento, ¿qué?

Percy suspiró.

—¿Que si te arrepientes de haber aceptado acompañarme?

Venus regresó su vista al frente y vio a Annabeth y Grover al menos tres o cuatro metro por delante de ellos. Y más adelante aun, Prometeo agitaba la cola persiguiendo una mariposa monarca. Venus no había notado que se iba quedando atrás, aunque ellos no parecieron darse cuenta o no le dieron importancia.

—Es tonto —murmuró Percy, metiendo las manos en los bolsillos—. No debería habértelo pedido. Seguro que estarías mejor en el campamento.

Esa última frase la puso a la defensiva. Una cosa era que ella deseara estar pasando el verano encerrada en su cabaña y otra muy diferente era que Percy pensara que ella estaría mejor allí, como si no le hubiera sido de utilidad hasta ahora, como si solo estorbara.

Volteó hacia él con los párpados entrecerrados y el enfado fácilmente perceptible en la mirada.

—¿Crees que no puedo manejarlo?

Las cejas de Percy se arquearon hacia arriba, sus párpados se abrieron aun más, y sus labios se separaron, todo en él denotaba asombro.

—Claro que no —dijo rápidamente, pero en seguida se retractó—. No, es decir, me refería a que sí... —se cubrió el rostro con las manos y murmuró algo, su voz fue amortiguada, por lo que Venus casi no alcanzó a oír lo que dijo: ‹‹Ay, soy un idiota.››

Venus exhaló en voz alta, queriendo cubrir su incomodidad. Oyó el murmullo de la conversación que compartía la otra mitad del grupo y sintió curiosidad por saber de qué hablaban.

—Lo que quería decir... —Percy retomó la charla, sus dedos apretaban el dobladillo de su camisa, señal de que estaba nervioso—, es que estoy muy agradecido de que hayas aceptado venir, en serio. Estás manejando todo esto mucho mejor que yo. Literalmente me salvaste la vida en el arco.

Ahora Venus era la sorprendida. Volteó y lo observó, creyendo que la posible insolación que estaban sufriendo había afectado su memoria.

—Tu me salvaste de la caída.

Percy negó con la cabeza.

—Ese es mérito de mi padre. —Entonces volteó hacia ella, tenía un brillo en los ojos que Venus jamás había visto—. Tu... la forma en la que te hiciste cargo de Quimera fue realmente asombrosa.

Venus desvió la mirada cuando sintió el calor apoderarse de su rostro. Dioses, ella no se sonrojaba. Nunca.

—Gracias —murmuró observando sus uñas.

Siguieron su camino sin agregar nada más a la conversación. Percy parecía estar con ganas de molestarla ya que lejos de dejarla disfrutar de la caminata que claramente no quería hacer, se acercó a ella y le dio un empujón en el hombro. No fue brusco, pero como estaba distraída pisó mal y su pie se dobló haciendo que se tambaleara tratando de no caerse. Percy se asustó y trató de alcanzar su mano para ayudarla, pero Venus recuperó el equilibrio enseguida.

Cuando lo consiguió, le devolvió el empujón a Percy, con un poco más de fuerza que la que él había empleado con ella. Percy solo rio. Los empujones continuaron durante varios metros de carretera, entre risas silenciosas y miradas robadas. Venus se sintió otra vez como aquella niña con dos trenzas que jugaba a las carreras con Percy en el supermercado. Ese pensamiento hizo que algo se revolviera en su interior.

De pronto se dio cuenta de que Annabeth y Grover habían frenado su andar, cuando llegó a su lado vio que varios metros más adelante se alcanzaba a leer, en un cartel de chapa que tenía la pintura verde oxidada y descascarada: ‹‹BIENVENIDO A DENVER››

Venus escaneó los alrededores a medida que dejaron el cartel atrás y siguieron avanzando, adentrándose más en el pueblo, pero contrario a lo que se imaginó, no había ninguna vaca a la vista.

—¿Cómo se supone que sabremos en cuál restaurante nos está esperando? Si es que nos está esperando —dijo Percy.

—Supongo que tendremos que ir uno por uno —dijo Annabeth, luego de soltar un largo suspiro.

—Es ese de allí —dijo Venus, haciendo un ligero ademán con el mentón hacia un local con un letrero donde se leía ‹‹WHEELZ›› en colores azul y rojo ubicado en el tejado sobre la puerta de entrada. Tenía una fachada de restaurante viejo, de esos que pueden encontrarte en la carretera en medio de la nada, o bien a las afueras (¿o entrada?) de una ciudad.

—¿Cómo estás tan segura? —Percy le envió una mirada curiosa.

—¿No lo perciben? —No sabría explicarlo con exactitud, simplemente era algo en el ambiente, como si la densidad aumentase o el aire se volviera más seco. Y aunque debido a las circunstancias actuales en el Olimpo, lo que describía podía deberse fácilmente a una próxima tormenta, de alguna manera supo adivinar lo que era—: Ira.

Sus compañeros guardaron silencio, como si esperaran oír algo. Grover olfateó el aire, pero pareció no percibir nada.

—Yo no siento nada —dijo Percy tras un momento en el que nadie habló.

Venus rodó los ojos.

—Como sea, de todas formas es la más cercana para comenzar a buscar —dijo, aunque silenciosamente esperaba tener razón. No quería jugar a las escondidas con el novio de su madre.

Venus fue la primera en dirigirse en aquella dirección, con Prometeo pisándole los talones. Los demás no tardaron en seguirla y pronto se hallaron cruzando el umbral de la vieja puerta astillada.





















































ARIA'S NOTES


¿Hay alguien que aún lea esto?

Como sea, actualicé ( duhhh ). Intentaré hacerlo más seguido, pero la semana que viene comienzo los parciales así que no prometo nada.

Si les gustó el capítulo no se olviden de votar y comentar y guardar esta historia en su biblioteca para no perderse ninguna actualización, yo en mi youtuber mood, pero en fin. MUAK

XOXO, Aria

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