𝟬𝟲. tea time with the goddess of love
❛ GAME OF SECRETS ❜
❪ act one: capítulo seis ❫
❛ hora del té con la
diosa del amor ❜
El favoritismo es algo que ha existido desde el principio de los tiempos. Es algo natural. Mentira que los padres no tienen un hijo favorito, mentira que los profesores no tienen un alumno favorito, mentira que los dioses no tienen héroes favoritos. Simplemente hay cosas que las personas prefieren más, personas que las personas prefieren sobre otras, muchas veces no es por nada en específico, sino que sus almas se sienten más afines que con otras.
Como si estuvieran destinadas a encontrarse en todas las vidas, en todos los universos.
Venus Ross nunca lo diría en voz alta, pero tenía la ligera sospecha de que era la hija favorita de su madre, al menos una de sus favorita. Es que, las acciones hablan más que las palabras, y por más que Venus no presumiera de aquello, era una de las hijas de Afrodita a la que la diosa visitaba con mayor frecuencia.
Simplemente, esa noche, Venus había cobrado conciencia ocupando una de las mesas de una de las cafeterías más famosas de París. El olor a pan recién horneado y de los gramos de café ser molidos se filtró por sus fosas nasales con tanta ligereza como el mismo aire. En la silla del otro lado de la mesa, mirando en su dirección, estaba sentada una mujer con un porte tan elegante como la ropa que vestía; su cabello era castaño con reflejos rubios naturales y le llegaba poco más abajo de los hombros.
A Venus siempre le parecía que su madre se veía más hermosa que la última vez que la había visto, si es que era posible que el ser más hermoso del universo se volviera más y más hermoso con el correr del tiempo.
Pasaron el tiempo hablando de trivialidades, como las colecciones primavera-verano de distintas marcas, de las hermanas de Venus, ya que, a pesar de no tener tiempo para todas, a Afrodita le gustaba estar al pendiente de sus ‹‹pequeños retoños››. A Venus no le molestaba hablar de ellas, valoraba que su madre hiciese un hueco en su apretada agenda para visitarla y apreciaba que se preocupara por el resto de la cabaña 10; eso ya era más de lo que hacía la media de dioses.
Ya después de haber vaciado la segunda taza de té, Afrodita sacó de algún lugar una caja y la puso sobre la mesa para luego deslizarla hacia Venus. Venus la estudió: tenía la forma de las cajas de anillos, pero esta era más grande, de terciopelo rojo que se veía suave incluso si no lo había tocado para comprobarlo. Su entrecejo se frunció un poco, pero procuró no hacer ninguna expresión que le diera a su madre una mala percepción de sus pensamientos.
—No es mi cumpleaños —dijo Venus.
No estaba llamando a su madre interesada, pero varios le habían advertido que los regalos de los dioses nunca eran desinteresados. Pero Afrodita solía colmar de regalos a sus hijas en navidad y en sus cumpleaños, y a Venus jamás le había parecido ver una intención oculta en eso.
—¿Qué una madre ya no puede hacerle a su hija un regalo porque sí? —dijo, fingiendo estar ofendida. Pero Venus notó que había algo más.
Aun así, su curiosidad era demasiada, y era evidente que su madre estaba ansiosa por ver su reacción ante lo que fuese que hubiera dentro de la caja, por lo que Venus la abrió.
Dentro había un brazalete formado por tres hileras de perlas tan blancas que relucían si la luz del sol las alumbraba en el ángulo correcto. Venus lo deslizó por su mano y sintió el brazalete enroscarse en su muñeca derecha, movió un poco la mano y comprobó que el agarre era firme, así que no tenía que preocuparse de perderlo, no se le caería por accidente.
Le mostró una sonrisa ancha a su madre y esta se mostró feliz de que el regalo le gustara.
—Aunque creí que eras más de los rubíes —comentó aún con la mirada puesta en el brazalete.
—Fue idea de un amigo. —Venus notó que su madre había tenido la intención de que sus palabras sonaran sin importancia, como algo que pasa fugazmente, pero ella, en cambio, sólo pudo pensar a qué amigo se refería.
¿Ares? No podía ser. Venus no dudaba de que después de pasar más de tres mil años conviviendo con la personalidad de la diosa del amor, el dios hubiera desarrollado, como mínimo, un buen gusto en calzado, pero aún estaba convencida que un buen regalo viniendo de ese dios, seguramente fuesen un par de cuchillas para rebanar carne humana.
Además, nunca había escuchado a su madre referirse a Ares como un amigo, al menos no que recordara.
Eso sólo dejaba en la lista a cualquier hombre con el que Afrodita hubiera tenido un amorío. Y eso que en la lista imaginaria de Venus ni siquiera estaba la cuarta parte de la cantidad de nombres.
—Oh, y mira esto —dijo Afrodita entusiasmada.
Se estiró sobre la mesa para que su mano llegara al brazalete y dio dos toquecitos a la perla central de la tira del medio, de inmediato las perlas resplandecieron y Venus no tardó en sentir el peso de un carcaj lleno de flechas sobre su hombro derecho. En su mano izquierda se materializó un arco, blanco, fabricado con madera de álamo, y la cuerda parecía hecha de miles de estrellas diminutas. Aunque parecía simple, emanaba un aura elegante, y daba la impresión de ser difícil de romper. Al detallarlo más a profundidad, notó un grabado, pasó su pulgar por la madera sintiendo su piel deslizarse con suavidad y trazar la inscripción que parecía estar tallada con un cuchillo: ‹‹άκαρδος›› que se traducía como ‹‹despiadada››. Venus lo encontró precioso.
Casi salta sobre la mesa para abrazar a su madre de la emoción, pero se contuvo al recordar que estaban en un lugar público, sin querer causar una escena.
Venus dio dos toques leves a la misma perla del brazalete y el arco se desintegró en polvo estrellado, también dejó de sentir el peso del carcaj en su hombro. Observó fascinada el brazalete una vez más antes de voltear a ver a su madre con la sonrisa más brillante que le hubiera mostrado antes a alguien.
—Es muy hermoso —dijo con absoluta sinceridad—. En verdad, muchas gracias.
Afrodita sintió una sensación cálida en su pecho al ver a su hija tan contenta, sintiendo sus labios curvarse en una sonrisa por sí solos. Adoraba el brillo que aparecía en los ojos de Venus cuando veía algo que realmente le gustaba.
La diosa hizo un gesto con la mano para restarse crédito.
—No fue nada, corazón, me alegro que te guste —dijo—. Presiento que vas a necesitarlo pronto.
Lentamente, la sonrisa de Venus se desvaneció y su rostro dio paso a la confusión.
—¿Qué quieres decir?
—Uhm, bueno, ya sabes... las cosas en el Olimpo están tensas desde hace varios meses —Afrodita pasó sus manos por su falda y entonces soltó la bomba—. Alguien ha robado el rayo maestro de Zeus.
Venus no terminó de procesar esa noticia cuando su madre ya le estaba lanzando otra bomba.
—Él cree que ha sido Percy.
Venus sintió su estómago dar un vuelco y unas repentinas ganas de expulsar lo poco que había comido desde que se había sentado a la mesa. ¿Robar el rayo maestro? ¿Percy? Pero si no era capaz ni de robarle a Gabe una rebanada de pizza. No había manera en la que Percy fuera culpable de tal acusación.
Además, el tiempo había estado de la mierda desde navidad, Percy ignoraba todo el mundo divino en ese entonces. No tenía sentido se mirase por donde se mirase. Percy no había sido. No.
Afrodita tenía su labio inferior, pintado de carmín, atrapado entre sus dientes a la espera de una reacción por parte de su hija. Sus uñas, perfectamente pintadas, repiqueteaban en la taza de té ya vacía, hasta que, de repente, el asa de porcelana se rompió y la taza cayó, dividiéndose en pequeños pedazos al impactar contra el plato.
El ruido sacó a Venus de sus pensamientos e hizo que su mirada se centrara en su madre, a quien vio con las mejillas manchadas de un rosa pálido.
—Ups —murmuró apenada.
Por varios segundos sólo escucharon el murmullo de las conversaciones ajenas y los ruidos de los vehículos surcar las calles. Venus fue la primera en retomar la conversación.
—Percy no lo hizo.
Afrodita asintió.
—Lo sé —y entonces cambió de tema—. Su padre está en un apuro y necesita de su ayuda.
Venus rio irónicamente.
—Cuando no un dios acordándose de sus hijos cuando necesitan algo —dijo agriamente, pero sin perder la sonrisa.
Afrodita se sintió mal, Venus se percató de ello e imitó su humor, sabiendo que su madre, no era la excepción absoluta, pero intentaba serlo la mayor parte del tiempo.
—Lo siento —murmuró.
Afrodita se forzó a sonreír y repitió el gesto que había hecho con su mano minutos atrás.
—Como sea —dijo, en el fondo sabiendo que su hija tenía razón—. Pero necesito que lo incentives a ayudarlo.
—¿Por qué iba a escucharme?
—Son amigos, ¿no?
Venus dudó. No sentía que Percy la considerara una amiga a pesar de su persistencia por volver a llevarse bien.
—Supongo... pero sólo lo hará si lo reclaman.
Los labios de Afrodita se curvaron en una mueca.
—No es tan fácil como decirlo.
—Percy tiene que creer que su padre, como mínimo, se preocupa por él, si no, no me va a hacer caso —dijo. El dios, fuese quien fuese, no había mostrado indicios de preocuparse por su hijo en los doce años de vida de este. Percy no tenía ningún motivo para mover un dedo por alguien que no conocía.
—Hay cosas que son difíciles hasta para los dioses —dijo Afrodita en tono comprensivo.
Venus se contuvo de rodar los ojos.
—¿Quién es su padre?
Afrodita formó un puchero mientras se le escapaba un suspiro. Extendió y apretó sus manos un par de veces y las pasó por su falda para secar la transpiración.
—No puedo decirte.
—¿Te acostaste con él? —Venus maldijo cuando la pregunta se deslizó por sus labios inconscientemente.
Afrodita carraspeó, pero no lucía ofendida.
—Fue cosa de una vez.
—Contigo nunca es una vez —dijo Venus con una mueca burlona. Enarcó una ceja—. ¿Ares sabe? —No obtuvo respuesta—. No me molestaría gastar algunos dracmas para averiguarlo.
Eso sí pareció alterarla, pero lo disimuló.
—Venus —le dio una mirada significativa—, no digo nada de que chantajees a otros dioses. Pero yo soy tu madre, cuida el tono que usas conmigo.
Venus sintió que lo mejor era dejar el tema.
—¿Le dirás que lo reclame?
—Sabes que no se puede obligar a un dios a hacer algo.
—Nadie va a obligarlo a nada —dijo Venus—. Tu solo le susurraras al oído un buen consejo. Él quiere que convenza a Percy de ayudarlo, Percy quiere sentir que su padre lo valora, me parece un trato justo. —Afrodita seguía sin verse del todo convencida, por lo que agregó—: Y yo no le digo nada de esto a Ares.
Eso pareció dar en el clavo, porque la diosa asintió lentamente con la cabeza, perdida en sus propios pensamientos.
—¿Tuvieron hijos juntos? —volvió a hablar Venus sin pensar. Le estaba resultando algo raro que su madre se hubiera acostado con el padre de Percy, prefería estar segura de que ambos no compartían un medio hermano divino.
—Dejemos el tema ahí.
—Okey. —Era obvio que volverían a hablarlo en otro momento—. ¿De qué tengo que convencer a Percy, por cierto?
—Lo sabrás llegado el momento —dijo Afrodita y chasqueó los dedos.
La sonrisa amorosa de su madre fue lo último que vio Venus antes de quedar inconsciente y que su rostro cayera sobre la porción de tarta frente a ella.
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Cuando Venus recuperó la consciencia, estaba acostada en su cama con el edredón tapándola hasta la nariz. Otra cosa que le gustaba de la cabaña 10 era que los aires acondicionados siempre estaban encendidos y programados a lo más frío posible, tanto que podía darse el lujo de taparse sin amanecer al otro día hecha una sopa. Venus no podía dormir sin que algo la tapara, por más que fuese solo una sábana, incuso si fuera hacían cuarenta y cinco grados.
No tardó mucho en alistarse y salir rumbo a la Casa Grande, donde suponía que debían estar el señor D y Quirón. Efectivamente, cuando llegó, ambos estaban sentados en la mesa del porche inmersos en un juego de póker. Ninguno pareció reparar en su presencia, y si lo hicieron, la ignoraron deliberadamente.
—¿Cómo es que alguien robó el rayo maestro? —soltó, sin tener ganas de tener que estar imitando a un poste hasta que la partida terminara.
Su pregunta consiguió la completa atención de ambos.
Quirón y el señor D se miraron el uno al otro con sus rostros pálidos, preguntándose cómo es que Venus sabía sobre aquello que tanto habían intentado mantener en secreto de los campistas. Más importante aún, ¿cuánto sabía Venus sobre el tema?
El señor D chasqueó los dedos y entonces, encima de los vitrales aparecieron telones negros que se desenrollaron hacia abajo, impidiendo que los rayos del sol iluminaran el lugar. Venus sintió una fuerza invisible arrastrarla hacia la mesa, una silla se movió por sí sola y pronto fue ocupada por Venus contra su voluntad. Otro chasquido resonó entre el silencio y un reflector apareció junto a la cabeza del señor D, con la luz apuntando directo al rostro de Venus, la cual parpadeó repetidas veces para adaptar su vista a la intensa iluminación, aun así, sus ojos permanecieron entrecerrados.
—Habla, Vanessa, ¿qué es lo que sabes?
Quirón cerró los ojos y suspiró a la par que negaba con la cabeza lentamente, se acarició la barba y posó sus ojos en la semidiosa.
—Que alguien se robó el rayo... —El señor D comenzó a toser fuertemente para ahogar el sonido de sus palabras. Venus rodó los ojos—. Alguien robó cierta cosita altamente destructiva de allá arriba. ¿Mejor así?
El señor D asintió y le indicó que prosiguiera.
—Ocurrió en la última visita al... Empire State, en el solsticio de invierno y... disculpa, ¿el reflector es necesario? —protestó. Quirón también le dedicó al señor D una mirada de reproche, por lo que, a regañadientes, chasqueó los dedos una vez más y el reflector se transformó en una lámpara de mesa con una luz más tenue—. Gracias. Como decía, sé que el padre de Percy está metido en un lío por esto.
—¿Qué sabes sobre él? —la interrumpió Quirón.
—Sé que se acostó con mamá —dijo, dejando perplejos tanto al dios como al centauro, no porque no se lo esperaran de Afrodita, sino porque el comentario los tomó por sorpresa.
Venus no solía mandar a su madre al frente, pero había leído en alguna parte que las personas tienden a ser honestos cuando su cerebro está ocupado procesando otra información. No se le ocurrió un comentario más shockeante que ese.
—¿Saben quién es?
—El viejo de aquí cree que es Poseidón —dijo Dionisio con un tono entre cansancio y aburrimiento, como si Quirón le hubiera hablado del tema las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. Aunque Percy apenas llevaba en el campamento un par de días. Se ganó una mala mirada del centauro.
Venus trató de asimilar la información.
—Eso explicaría lo de la fuente, y lo del baño... —murmuró con la mirada perdida. Puede que también explicase el rechazo de Percy por los mariscos.
‹‹Dioses —pensó Venus—. Me ha visto comerme a sus parientes.››
—¿Sabes algo acerca de lo que pasó en el baño? —indagó Quirón con una mirada acusadora.
—¿Te refieres a la destrucción de las puertas y las duchas? —parpadeó dos veces con una falsa mueca de confusión. Las arrugas al rededor de los ojos café de Quirón se marcaron cuando entrecerró los ojos—. No. Nada en lo absoluto.
—No puedes decirle a nadie sobre esto —dijo Quirón, y por su tono, Venus supo que no se refería al asunto del baño.
No era seguro que la teoría de Quirón fuese verdadera, pero mientras no podían ir sembrando esa incertidumbre en los demás campistas.
—¿Qué pasará con Percy? ¿Al menos le dirán que tiene un blanco en su espalda? —Trató de que su preocupación no fuera tan notoria. No era necesario saber si Percy era un niño prohibido o no, una Furia lo había atacado, el Minotauro después de eso, corría peligro de todas formas.
—Él está seguro dentro de los límites del campamento.
—Está seguro de los monstruos, no de la ira de Zeus —replicó—. Además, su padre quiere que recupere... esa cosa, y pretende que yo lo convenza de aceptar.
Tanto el dios como el centauro le dedicaron una mirada curiosa.
—¿El Viejo Alga se comunicó contigo? —preguntó el señor D, ocultando su interés bajo un sorbo a su Coca-Cola light. Al parecer, Quirón le había dado tanto la lata con su teoría que ya la daba como un hecho.
—No —dijo en un tono de obviedad. Venus suponía que a eso se había referido su madre cuando le dijo que el padre de Percy necesitaba de la ayuda de este. ¿Para qué más sería sino?—. Pero sé que pretende que Percy vaya a una misión para recuperar ya saben qué, y para eso deberá salir del campamento, donde posiblemente lo estén aguardando decenas de monstruos.
Quirón volvió a acariciarse la barba con aura pensativa.
—En ese caso, deberá hablar con el Oráculo —dijo, refiriéndose a Percy—, pero, mientras tanto, no puedes decirle nada de lo se habló hoy aquí. No queremos alterarlo.
Venus dudó. Si la teoría de Quirón era cierta y Percy llegaba a descubrir que ella sabía quién era su padre y que se lo había ocultado, iba a sentirse traicionado y lo más probable era que ya no confiara en ella. Pero, por otra parte, Venus indirectamente le había mandado a pedir a Poseidón que reclamara a Percy, y para ello tenia que darle más que un par de horas.
—Está bien —dijo luego de un momento en el que reinó el silencio. Sus dedos tamborilearon en la mesa y arrastró la silla hacia atrás para ponerse de pie—. Tengo que reunirme con Luke para algo.
Quirón asintió. Venus le dio una última mirada al señor D, pero el dios parecía haberle dejado de prestar hacía bastante tiempo. Así que, sin perder más tiempo, Venus salió fuera del porche y se alejó de la Casa Grande.
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¿Percy Jackson un hijo de Poseidón?
Esa pregunta mantenía la mente de Venus ocupada, tanto que comenzaba a dolerle. Decidió, por un momento, suponer que era verdad, que Poseidón, señor de los océanos, había conocido a Sally en la orilla de una pequeña playa, que se habían enamorado, o no, no quería estar adivinando las emociones de los dioses, pero al menos en los ojos de Sally si se alcanzaba a ver el fantasma de un viejo amor cuando recordaba al padre de Percy; y habían engendrado un hijo: Percy Jackson.
Los Tres Grandes: Zeus, Poseidón y Hades, habían hecho un juramento hacía mucho tempo, antes de que se desatara la Segunda Guerra Mundial, que constaba de no engendrar más hijos con mortales, es decir, semidioses, ya que estos eran extremadamente poderosos y, por aquellos tiempos, habían sido los causantes de varios desastres históricos. Décadas después, Zeus rompió ese juramento al engendrar a Thalia Grace, cuyo destino había sido terrible (aunque esa era historia aparte).
Eso explicaría porque Poseidón jamás había dado miras de contactarse con Percy, seguro los demás dioses le habrían echado la bronca y su hijo hubiera acabado con un final parecido al de Thalia. Las palabras de Afrodita sobre cómo había cosas que hasta para los dioses eran difíciles cobraron un poco de sentido entonces. Si Poseidón reclamaba a Percy, como Venus le había pedido que hiciera, estaría anunciando haber roto su juramento, y las probabilidades de que Zeus y Hades desataran toda su furia en Percy eran extremadamente altas. Bueno, aún sin Poseidón haber hecho nada, una Furia ya había atacado a Percy. ¿Habría sospechas entre los dioses de que era un hijo prohibido?
También implicaría que su madre se hubiese acostado con Poseidón, aunque, bueno, eso ni siquiera podía contabilizarse como un problema. Además, tenía que admitir que no podía sorprenderse, después de todo, Poseidón y Apolo y se habían batido a duelo por la mano de su madre.
Centró su mirada en los chicos cuando escuchó un quejido brotar de los labios de Percy: tenía una rodilla flexionada en el suelo y la punta de la espada de Luke en la garganta. Sus ojos estaban fijos en Venus, sus labios entreabiertos y su respiración era agitada. Dioses, ¿por qué la estaba viendo de aquella forma? Venus sintió su propia respiración atascarse. Luke soltó una risa corta. Entonces, Percy regresó su atención a él (de donde no debió irse en ningún momento) y le apartó su espada de un manotazo.
Venus desvió la mirada a otra parte del bosque, preguntándose cuánto tiempo faltaba para que pudiera llevarse a Percy al campo de tiro.
Al final se hartó y decidió preguntar.
—¿Les falta mucho?
Luke frenó el ataque de Percy y giró la cabeza en su dirección.
—¿Ansiosa? —preguntó, dedicándole una sonrisa de lado que hizo que la cicatriz resaltara.
Venus ladeó la cabeza hacia un costado y le envió una mirada significativa. Llevaba más de una hora sentada en un tronco en medio del bosque y, aunque no había ningún insecto a la vista, no podía quitarse la sensación de hormigueo del cuerpo.
—Está bien —dijo, soltó un suspiro y se apartó de Percy—. De cualquier forma ya terminé con él.
Percy frunció el ceño.
—Creí que practicaríamos la técnica de desarme.
—Y lo harás —asintió, yendo a tomar la espada que había dejado recostada en un árbol antes de iniciar las lecciones—. Con Venus.
—¿Qué? —preguntaron al unísono.
—Dijiste que necesitabas que lo ayudara a entrenar.
—Y es verdad. Con la espada. —Entonces Luke formó un círculo con sus labios, dejando que un prolongado ‹‹oh›› saliera de ellos—. Tu pensaste que hablaba de tiro con arco.
—¿Por qué habría pensado otra cosa?
Luke le había dicho que necesitaba que ayudara a Percy a entrenar y, naturalmente, ella asumió que hablaba del arco y flecha, en lo que se destacaba. No tenía razones para pensar que Luke se estaba refiriendo a otra cosa, a pesar de que él no le dijo específicamente en qué área de entrenamiento necesitaba que ayudara a Percy.
—No lo sé, y tampoco es mi problema. Tu aceptaste, así que levántate y ven.
—Estoy bien con el arco. —De pronto, el pedazo de tronco seco le parecía el asiento más cómodo del mundo.
—Estás cómoda con el arco —corrigió—. Pero sólo te sirve si tienes una buena distancia de tu oponente, en cambio, saber usar una espada puede salvarte la vida.
—Puidi silvarti la vidi —murmuró para sí misma, dedicándole una mala mirada a la oruga que caminaba por la corteza de su tronco. Espera, ¿oruga? Se puso de pie casi de un salto y pasó las manos por la zona de su trasero y muslos aparentando naturalidad. También sacudió sus pies, sólo por si acaso.
Luke terminó de murmurarle algo a Percy que Venus no pudo oír, pero intuyó que se trataba de ella porque los ojos de su casi-amigo estaban posados en su figura, su mirada cautelosa solo hizo que sintiera más curiosidad por saber qué le había dicho Luke.
El hijo de Hermes se acercó y le extendió la espada, dejando el mango apuntando hacia ella. Los labios de Venus se curvaron en una mueca tan pronto todo el peso del arma descansó en su mano.
—Es pesada —protestó. Bueno, no era pesada, es decir, era madera, pero el mango era demasiado ancho en comparación a las espadas de esgrima a las cuales estaba acostumbrada; esta era más grande e inflexible, lo que le restaba ligereza. Hizo movimientos con la muñeca, notando también que le salían más lentos en comparación. La agilidad era su fuerte, al ser pequeña y delgada podía moverse con fluidez en una pelea, si ahora no tenía eso... digamos que se estaba sintiendo cada vez más fuera de lugar.
—Eso es porque estás acostumbrada a un alambre —bromeó Luke, cruzando los brazos contra su pecho. Se había apartado hacia el tronco que antes ocupaba ella, pero seguía de pie.
—Florete —corrigió entre dientes. Intentó nuevamente el movimiento de muñeca y esta vez le salió con más facilidad, aunque no tan limpio como habría querido.
—¿Hay diferencia?
Giró la cabeza en su dirección y le dedicó una mala mirada, pero su atención se desvió instintivamente al frente cuando la espada de Percy entró en su campo de visión. Alzó la espada y bloqueó el ataque. De un segundo a otro, Percy había pasado a ser el causante de su disgusto.
—Buenos reflejos —felicitó Luke.
Y entonces entendió que eso fue lo que le había susurrado antes a Percy.
—Los odio.
—Nada nuevo —dijo Percy, despegando sus brazos del torso para dejarlos caer segundos después.
Venus se contuvo de rodar los ojos, pero la expresión que se le dibujó en la cara dio a entender lo que pensaba de aquel comentario. Retrocedió varios pasos y suspiró. Realizó un par de movimientos con la espada, sin acabar de acostumbrarse a ella.
—¿Qué esperas? Atácala.
Percy observó a Luke sin estar muy seguro de acatar la orden. Oyó a Venus resoplar ligeramente y posó los ojos en ella justo para ver caer un mechón castaño que se había escapado de su trenza.
—Vamos, tendrás suerte si la tocas.
Percy supuso que ese comentario tenía por fin tranquilizarlo, pero no lo consiguió.
Venus tiró sus hombros hacia atrás y se puso en posición de combate. Seguía sin verse del todo convencida.
—¿Qué esperas, una invitación? —Y pareció que si la necesitaba, así que juntó los dedos índice y medio y se señaló a sí misma con estos, indicándole que comenzara el ataque.
Eso pareció dejar a Percy más tranquilo, porque la siguiente vez que Luke le ordenó que atacare, lo hizo.
Venus bloqueó el golpe y giró sobre su eje para quedar mirando en dirección contraria a Percy, le dio un punta pie en su talón y él se tropezó varios pasos hacia adelante, pero logró no caerse. El siguiente bloqueo fue a altura de su frente, las espadas chocaron y Venus torció el brazo para pasar por debajo, dio media vuelta y utilizó la fuerza de su peso hacia delante para crear distancia entre ambos.
—No te limites únicamente a bloquear.
Cerró los ojos un momento e inspiró profundamente para después soltar el aire suavemente por la nariz. Rotó el cuello queriendo aliviar la creciente tensión en sus hombros, tuvo cuidado que sus movimientos no fuesen bruscos y acabara teniendo un calambre. La siguiente vez que giró la muñeca, el movimiento le salió fluido, ayudando a que su humor mejorara un poco.
Percy se aproximó con otro ataque preparado, pero lo bloqueó igual que los anteriores, añadiendo un último movimiento esta vez: un golpe seco con la cara plana de la espada en la espalda baja de Percy. Naturalmente, él protestó.
—Estábamos bien antes, gracias —dijo Percy, entre respiraciones cortas y profundas.
A Venus le causó gracia que su molestia estuviera dirigida a Luke y no a ella, la autora del golpe. La comisura derecha de su labio tiró hacia arriba antes de que se diera cuenta.
Retomaron el combate, sorpresivamente demasiado sumidos en sus movimientos y en desarmar al otro para tirar algún comentario. El bosque estaba en silencio salvo por el crujir de las hojas bajo sus pies, el choque de las espadas y los quejidos de cansancio, frustración o meramente inconscientes. De vez en cuando, Luke aportaba algún comentario puntual sobre el desempeño de uno o de otro, pero parecía preferir observar y dejar a ambos desarrollar por sí mismos las estrategias de ataque y bloqueo bajo presión.
Entonces Venus intentó un movimiento. Cuando su espada chocó con la de su oponente, rotó la muñeca hacia adentro, dibujando un arco para envolver la espada contraria y acabar por golpear la cara inferior de la hoja. Percy se tambaleó, pero aquello no era lo que Venus estaba buscando, así que, naturalmente, se frustró.
—¿Por qué no tratas de hacerlo al revés? —preguntó Luke.
—Porque no quiero —dijo, y por su pequeño momento de distracción, Percy casi le asesta un golpe.
Creó más distancia para tener unos segundos para acomodar los mechones rebeldes que se adherían a su cara gracias a la fina capa de sudor que cubría su cuerpo. Consideró que quizá Luke tenía un punto, ya había tratado el mismo movimiento tres veces y ninguna acabó en el resultado que ella deseaba. Odiaba las espadas de madera, eran tan rígidas y mucho menos ágiles que las de esgrima que lograban irritarla. Tuvo que saltar cuando Percy realizó una barrida, las hojas se apartaron por la repentina corriente de aire, algunas alzaron vuelo, pero volvieron a caer tal y como cayeron de su árbol la primera vez. Giró rápidamente y bloqueó el nuevo ataque.
—No estoy acostumbrada a los golpes bajos. —En esgrima sólo debía preocuparse por defender su torso.
—No es su problema —respondió Luke, con la risa contenida.
Los ataques continuaron, y con ellos sus respectivos bloqueos. Pero Venus ya se estaba cansando, no le gustaba entrenar con espadas, por algo siempre se mantenía en el campo de tiro con arco.
—Bueno, suficiente —dijo, cansada y con la respiración acelerada. Abrió los dedos y la espada cayó al suelo, mientras se estaba yendo, añadió—: Tengo mejores cosas que hacer que perder el tiempo con esto, si quieres practicar con el arco, ve al campo de tiro.
Y entonces Percy la observó perderse entre los árboles.
Se sintió algo confundido, ¿él era una pérdida de tiempo, a eso se había referido? Sabía que no era tan ágil como ella en el combate, pero creía que no lo estaba haciendo tan mal, es decir, había logrado bloquear la mayoría de sus ataques. Después de todo, este era apenas su segundo entrenamiento, estaba poniendo lo mejor de sí para adaptarse a este nuevo mundo que se había abierto ante él apenas unos días atrás. Se estaba esforzando. Como siempre, quizá se estaba esforzando demasiado, pero quería demostrarles que pertenecía al campamento. Aunque su padre siguiera sin reclamarlo o dar alguna señal de que recordara su existencia.
—Oh, basta —Luke exhaló profundamente. Despegó su espalda del árbol y se acercó a dónde Venus había tirado la espada para recogerla. Percy lo miró sin entenderlo—. Desde que llegaste, he tenido que soportar que la mires como un cachorro abandonado. Ella no está molesta contigo.
—¿Tu que sabes? —preguntó a la defensiva, no entendía cómo todos parecían darse cuenta de su pequeña debilidad por Venus.
La expresión de Luke se tornó en una de obviedad.
—¿Has hecho algo para molestarla?
Percy dudó un momento.
—Esa es la cosa, nunca sé si hago algo que la moleste. Un segundo estamos bien y al otro me evita como si tuviera la peste —lanzó con fuerza la espada al suelo, como si quisiera arrojar con ella toda su frustración.
Tampoco entendía por qué Luke se interesaba en sus problemas. No lo mal entiendan, agradecía que le haya dado la bienvenida y lo hiciera sentir cómodo en la cabaña 11, pero suponía que un chico universitario como Luke tendría mejores cosas que hacer que convencerlo a él de que su... ya ni siquiera sabía cómo llamar a Venus, pero, lo que sea, no estaba molesta con él.
—Si hay algo que aprendí sobre las chicas, es que no debes tratar de entenderlas. Solo ve y discúlpate.
—¿De qué se supone que me disculpe si no sé qué hice mal? —Okey, puede que su voz haya salido más molesta de lo que debería. Luke sólo estaba tratando de ayudarlo, Percy no quería molestar a uno de los únicos dos amigos que tenía en este lugar. Un suspiro profundo salió de sus labios.
Retomaron el entrenamiento, pero Percy no estaba concentrado en lo absoluto, repasando en su mente todas sus interacciones recientes con Venus, tratando de adivinar qué había hecho mal. A la tercera caída de Percy al suelo, Luke pareció resignarse y dio por finalizado el entrenamiento. Se sentaron a descansar en un tronco y acabaron hablando sobre las reglas a las que estaban atados los dioses, la fobia de Annabeth a las arañas y que, en ese mundo, ser pequeño y a la vez aterrador era casi una condena de muerte.
Percy no se preocupó mucho por aquello último. Él podía ser muchas cosas, pero aterrador no era una de ellas.
Si les gustó el capítulo no se olviden de votar y comentar y guardar esta historia en su biblioteca para no perderse ninguna actualización, yo en mi youtuber mood, pero en fin. MUAK
XOXO, Aria
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