❁ཻུ۪۪🔖ꦿ 𝗣𝗔𝗥𝗧𝗘 𝗗𝗜𝗘𝗖𝗜𝗦𝗘𝗜𝗦.

❝ꓸ᭄ꦿ⃔𝐅𝐑𝐄𝐄𝐃𝐎𝐌 𝐎𝐍 𝐓𝐇𝐄 𝐑𝐀𝐌𝐏𝐀𝐑𝐓𝐒 ━━━━ 𝐞𝐫𝐞𝐧 𝐣𝐚𝐞𝐠𝐞𝐫. 
ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ ᴅɪᴇᴄɪsᴇ́ɪs: ᴇʟ ᴇsᴘᴇᴄᴛᴀᴅᴏʀ ᴅᴇ ʟᴏs ᴛʀɪᴜɴғᴀᴅᴏʀᴇs. 
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Los nervios nacían sobre la piel de la melliza, tenía un miedo terrible desde que iban cabalgando hacia el lugar, y que Connie y Jean se burlasen de ella y Sasha, no ayudaba para nada.

— Instructor Shadis. —llamó Eren, en samblente serio y apretando los puños, liderando a sus compañeros.

El hombre giró la cabeza a un lado para verlos mejor, y el miedo acumulado de Artemisia se dicipó cuando conectaron miradas, por lo que huyó a esconderse detrás de Orlando, apoyando sus manos en el brazo derecho de su hermano, y asomando la cabeza temerosa.

Habían entrado a su pequeña y acogedora oficina.

— ¿No van a sentarse, Blouse, Falkenhorst? Mejor dicho, “I de Caria” —interrogó el instructor, mirándolas de soslayo.

— ¡No, señor! ¡Estoy bien así! —gritó Sasha, sin atreverse a verlo.

— ¡P-para nada! ¡Aquí estoy cómoda! —titubeó con el cuerpo temblando.

— Si no recuerdo mal, ambas solían venir a esta sala como castigo. —pasó sus orbes a la mesa—. Hace tan solo meses de aquello... pero todos parecen personas distintas.

Era cierto, demasiado triste, pero acertó. En un principio todos esos jóvenes gozaban de una única meta que se proponían, como la fuerza, la seguridad de sus vidas, los lujos, o la libertad. Pero con el paso del tiempo, han pasado por tantas cosas, que sus objetivos se han ido nublando junto a la cordura de cada uno.

Keith al parecer había conocido a Grisha Jaeger hace aproximadamente 20 años, mientras que a los de Caria hace 17, de la misma manera que encontró a Jaeger: fuera de las murallas y perdidos.

«Sonne se dejó caer al pasto, inhalando y exhalando lo suficientemente calmada para poder relajar su respiración. Alzó la mirada, y a unos metros de ella, yacía el cuerpo de su esposo descansando a la luz del sol. Sonrió con ligereza y se le acercó.

— ¿Más personas fuera de las murallas? ¿Acaso escapan por un ducto o algo así? —el hombre arriba de su caballo los miraba confusos.

— ¿Disculpe? —Sonne se aproximó al hombre, intentando relajar sus músculos después del recorrido extenso en su Titán—. ¿De dónde viene?

Shadis alzó una ceja, esperando que fuese una broma.

— De las murallas. —vaciló al ver al marido de la mujer en el pasto durmiendo—. ¿Qué hacen afuera?

La azabache palideció, se dio cuenta a la vez de la ignorancia de aquel hombre sobre la humanidad al otro lado de esta isla.

“Un momento... Esto es... ¿Paradise? ¿La isla de los Eldianos?” engrandeció sus ojos, y sonrió abundando amabilidad.

— No tengo ni la menor idea, solo recuerdo que él es mi esposo, Ferdinand. —fingió demencia.

— Ya veo... —lucía cansado, por lo que no indagó más, y les pidió que lo acompañaran a los adentros de las murallas.

Sonne analizaba fascinada la estructura de cincuenta metros, con símbolos que identificaba a su respectiva muralla.

— ¿Cómo va todo dentro de los muros? —preguntó, curiosa.

— Hay paz... —respondió cabizbajo.

Ella notó la inseguridad en sus palabras, más no insistió, y sólo continuó preguntando ensimismada por muchas de las cosas nuevas que descubría a cada paso que daban.

Sonne, Ferdinand y Shadis se llevaron bastante bien, tanto que ellos le revelaron sus apellidos de Caria. El comandante les comentó al poco tiempo de la existencia de un hombre que había estado en la misma situación que ellos hacía unos tres años atrás, los cónyuges accedieron a que se los presentaran.

Querían aprender, y saber, pues ya tenían a los mellizos a la vuelta de la casa, Sonne llevaba unos meses embarazada.

Les dio las indicaciones del hogar de los Jaeger, y para allá se encaminaron rápidamente.

Al llegar, tocaron la puerta, siendo recibidos por una mujer de la misma estatura que Sonne, y con su bebé recién nacido en brazos.

— ¡Hola! Soy Sonne, y él mi esposo Ferdinand. —saludó cortésmente la mujer—. ¿Esta es la residencia de los Jaeger?

— Uhm... Sí, soy Carla Jaeger... ¿Les puedo ayudar en algo? —meció en sus brazos al niño, y observó la panza de un mes de Sonne.

— ¿De casualidad está su esposo? —esta vez habló Ferdinand.

Carla los dejó entrar en lo que charlaban de manera animada, en especial ella y Sonne, eran nuevas con la maternidad, y eso las volvía cercanas. Grisha había hecho acto de presencia en el salón, y les permitió hablar en su estudio.

Ahí fue, cuando los de Caria y los Jaeger, hicieron lazos.

Grisha descubrió el poder titanico que poseía Sonne, y la sangre real que recorría por sus venas, pero por parte de la nación de Caria.

— Usted es la fundadora de su gente. —aludió Jaeger, asintiendo a las confesiones de los esposos.

— Sí. —sonrió apenada—. Hm... Ferdinand y yo estuvimos pensando en mudarnos por aquí, y vimos antes de llegar que la casa de a un lado no tiene dueño.

— Oh, cierto. Pueden estar por acá.

— Así podríamos hablar mejor, ¿no le parece? —sonrió Ferdinand.

— Sí... Gracias. —los encaminó nuevamente a la sala, donde su esposa ya estaba cocinando algo para los invitados—. Lograremos ser buenos amigos.

— No lo dudo. —Sonne sonrió, mostrando su blanquecina dentadura.

— ¡Vengan! El almuerzo está listo. —Carla colocó a su bebé en una silla de madera para infantes, para después hacerles una seña.

— ¿Y cómo se llama su hijo? —la de Caria tocó enternecida las mejillas redondas del niño.

— Eren, ¿no les parece tierno? —Carla se acercó a ellos y jugó igualmente con los cachetes de su hijo.

— Demasiado. —Ferdinand se acomodó en su asiento, sin dejar de ver al infante.

— ¿Tienen planeados algunos nombres para su hijo o hija?  —sonrió la castaña.

— De hecho serán mellizos —nombró la mujer con una gran sonrisa—.  Artemisia y Orlando, esos nombres son particulares... Y son hermosos, con un gran significado. —respondió Sonne, acariciando su panza—. Será un honor que conozca a mis hijos.

— Vaya... ¿Cómo sabe que son mellizos? —preguntó Carla.

— Una corazonada. —pasó la vista al plato de comida.

Todos sonrieron en el lugar, olvidando los secretos de los de Caria, y lo que tenía que cargar Grisha Jaeger.

Sonne miró paciente a su creciente panza, y la acarició ligeramente con la yema de sus dedos blanquecinos.

“Orlando, Artemisia, ustedes serán el futuro y la salvación de este mundo lleno de injusticias. Ya que ni su padre ni yo hemos logrado cambiar algo. Eso sólo me dejó en claro que yo solo seré el puente entre ustedes dos, y la libertad que se avecina para las personas dentro de las murallas.

Hagan lo que yo no pude conseguir.

Demuestren al mundo que aun hay esperanza, y que ustedes la representan.

Pues al final de todo, la esperanza es lo último que muere... ”»

Artemisia observó durante unos segundos al instructor Shadis. Había confesado el como conoció a los Jaeger y a los de Caria, ambas familias extrañas que nunca pudo comprender. Pero que los quiso a su manera.

“Desde que los vi a los tres en los entrenamientos, pude distinguir a la perfección cada uno de sus rostros. Obviamente no se me pasaría por alto a unos mellizos, menos con el mismo rostro de Sonne.

Sonne... Fuiste la más oscura de entre las personas con misterios encima de sus hombros, parecía que realmente cargaba con el gran peso de la verdad, y siempre soñaste con la libertad de nosotros, la humanidad de entre las murallas.

Tal vez nunca pude descubrir más allá sobre quién eras verdaderamente. Solo tu gran destreza en la pelea, y tu grande imaginación.

Puse aprueba a tus hijos para ver si podía confiarles a ellos el peso que ustedes dos cargaban.

Y era cierto, desde que vi el combate de sus hijos, las capacidades físicas anormales en los mellizos, el brillo en sus ojos cuando mencionaban la libertad. Ahí... Ahí fue cuando me di cuenta que tú siempre fuiste la persona especial por la que soñaba.

No era nadie más que tú, y ese frágil fragmento especial, se lo traspasaste a tus hijos.

Así que... Solo me concentraré en ser el espectador que los verá triunfar.”

Los mellizos sonrieron al pensar en la buena persona que era su madre, y en un punto su padre. Cabalgaban lejos de la zona de entrenamiento sin dejar de sonreír de oreja a oreja.

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