𝟬𝟰. welcome to camp half blood
❛ GAME OF SECRETS ❜
❪ act one: capítulo cuatro ❫
❛ bienvenido al
campamento mestizo ❜
De todos los lugares del campamento, la cabaña 10 era el favorito de Venus, por lejos. La cabaña pertenecía a Afrodita, la madre de Venus, quien se había encargado de que el lugar luciera como un perfecto spa. Dentro, se respiraba el aroma de la lavanda y la vainilla, la iluminación estaba acondicionada para no perturbar la vista de nadie y en la esquina, a la derecha de la puerta principal, había un gran jacuzzi climatizado con chorros de agua que brindaban masajes y formaban burbujas.
Venus gimió bajo el experto toque de las manos de Dalia, una de las ninfas, mientras que esta le aplicaba una crema en su espalda desnuda.
En la camilla de masajes junto a la suya, su hermana Drew tuvo una especie de espasmo cuando otra de las ninfas tomó su pie para masajearlo. Drew era cosquilluda, pero no tardó en relajarse bajo las caricias impartidas por la ninfa y sólo soltó un suspiro de placer, con la cabeza recostada sobre sus brazos, los cuales estaban hacia adelante, flexionados, para que ella los utilizara como almohada.
Drew no era la hermana favorita de Venus, estaba bastante lejos de serlo, a decir verdad. Pero cuando la vio cruzar la puerta de la cabaña, sus ojos del color del chocolate amargo se iluminaron, y cuando Venus reaccionó, Drew ya la estaba poniendo al día de los chismes más recientes, mientras ambas compartían agua de coco, desde un coco real, con pajillas y una sombrillita, y un par de ninfas les hacían masajes.
Venus no protestó, había sido un semestre agotador y necesitaba mimarse a sí misma. Así que gustosa aceptó el buen humor de Drew y escuchó cada palabra que salió de los labios de la pelinegra, asintiendo y opinando cuando lo ameritaba.
Hasta que surgió el tema de un nuevo campista.
—No vas a creer lo que pasó ayer —comentó Drew antes de succionar agua de coco por la pajilla, exhaló tranquila y continuó hablando—. Un chico se enfrentó al Minotauro.
Subió sus cejas divertida mientras daba otro sorbo al coco, pero la reacción de Venus no fue la que esperaba.
—¿Qué? —Se incorporó tan rápido que casi se cae de la camilla, y tuvo que apresurarse a sostener correctamente la toalla sobre su pecho para no quedar expuesta—. ¿Y qué pasó? ¿Cómo está?
—Muerto —dijo obvia, sin perder la sonrisa. Venus sintió que el aire abandonó sus pulmones de un momento a otro y por si expresión, Drew adivinó que no se refería al monstruo—. Ah, no. El chico está bien —Venus volvió a respirar—. Bueno, está inconsciente en la enfermería... pero está vivo, según Lee.
Venus volvió a acostarse en la camilla y no tardó en sentir la presión de las manos de Dalia sobre ella. Entonces supuso que su hermana estaba esperando una explicación a su exagerada reacción.
—Es el chico que Quirón me mandó a vigilar —dijo, y dio un sorbo de agua—. Se llama Percy, bueno, Perseus, pero todos le dicen Percy. Grover es su cuidador y...
—Y como es un inútil, Quirón te pidió que le echaras un ojo.
Venus rodó los ojos.
—No fue así —dijo, a pesar de que probablemente esa sí haya sido la razón—. Pero un toque femenino siempre ayuda.
—¿Y es lindo?
Venus revolvió el agua con la pajilla y con la mirada fija en el coco, asintió.
—¿Está apartado?
Ahora dirigió su mirada a Drew, quien se mordía el labio mientras la veía entretenida.
—Ni siquiera lo conoces —dijo Venus con el entrecejo fruncido.
—Pero tú si, por eso te lo pregunto, ¿vale la pena?
‹‹¿Qué si vale la pena? —pensó con sorna, y una risita resonó en su mente—. Ese chico vale la colección completa de vinilos autografiados de Taylor Swift.››
Se mordió la lengua para que sus pensamientos no escaparan por sus labios y se limitó a asentir, aún jugando con la pajilla.
—Es bastante agradable.
—Agradable —gimió Drew, burlona—. Vas a tener que darme más que eso.
Venus se encogió de hombros, sin saber qué cosa pretendía su hermana que le dijera. Venus solía ser amiga de Percy, claro, solía, en el pasado, cuando ambos eran unos niños. La realidad era que ya no podía presumir de conocerlo, no como le gustaría.
—No lo conozco tanto —acabó por decirle la verdad.
Drew suspiró, quizá algo decepcionada, y volvió a reposar su cabeza sobre sus brazos.
—Acabarás por saberlo —murmuró, con los ojos cerrados—. Tú siempre acabas por saberlo todo.
Venus revoloteó sus párpados, eso era mentira. Ella sólo sabía lo que le interesaba saber, cosas importantes, claro que la importancia era algo subjetivo; para Venus, importante era cualquier cosa que le diera ventaja sobre otra persona, eso era de lo que siempre acababa por enterarse.
Pero para nada le desagradaba la idea de conocer más a fondo a Percy. Y tenía el juego perfecto para eso.
Al final, la sesión de masajes había terminado por extenderse cuando se les unieron Silena Beauregard y Valentina Díaz, dos más de las hermanas de Venus. Y aunque esta intentó despedirse cordialmente, Silena era una persona tan magnética que acabó por quedarse otra hora con ellas, comiendo de los chocolates que le había enviado el señor Beauregard a su hija.
Para cuando Venus logró escabullirse hasta la enfermería, el sol estaba poniéndose, fundiéndose con la orilla norte de Long Island. El rojo, el anaranjado y el amarillo adornaban el cielo, casi era imposible decir dónde terminaba un color y comenzaba el siguiente. Curiosamente, el cielo estaba despejado de nubes, dejando apreciar a la vista una bellísima imagen digna de ser pintada en un lienzo.
Venus entró a la habitación dónde tenían a Percy, encontrándose con Lee Fletcher, un hijo de Apolo, de pie junto a una mesa de madera, anotando algo en una hoja. Venus supuso que estaba completando alguna ficha médica, pero no estaba segura.
Sus ojos recorrieron el lugar, la habitación era pequeña, pero acogedora. Junto a la cama en la que descansaba Percy, había una mesa de noche sobre la que se hallaban ambrosía y néctar, la comida y bebida de los dioses que ayudaba a sus hijos a una rápida recuperación. A menos que bebieras o comieras mucho y tus huesos terminaran convertidos en arena. Sobre la mesa de madera, además de botellas y frascos con sustancias que Venus desconocía, imponiendo presencia, estaba un cuerno del Minotauro, como prueba de la victoria de Percy: un trofeo de guerra.
Drew ya se lo había contado, pero verlo en persona causaba más impresión.
—¿Vienes a recolectar información tu misma? —preguntó Lee sin apartar su vista de la hoja.
—Tarde, corazón, ya sé quién es.
Lee alzó la mirada y la sonrisa traviesa de sus labios se extendió hacia sus ojos.
—A estas alturas ya debe saberlo todo el campamento —dijo, y Venus asintió, recostándose contra la mesa, con cuidado de lo lastimarse con el cuerno del rumiante. Lee dejó la hoja sobre la mesa y el bolígrafo detrás de su oreja—. Tenía algunos cortes en las piernas y se golpeó fuertemente la cabeza, pero está bien. Annabeth y Quirón lo encontraron y lo trajeron rápido a la enfermería.
Venus asintió con la mirada fija en Percy, observando su pecho subir y bajar con cada respiración que daba.
—Una lástima lo que le ocurrió a su madre.
‹‹¿Su madre?›› quiso decir, pero la pregunta quedó atorada en su garganta. Parpadeó repetidamente para que las lágrimas no se formaran en sus ojos, pero la sola idea de que la muerte de Sally le causó un dolor en el pecho.
—Sally... —se encontró a ella misma diciendo el nombre de la mujer en un susurro doloroso.
Sally Jackson era una de las mujeres más amables y fuertes que había conocido. Por años soportó a Gabe, el padrastro de Percy, ya que el asqueroso olor a humano que ese hombre —si es que así podía llamársele— emanaba era lo suficientemente intenso para ocultar el fuerte olor a semidiós que Percy desprendía. Sally había amado a Percy tanto como una madre puede amar a su hijo y más, tanto que había dado su vida para que él estuviera a salvo. Como Lily Potter lo había hecho por Harry cuando Voldemort...
Interrumpió su THDA cuando Percy comenzó a sacudirse entre las sábanas, balbuceando cosas inaudibles. Sus pies la dejaron junto a la cama, se sentó a la altura de la cadera de Percy y extendió su mano para acariciarle los rizos en un intento de calmarlo. Pareció funcionar, porque dejó de moverse y sus ojos se abrieron, parpadeó varias veces para adaptarse a la poca iluminación de la habitación y el verde mar de sus ojos no tardó en encontrarse con el gris plateado de los de Venus.
—¿Estoy soñando? —murmuró, tan bajo que Venus apenas pudo oírlo—. Si es así, no me despiertes.
Contuvo una sonrisa y estiró el otro brazo para alcanzar el tazón con ambrosía. Sacó una cucharada generosa y se la dio en la boca a Percy.
—Duérmete, tienes que descansar —le dijo, aún con un nudo en la garganta por la noticia de Sally, no sabía cómo iba a estar Percy cuando recuperara por completo la conciencia. Afortunadamente, su voz se oyó natural y suave. Percy volvió a quedarse dormido y Venus enjuagó restos de ambrosía de su barbilla.
Se puso de pie y se separó de la cama, dirigiendo su vista a Lee.
—¿En cuánto tiempo se va a despertar?
—Pronto —respondió con simpleza.
—¿Cuánto tiempo es eso?
Él se encogió de hombros.
Venus rodó los ojos y salió de la enfermería. Se suponía que él era el doctor, ¿no? Debería saber cuanto tiempo van a estar inconscientes sus pacientes. ¿Cuánto tiempo era pronto, de todos modos?
Suspiró frustrada y fue hacia el pabellón del comedor, el cual estaba ya casi vacío, pero donde aún quedaban algunas de sus hermana. No cenó mucho aquella noche, su estómago no aguantó más de un racimo de uvas y un vaso de jugo de fresa antes de que Venus sintiera la bilis subir por su garganta; acabó vomitando detrás del arbusto más cercano y corrió a lavarse los dientes, deseosa de quitar ese asqueroso sabor de su boca.
Esa noche, todas sus hermanas se pusieron de acuerdo para organizar un karaoke y siendo Silena como es, no aceptó una negativa de Venus ni aunque esta lo intentó por diez largos minutos, por lo que Venus terminó su noche cantando New Romantics de Taylor Swift mientras Eloise y Francesca le hacían los coros.
Pero el último pensamiento de la noche, Venus se lo dedicó a Sally Jackson, deseando que Hades la estuviera tratando bien.
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Mientras estuvo inconsciente, Percy tuvo sueños rarísimos, llenos de animales de granja. La mayoría de ellos quería matarlo; el resto quería comida.
Supuso que debió despertarse varias veces, pero lo que oía y veía no tenía ningún sentido, así que volvía a quedarse dormido. Se recordaba descansando en una cama suave, con los dedos de Venus jugando con sus risos y ella dándole una cucharada de algo. Su boca se había llenado del sabor de palomitas de maíz con mantequilla, a pesar de advertir que lo que comía era una especie de pudín.
La siguiente vez que despertó, Venus no estaba. En su lugar, de pie, observándolo desde una distancia prudente, logró distinguir la silueta de una chica morena que debía tener más o menos su misma edad. Lo miraba fijamente y todo lo que Percy recuerda haberla escuchado decir es:
—Babeas cuando duermes.
La siguiente vez que despertó, la chica se había ideo. Un tipo rubio con bata blanca de doctor, pero con aspecto de surfero, estaba escuchando su corazón con un estetoscopio. Lo vio anotar algo en una planilla y luego volvió a quedarse dormido.
Cuando por fin recobró la conciencia, se encontraba en la misma habitación, solo que esta vez más iluminada gracias a la luz que se filtraba por la ventana. Al mirar a su izquierda se encontró con Grover, vestía una camiseta anaranjada con la leyenda ‹‹CAMPAMENTO MESTIZO›› y unas bermudas color crema que dejaban al descubierto sus patas de cabra.
—Tranquilo, estás a salvo —le dijo Grover.
—¿Entonces sí pasó?
Percy soltó un suspiro prolongado, había albergado la esperanza de que lo que había ocurrido hubiese sido un mal sueño, pero aquí estaba Grover con sus pezuñas y allí estaba el cuerno del Minotauro sobre la mesa.
—Es algo importante matar a un monstruo como ese y quería que todos supieran... —Grover fue interrumpido.
—¿Tu lo viste? —preguntó Percy con la mirada perdida en algún punto de la habitación—. Lo que le pasó a mi mamá.
Grover se removió incómodo en su asiento.
—Sí —dijo, sintiendo como la culpa lo carcomía—. Perdón... por todo. Mi deber era protegerte; traerte aquí a salvo... de haberte dicho la verdad antes tu mamá aún seguiría con vida.
—¿Puedes...? —pidió Percy, con la mayor angustia que hubiera sentido taladrándole el pecho. No quería hablar del tema, si lo hacía, acabaría llorando—. Ya para.
—Sé que no es fácil, pero quiero hablar de esto.
—Yo no —dijo. Rodó en la cama, sintiendo el dolor punzarle todo el cuerpo, y como pudo se puso de pie y comenzó a vestirse—. Tu trabajo era traerme con vida —dijo entre dientes, aguantándose los quejidos de dolor, aunque, en el fondo, había algo de resentimiento hacia su amigo. Intentó que esa clase de pensamientos no invadieran su mente, pero la idea de que si Grover fuera un mejor guardián (fuese lo que fuese eso) su madre aún estaría con él, incrustó una pequeña espina de enojo—. Ya cumpliste.
—¿Y a dónde vas?
Percy se detuvo justo en el marco de la puerta, respiró hondo, recordándose de que no debía enojarse con su único amigo, y giró para mirarlo.
—Era importante que llegara porque mi padre es un dios. Voy a ir a buscarlo —dijo, antes de cruzar el umbral y cerrar la puerta de la habitación, sin dejar que Grover dijera nada más.
Del otro lado de la puerta, notó que estaba en un espacioso porche, frente a un prado de verdes colinas. La brisa olía a fresas. Percy contempló el prado. Había arboledas, un arroyo serpenteante y hectáreas de campos de fresa que se extendían bajo el cielo azul. El valle estaba rodeado de colinas ondulantes, la más alta de las cuales, justo en frente a él, era la que tenía un enorme pino en la cumbre. Incluso eso era bonito a la luz de día.
Pero su madre se había ido y el mundo entero tendría que ser negro y frío. Nada debería de resultarle bonito.
Ahora estaba solo. Se había quedado completamente huérfano. Tendría que vivir con... ¿Gabe el Apestoso? No, eso nunca. Antes viviría en la calle, o fingiría tener dieciséis para alistarse en el ejército, o le rogaría a Venus que lo dejara vivir a escondidas en su ático.
Haría algo, cualquier cosa.
Sus piernas comenzaron a caminar por la galería del porche, que rodeaba toda la casa. Cuando giró en la esquina, inspiró hondo. Al final del porche había un hombre que estaba de cara a él detrás de una mesa. Era pequeño pero gordo, con el cabello grisáceo y una barba desprolija del mismo color. No pudo apreciar el color de sus ojos ya que el tipo llevaba puestas unas gafas de sol negras.
—¿Disculpe? —se dirigió al hombrecito sin importarle que probablemente estuviera interrumpiendo si siesta—. Soy Percy Jackson, eh, soy nuevo.
El hombre soltó un profundo suspiro y tomó aire para gritar.
—Peter Johnson ya llegó —anunció.
—Okey... —dijo Percy con el seño fruncido—, ese no es mi nombre. Estoy buscando la oficina o a la persona a cargo.
El hombre deslizó sus gafas de sol por el puente de su nariz e inspeccionó a Percy. Pero justo en ese momento, Grover llegó corriendo, interrumpiendo a Percy de poder decir cualquier otra cosa.
—Percy, este es el director del campamento —dijo, haciendo un además hacia el hombre, luego su mano hizo lo mismo, esta vez volviendo hacia Percy—. Señor D, este es Percy Jackson.
—Lo sé, Grover, lo oí la primera vez —dijo, lanzando sus gafas de sol sobre la mesa.
—Ah, o sea que sí me oyó —dijo Percy.
Grover se apuró a apartarlo unos pasos más lejos de hombre, a lo que este rodó los ojos.
—Oye, no es alguien a quien quieras hacer enojar —le dijo en un susurro.
—Él es el que me está haciendo enojar —reprochó.
—Percy, la ‹‹D›› es por Dionisio —explicó Grover—. Él es Dionisio. El dios Dionisio.
—No es cierto —susurró Percy sin poder creerlo.
Ambos volvieron a acercarse.
—¿Disculpe, alteza? —Percy inició desde cero. El señor D rodó los ojos y soltó un quejido ronco, pero Percy siguió hablando—. Creo que mi papá podría estar por aquí. No sé cómo buscarlo, no sé, no sé mi cómo se llama, pero tengo que verlo. Es que... —se relamió los labios y suspiró— creo que eso es lo que necesito.
‹‹Y yo necesito embriagarme —pensó el señor D con burla—. ¿No es divertido como ambos queremos cosas que no podemos tener?››
Pero entonces, como si Atenea lo hubiera iluminado, el señor D tuvo una brillante idea.
—¿Sabes? Creo que sí puedo ayudarte —dijo, incorporándose mejor en su silla—, hijo.
—¿Qué? —dijo Percy, incrédulo.
‹‹Vaya —pensó—, panzones y barbudos. Mi madre sí que tiene un tipo.››
—Sí, Peter.
—Soy Percy.
—Exacto —le restó importancia—. Ahora, antes de empezar a conocernos, hay una cosa muy, muy importante que quiero que hagas por mí, ¿okey? —dijo con tono serio. Percy lo escuchaba atento—. En el sótano, hay una botella de un Château Haut-Brion de 1985. ¿Podrías traérmela?
Percy lo observó perplejo y agregó ‹‹inútil›› a la lista.
—¿De verdad es lo único que vas a decirme?
—Okey. Señor D, aunque Percy fuera su hijo...
—Ah, ah, ah, Grover —lo interrumpió el dios—. Silencio, por favor. Es un momento íntimo —volvió a dirigirse a Percy—. Entonces, el sótano está allí —señaló en una dirección—, trae la botella y voy a hablarte sobre lo que quieras mi niño —imitó la voz que usaba cuando sus hijos (los de verdad) apenas eran unos bebés.
Percy miró por un momento a Grover y luego devuelta al señor D, y así lo hizo un par de veces, hasta que se decidió a ir por la botella. Pero entonces, vio como una figura femenina se acercaba hasta donde estaban ellos y se detenía junto a la salida exterior.
La chica tenía el pelo castaño, el cual resaltaba gracias a la luz del sol, trenzado sobre su hombro izquierdo. Vestía una camiseta gris con la misma leyenda que la de Grover, unos vaqueros cortos que se amoldaban a sus caderas y calzaba unas Converse de color azul oscuro.
Era Venus.
Sus ojos grises lo recorrieron de arriba a abajo, examinándolo. Pareció gustarles lo que vieron, sólo por un momento, entonces las comisuras se estiraron y pequeñas arrugas se formaron al rededor de estas.
—¿A dónde ibas? —le preguntó, omitiendo saludarlo.
Percy tragó saliva.
—Al sótano a por vino.
—¿Desde cuándo tomas alcohol?
—No es para mí —dijo ofendido. Lo único que se proyectaba en su mente cuando escuchaba algo relacionado con el alcohol, era Gabe el Apestoso, y, siendo honesto, le causaba asco—. Mi padre no me hablará a menos que le traiga una botella de chatu no sé qué.
—¿Tu padre? —dijo Venus, observándolo con cara de no creerle. Percy rodó los ojos e hizo un ademán flojo hacia el señor D, Venus lo inspeccionó juiciosamente y alternó la vista entre ambos un par de veces, luego bufó—. El señor D no es tu padre.
—¿Cómo?
—Podría serlo —replicó el dios.
—No con esa nariz.
—Le quitas lo divertido a la vida, Vanessa.
Ella sonrió falsamente.
—Sería divertido que Zeus tuviera otra razón para condenarlo a la abstinencia otros cien años, ¿no le parece?
El señor D guardó silencio y en lugar de amenazarla con convertirla en delfín, como habría hecho con cualquier otra persona, se puso a jugar con la chapita de la lata de Coca-Cola light.
—Oye —le chistó Percy—, no puedes hablarle así.
La expresión de Venus era una mezcla entre la confusión y la burla.
—¿Quién te dijo eso?
—Eh... Grover.
Venus le dio un escaneo rápido al sátiro que estaba detrás de Percy, manteniéndose al margen de todo.
—Tu puedes hablarle como quieras a quién quieras, ¿okey?
—¿En serio?
—No —Venus rio—. A menos, claro, que quieras que te maten.
Los labios de Percy se torcieron en una mueca. Venus lo tomó de la mano y comenzó a llevarlo lejos del porche y del olor a vino del señor D.
—Ven, te daré un tour por el campamento; el anfiteatro es muy lindo y vas a amar los campos de fresa y ¡oh, y...!
—Basta —Percy se soltó de su agarre y dio un paso atrás—. Ya no tienes que fingir que te intereso.
—Aquí vamos otra vez —rodó los ojos a la par que soltaba un suspiro pesado.
—No, no, está bien —aseguró, aunque la decepción brillaba en sus ojos—. Grover ya me explicó que Quirón fue quien te pidió que te juntaras conmigo para vigilarme. Lamento haber sido una carga, pero ya no tienes que soportarme.
Venus se prometió clavarle a Grover una flecha en su trasero de cabra cuando tuviera oportunidad.
—¿Por qué te cuesta tanto creer que en serio quiero ser tu amiga?
Una risa sarcástica salió de la nariz de Percy.
—Venus, por si no lo has notado, las chicas como tu no son amigas de chicos como yo.
—Solíamos ser amigos.
—Sí —dijo, y la señaló con ambas manos—, antes de que te volvieras muy popular para siquiera hablarme.
—Oh, lamento no haber querido ir a almorzar contigo al baño, Percy —soltó irónica.
Percy trató con todas sus fuerzas que no se notara que ese comentario le había dolido, pero fue muy obvio para Venus cuando sus ojos verdes la miraron llenos de enojo, y supo que se había propasado.
—Percy...
Pero este no quiso escucharla y pasó de largo por lado, golpeando su hombro con el de Venus en el proceso. Ella le pidió que se detuviera, pero Percy fingió no oírla y ella fue tras él, dispuesta a disculparse.
—¡Ya detente! —exclamó harta. Percy sintió como si sus músculos de repente fueran de yeso y fue incapaz de moverse. Venus se mordió la lengua mientras sentía sus uñas incrustase en las palmas de sus manos, cerró los ojos un momento y suspiró, calmándose.
Tan pronto Percy recuperó la movilidad, giró tan rápido que sobresaltó a Venus.
—¿Qué rayos fue eso? —preguntó aun molesto y con un ápice de miedo, que su cuerpo haya dejado de responderle, aunque fuera por unos segundos, le había dejado una sensación extraña.
—Eso —dijo Quirón, materializándose detrás de Percy y sobresaltándolo—, fue el encanto de una hija de Afrodita en su máximo esplendor —le dedicó una mirada serie a Venus—. Tenemos reglas estrictas sobre el embrujahabla en el campamento.
—Tienen tantas reglas que el señor D deliberadamente ignora, como proteger a sus campistas, por ejemplo —sonrió falsamente.
—¡Señor Brunner! —exclamó Percy, al parecer olvidándose lo de hace un momento, luego, su expresión se tornó en sorpresa cuando sus ojos bajaron y detallaron la forma cuadrúpeda de Quirón.
—Entiendo que todo esto deba ser difícil de asimilar.
—Oh, no, para nada —ironizó—. Usted es un equino, en estos últimos días pasé de no tener padre a tener uno falso que no hablaría conmigo a menos que le llevara vino.
Quirón dirigió su mirada a Venus y esta alzó sus cejas haciendo una expresión obvia.
—Veo que ya has conocido al señor D —dijo entonces—. Zeus le tiene estrictamente prohibido el consumo de alcohol, pero él sabe, al igual que todos, que los semidioses pueden hacer cosas por los dioses que estos no pueden hacer por sí mismos. El señor D se aprovechaba de tu ignorancia.
—Siento que me llamó estúpido de una manera muy sofisticada.
A Venus se le escapó una risa que, de no haber estado molesto con ella, a Percy lo hubiera hecho sonreír como tonto.
—Por cierto, Percy —dijo Venus, notando que nadie lo había presentado adecuadamente con el centauro—, su verdadero nombre no es Brunner, es Quirón. ¿Recuerdas a la cabrita de la película de Hércules? Aquí está —apuntó con sus manos hacia el equino con una expresión falsa de ‹‹Wow, ¿puedes creerlo?››—, muchos Danoninos después.
Esta vez, a Percy se le escapó una sonrisa, pero la borró al instante.
—Tengo algo que decirle —le dijo a Quirón, recordando algo de repente—. Perdí su bolígrafo que se convierte en espada. Espero que no fuera el único.
—Revisa tu bolsillo —le dijo Quirón, haciendo omiso la presentación de Venus.
—Amm... no, eh... lo perdí una noche, en la colina —balbuceó con la cabeza gacha, el recuerdo de su madre disolviéndose en polvo dorado hizo que se le formara un nudo en el estómago.
—Revisa tu bolsillo —repitió.
Percy alzó la cabeza y lo observó confundido, pero aun así hizo lo que se le ordenó y se sorprendió cuando, tras haber metido su mano en el bolsillo de su chaqueta, de este sacó el bolígrafo extraviado.
—A menos que la cedas, siempre encontrará el camino de vuelta a ti —explicó Quirón—. Los objetos mágicos no obedecen las leyes físicas del mundo ordinario. Tu bolígrafo, mi silla de ruedas, pertenecen al mundo de tu padre, al igual que tu.
Percy observó el bolígrafo una vez más antes de guardarlo otra vez en su bolsillo.
—Ahora bien, estoy ocupado con un asunto urgente ahora —no dijo de qué se trataba, pero su expresión sombría delató que no era nada bueno—, por lo que Venus te dará un recorrido por el campamento.
Ambos, Percy y Venus, intercambiaron una mirada fugaz antes de devolver su vista al centauro.
—Confío en que le des una bienvenida apropiada.
Una bienvenida apropiada en la cabaña 11 era que te arrojaran una cubeta de queso chédar derretido sobre la cabeza. Venus no iba a decirle aquello a Quirón y a quitarles la oportunidad a las futuras generaciones de campistas de crear un trauma con el queso. Pero tampoco iba a permitir que se lo hicieran a Percy.
Asintió y, con un gesto de cabeza, le indicó a Percy que la siguiera. Él fue tras ella sin demora.
Pasaron junto al campo de voleibol y algunos chicos se dieron codazos. Percy notó que la mayoría observaban a Venus embelesados, y los pocos que despertaban del transe y apartaban sus ojos de ella, se le quedaban viendo a él como si fuera una atracción de feria barata. Percy no era tímido, pero le incomodaba que lo mirasen como si esperaran que se pusiera a hacer piruetas o algo por el estilo.
Pasearon por los campos de fresas, donde algunos campistas las recolectaban en grandes canastas de mimbre y varios sátiros tocaban sus flautas de junco con las mismas camisetas naranjas que tenía Grover y sin nada que cubriera sus peludos cuartos traseros.
Venus le contó a Percy que el campamento producía una buena cosecha que exportaba a los restaurantes neoyorquinos y al monte Olimpo.
—Cubre los gastos —aclaró, arrancando una de las fresas y dándole un mordisco. Cuando la hubo tragado, continuó—. Y las fresas casi no dan trabajo.
Aunque el único motivo por el cual Venus iba a los campos de fresas era para robarlas.
También le explicó que el señor D producía ese efecto en las plantas frutícolas: se volvían locas cuando estaba cerca. Funcionaba mejor con los viñedos, pero le habían prohibido cultivarlos, así que plantaba fresas.
A medida que se acercaban al bosque, Percy reparó en la enorme vastedad de este. Ocupada por lo menos una cuarta parte del valle, con árboles tan altos y gruesos que parecía imposible que nadie lo hubiera pisando desde los nativos americanos.
—Oye —comenzó a decir Venus y le dio un rápido vistazo de reojo a Percy antes de volver su mirada al frente—, siento mucho lo que he dicho antes. Lo del baño y tal... A veces suelo ser así con las personas, pero en serio no me gusta serlo contigo —se encogió de hombros, como si no tuviera remedio—. Herencia de mi madre, supongo.
Percy iba a decirle que no había dicho nada que no fuera cierto, si él se pusiera en el lugar de Venus, tal vez tampoco querría juntarse consigo mismo. Aún no comprendía del todo porque ella parecía querer hacerlo por su propia voluntad. Pero, entonces, la mención de la madre de Venus captó su atención.
—Tu madre... —dijo—, Quirón comentó que era Afrodita.
Venus asintió sonriente.
—Diosa del amor y la belleza.
Percy la observó y, por unos segundos, le fue imposible apartar su mirada de ella, hasta que se tropezó con una rama y Venus tuvo que sujetarlo del brazo para que no se diera de bruces contra el suelo.
—Gracias —dijo, con las orejas rojas por la vergüenza.
Ella le sonrió y le restó importancia al acto con un mero gesto.
—Estaba pensando en ti, el otro día, bueno, en nosotros, y me di cuenta de que hay mucho de ti que no conozco ahora, así como hay mucho que no conoces de mi —dijo Venus, contorneando sus uñas con las yemas de los dedos de la otra mano, tratando de no hacer evidente su emoción—. Así que pensé en proponerte un juego para conocernos más.
—Claro —dijo Percy, tras haberse perdido en el brillo de sus ojos.
—Genial. —La sonrisa de Venus se amplió casi tanto como la del gato Cheshire—. Entonces, juguemos un juego que me gusta llamar el juego de los secretos.
—¿Secretos?
Asintió.
—Y por secreto no me refiero a las cosas que no le cuentas a nadie porque no tienes amigos —aclaró, sin darse cuenta de sus palabras—, me refiero a las cosas que guardas en lo más oscuro de tu cabecita y que sólo pocos saben.
—Está bien, entonces... —se calló y el silencio duró treinta largos segundos.
—Dime algo.
—No sé qué puede ser.
Venus suspiró impaciente.
—No lo sé, algo... algo que tenga un significado importante para ti.
Percy lo pensó por un minuto.
—Sólo como comida azul.
—Okey... fingiré que eso no es raro.
—No dijiste que ibas a burlarte —expresó su molestia.
—No, no. No me estoy burlando, yo sólo...
—Solo es algo que comenzó a hacer mamá luego de que discutiera con Gabe sobre si la comida azul existía o no.
—Imagino quién ganó esa discusión.
Percy sonrió a medias y esperó a que Venus confesara algo.
—Yo... —sus mejillas adquirieron un leve color rosa en anticipación— hay noches que aún duermo con Tess. —Tess, en realidad, Teseo, era una orca de peluche que Percy había ganado para ella en una vieja feria a la que los habían llevado sus padres, y a Venus le gustaba dormir con ella porque, por alguna razón, olía a mar, y eso la relajaba.
—Bien, fingiré que eso no es raro.
—No es más raro que comer comida azul —dijo, con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados. Entonces volteó y lo miró directo a los ojos con una mirada determinante—. Si le dices esto a alguien, dormirás con los peces, Perseus.
Percy tragó saliva y resistió el impulso de retroceder y esconderse detrás de uno de los anchos troncos.
—¿A quién podría decírselo, de todas formas? —dijo, tratando de aparentar desinterés.
Venus volvió a mostrarle una cálida sonrisa y cualquier tensión desapareció de los hombros de Percy.
—Continuando con el recorrido —dijo e hizo un además hacia todo su alrededor—. Los bosques están bien surtidos, por si quieres probar más adelante, pero ven armado.
—¿Bien surtidos de qué? ¿Armado con qué?
—Bueno, de todo un poco —respondió vagamente la primera pregunta— y con cualquier cosa a la que le confíes tu vida. Tu espada retráctil, por ejemplo.
Por inercia, Percy palpó su bolsillo y comprobó que el bolígrafo siguiera allí; efectivamente lo estaba.
Vieron el campo de tiro con arco, el lago de canoas, los establos (que no eran del agrado de Venus por el olor a excremento de caballo), el campo de lanzamiento de jabalina y el anfiteatro del coro.
—¿Qué hacen cuando llueve? —preguntó Percy y Venus lo miró—. No me mires de ese modo.
—¿De cuál modo?
—Del modo en que me miras cuando piensas que soy tonto.
Venus le regaló una sonrisa apenada pero al final se encogió de hombros.
—Nunca llueve dentro del campamento, a menos que queramos. Ya sabes, las fresas necesitan agua.
Percy asintió.
Al final, Venus le enseñó las ‹‹cabañas››, que en realidad era una especie de bungalows. Había doce, dispuestas en forma de U, dos al fondo y cinco a cada lado. Sin duda eran las construcciones más estrambóticas que Percy había visto nunca.
—Cada cabaña es el hogar de un campista que un dios a reclamado —explicó Venus.
—Bien, ¿en cual me toca? —preguntó Percy, con una sonrisita que a Venus le causó ternura.
—No te han reclamado aún, Percy.
—Ah... —murmuró—. ¿Y cuando van a... reclamarme?
Venus mordió su labio inferior y le dio una sonrisa apenada.
—No lo sé. Tu padre bien podría reclamarte mañana, la semana que viene, o...
—Nunca —completó la frase de la manera más pesimista que a Venus se le podría haber ocurrido. Percy apretó los labios en una fina línea y se prometió a si mismo que no iba a llorar—. Estoy aquí y aun así no quiere nada de mí. ¿Por qué estoy aquí? Es obvio que no pertenezco.
—Claro que perteneces, Percy —Venus llevo una mano a su hombro y le dio un apretón reconfortante—. Además, por ahora, este es el lugar más seguro para ti; te protege de los monstruos. —No estaba del todo convencido, pero de todas formas asintió, era verdad que ya no tenía otro lugar a dónde ir—. Y, mientras tu padre vuelve de comprar cigarros, te alojarás allí —señaló una de las cabañas—. La cabaña de Hermes es un hogar para sus hijos y también para los no reclamados.
La cabaña 11 era la que más se parecía a la vieja y típica cabaña de campamento, con especial hincapié en lo de vieja. El umbral estaba muy gastado; la pintura marrón, desconchada. Encima de la puerta había un caduceo. Estaba llena de chicos y chicas, muchos más que el número de literas. Había sacos de dormir por todo el suelo. Parecía más un gimnasio donde la Cruz Roja hubiera montado un centro de evacuación.
Antes de entrar, Venus frenó frente al umbral y obligó a Percy a imitarla, observó en dirección al suelo detenidamente y sus ojos fueron subiendo por el marco de la puerta hasta dar toda la vuelta y acabar nuevamente en el suelo. Cuando comprobó que nada iba a caerles encima o explotar bajo sus pies si pisaban dentro, entraron.
Venus dio un paso adelante y carraspeó para llamar la atención de todos los que estaban dentro, y a pesar de que eran muchos, no llegaban a ser ni la mitad del total de campistas que residían allí. Percy trató de tomar su mano y jalarla hacia atrás con él, pero fue tarde, ya todos tenían sus ojos puestos en Venus.
—Este es Percy Jackson —anunció e inmediatamente todas las miradas volaron a él, lo que no hizo más que sonrojarlo, aun así, levantó la mano y la agitó con timidez—. Espero que le den una bienvenida amistosa —les dedicó una sonrisa, pero por la forma en que los miró, comprendieron su amenaza silenciosa.
Las mayoría murmuró un ‹‹hola››, pero hubieron quienes no se atrevieron a decir nada y sólo bajaron la cabeza y siguieron con lo que estaban antes.
Venus guio a Percy hasta un espacio libre en el piso en el que había un saco de dormir y su mochila. Él se agachó para comprobar qué había dentro y sonrió al ver que aún tenía las golosinas que su madre le había obsequiado antes de su viaje a Montauk. Volvió a ponerse de pie inmediatamente cuando notó que un grupo de chicos, mayores que él, se le acercaba.
—Mira —dijo Percy antes de que alguno tuviese la posibilidad de hablar—, si lo que quieres es molestar, que sea mañana; ya no puedo más hoy.
El cabecillas de grupo, Luke, miró sobre el hombro de Percy y le dedicó una mirada a Venus.
Luke era un chico alto y atlético, de cabello castaño y sonrisa amable. Vestía una camiseta del campamento, pantalones cortos, sandalias y un collar de cuero con cinco cuentas de arcilla de distintos colores. Lo único que alteraba un poco su apariencia era una fina pero larga cicatriz que le recorría media cara desde el ojo derecho a la mandíbula.
Venus se mofó en silencio y sujetó a Percy por los hombros, apoyó su mentón en el hombro del chico y le dio a Luke una mirada de ‹‹ups.››
—Dale una oportunidad —dijo y enroscó uno de los risos rubios de Percy en sus dedos y luego volvió a soltarlo—. Bajo estos risos se esconde una personalidad muy amigable —se acercó más al oído de Percy para susurrar—. Intenta no ser sarcástico al menos los primeros diez minutos.
Percy se removió, con los bellos de la nuca erizados por el cálido aliento se Venus sobre su cuello, pero consiguió asentir. Entonces Venus lo soltó y retrocedió un paso, recostándose contra una de las bigas de la cabaña, para darle espacio a Percy.
—Yo... —Luke pasó su mirada de Venus a Percy y cambió su expresión por una más seria— oí lo que te pasó en la colina y quería decirte que en verdad lo siento. —Los ojos de Percy se fueron al suelo y Venus sacudió levemente sus hombros para reconfortarlo—. Sé cómo te sientes, créeme —en los labios de Luke volvió a dibujarse una sonrisa y Percy lo observó dubitativo—. Soy Luke, por cierto.
Se estrecharon las manos.
—Percy.
—Venus —se llevó las manos a los hombros mientras pronunciaba su nombre—. Pero eso ya lo saben —le regaló una sonrisa a cada uno—. Bien, ahora que sé que te dejo en buenas manos, debo irme, ya va a sonar la caracola.
—¿Caracola?
—Para la cena.
Percy no lo comprendió del todo, pero estaba más distraído con el echo de que Venus lo dejaría en una cabaña con extraños.
—¿Tu no te vas a quedar aquí?
—No, yo estoy en la 10. Sales hacia la puerta y es la que está justo en frente del otro lado.
—Sí, la vas a reconocer porque es rosa y huele a perfume caro —acotó Luke.
—Al menos no huele como un vestuario deportivo.
Venus caminó hasta la salida y se giró a ver a Percy, quien iba dos pasos detrás de ella.
—Estarás bien, ¿si? —prometió.
—Claro.
—Bienvenido al Campamento Mestizo —dijo y le regaló una última sonrisa antes de volver a girarse e irse.
Por alguna razón, Percy sintió el deseo de abrazarla, pero se limitó a corresponder la sonrisa que ella le dio y la siguió con su mirada hasta que la vio entrar a su cabaña.
El sonido de un pedo se oyó no muy lejos y el olor no tardó en llegar hasta Percy, quien frunció la nariz con desagrado. Pensó que, entre morir asfixiado por pedos o morir asfixiado por perfume, prefería morir oliendo bien.
Si les gustó el capítulo no se olviden de votar y comentar y guardar esta historia en su biblioteca para no perderse ninguna actualización, yo en mi youtuber mood, pero en fin. MUAK
XOXO, Aria
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