𝟬𝟵. venus kidnaps a pink poodle
❛ GAME OF SECRETS ❜
❪ act one: capítulo nueve ❫
❛ venus secuestra a
un caniche rosa ❜
Percy observó fijamente el contenido de la caja que estaba en sus muslos, se trataba de un par de zapatos desgastados y un poco sucios de color rojo. Estaba seguro de que, cuando estaban nuevos, sin uso, debían de verse más relucientes y costosos, pero ahora parecían más bien un par de zapatos que donas a un orfanato cuando ya no te quedan.
Percy supuso que Luke no había querido insinuar que era un desamparado. Así como él tampoco quiso que su comentario sonara tan desagradecido.
—Esto, son... interesantes —dijo, pero su expresión delató que no le habían gustado.
Hasta Percy tenía mejores zapatos que esas cosas.
A Luke le hizo gracia la reacción de Percy; Annabeth había reaccionado igual cuando se las mostró por primera vez. Tomó uno de los zapatos de la caja y lo miró con nostalgia, luego pronunció:
—Maya!
Al instante, los cordones cobraron vida y se elevaron y desplegaron hasta convertirse en un ala, como las de una paloma, pero sin plumas. Luke volteó para admirar la nueva reacción de Percy.
—Si son interesantes —habló, con los ojos bien abiertos por el asombro.
Luke rio.
—Fueron un regalo de mi padre —Percy no supo distinguir la emoción de Luke al momento de mencionar a su progenitor.
Pensó que Venus habría podido hacerlo, ella era buena adivinando las emociones de las personas, tanto que incluso a veces le asustaba. Había cosas que prefería mantener en secreto.
Sin que pudiera evitarlo, sus pensamientos eran acaparados por la bella hija de Afrodita, de nuevo. Ya no le sorprendía, si era honesto, aunque lo negaría si alguien se lo preguntase. Se recordó que, a los ojos de Venus, él sólo era un amigo, y Percy en serio deseaba poder ocupar el rol que ella le había impuesto, pero cada vez que la veía, acababa perdiéndose en ella.
Lo cautivaban sus sonrisas sinceras, sobre todo ahora que había descubierto que era uno de los pocos que las recibía, se perdía en el par de ojos plateados, brillantes como las estrellas que adornaban en cielo nocturno, pero que él tenía el privilegio de ver cada vez que chocaban miradas, y lo embriagaba el aroma a rosas que ella emanaba naturalmente.
Sacudió la cabeza de un lado a otro para alejar esos pensamientos de su mente y se obligó a concentrarse en los zapatos que Luke le estaba entregando. Se notaba que tenían un peso emocional, sin importar el contexto, y Percy no quería parecer maleducado al disociar de la realidad por estar pensando en Venus.
Aunque la imagen de Venus era más atrayente que la de un par de zapatos viejos y con olor a pata.
Luke no pareció percatarse de que Percy había dejado de prestarle atención, muy ocupado perdiéndose en sus propias memorias. Repitió la palabra ‹‹Maya›› y el ala se desarmó, volviendo a ser dos cordones anudados. Dejó el zapato en la caja bajo la, ahora atenta, mirada de Percy.
—Pensé en elegirte a ti antes de elegir a Grover —dijo, sintiendo que debía justificarse, con aquel que consideraba su amigo, por no haberlo elegido. Era evidente que Luke estaba más preparado para la misión que cualquiera de los cuatro que iban a realizarla.
—Oye, Grover es mucho más fuerte de lo que piensan —lo defendió con rapidez— y Annabeth y Venus son un gran equipo cuando tiran para el mismo lado. Estarás bien.
Percy se sintió mejor después de oír aquellas palabras, al menos sabía que había formado un equipo prometedor.
—De todas formas, si tienes dudas sobre algo, pregúntale a Venus, ella siempre sabe —siguió Luke y esbozó media sonrisa—. Solo debes darle algo a cambio.
—Secretos —murmuró Percy, pensando en voz alta sobre el asunto que venía rondando su cabeza hacía horas, pero su tono fue lo bastante alto para que Luke lo oyera.
—¿Ya han comenzado a jugar? —inquirió con extraño entusiasmo.
—Eso creo ——u voz se escuchó dubitativa, pero en el fondo estaba seguro de que el juego ya había comenzado, por más que no entendiera las reglas en su totalidad—. Me parece que le debo un secreto —confesó, recordando que Venus le había informado sobre el estado de su madre.
—Será mejor que lo pagues pronto —dijo, y cambió su tono a uno más bromista—. Te aseguro que no quieres deberle nada o te lo cobrará por las malas.
Por algún motivo, a Percy lo invadió una sensación extraña, pero bastó para saber que ya no quería hablar de ese tema con Luke, así que asintió para darlo por finalizado y cambió de tema rápidamente, hablándole sobre las extrañas monedas canadienses que le habían dado en la Casa Grande.
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Que Venus fuera a una misión era el escándalo de la semana en la cabaña 10.
Sus hermanas se habían alterado demasiado, sobre todo Silena, ya que Venus en secreto era su hermana preferida y temía lo que podía llegar a pasarle en una misión. Valentina y Drew, por su parte, se preocuparon más por el daño que podía sufrir el cabello de su hermana en los días siguientes, ya que era probable que no pudiese lavarlo ni cuidarlo como comúnmente lo hacía. El resto de la cabaña en general, optaron por hablar de cómo Percy la había elegido a ella para acompañarlo, que había ido a buscarla personalmente y toda la cosa. Venus juraba que si volvía a oír un comentario más de ese estilo, iba a cometer una locura.
Intentó pensar que sus hermanas estaban así porque no querían pensar en el peligro que iba a correr, pero en el fondo sabía que la shipeaban hasta con las náyades, así que se obligó a no darle importancia.
Igualmente no pudo evitar maldecir un poco a Percy, ¿no podría haberla llamado a hablar en la cabaña 3, donde no habían veinte pares de orejas paradas intentando escuchar sobre su conversación?
Venus le sonrió a su reflejo cuando terminó de trenzarse el cabello hacia el costado; se había puesto un conjunto de ropa cómoda y había empacado otro más en su mochila, junto a un cepillo para el pelo, perfume, una libreta y un boli, y dinero, tanto mortal como divino. Cerró la cremallera de la mochila y se la colgó al hombro, suspiró y se despidió de sus hermanas, las cuales le desearon buena suerte y le pidieron que les trajera un souvenir cuando volviera.
Cuando Venus subió a la cima de la colina donde estaba el pino más alto de todo el campamento, se encontró con que todos ya estaban allí. Annabeth estaba más adelante, junto al pino, dedicándole unas palabras de despedida, mientras que Grover y Percy, el cual llevaba una caja en sus manos, la observaban desde la distancia con distintas expresiones.
—Va a extrañar mucho ese árbol, ¿verdad? —preguntó Percy, pareciéndole extraño el comportamiento de Annabeth.
—Cuando Luke, Thalia y Annabeth llegaron al campamento, eran perseguidos por monstruos, secuaces de Hades, hermanas... —relató Grover.
—Furias —completó Percy—. ¿La señora Dodds?
—Sí —asintió—. Una era nuestra profesora de álgebra, Alecto. Thalia regresó a luchar para comprarles tiempo a sus amigos. Su sátiro protector trató de detenerla, pero ella no lo escuchó —bajó la cabeza con pesar, recordando ese momento, sabiendo que debió haber hecho más para protegerla, y al mismo tiempo sabiendo que no había nada que él hubiera podido hacer—. Zeus intervino en el último momento para salvarla... y cambió su forma —hizo un ademán hacia el pino.
—El ser más poderoso del planeta, y su mejor idea para salvar la vida de su hija ¿fue convertirla en un árbol? —dijo Percy, incrédulo.
—Los árboles no tienen alma mortal —habló Venus por primera vez desde que había llegado, sorprendiendo a ambos chicos—, bah, las plantas en general no tienen una, así que de esa forma, Zeus evitó que el alma de su hija fuera al Inframundo, donde Hades gobierna.
—Pero ¿un pino?
Venus lo pensó un momento y ladeó la cabeza en dirección del árbol, teniendo que entrecerrar los ojos debido a los rayos del sol.
¿Por qué un pino? El árbol sagrado de Zeus era el roble, mientras que el pino era el de...
—El pino es uno de los árboles sagrados de Poseidón, supongo que pensó que, si a Hades se le ocurría destruirlo o secarlo, Poseidón iba a enfadarse con él. Los dioses suelen enojarse por cualquier cosa...
—¿Tu crees? Lo de que lo escogió porque era sagrado para mi padre —Percy había recibido mucha información en una sola frase y necesitaba un momento para procesarla.
—No, creo que a Zeus simplemente le gustan los pinos —se encogió de hombros.
—Me parece un final bastante deprimente.
—Thalia fue la semidiosa más valiente que haya conocido —dijo Annabeth a su lado, ninguno se percató cuando se había acercado tanto—. Peleó con valentía y tuvo el destino de un héroe.
—Tuvo el destino de un pino —dijo Percy con franqueza. ¿En serio a alguien le gustaría terminar como un pino para que los animalitos del bosque lo usen como baño? Porque a él no.
Grover le envió una mirada de ‹‹¿en serio?›› Temía que en cualquier momento, Annabeth se abalanzara contra Percy por hablar así de la persona que consideraba su hermana.
Annabeth miró a Venus pidiendo ayuda de manera silenciosa, necesitaba a alguien de su lado si iba a tener que soportar a Percy durante toda la misión, porque se notaba que Grover no iba a intervenir a favor de ninguno.
—Los niños prohibidos siempre corren peligro, incluso los más fuertes —intervino Venus, y Annabeth la miró agradecida—. Por si no lo has captado, tu eres un niño prohibido, el rey de los dioses cree que le has robado su posesión más valiosa, así que tu tienes altas probabilidades de que acabar convirtiéndote en delfín.
—¿Qué tienen de malo los delfines? —se defendió, ofendido porque Venus no lo estuviera apoyando.
—Hay una muy larga lista de cosas, mírate un documental cuando volvamos —entonces le sonrió con notoria falsedad—. Oh, pero para eso deberás mantenerte con vida. Mejor has lo que te digamos y tal vez pase.
Venus y Annabeth se dieron la vuelta y comenzaron a bajar por el otro lado de la colina, dejando a Percy y a Grover detrás.
—¡Ni siquiera son amigas! ¿Por qué la defiende? —protestó Percy, señalando con ambos brazos hacia delante.
Grover hizo una mueca de incomodidad, no quería tener que tomar partido por ninguno. Tanto Annabeth como Percy eran sus amigos, tal vez Percy más, pero no iba a decirlo en voz alta. Y era lo suficientemente listo como para no enemistarse con Venus.
—Tal vez hiciste algo que la molestó —dijo Grover, alzando los hombros, más por decir algo que por otra cosa.
Pero a Percy comenzó a darle vueltas en la cabeza. ¿Y si Grover tenia razón? No, no había hecho nada para que ella se enojara con él... ¿o sí? Tal vez había hecho algo y no se había dado cuenta, pero por más que repasaba todas sus interacciones recientes, no encontraba nada. Tal vez no había hecho nada, tal vez Annabeth le caía mejor, tal vez era sólo por que era una chica. No lo sabía, pero una sensación fea se instaló en su pecho por saber que Venus había elegido a alguien más por encima de él.
Entonces sintió como Grover lo sacudía y lo llamaba. Su amigo lo miraba preocupado, pero él le aseguró que estaba bien, y, aunque Grover no le creyó del todo, ambos se apresuraron a seguir a las chicas, que, para ese punto, ya les llevaban gran ventaja.
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La misión de un héroe es un evento trascendental. Se han formado y derrumbado imperios, alteraron el curso de la civilización humana, cambiaron el equilibrio del poder en el Olimpo. Una misión es algo sagrado, ser encomendado a una es estar en comunión con los dioses mismos. Para los héroes que partían en cruzadas, era de vital importancia lograr su cometido, de lo contrario, le demostraban a los dioses que no eran lo suficientemente dignos de su atención ni favor, los decepcionaban, y generalmente traía consecuencias.
Pero en ese momento, la consecuencia que estaba padeciendo Venus por haber aceptado la misión, era estar sumida en un espantoso olor a baño de transporte público.
Sacó su perfume de su mochila y lo roció en el aire, giró hacia donde se encontraba Percy, a su izquierda del otro lado del pasillo, y echó perfume demasiado cerca de su cara, causando que este tosiera.
—No protestes —dijo guardándolo nuevamente en la mochila—, cubrirá tu olor a mestizo.
Percy lamió el aire. —Sabe a coco.
Annabeth y Grover lo observaron con el ceño fruncido.
—Tenemos una misión —dijo Annabeth, más bien se lo dijo a Percy—, no estamos de vacaciones.
—Gracias por aclarármelo, no me había dado cuenta —contestó con sarcasmo—, pero si esto es tan importante, ¿por qué Quirón no compró boletos de avión? Parece que no le dio mucha importancia, ¿no creen? —Nadie dijo nada—. No me veas así.
—No te miro de ninguna forma —se defendió Venus.
—Sí, si lo haces —señaló a Annabeth con la cabeza—. Ella también.
—Si no quieres que te miremos como si fueras idiota, no hagas preguntas tontas —dijo Annabeth, la burla en su voz fue evidente.
Grover se compadeció de Percy le explicó que, al ser un niño prohibido, no sólo los monstruos intentarían matarlo, sino que Zeus bien podría haberse levantado del lado incorrecto de la cama y decidir que ese era un buen día para matarlo. Además, Zeus era el rey de los cielos, que Percy se subiera a un avión era prácticamente lo mismo que ponerle un bonito moño rojo brillante y regalárselo. Y así sería como Percy acabaría convertido en delfín (si Poseidón se apiadaba de él).
—Nadie me lo dijo —murmuró Percy, se estaba convenciendo de que querían hacerlo ver como tonto al no contarle ese tipo de cosas importantes de antemano.
Quince minutos después, el autobús hizo una parada en una estación de servicio para cargar gasolina, algunos pasajeros aprovecharon y bajaron para ir al baño o comprarse un snack o un café.
—Venus y yo vamos a ir a comprar snacks —dijo Annabeth, parándose de su asiento.
Percy las imitó.
—Voy con ustedes.
—No —dijo la morena, empujando el hombro de Percy hasta volver a dejarlo sentado—, tu te quedas aquí.
—¿Por qué? El baño apesta —se quejó.
—Los monstruos no te perciben por eso —explicó Venus—. Así que te quedas aquí.
—Quiero votar —dijo Percy, y le tomó toda su determinación no echarse para atrás cuando Venus alzó una ceja en su dirección—. ¿Quién quiere que todos bajemos a tomar aire y comprar snacks? —Solo él levantó la mano.
—No va a haber votación —replicó Annabeth, pero Venus sonrió divertida ante lo que estaba pasando.
—No, no, está bien, hay que votar —cedió, y Percy le sonrió con burla a Annabeth—. ¿Quién quiere que nosotras bajemos por snacks mientras ustedes se quedan aquí y cuidan las mochilas? —Ambas chicas alzaron la mano con sonrisas cómplices dibujadas en sus labios.
Percy frunció el ceño con disgusto.
—Eso no es justo.
—Vivimos en un país demócrata, es lo que toca.
—Esto me parece más una dictadura disfrazada.
Annabeth suspiró irritada.
—Grover, puedes ayudarnos con...
Grover comenzó a aplaudir.
—... tu amigo.
—No quiero tener la última palabra —dijo angustiado, marcando un rito con sus palmas que a Venus le pareció sonso, pero entonces, sin previo aviso, comenzó a cantar—. Se siente el camino con baches, porque entre mis amigos se siente fricción ¡y si! se enojan, ya sabes, yo tengo un remedio, es esta canción...
Todos lo miraban como si fuera un bicho raro.
—Oye, ya basta, ¿qué haces? —le preguntó Percy confundido.
Grover estudió las caras de las chicas y ninguna era mejor que la de Percy.
—Es la canción del consenso —Percy volteó a mirar a Venus, creyendo que Grover le estaba jugando una mala broma, pero la encontró igual de incrédula que él—. En el segundo verso hay que decir cosas positivas de los demás. Un par de rondas y les sorprendería como los desacuerdos... —su voz se cortó cuando ambas chicas enarcaron una ceja en su dirección, haciéndole saber que no estaban de acuerdo con lo que estaba diciendo. Miró un segundo a Percy y luego bajó la cabeza—... se evaporan.
—¿Papas y sodas para ustedes?
—No me importa.
—Sí, por favor.
Ambas chicas bajaron del autobús y entraron a la tienda, la cual era un mini supermercado con variedad de comida chatarra y bebidas para viajes en carretera. Una vez dentro, Annabeth retuvo a Venus antes de que se fuera a alguna parte.
—¿Qué snacks comen los adolescentes en pleno desarrollo de crecimiento?
Venus había olvidado que Annabeth no salía del campamento desde que tenia siente años, era comprensible que no supiera qué comprar. Se veía genuinamente preocupada, como si no quisiera hacer el ridículo.
—Lleva cualquier cosa azul —contestó simple, sabiendo que a Percy le gustaría simplemente por el color.
Annabeth se mostró confundida. ¿Azul? Aun así asintió y ambas se separaron, ella iría por la comida mientras que Venus elegiría los refrescos.
Venus abrió la puerta de una de las heladeras que estaban en fila contra la pared y sacó un pack de ocho latas de Pepsi, lo agarró con ambos abrazos para que no se le cayera y cuando pensaba dar una pequeña patada a la puerta de la heladera para cerrarla, una señora la cerró por ella.
Venus la detalló, era alta y pelirroja, vestía un saco beige claro con botones en la parte delantera que le cubría hasta las rodillas, como los que usan los agentes secretos en las películas, aunque lo que le llamó la atención, fueron sus botas, aparentemente Gucci. Hizo una mueca al notar que eran falsas. La mujer cubría su cuello con un espantoso pañuelo rojo, ¿es que esas viejas compartían el mal gusto? Venus sonrió por cortesía como agradecimiento y se apresuró a ir a pagar.
Vio a Annabeth en uno de los pasillos y le hizo un gesto antes de palparse en bolsillo del vaquero, donde, si bien no se veía, tenía su gloss. Annabeth pareció comprender a qué se refería y adoptó una postura más cautelosa.
Venus salió de la tienda con el pack de latas en una bolsa, lo que le facilitaba llevarlas. Afuera hizo un escaneo rápido y suspiró aliviado cuando no vio señoras con mal gusto en calzado, pero sabía que donde había una, estaban las otras dos, así que no se permitió bajar la guardia.
Vio una mesa vacía, de esas en las que puedes sentarte a tomar el café mientras esperas que tu transporte salga. Colgado al respaldo de la silla, había un sombrero Derby de mujer de color rosado neón, con un flamenco artificial (quería creer que no era disecado) como adorno. Venus desarmó su trenza y pasó sus dedos por las raíces de su cabello, sacudiéndolo con gracia; en segundos, su castaño natural pasó a ser de un rubio platinado que no tardó en cubrir con el extravagante sombrero.
Cuando estaba por irse, vio como una bola de pelos la miraba con curiosidad. Un caniche, también de color rosado, solo que este era de un tono chicle, movía la cola con alegría y jadeaba con la lengua afuera. A Venus le causó mucha ternura y no dudó en tomarlo entre sus brazos y llevarlo consigo arriba del autobús.
Caminó por el pasillo hasta el fondo, ganándose un par de miradas curiosas por el sombrero, pero ella no les prestó atención.
—No estoy en contra de la idea de un consenso, pero no creo que la canción haga lo que tú crees que hace —escuchó a Percy decir cuando lo tuvo frente a ella. Él también la vio, difícil no hacerlo con el flamenco en su cabeza—. Disculpa, ¿podemos ayudarte en algo?
Entonces Percy la miró a los ojos y notó que eran idénticos a los de Venus, pero era en lo único en lo que se parecían. En eso y en que llevaban la misma ropa.
—¡Soy yo, idiota! —gritó en un susurro, ambos chicos intercambiaron miradas que decían ‹‹esta chica está loca›› y le sonrieron ampliamente, notablemente incómodos. Bufó—. Soy Venus, no hay tiempo para esto, tenemos que irnos... ¡por la ventana! —la señaló en cuanto se percató de que había una detrás de los asientos.
—Venus no usaría esa cosa en la cabeza —dijo Percy, su tono fue obvio. Por no decir que Venus no era rubia y ¿de dónde carajos Venus habría sacado un caniche rosa?
—Cuando digo que no hay tiempo, ¿tu cabeza que escucha, chocolate?
En eso, de la nada, Annabeth se volvió visible al quitarse su gorra de los Yankees. Estaba igual de alterada que Venus, solo que ella sí se veía como Annabeth.
—Tenemos que abrir la ventana ¡ahora!
—Creo que estas ventanas no se abre... —Grover enmudeció cuando vio una mujer en la otra punta del pasillo convertirse en una furia—. Ay, no. Corre.
Percy trepó los asientos y llegó al otro lado, intentó empujar la ventana, pero esta era muy resistente, hasta que con ayuda de Grover lograron romperla. ¿Lo bueno? tenían una salida. ¿Lo malo? Activaron una alarma que puso en alerta al chofer del autobús, el cual pidió que todos los pasajeros bajaran del vehículo. Cuando se disponían a salir por la ventana, otra furia irrumpió dentro, asustándolos.
Venus dejó caer la bolsa con las latas de refresco, las cuales algunas tuvieron una mini explosión por la efervescencia al momento de impactar contra el suelo, causando que derramaran el contenido.
—Ay, mamá —chilló Venus—. Soy muy linda para morir en un transporte público.
La criatura del Inframundo no le prestó atención, lo que, lejos de ofenderla, la alivió, pero sólo hasta que se percató de que al que buscaban era a Percy. La furia giró en dirección del hijo de Poseidón y le mostró sus largas garras.
‹‹¿Qué no hacen manicuras en el Inframundo?›› se preguntó Venus, compadeciendo las pobres garras que querían descuartizar a su amigo.
—¡Oye! —el grito de Annabeth llamó la atención tanto de Venus como de la furia, la cual, apenas girar su cuerpo, fue apuñalada por la daga lanzada por Annabeth, y se desintegró en polvo negro.
Grover ya había salido del autobús y Venus fue la siguiente, apretando el caniche contra su pecho para que no le pasara nada. Annabeth recogió su daga del suelo y le gritó a Percy que huyera mientras ella misma se lanzaba por la ventana. Percy observó a la señora Dodds, o a la ex señora Dodds acercarse, siendo ralentizada por las personas que iban en dirección opuesta. Se agachó para agarrar la caja que le había dado Luke y la apretó con fuera al momento de saltar por la ventana.
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Venus sin duda no estaba hecha para la naturaleza. Es decir, no tenía problemas con que los pajaritos cantaran, las ardillas recolectaran nueces y las flores florecieran, pero iba a darle un ataque, de lo que sea, si al menos un solo gusano más volvía a subirse a su bota. Le estresaba el cosquilleo que le producían las hojas al rozar su piel, que su tacón se hundiera en el barro y las hormigas que caminaban por la corteza de los árboles.
Venus se hubiera sentido mucho más cómoda si, para ir a donde sea que estuviesen yendo, hubieran tenido que cruzar un centro comercial.
Hacía rato que se había deshecho de aquel espantoso sombrero y había devuelto a su pelo su color natural, aunque le quedaron mechones claritos que iban desapareciendo conforme el tiempo pasaba. Tuvo que explicarle a Percy que aquella era una habilidad que poseían algunos hijos de Afrodita, ya que el chico había quedado recalculando qué había pasado.
Caminar tanto tiempo bajo el sol le estaba pasando factura a Venus, haciendo que una fina capa de sudor cubriera su piel, lo cual hizo que su humor empeorara.
Odiaba sudar.
Le pidió a Percy que cargara a Prometeo y así ella pudiera trenzarse el pelo y sentirse más fresca. Percy se mostró reacio al principio, pero vastó con que Venus deslizara un ‹‹por favor›› de sus labios para que este recibiera al caniche en brazos, después de haberle pasado la caja con los zapatos voladores a Grover.
Percy tenía el presentimiento de que cualquier orden que saliera de los labios de esa chica seguido de un por favor, él no sería capaz de negarse, y saber eso sólo hacía que las medusas en su estómago nadaran más rápido.
Venus tardó menos de un minuto en hacerse la trenza, más que nada porque Percy sujetaba al pobre Prometeo por el cuello y le estaba cortando el suministro de oxígeno. Le sonrió en agradecimiento y, una vez que tuvo nuevamente al caniche entre sus brazos, aceleró su andar para estar a la altura de Annabeth, quien iba señalando el camino.
Percy frunció el ceño viéndola alejarse. Desde que habían huido del autobús, Venus no le había dirigido la palabra más que para explicarle lo de su cabello, y eso sólo fue porque Percy lo había preguntado con notoria ignorancia. En cambio, no se había separado de esa bola de pelos rosa, haciéndole mimitos en la cabeza y acariciándole la panza.
‹‹Quién fuera ese perro›› pensó Percy, pateando una piedra que estaba en el camino. Grover le devolvió la caja.
Annabeth volteó hacia Venus cuando notó que llevaba algo en brazos, con la urgencia de escapar no había notado al perro, ¿en qué momento había aparecido?
—¿De dónde rayos lo sacaste? —la observó con el ceño fruncido mientras apartaba una rama con su mano y seguía adelante.
Cuando soltó la rama, esta regresó a su posición natural, dándole a Percy en la cara. Protestó por el golpe, pero ninguna le prestó atención.
—Oh, ¿esta cosita tierna? —dijo Venus mientras acariciaba la cabeza del caniche—. Lo encontré por ahí.
—¿Dónde?
—Junto a una mesa. Pobre, lo dejaron solito.
—¿Y te lo robaste? —exclamó incrédula.
Venus abrió y cerró la boca dos veces, pensando. —¡Hacía juego con el disfraz! —acabó diciendo para defenderse, aunque por la mirada de Annabeth supo que no había sido una buena excusa.
Detrás de ella, los chicos las seguían, muy enfrascados en su conversación para siquiera prestarle atención al hecho de que Annabeth estuviera regañando a Venus por haber robado un perro que posiblemente tuviera dueño.
Grover le explicaba a Percy que estaban yendo hacia una vereda de sátiro, lo cual era una senda en la naturaleza desde la que los sátiros podían orientarse para encontrar un camino que los llevara al destino que quisieran, o para rastrear algo o a alguien. Pero después de algunos minutos, se percató de que a Percy no le interesaba mucho lo que le estaba diciendo, aunque lejos de ofenderse, Grover buscó saber que mantenía ocupada la mente de su amigo.
—Ey, ¿qué ocurre? —chocó su hombro con el de Percy para llamar su atención, pero este no quitaba la vista del frente—. Oh, ya entiendo, Venus.
Percy volteó a verlo al instante en que se sintió expuesto y rezó a alguna cosa, la que fuese, que sus mejillas no estuvieran rojas.
—¿Qué pasa con Venus? —preguntó, aparentando confusión.
—Te gusta.
—Claro que no, es mi amiga. —Okey, Percy iba a fingir que no le dolió decir aquello.
—Claro —dijo Grover, alargando la a con un balido que dejó estupefacto a Percy. El sátiro decidió, por más que no le creía, seguirle la corriente—. ¿Entonces qué es?
Percy chistó y volvió a patear una piedra del camino.
—Es sólo que, desde que encontró esa cosa peluda tirada en la calle, no tiene ojos para nada más —dijo, y, aunque su tono fue moderado, no pudo evitar que la molestia se viera reflejada en su voz—. Prometeo esto, Prometeo lo otro, ese maldito perro ya me tiene harto. Además, es rosa. ¿Habías visto alguna ves un caniche rosa? Ni siquiera sabía que los hacían de ese color.
Grover contuvo sus ganas de soltar una carcajada. —No puedo creer que estés celoso de un caniche.
—No lo estoy —dijo de inmediato.
¿Él, celoso de eso? Por supuesto que no. Y si así era, entonces que lo partiera un rayo.
—Claro que sí. Apuesto que estás pensando mil formas de matarlo ahora mismo -dijo Grover, y el semblante de Percy se endureció aun más.
—¡Que no estoy celoso!
El bosque quedó en completo silencio, tanto que hasta los pájaros dejaron de cantar. Grover tenía el semblante preocupado, mientras que Annabeth y Venus, quienes se había girado al escuchar el grito, observaban a Percy con confusión y perspicacia, tratando de adivinar qué le había pasado. Al notar esto, la adrenalina en el cuerpo de Percy se disparó y su rostro no tardó en volverse rojo por la vergüenza.
—¿Y si mejor dejan de perder el tiempo y aceleran el paso? Que a este punto pasaremos la noche en el bosque —los reprendió Annabeth, luego volvió a darme media vuelta y seguir por donde estaba yendo.
Venus le rezó a su madre que aquello no ocurriese, no se imaginaba durmiendo sobre la tierra, rodeada de hormigas y quién sabe qué otros insectos.
—Sería mejor si buscáramos un teléfono —sugirió Percy, volviendo a seguir a las chicas—. No quiero cuestionar tu sentido de la orientación, pero no creo que encontremos uno a mitad del bosque.
—¿Para qué quieres un teléfono? —preguntó Annabeth con confusión.
—¿Llamar al campamento? ¿Pedir ayuda? —dijo Percy como si fuera la opción más obvia.
Annabeth si se molestó en girar a verlo.
—No los necesitamos, estamos bien.
—¿Estamos bien? —repitió Percy con incredulidad, miró a Grover para que lo ayudara, pero este no dijo nada—. Ni siquiera llegamos a Trenton, y ahora vagamos por un bosque. No sabía que había bosques en Nueva Jersey, ah, pero encontramos uno.
—No nos culpes de tu mala educación, tal vez si no te quedaras dormido en clase de geografía, sabrías que hay, no solo uno, sino que más de cinco bosques en este Estado —dijo Venus, dejando entrever un poco de su lado estudioso.
Percy esquivó su mirada, avergonzado.
—El Oráculo nos envió en una misión —dijo Annabeth, retomando el tema de la discusión—. Y los dioses. ¿Creíste que sería fácil?
Por el tono de la pregunta, Percy advirtió que se estaba burlando de él.
—Debe ser difícil, por eso pocos son elegidos. Si los llamamos, sería como decirles que fue un error elegirnos —terminó Annabeth, dejando caer sus hombros con un suspiro, inquieta. Después de todo, esta era la misión de Percy, si él quería darse media vuelta e irse, ella debería seguirlo. ¿Lo haría? No. Pero era lo que correspondería.
—Yo me siento cómodo con eso —Percy se encogió de hombros, poniendo más inquieta a Annabeth—. Todos se equivocan.
Annabeth se detuvo y Venus, al darse cuenta, retrocedió unos pasos para no quedar tan lejos por si acaso debía interceder. Percy frenó a la altura de Annabeth y le sostuvo la mirada.
—¿Por qué le tienes tanto miedo a quién eres? —preguntó la morena, exasperada. ¿Tanto iba a complicar la misión?
—¿Qué?
Grover decidió meterse en medio para que la situación no escalara a mayores. Direccionó su cuerpo hacia Annabeth y le habló a ella, inconscientemente dejando entrever de qué lado estaba. Venus lo estudió en silencio.
—Lo interesante de esta vereda de sátiro es que es la misma que utilizó mi tío Ferdinand cuando emprendió su misión —dijo.
Pero al parecer, Percy tenia ganas de discutir.
—¿Qué significa eso, miedo a quién soy? No tengo miedo.
—Sí, es obvio —respondió Annabeth—. No eres un niño ordinario. Un niño ordinario no hace lo que le hiciste a Clarisse en el campamento, un niño ordinario no hace que Hades envíe a sus secuaces a raptarlo.
Percy sabía en el fondo que aquellas palabras eran ciertas, por más que no quisiera oírlas, por más que intentara fingir que todo era igual que antes, pero sabía que sólo se mentía a sí mismo, porque ahora sabía que era un semidiós, Percy jamás podría ser un chico ordinario. Buscó la mirada de Venus, pero ella no lo miraba a él, sino a Annabeth, eso lo hizo sentirse peor.
—Tu formas parte de algo más grande de lo que entendemos por ahora. Tenemos que avanzar, aunque te guste o no, aunque quiera o no.
‹‹No fallaré esta misión por tu culpa›› quería decirle, gritarle más bien. Annabeth no se permitiría avergonzar a su madre de esa forma. Completaría la misión, encontraría el rayo maestro de Zeus y lo llevaría al Olimpo, no importaba que tuviera que obligar a Percy a caminar por todo el país, lo haría si supiera que eso era lo necesario.
—Si no quieres llamarlos, bien —cedió Percy de mala gana, pero entonces dijo algo que ni Apolo hubiera previsto—. Hay que contactar a tu mamá.
Venus lo miró perpleja, como si Percy hubiera dicho la mayor estupidez que alguien pudiera decir. El caniche gruñó, como si a él también le hubiera parecido una mala idea.
Annabeth parpadeó un par de veces.
—¿Disculpa? —dijo, queriendo creer que había oído mal.
Percy no pareció notar el cambio en el ambiente.
—¿Atenea, tu madre? Llamaría a mi padre pero, la verdad no hay mucha comunicación, por lo del abandono desde que nací, pero tú y tu madre son cercanas —observó a Annabeth mirarlo fijamente—. Hay que pedirle ayuda.
Venus bajó a Prometeo al suelo por si llegaba a necesitar sus brazos disponibles para sujetar a Annabeth. Podía sentir su molestia, como si el aire se volviera más pesado. Venus no recordaba haber sentido algo así antes.
—Grover —dijo Annabeth, haciendo un esfuerzo para contener la paciencia—, le puedes decir a tu amigo que ya no diga esas cosas.
Grover la miró sin saber que hacer.
—No puedes hacerlo, ¿verdad? —preguntó Percy, como si de repente sintiera compasión por ella; la entendía—. ¿Cuándo fue la última vez que habló contigo?
—Grover.
—No sé porque lo involucras en esto, está de mi lado.
—¿Por qué piensas eso? —inquirió, elevando su tono.
—Es mi protector, es su trabajo.
—Fue mi protector primero.
—¿Primero? —Percy alternó su mirada entre Annabeth y Grover, tratando de entender—. ¿Cómo qué primero?
—Emocionante... que pueda seguir los pasos de mi tío Fred —dijo Grover, cambiando de tema abruptamente—, es casi tan bueno como volver a hablar con él.
—Thalia, Luke y Annabeth tenían un protector —Percy retomó el tema anterior, observando a Grover con la mirada triste—. ¿Por qué no me dijiste? —Puede que hubiera sonado más enojado de lo que en realidad estaba, pero ¿por qué su amigo no había confiado en él para contarle sobre eso?
Grover no respondió.
—Venus, ayúdame —pidió Percy, elevando sus manos y dejándolas caer a sus costado con desgano. Ella lo miró sin comprender qué esperaba que hiciera—. Necesito a alguien de mi lado aquí.
—¿Y qué se supone que haga yo?
—No lo sé, ¿no podemos llamar a tu madre? Tu si te llevas bien con ella.
Venus suspiró agotada, en serio necesitaba un baño con burbujas y un masaje en los pies.
—Percy —comenzó, procurando usar el tono más conciliador posible—, no sé si aun no has entendido que Zeus, literalmente, le declaró la guerra a tu padre porque piensa que robaste una de las tres armas más poderosas que existen —hizo un gesto con sus manos para darle más énfasis a sus palabras—. Si le pido a mi madre que nos ayude, que te ayude, sería como pedirle que escogiera un bando para el Olimpo y la idea de la guerra se volvería todavía más real de lo que ya es. No puedo pedirle eso. No voy a ponerla en esa posición.
Percy suspiró derrotado. De todas formas la entendía, ella tenia una buena relación con su madre, era injusto pedirle que la arruinara por él. Si a Poseidón de verdad le interesaba que Percy recuperara el rayo, probablemente le mandaría algún tipo de ayuda, o quizá Poseidón no creía que la ayuda fuera necesaria aun.
—Debes entender que a los dioses no se les permite involucrarse demasiado con los semidioses —le explicó Venus, porque por como venia la cosa, dudaba de que alguien se lo hubiera dicho—. Por eso las misiones. Si para ellos fuera tan fácil, directamente lo harían ellos porque la realidad es que lo que menos les gusta a los dioses, es depender de sus hijos, toda esa omnipotencia los hace sentirse impotentes a la hora de solucionar las cosas más simples.
Dio una bocanada profunda de aire sin apartarle la mirada a Percy, sus ojos verdes la observaban ensimismado.
—A lo que voy es que, por más que los dioses quisieran, no pueden, o no deberían de ayudarnos. Así que no culpes a tu padre por perderse algunos cumpleaños, te aseguro que a él le duele igual que a ti.
Puede que la conversación se hubiera desviado un poco, pero Percy se sintió mucho mejor después de las palabras de Venus. Tal vez a su padre si le importaba, después de todo; los dioses tenían sus reglas y debían cumplirlas, si Poseidón había confiado en él para salvarlo de la guerra con Zeus, Percy trataría de no decepcionarlo.
A Annabeth también parecieron llegarle aquellas palabras, porque se rascaba la nariz en un intento por no lagrimear. Acabó apartando la mirada hacia Grover cuando él reanudó la caminata, dejando al trío atrás y rompiendo el ambiente cálido que se había formado.
Prometeo lo siguió detrás, agitando la cola de un lado a otro, como muestra de entusiasmo, cuando el sátiro mencionó que olía hamburguesas cerca.
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XOXO, Aria
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