𝟭𝟬. medusa looks so coquette










GAME OF SECRETS
❪ act one: capítulo diez ❫

❛ medusa se ve muy coquette ❜




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Si ya Venus dudaba de que Grover conociera el significado de la palabra ‹‹cerca››, lo terminó de confirmar después de otros largos cinco minutos en los que no vio más que árboles en su camino. Árboles e insectos, demasiados insectos para su gusto.

Ahora ella y Percy eran quienes iban hasta atrás, aunque no les importaba, caminaban en un silencio cómodo, chocando sus hombros de manera juguetona cada cierta cantidad de pasos y compartiendo sonrisas cómplices.

—Lo siento —Percy fue el primero en romper el silencio—. No pensé en que las cosas en el Olimpo están tensas y que, si fallamos en la misión, los dioses deberán tomar partido por Zeus o por mi padre. Tampoco quise ponerte en un aprieto —dijo, rascándose la nuca, un reflejo que tenía cuando se ponía nervioso, Venus lo sabía.

—Tranquilo —ella no lo había tomado tan en serio, Percy solo estaba preocupado porque las cosas no estaban saliendo como las habían previsto, dudaba que su madre se hubiera ofendido en lo absoluto—, sé que no lo dijiste con mala intención.

—Aun así, lo siento.

Venus negó con la cabeza para que dejara el tema ahí, acomodó detrás de su oreja un mechón de pelo que se le había soltado del peinado y recién ahí fue que Percy apreció en brazalete de perlas que llevaba en su muñeca. No recordaba habérselo visto antes, pero preguntó solo para estar seguro de que su THDA no le estaba jugando una mala pasada.

—Ah, si, es nuevo —dijo Venus confirmando así sus sospechas, ella observó el brazalete y una sonrisa inconsciente se dibujó en sus labios—. Regalo de mamá.

Percy sonrió al verla contenta, era claro que la relación que Venus tenía con su madre era mejor que la del promedio de los semidioses, por lo que había visto en el campamento, al menos. Sintió un pinchazo de celos, tal vez, muy en el fondo, Percy añoraba ese tipo de relación con su padre.

Se sorprendió al pensar aquello, sobre todo porque, hasta que Venus sugirió que Poseidón sí había querido entablar una relación con Percy pero esto se le era prohibido, él no tenía intención alguna de tener algo que ver con Poseidón. Pero, tal vez si empujaba el sentimiento de abandono lo más al fondo de su cabeza y conseguía dejar ese resentimiento de lado, quizá en un futuro, esperaba, no muy lejano, podría darse. Si la misión salía bien, recuperaban el rayo y evitaban la guerra.

Pero se dijo a sí mismo que la prioridad seguía siendo su madre, la mujer que lo había criado y había dedicado su vida entera a protegerlo. Tal vez Percy no la hubía entendido de pequeño y hubía pensado que ella no lo amaba, pero ahora entendía que todo había sido por su bien y que Sally sólo quería cuidarlo. No iba a abandonar a su madre por la idea de una relación con un dios que ni conocía.

—Aunque aún debo encontrar una diadema que haga juego. Las perlas no han estado en los reflectores hace un lustro, planeo renovar la tendencia.

La voz de Venus lo sacó de sus pensamientos y volvió a enfocar su mirada en ella.

—Me gusta, resalta tu sonrisa.

—¿En serio lo crees? —preguntó, regalándole una sonrisa con dientes para que comprobara.

Percy se perdió un momento en ella, admirándola, y estuvo seguro de que Venus tenía la sonrisa más linda del mundo. Sintió como medusas se despertaban otra vez.

—Creo que eres hermosa —confesó, y ni el mismo Percy estuvo seguro de dónde había sacado el coraje para decirle aquello, aunque no pensaba retractarse— y que cualquier cosa que uses no va a hacer más que resaltar lo hermosa que eres naturalmente.

La amplia sonrisa de Venus se desvaneció de a poco, dejando paso a un entrecejo fruncido y unos ojos chinos, Percy sintió miedo de haber dicho algo mal.

Entonces, dejándolo más sorprendido todavía, Venus enredó los brazos detrás de su nuca y lo atrajo en un abrazo cálido. Percy liberó el aire que hasta entonces tenía retenido en sus pulmones y le rodeó la cintura, sintiendo escalofríos cuando la respiración de Venus le hizo cosquillas en el cuello.

Las medusas en el estómago de Percy enloquecieron.

—Gracias —murmuró Venus, con el rostro escondido en la curva del cuello de él—. Es lo más lindo que me han dicho nunca.

Una mentira a medias; su madrastra solía decirle cosas de ese estilo, aunque Venus nunca la tomaba en serio, suponía que era una especie de regla no escrita que tus madrastras te digan cosas bonitas para aparentar que te quieren.

Además, Venus sabía que era hermosa, no entendía porque ese comentario viniendo de Percy le había extendido una sensación cálida en el pecho. Tal vez era por cómo lo había dicho.

Un ‹‹eres hermosa›› siempre iba a superar un ‹‹estás hermosa››, porque esa pequeña diferencia entre el ser y el estar que los chicos por lo general no notan, puede hacer sentir a una chica como la más feliz del mundo.

Percy rompió el abrazo cuando sintió algo jalar violentamente su pantalón, bajó la cabeza y se encontró a Prometeo con los dientes aferrados a la tela y sacudiendo la cabeza de un lado a otro. Alejó su pierna del resto de su cuerpo y la sacudió sin ser brusco hasta que el caniche lo dejó libre, aunque ahora le gruñía.

‹‹Genial —pensó con sarcasmo—, ahora debo compartir a Venus con esa oveja deforme rosa.››

—No le agrado —dijo para señalar lo obvio.

Venus levantó al caniche del suelo y lo miró fijamente, fingiendo pensar.

—Mmm, tal vez te sienta olor a pescado.

—¿En serio?

—Bromeo —volteó a mirarlo y le sonrió divertida, acomodando al perro en sus brazos—. Relájate, Aquaman, seguro solo comenzaron con la pata equivocada. Empecemos de nuevo, dile hola.

Percy la miró incrédulo, esperando que se riera y le dijera que otra broma, pero no lo hizo.

—No voy a decirle hola a un caniche rosa —dijo—. Olvídalo.

—Vamos, Percy, porfa —dijo, prolongando excesivamente la última a. Extendió sus brazos para que el hocico del animal quedara a la altura de la cara de Percy.

El caniche gruñó.

Percy le dijo hola al caniche.

Venus sonrió contenta, y Percy se consoló sabiendo que hacer el ridículo al hablarse a un perro había valido la pena, porque ella le había sonreído.

—¡Oigan, tortolitos! —un grito de Annabeth les llamó la atención—. No se queden atrás.

Percy sintió sus mejillas calientes y se apresuró a avanzar, tratando de evitar que Venus se diera cuenta de ese detalle, y, por suerte, así fue.

Venus lo siguió dos pasos más atrás mientras se maldecía por haber elegido unas botas con taco, que ella juraba que era mínimo, pero al parecer era el suficiente para enterrarse en el barro y dificultarle la caminata.

—Oh, se me olvidaba —Percy le dijo a Venus cuando su rostro volvió a su color natural y se atrevió a mirarla a los ojos—, te debo un secreto.

Venus pensó por un momento a qué se refería y cuando creyó saberlo, negó con la cabeza.

—No me debes nada, no era un secreto mío —se encogió de hombros y arrugó la nariz—. Además, merecías saber lo de tu madre, con juego o sin él.

Dieron por finalizado el tema ahí.

Grover los animó a seguir adelante, asegurándoles que percibía el olor de carne cocida, Venus se preguntó si no serían ellos después de tantas horas bajo el sol.

—¿Sabes, Grover? —dijo Venus, con la piernas cansadas y la respiración pesada—. Mi definición de cerca no es a dos kilómetros de distancia.

Prometeo jadeaba con la lengua afuera desde el suelo, parecía el único además de Grover con energías para seguir caminando.

—Ya estamos cerca, lo prometo —aseguró Grover, apartando ramas con hojas que estaban a la altura de su cintura.

—Dijiste eso hace veinte minutos —replicó Annabeth, desganada.

—Esta vez es verdad —dijo, y Venus rodó los ojos—. Además, piénsenlo. Alguien prepara hamburguesas en una vereda de sátiro en medio del bosque, sea quien sea, es de nuestro mundo.

—¿Y entonces por qué carajos vamos hacia allí? —protestó Venus, deteniéndose—. Si es de nuestro mundo, o es un dios, y no tenemos tiempo para eso, o es un monstruo, y estoy lo bastante agotada para dejar que mate.

—No digas eso —trató de animarla Percy, tomándola de la mano y obligándola a retomar la caminata—. Piensa lo feo que sería que te mataran en un bosque de Nueva Jersey.

Tras considerarlo un momento, Venus supo que Percy tenía razón, ese bosque no merecía tener su cadáver.

Dieron la vuelta a un gran árbol y se encontraron con una estación de servicio abandonada. Siguieron caminando por el asfalto, desgatado y entrecubierto de pasto, y más adelante había un montón de estatuas de piedra amontonadas a la entrada de una casa. En un cartel clavado en el suelo se leía: ‹‹Emporio de gnomos de la tía M››.

—Ay, no —Annabeth suspiró con pesar—. La tía M tiene un jardín repleto de estatuas de piedra, si es alguien de nuestro mundo. ¿No quieren saber qué significa la M?

Los cuatro se detuvieron frente a una pequeña plaza llena de estatuas de criaturas mitológicas, monstruos.

—Hay que irnos mientras podamos.

Se dieron media vuelta, dispuestos a obligar a sus piernas a resistir otro par de kilómetros hasta alejarse de ese lugar, pero, entonces, una furia descendió del cielo y se interpuso en su camino de escape.

Percy prácticamente le lanzó la caja de zapatos a Grover y rápidamente sacó su espada de bronce brillante, dispuesto a enfrentarse a la criatura. Ambas chicas también desplegaron sus armas, Annabeth su daga y Venus transformó su brazalete en arco y cargó una flecha. Prometeo se escondió detrás de Grover.

—Debiste aceptar mi oferta mientras podías —dijo Alecto, Venus siguió la dirección en la que miraba y dio con Annabeth, quien se removió en su sitio.

—¿Oferta? ¿De qué oferta está hablando? —preguntó Percy, pero no detuvo sus ojos en la morena más de un segundo, sabiendo que la furia podía atacar en cualquier momento.

Entonces escucharon una voz melosa provenir de detrás de las estatuas.

—Hoy no, amigos. No en mi entrada.

Alecto giró su cabeza y cerró los ojos. Annabeth y Grover bajaron la cabeza de inmediato, pero Percy curioso Jackson quería ver de quién se trataba, así que Venus se acercó a él y lo obligó a bajar la cabeza de una manera en la que, accidentalmente, sus narices acabaron rozando.

—Si tienen algo que resolver, ¿por qué no entran y los ayudo? —ofreció la voz—. ¡Alecto, ¿no nos acompañas?!... ¿No? Me lo había imaginado. —Hizo una pausa, disfrutando del miedo que generaba en la Furia. Ahora les habló a los campistas—. No va a molestarlos mientras estén conmigo, pero no creo que tampoco se vaya, significaría tener que reportar que fracasó en capturar al hijo de Poseidón.

Percy se removió en su lugar, pero por el agarre de Venus no pudo girarse por completo.

—¿Cómo es que...?

—Un hijo prohibido fue reclamado, ¿cuánto creíste que duraría el secreto? —Percy se sintió incómodo al respecto—. Es un placer estar frente a ti, hijo de Poseidón. Soy Medusa —dijo, siseando su nombre.

—No volteen, es un monstruo —dijo Annabeth, como si necesitara reafirmarlo.

—Todos elegimos quienes son nuestros monstruos, pero ahora —apuntó hacia Alecto—, ella quiere destrozarlos y hacerlos pedazos, y yo les ofrezco comida.

Venus observó discretamente en su dirección, comenzando desde sus zapatos, los cuales eran unos tacones vuittons originales de color rosa, subió por su falda, que le llegaba hasta cuatro dedos por encima del tobillo, y llegó a un saco de tela fina. Sobre su cabeza, manteniendo las serpientes ocultas, llevaba un sombrero Fascinator con un tul que le cubría los ojos. Todo de color rosa pastel.

—Ustedes deciden —dijo, para luego darse la vuelta y, al son del golpe de sus tacones contra la piedra del suelo, entrar a su casa.

Cuando estuvieron seguros de que se había ido, se enderezaron sin problema.

—¿Qué opinan? —preguntó Grover con cierto temor.

—Que se viste muy coquette.

Percy no estaba seguro de lo que significaba eso, pero no creyó que fuera el mejor momento para preguntar.

—Oigan, confiemos en ella —dijo, dejando perplejos a los otros tres—. No puedo explicarlo, es que... mi mamá me contaba su historia. —Ni Grover ni Annabeth se mostraron confiados, entonces optó por apelar a Venus—. Tú me dijiste en el museo que ella no era lo que parecía.

Venus frunció sus labios y dio un vistazo rápido hacia la puerta, no se sentía segura entrando en el hogar de un monstruo, pero se sentía menos segura ante la idea de quedarse parada frente a la Furia por más tiempo.

A veces uno debe escoger el monstruo que menos daño le hace y estar preparado para enfrentarlo.

—Venus —Ella volteó y se encontró con los ojos verde mar de Percy observándola fijamente, suspiró—, tú y mi madre son las personas más importantes en mi vida, si no puedo confiar en ustedes, ¿entonces en quién?

Venus no supo qué responder a esa declaración, así que solo asintió, convirtió su arco nuevamente en brazalete y siguió a Percy hacia el interior de la casa. Dentro olía a comida casera, aunque no supo distinguir a cuál, cuando su madrastra cocinaba todo olía de la misma forma.

Lo que acaparó la atención fue la amplia mesa cubierta por un mantel de seda y adornada con candelabros, un gran tazón de frutas en el centro y a los lados platos con postres, tartas, pastelitos y dulces.

—¿Tienen hambre? —oyeron voz de Medusa provenir de una de las habitaciones, cuando entraron—. Dejé snacks en la mesa mientras preparo algo más nutritivo.

Venus llevó una mano a su estómago cuando lo sintió rugir, pero no podía permitirse comer nada de lo que les ofreciera.

—¿Crees que sea seguro?

—No voy a mentirte, tengo mucha hambre y estoy dispuesto a correr el riesgo —dijo Grover, sorprendiendo tanto a Percy como Venus, no lo habían escuchado entrar.

Los ojos de Venus recorrieron el lugar, desesperados por observar cualquier cosa que no fuese la mesa llena de delicias culinarias, hasta que acabaron centrándose en Annabeth cuando esta cruzó la puerta.

Percy dirigió su mirada a Venus cuando sintió la mano de la chica chocar suavemente con la suya, cuando siguió el curso de su mirada, se encontró con la morena acercándose a ellos.

—Gracias por venir —dijo Percy.

—No es lo mismo para ti que para mi —respondió. No quería estar allí, pero si Medusa era peligrosa (de lo cual estaba segura), al menos podrían enfrentarla juntos.

—¿Por qué?

Venus a veces pensaba que Percy lo hacía a propósito. ¿Cómo que por qué?

—Te preocupa que te tenga algo de rencor solamente porque eres hija de Atenea —dijo Medusa, entrando en el comedor con una jarra de limonada. Los cuatro desviaron la mirada hacia otra parte.

Obvio que le preocupaba, era lo más lógico. Annabeth sería tonta al no preocuparse y entrar a la guarida de un monstruo, monstruo creado por su madre, con la guardia baja.

Venus entendía a Annabeth, ella se pondría igual en presencia de Hefesto; era bien sabido que los vástagos de Afrodita no le caían en gracia.

—No temas, nosotros no somos nuestro padres —siguió hablando Medusa mientras vertía el líquido fresco en vasos de vidrio—. Nosotras podríamos tener más en común de lo que piensas. Siéntense —pidió, cordial.

Pero Annabeth no se creería su amabilidad ni con todos las donas glaseadas de chocolate del mundo.

A pesar de no estar del todo convencida, Venus tomó asiento cuando Percy corrió la silla ubicada en la esquina y le hizo una ademán con la cabeza, invitándola a sentarse. Se removió algo incómoda, sintiendo una fuerza invisible llenar el comedor, como si el aire se volviera más denso, pero viendo que era la única que parecía percibirlo de aquella manera, empujó esa mala sensación a lo más profundo de su mente y se concentró en lo que pasaba frente a ella.

Aunque eso no hizo que el ambiente se aligerara ni que la opresión desapareciera.

Percy y Grover habían tomado asiento en la mesa, el primero a la izquierda de Venus y el segundo a la izquierda de Percy, y comenzaron a servirse de los snacks en sus respectivos platos.

Annabeth observaba todo con mirada crítica, de pie y con los brazos cruzados.

—Si no eres un monstruo, dime que eres —le habló Percy a Medusa, con la vista fija en su plato.

—Sobreviviente.

—Debes ser algo más que eso. Hay una Furia afuera que se ve aterrada por ti.

—Porque sabe lo que creo de ella; no me gustan los bullies —dijo Medusa, y se sentó en una silla algo apartada de la cabecera—. Si uno aparece en mi puerta, se quedan allí más tiempo del que habían planeado. El don que los dioses me dieron es que nadie pueda volver a hacerme bullying.

—Lo que mi madre te dio no fue un don, fue una maldición —dijo Annabeth de mala gana.

—¿Eres leal a tu madre? —inquirió Medusa sin perder su tono meloso.

—Sí.

—¿Estás de su lado?

—Siempre —su expresión fue de obviedad.

—¿La amas?

—Por supuesto que sí.

—Igual que yo... antes. —Venus pudo percibir como el rencor se deslizaba por sus labios al decir la última palabra. El aire se volvió más pesado—. ¿Conoces la historia de cómo terminé así?

Grover se apresuró a tragar un pastelito mientras asentía. —Yo sí.

—¿En serio? —preguntó Medusa, con un deje de ironía en sus palabras.

Grover frunció el ceño y volteó a mirar a Annabeth, pero ella se mantuvo firme en su lugar sin apartar sus ojos de la figura del monstruo y no le prestó atención.

—Yo si —respondió Percy, con un tono alegre que dejó extrañados a sus compañeros de misión; estaba feliz de finalmente ser útil en algo—. Tú me la contaste —dijo mirando a Venus mientras señalaba con el tenedor en su dirección, al ver la cara con la que ella lo miró, prefirió regresar su mirada al plato. Aun así continuó hablándole a Medusa—. Eras sacerdotisa de Atenea...

—Atenea lo era todo para mí, sí —lo interrumpió, y Venus pudo sentir como el ambiente se cargaba de nostalgia, una sensación de completa devoción—. La veneraba, hacía plegarias y bastas ofrendas. Jamás respondió —se encogió de hombros y soltó una risa en forma de aire, pero en el fondo le dolía recordarlo—, ni siquiera un presagio que sugiriera que apreciaba mi amor. Yo no era como tú, corazón, yo era tú —le dijo a Annabeth, y a ese punto le fue imposible esconder su desagrado.

Entonces Venus sintió que el aire se tornaba más denso, y la devoción se convertía en resentimiento.

—La habría venerado así durante una vida, en silencio —bajó la cabeza un momento, recordando—. Pero entonces, un día, otro dios llegó y rompió ese silencio.

Venus percibió un deje de cariño en el aire, pero sabiendo (o creyendo saber) cómo habían acabado las cosas con Poseidón, no creía que el aire se mantuviera ligero mucho tiempo.

Percy sintió que la mirada de Medusa lo penetraba detrás del velo del sombrero. Sus nudillos se volvieron blancos por la fuerza en el agarre de los cubiertos, y no fue capaz ni de mirar de reojo a la chica a su lado.

—Tu padre, el dios del mar, me dijo que me amaba. Sentí como si me hubiera visto de una forma en la que nadie me había visto antes —relató con nostalgia.

Venus sintió, muy en lo profundo de su ser, que podía llegar a entenderla. No es fácil resistirse a los encantos de un dios.

—Pero luego, Atenea decretó que yo la había avergonzado y un castigo se me aplicaría —su voz bajó dos tonos y se oyó algo ahogada—. No a él. A mí —murmuró, su voz se quebró después de eso—. Ella decidió que yo no volvería a ser vista por alguien para contarlo.

—No es lo que pasó —saltó Annabeth a la defensiva—. Mi madre es justa. Siempre.

—Los dioses quieren que creas eso —dijo Medusa, con la voz ya recompuesta y nuevamente dulce—, que son infalibles, pero quieren lo mismo que todos los bullies: que nos culpemos nosotros mismos por sus propias deficiencias.

—Eso no es lo que pasó, y tú eres una mentirosa —dijo Annabeth, apuntándola con el dedo.

Venus creyó que debía decir algo a favor de su madre, defenderla, porque a ese punto, Medusa había metido a todos los dioses en una misma bolsa, como si todos fueran la misma escoria. Venus no iba a negar que no eran perfectos, pero había niveles, y no pensaba dejar que rebajara a su madre de aquella forma.

Mas cuando quiso decir algo, una fuerte punzada atravesó su cabeza y oyó un pitido prolongado en sus oídos, como cuando acercas mucho un micrófono a un parlante y el zumbido de la bocina se transmite al micrófono y se amplifica. Así, solo que mil veces peor. El ambiente era pesado y el aire estaba cargado de desprecio, rechazo y resentimiento.

Venus no sabía que estaba pasando o porqué sentía lo que sentía, sólo fue consciente de que experimentó una horrible opresión en su pecho, y, por un segundo, sintió miedo de que el aire dejara de llegar a sus pulmones.

—¿Venus, que tienes? —Escuchó la voz preocupada de Percy, amortiguada por el zumbido.

Cuando volteó a verlo, lucía extremadamente preocupado y la miraba como si se tratara de una tetera de porcelana que se fuera a romper en cualquier momento. Venus quiso hablar, pero no le salió la voz. Sintió sus mejillas húmedas, llevó una de sus manos allí y se encontró con lágrimas bajando por estas. No se había dado cuenta de que estaba llorando.

Percy agarró una servilleta de la mesa y, con delicadeza, le secó las lágrimas. Le sonrió, pero Venus no pudo devolverle más que una mueca.

Entonces sonó una alarma.

Venus fue consciente de que Medusa dijo algo, pero no pudo escucharla. Sus ojos la siguieron hasta que se perdió detrás del marco de la puerta la cual —ella supuso— llevaba a la cocina. Unos segundos después, sus oídos se destaparon y pudo volver a respirar con normalidad, aunque le tomó un tiempo normalizar su respiración. Lo primero que oyó cuando el zumbido se disipó, fue a Annabeth diciéndole a Percy que no fuera un idiota.

No lo entendió hasta que observó como Percy se iba por la misma puerta que Medusa. Frunció el ceño sin entender que estaba sucediendo.

Annabeth fue hasta su derecha y se agachó para quedar a la altura de su rostro, puso una mano en su hombro y buscó conectar sus ojos con los suyos.

—¿Estás bien? —preguntó con cautela, lucía genuinamente preocupada.

A Venus le tomó un tiempo, pero finalmente asintió. Si ni ella misma entendía qué había pasado, mucho menos podría ponerlo en palabras, al menos no hasta que organizara sus ideas y se calmara por completo.

Mala suerte para ella que no era el momento de relajarse.

—Grover, ponte los zapatos —ordenó Annabeth, incorporándose y ayudando a Venus a ponerse de pie. Él la miró con un buñuelo en la boca y asintió repetidas veces—. Prepárense para correr.





























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—Voy a vomitar, voy a vomitar, voy a vomitar.

Venus apretaba su nariz con sus dedos para no oler el repugnante hedor que desprendía el cuerpo inerte de Medusa. O lo que quedaba de su cuerpo, más bien.

Luego de terminar de convencerse de que todo eso había sido una mala idea, los cuatro (porque Percy se había escapado de la cocina) habían bajado al sótano de la casa, el cual resultó ser un jardín de estatuas mucho más grande y con esculturas de piedra de todas las especies: gárgolas, dríades, duendes, sátiros y humanos, muchos humanos.

Medusa los habia acorralado allí y gracias al plan de Annabeth, el cual consistió en volver invisible a Medusa con su gorra de los Yankees para que Percy pudiera cortarle la cabeza, ahora estaban los cuatro, de pie, rodeando el sitio hasta el que había rodado la cabeza.

¿Y cómo lo sabían? Porque esa cosa desprendía el olor más putrefacto que Venus hubiera olido en su corta vida.

Percy tanteó el suelo con las manos hasta que sostuvo entre estas la cabeza. Grover le explicó que no se había desintegrado porque funcionaba como trofeo de guerra, al igual que el cuerno del Minotauro.

Venus sintió como algo viscoso le chorreaba en su bota y pegó un salto hacia atrás, completamente asqueada.

—Iugh, que asco, que asco, voy a... ¡aaah!

Sobó su brazo cuando Annabeth le dio un golpe ahí, y le dedicó una mala mirada, la cual la morena respondió con una de disculpas.

—Me estabas poniendo nerviosa.

—¡Yo soy el que está nervioso! Mis manos están tocando serpientes —protestó Percy, que podía sentir la textura áspera de las escamas a pesar de no poder verlas.

El nuevo plan de Annabeth consistía en llevar la cabeza de Medusa afuera y convertir a Alecto en piedra para que ellos pudieran irse, así que Percy y Venus (ella para darle apoyo moral), subieron hasta la casa y se dirigieron a la entrada, deteniéndose en la puerta con reja que daba al patio delantero.

—¿Quieres que yo la cargue? —ofreció Venus al ver las muecas de Percy, aunque en el fondo rezaba porque este se negara.

—No, no, está bien, puedo hacerlo —dijo y suspiró—. No lo decías en serio, ¿verdad?

—No. No pienso tocar esa cosa.

Percy, queriendo animarla un poco, hizo el amague de acercar la cabeza invisible hacia Venus, ganándose un golpe en el hombro por parte de la chica.

—¡Oye!

—¿Qué te pasa? —dijo, arrugando la nariz en señal de desagrado, aunque acabó soltando una risa que, desde la perspectiva de Percy, hizo que valiera la pena el golpe—. Bueno, ya. Recuerda apuntar al murciélago. Conociéndote, igual y te haces estatua tu solito.

Percy rodó los ojos ante la broma, pero le mostró una sonrisa cuando Venus abrió la puerta para que él pudiera salir, y le aseguró que todo estaría bien, antes de darse media vuelta e ir a enfrentar a la Furia.

Venus observó, desde el otro lado de la reja cómo Alecto se elevaba en el aire para atacar a Percy antes de que se petrificara y estrellara contra el suelo, haciéndose trizas al instante.

Percy volvió a cubrir la cabeza con la gorra de los Yankees y ambos bajaron nuevamente al sótano.

Al llegar se encontraron con la triste escena de Grover observando la estatua de su tío Ferdinand, el cual hasta ese día había estado desaparecido. Annabeth tenía su mano apoyada en el hombro de Grover en un intento de consolarlo. Percy y Venus le dieron sus condolencias.

—Hasta aquí llegó en su misión —dijo con la voz entrecortada—. Ni siquiera estamos en Trenton, pero mírenlo... no es igual a los otros... no se ve asustado —carraspeó—. ¿Usaron la cabeza para detener a Alecto?

—Sí.

Grover asintió.

—Bien, eso fue lo indicado —se frotó los ojos para quitarse las lágrimas—. Ya hay que irnos. Va a oscurecer.

Todos estuvieron de acuerdo.

—Pero ¿qué haremos con esto? —preguntó Percy, refiriéndose a la cabeza—. Detuve a una Furia con eso y ni siquiera me esforcé, no podemos dejar que alguien la encuentre —lo pensó un momento—. La enterramos en el sótano con la gorra, así va a estar a salvo.

Venus contuvo un suspiro, se recordó a sí misma que Percy no dimensionaba el significado que esa gorra tenía para Annabeth. Por eso se sorprendió cuando la morena estuvo de acuerdo tan rápido. Venus le dedicó una mirada crítica, preguntando sin palabras si era en serio lo que decía.

Annabeth asintió.

—Claro —pretendía sonar segura de sí misma. Aunque a Venus le pareció que su voz estuvo por quebrarse al final—. Ahora —dijo, queriendo cambiar de tema rápido—, ¿podemos hablar del problema mayor?

—¿Problema mayor? —preguntó Percy.

—‹‹Podrías salvar a tu madre››. Te lo dijo como si ya lo hubieran discutido.

Y lo habían hecho, en la cocina, luego de que Medusa le asegurara que Annabeth iba a traicionarlo y que alguien como Venus jamás se fijaría en él de forma romántica. Percy no sabia si se había sentido más patético de pensar que eso último podría llegar a ser mentira o de que un monstruo que no lo conocía en lo absoluto se diera cuenta de lo que sentía por Venus. ¿Tan obvio era?

—¿Tu madre sigue viva? —preguntó Annabeth.

—Sí, está con Hades —respondió Percy, y la morena no pasó por alto que la noticia no sorprendió a Venus.

—¿Tu sabías?

—Yo se lo dije.

Annabeth rio por la nariz.

—Claro que le dijiste.

—¿Disculpa? Oh, debería haberle ocultado que su madre estaba viva, ¿es eso? —dijo, irónica.

—Tendrías que habérmelo dicho también —señaló a Percy—. Tuve que saberlo por Medusa. ¿Qué haces realmente en esta misión?

—Okey, si estamos en esa —le dijo Percy, molesto—: ‹‹Debiste aceptar mi oferta››, ¿a qué se refería con eso? ¡¿Y por qué nos enteramos por Alecto?!

—Oigan chicos, ¡suficiente! —exclamó Grover, cansado de que lo estuviesen ignorando. Los tres lo miraron en silencio mientras él normalizaba su respiración—. La gorra fue un regalo de su madre, es la única posesión que la conecta con ella, eso debería importarte —le dijo a Percy.

—¿Y cómo haremos que esto esté a salvo? —cuestionó.

—Aun no llego a esa parte. —Para ser pacifista, Grover no lucía nada pacífico—. Y tú, ¿en serio? —se dirigió a Annabeth—. Su mamá está viva, ¿te imaginas lo confuso que debe ser para él sentir que tal vez deba elegir entre el destino del mundo y el destino de la única persona que le ha importado?

—¿Por qué estás tan alterado? —quiso saber Venus.

—Porque todo el día estuve tratando de mantener la misión en marcha sin molestar a ninguno de ellos, ¡que al parecer pelean por cualquier cosa! —Su respiración entrecortada era lo único que se oía—. Pero tal vez debamos molestarnos antes de avanzar. Te hizo una pregunta en el bosque y no la respondiste. ¿A qué le tienes tanto miedo? —le dijo a Percy.

—¿De qué hablas? —se hizo el desentendido.

—Tu ya sabes.

Dio una mirada de reojo a Venus y volvió a negar.

—No lo sé.

—Yo creo que sí. Peleas con ella y peleas conmigo.

—Porque el Oráculo dijo que uno iba a traicionarme, ¿okey? —confesó debido a la presión—. ‹‹Serás traicionado por quien dice ser tu amigo. Al final, no lograrás salvar lo más importante.›› Sólo eso logró decirme.

Suspiró.

—La elegí a ella —dijo, refiriéndose a Annabeth— porque no pensé que seríamos amigos y te elegí a ti porque, de todas las personas, creí que si alguien me apoyaría sin importar nada, serías tú.

—¿Y qué hay de mi? ¿Por qué me elegiste? —preguntó Venus.

Percy abrió y cerró la boca como pez fuera del agua.

—Es distinto —fue todo lo que dijo.

—¿Por qué?

Era distinto porque él no podía verla sólo como una amiga, por más que lo hubiese intentado, recordándose a sí mismo que de Venus no obtendría más que una amistad, y aunque no dudaba de fuera genuina, simplemente no podía verla de aquella manera.

Así que no tendría que preocuparse de que ella lo traicionara. ¿Cierto?

Percy no respondía.

—Dime.

—Solo olvídalo.

—No, ¡dime por qué!

—¡Porque no puedo verte como una amiga! —Un silencio se formó y entonces supo que sus palabras no habían sido las mejores, así que añadió, en un tono más suave—: Lo intenté, en serio lo intenté... pero no puedo.

De todas las formas en la que podría habérselo dicho, esa era la peor de todas. Ni siquiera era un escenario que hubiese imaginado. ¿Un sótano espeluznante lleno de estatuas que antes eran personas? Raro.

Aunque para ser honesto, no se lo habría dicho nunca.

El ambiente, igual de silencioso que antes, se volvió tenso.

Venus dio un paso atrás, aturdida, como si alguien le hubiese dado un cachetazo.

—No puedes verme como una amiga, ¿qué mierda significa eso? —preguntó, y por cómo le brillaban los ojos, Percy advirtió que estaba reteniendo las lágrimas.

Entonces el zumbido en los oidos de Percy cesó, y lo curioso es que no se acordaba de haberlo estado escuchando hasta que dejó de hacerlo. Dioses, ¿por qué le había dicho eso? ¿Por qué ella lo había interpretado tan mal? Se sentía un completo idiota.

—No quise decir eso —balbuceó.

—Oh, yo creo que sí querías —dijo, sorbiendo su nariz. Intentó irse, pero él se interpuso en su camino y suavemente la agarró de los hombros—. Suéltame.

Ni siquiera lo estaba mirando, Percy sentía que su mundo se estaba desmoronando.

Grover y Annabeth estaban tan quietos que podían confundirse con estatuas.

—Déjame explicarte —pidió en un susurro, si hacía falta, le rogaría de rodillas.

Y luego comenzó a pensar ¿y si ella no quería eso? ¿Y si no lo había malinterpretado y solo estaba enojada con él? Ella jamás le había dado algún indicio de que lo quería como algo más, un mes atrás ni siquiera se hablaban. Entonces las palabras de Medusa resonaron en su cabeza: ‹‹Esa chica posee la belleza de Afrodita, te romperá en corazón —había dicho—. ¿O tu en serio crees que una chica como ella se podría enamorar de ti?››

Venus esperaba una respuesta, pero los pensamientos de Percy le formaron un nudo en la garganta, haciendo imposible que las palabras salieran. Sintió como se le contagiaban las ganas de llorar.

—Lo siento —fue todo lo que pudo decir, con la voz quebrada y los ojos vidriosos por las lágrimas.

Sentía no poder verla como una amiga, porque Venus en serio estaba poniendo de su parte para que las cosas volvieran a ser como antes. Sentía no poder confesarle sus sentimientos como una persona normal y, por sobre todo, sentía haberla hecho llorar. Sólo deseaba poder regresar el tiempo y usar a Anaklusmos para cortarse la lengua y que aquellas palabras no escaparan de sus labios.

Dejó de ejercer agarre alguno sobre Venus. Ella lo esquivó y subió a la casa, sin siquiera mirarlo. Percy hubiera preferido que lo isultara en francés (aunque él no fuera a entender nada) antes que lo ignorase.

Tuvo el impulso de ir tras ella, pero sus pies se mantuvieron firmes donde estaba al recordar que no sabía que decirle. Si Venus se había enojado porque creía que él no confiaba en ella, se consoló diciéndose que aun existía la oportunidad de explicarle que no era el caso. Pero si ella se había tomado a mal —lo que él llamaría— la peor declaración de amor de la historia, no había mucho que pudiera hacer.

No creía que ni todos los hotcakes del mundo arreglaran esa situación, ni siquiera los que hacía su madre.





























❪ ➶ ❫
























Venus regresó al comedor desanimada, si de por sí sólo había aceptado participar en la misión para ayudar a Percy, las pocas ganas que tenía de estar allí se habían esfumado.

Estaba concentrada en normalizar su respiración, tan desconectada de su entorno que casi se cae de culo cuando el ruido de un metal repiqueteando en el piso de baldosa resonó en el comedor. Al enfocar su vista vio a Prometeo, sentado en el suelo luciendo desconcertado, con su rostro peludo cubierto de glaseado azul. No demasiado lejos se hayaba la bandeja de postres, ahora vacía. Los pastelitos estaban todos esparcidos cerca de donde había caído la bandeja, cerca de Prometeo.

Al principio, la ecena le causó gracia, lo que ayudó a que dejara de pensar en el mal momento que había vivido minutos atrás. Se preocupó inmediatamente después. Venus no sabía si los caniches podían comer cosas con harina, o si el glaseado no se le pegaría a los intenstinos y Prometeo acabaría defecando en color azul.

El huevo que le habían mandado a cuidar por una semana en la escuela no la había preparado para ese tipo de sitiaciones. Un huevo no comía, no cagaba, no necesitaba atención.

Sólo era un huevo.

Uno que, encima, su padre acabó cocinando en el desayuno por accidente.

Con pasos largos, se acercó a Prometeo y lo alzó, palmeó su espalda sin ser bruzca, buscando que quizá escupiera el pastelito o lo vomitara. Pero todo lo que hizo el perro fue eructar.

Venus lo dio vuelta y dejó los ojos negros de Prometeo a la altura de los grises suyos, entrecerró sus párpados y lo observó, con mirada crítica, mover la cola animadamente y jadear con la lengua afuera, la cual estaba pintada de azul. Entonces Prometeo se inclinó y lamió la cara de Venus, dejando rastros de saliva y exponiendo su mal aliento.

Ella, con algo se asco, dejó con cuidado al caniche en el suelo y buscó entre las cosas que había en la mesa algo con una superficie lo suficientemente reflejante para confirmar o desmentir que su rostro tenía una mancha azul.

Se ve que Medusa le tenía miedo a los espejos.

Levantó un cuchillo de mantequilla a la altura de su cara y buscó un ángulo en el que la luz del sol le permitiera verse reflejada en la superficie de plata. Limpió la baba con una servilleta, aliviada de que el color no se hubiese traspasado a su piel.

Minutos después, Annabeth subió a por Venus y la encontró sentada en una silla, terminando de sorber lo último de un batido de banana mientras Prometeo luchaba por masticar una hamburguesa congelada.

—¿Por qué no la cocinaste? —preguntó observando al perro comer.

Venus dirigió su mirada a ella y se abstuvo de suspirar, sabiendo que la razon era muy estúpida.

—No sé cómo prender las hornallas —dijo en voz baja, revolviendo el aire de la copa de vidrio con la pajilla.

Annabeth soltó un ‹‹Mmm›› y tomó asiento en la silla junto a la de Venus. Ella tampoco sabía cómo prender una hornalla, las arpías eran las que cocinaban en el campamento.

—¿Estás bien?

Venus aguardó un momento antes de responder. No estaba de ánimo y no quería desquitarse con Annabeth diciéndole que la pregunta era tonta.
Sólo asintió y extendió la copa vacía hacia ella.

—¿Quieres? Aun queda un poco en la licuadora. —Annabeth agradeció el gesto pero negó, soltando un suspiro pesado—. ¿Y a tí que te sucede?

—Percy mandó la cabeza de Medusa al Olimpo en una caja. —Tenía el mal presentimiento de que a su madre en particular no iba a gustarle eso—. Y bueno, así conservo mi gorra.

—Me alegra escucharlo —dijo, aunque no comprendía el estado de ánimo de la morena, si habia conservado su gorra, ¿no debería estar contenta? Dejó la copa en la mesa y acarició la cabeza de Prometeo cuando este posó las patas delanteras en sus rodillas—. Percy no es un mal chico, solo es... idiota. A veces.

—A veces como hace rato.

Venus alzó y dejó caer sus hombros, tenía la sensación de que Annabeth se refería a algo más aparte de su discusión con Percy, pero no tenía ganas de hablar de él.

Pero, al parecer, Annabeth sí las tenía.

—Cantó esa rara canción del consenso —se removió como si el recuerdo le diera escalofríos—. Ahora nos llevamos bien, creo. Y por suerte no llegó a la segunda estrofa, habría tenido que decirle que sus ojos son lindos.

—Si... —Venus frunció la nariz pero en seguida devolvió su atenció a Prometeo cuando sintió que este usaba su pierna para rascarse.

—¿Puedo cargarlo? —preguntó Annabeth tímidamente. Venus asintió y ella lo cargó en sus piernas, llevando su mano a la oreja del perro para rascar la zona. El cachorro se derritió bajo su toque, moviendo la cola de un lado a otro en señal de disfrute—. Es adorable.

Venus recordó que Annabeth tuvo un perro en su niñez, o algo parecido, no lo sabía bien. No le había parecido interesante cuando se enteró, así que no le prestó especial atención al dato. Pero se notaba que Prometeo le había recordado aquellos momentos de su infancia.

—¿Y ahora qué? —preguntó Venus para llenar el silencio.

—Ahora conseguimos un tren que nos lleve a Los Ángeles y vualá.

Frunció un poco el ceño al oír el mal frances de la morena.

—No se pronuncia así.

Annabeth no dijo nada, pero tampoco dio señales de estar ofendida.

Cuando Percy y Grover subieron del sótano, todos emprendieron rumbo a la estación de trenes más cercana. No se mencionó palabra alguna sobre su discusión con Percy, lo cual agradeció internamente.

Venus no entendía qué había salido mal, ¿en qué se habia equivocado? Todo lo que había tratado de hacer desde la llegada de Percy al campamento fue que ambos retomaran la amistad que tenían de pequeños. Incluso había tratado de acercarse a él en Yancy, aunque claro, eso no salió nada bien. Pero dejando de lado eso último, creía que las cosas comenzaban a encaminarse. Pero no, tenía que indagar más de lo que le incumbía y hacer esa tonta pregunta.

Era la primera vez que en serio se arrepentía de utilizar el embrujahabla con alguien. Porque, vamos, era Percy de quién estamos hablando. Él ya le había dicho por qué quería que ella lo acompañara cuando se lo pidió en la cabaña 10. Aunque, teniendo en cuenta lo que había dicho en el sótano, significaba que antes le había mentido. O tal vez ambas cosas eran ciertas.

Llegó a la conclusión de que si seguía pensando en eso, lloraría. Porque, bueno, tenía hambre y estaba agotada, así que, como sea, podía llorar si quería, ¿no? No, sabía que no podía, no había tiempo. Lo más importante ahora conseguir los boletos de tren.

¿El problema?

No tenían dinero.














































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XOXO, Aria

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