3. Un pacto con el diablo



Un pacto con el diablo

____ se aupó para tomar asiento en la vieja cómoda que había utilizado para bloquear la entrada al dormitorio, negándose en rotundo a corresponder a la llamada del pecoso que golpeaba la madera con insistencia desde el otro lado, notablemente cabreado.

Aún sentía el corazón acelerado golpeándole el pecho como si se tratara de un gong, y a pesar de que se había esforzado por repasar mentalmente el plan al que debía ceñirse con todas sus fuerzas, debía reconocer— por mucho que le jodiera— que su ex era una pieza con la que que no había contado en ninguno de sus posibles escenarios. 

Y eso lo cambiaba todo. 

— ¿Podemos hablar como adultos?— insistió la voz de Ace desde el pasillo, notablemente hastiado. 

Ella puso los ojos en blanco y dejó escapar un suspiro cargado de desesperación antes de enterrar el rostro entre las rodillas. 

— ¿Ahora quieres negociar?

— ¿Tengo otra opción?— rió él, sardónico. 

No. No la tenía.

____ se peinó hacia atrás con ambas manos el flequillo rebelde  que le entorpecía la vista, agobiada. No sabía cómo iba a proceder a partir de entonces, pero estaba claro que una tregua era necesaria si pretendía convivir bajo el mismo techo que aquel idiota. 

— Te escucho— concluyó la muchacha.

Portgas D Ace carraspeó un tanto. 

— Visto que no nos queda otra que aguantarnos durante ocho meses, creo que lo más sensato es que establezcamos unas normas...

La joven no pudo evitar esbozar una sonrisa incrédula ante su propuesta; le parecía irónico haberse largado a la otra punta del mundo para huir de las leyes de su desquiciada madre para encontrarse con más reglas. Unas reglas que— para variar— debía negociar con Portgas D Ace. 

Estaba visto que huir del pasado no era su fuerte. 

Apartó aquellos pensamientos de su cabeza propinándose una bofetada mental: no había hecho todo aquel esfuerzo para rendirse frente al primer obstáculo. Se puso en pie de un salto, ladeó la cómoda hacia un lado y abrió la puerta para enfrentarse al imbécil que sería su compañero de piso durante el próximo curso escolar, quien la esperaba con los brazos cruzados llenos de rasguños, la sudadera manchada de hierba y el pelo azabache tan desordenado como siempre.

Él, que se había esforzado por mantenerse serio, tuvo que verse obligado a hacer un acopio de toda su fuerza de voluntad para que las ganas de redirigir su mirada hacia las mayas que se ceñían a los muslos de la muchacha no superasen sus deseos de estrangularla. 

Se aguantaron la mirada lo que les pareció una eternidad, cada uno luchando contra sus respectivos recuerdos, prolongando un silencio que no terminaba de incomodar a ninguno. Ella apoyada en el marco de la puerta con los brazos cruzados, expectante; él tratando de autoconvencerse de que la camiseta ancha que dejaba desnudo uno de sus hombros solo era una estrategia para distraerlo. 

 — Hablamos en la cocina mejor— sentenció _____ finalmente en vista de que él había perdido toda iniciativa—. Me muero de hambre. 

Ace no tuvo otra que hacerse a un lado para dejarla pasar, perplejo. No hacía mucho, aquella chica habría sido incapaz de sostenerle la mirada sin ponerse a temblar, y sin embargo, debía asumir que esa misma cría había invadido su casa sin miramientos, lo había echado de su propio cuarto, había lanzado su Play por la ventana y acababa de dejarlo plantado con la boca abierta. 

La siguió por el pasillo con los ojos achicados, como si con ello pudiera introducirse en la cabeza de la joven y espiar sus pensamientos, inquieto. Sentía como si la conociera de toda la vida, y sin embargo, se sentía abrumado por aquel aura cargado de seguridad que la envolvía, como si un impostor se hubiera disfrazado bajo la piel de la muchacha y hubiera suplantado su identidad. 

No hubiera sabido decir si se trataba de eso, o es que estaba mucho más buena que cuando la conoció. Pero si una cosa tenía clara, era que algo había cambiado en ella y que lo fascinaba.

Siguió con atención el hipnótico movimiento de sus caderas de camino a la cocina y el vaivén de la melena que presumía recogida en una coleta alta, exponiendo un pequeño tatuaje en el cuello que Ace adivinó reciente: una mariposa monarca posada sobre una T.

____ esquivó los vidrios que había desperdigados por el suelo de la cocina, ignorando por completo la ausencia de cristal en la ventana que había frente al fregadero, alcanzó los armarios que colgaban en una de las paredes y estudió el contenido de los estantes.

Ace observó desde la entrada de la cocina cómo su inquilina se decidía finalmente por hacerse un sándwich de miel y crema de cacahuete. Se sentó en una de las sillas que había junto a la mesa, cruzó los pies encima de la silla— una fea costumbre que había heredado de su padre— y comenzó a devorar el almuerzo. El trayecto hasta Villa Foosha había sido largo y estaba hambrienta. 

— Mira...— comenzó ella con la boca todavía llena—, no quiero problemas. 

— Pues empiezas mal— le sonrió Ace. 

____ tuvo que hacer un esfuerzo para no poner los ojos en blanco. 

— ¿Podrías dejar de ser tan capullo solo dos minutos y escucharme?

— Perdona— se excusó él a la par que alzaba ambas manos en un fingido gesto de inocencia—. Es que contigo me sale solo.

La joven negó con la cabeza y miró hacia otro lado, impotente. Sabía que tratar con él en aquellas circunstancias iba a ser todo un reto, pero había tenido la remota esperanza de que aquel imbécil pusiera un poco más de su parte. 

— Bueno, has sido tú quien ha dicho que quería hablar como adultos...

El pecoso frunció el ceño, molesto, pero decidió guardarse para él todo lo que pensaba de la situación. Chascó la lengua y tomó asiento frente a la chica, serio. 

— No te quiero aquí— declaró tajante con las manos entrelazadas sobre el tablero de la mesa. 

A ella se le encogió el pecho un tanto, pero consiguió terminar de masticar y tragarse el trozo de pan que tenía en la boca, y con él, todas las emociones que se le habían coagulado en la garganta como un mal virus. 

— Yo tampoco quiero verte— reconoció, para sorpresa del pecoso—. Pero desgraciadamente no puedo volverme por donde he venido, tampoco tengo otro lugar en el que quedarme, tengo un contrato firmado y pienso quedarme hasta finiquitarlo. Si te parece bien, perfecto. Y si no, pues te jodes.

El pecoso se mordió los carrillos en un vano intento de aplacar sus ganas de matarla. O en su defecto, a Sabo. Y pese a ello, conocía lo suficiente los marcos legales a los que se refería la chica como para entender que se encontraba pillado por los cojones.

Aquella era una batalla perdida.

— Puedes quedarte mi habitación, pero yo me quedo cuatro de las dos estantes de la nevera.

____ se relamió los dedos tras devorar el último trozo del sándwich, disfrutando del dulce sabor de la victoria.

— Cuatro estantes son muchos. Pero acepto el trato siempre y cuando no montes fiestas ni te traigas a tus folleteos a casa— regateó, desafiándolo con la mirada.

Ace alzó una ceja y se acomodó en el respaldo de la silla, perplejo ante aquella petición.

— ¿Qué pasa? ¿Te molesta verme triunfar?

— No. Me asquea la gente que no sabe estar sola y rehúye el compromiso, que es muy distinto— contestó ____ con virulencia.

Ace sintió el peso de su comentario aplastándole el orgullo. Se le vinieron a la mente varias respuestas ingeniosas con las que rebatir el desprecio de la chica, pero decidió no sacar más mierda de debajo de la alfombra.

— Habló de putas la Tacones— se limitó a responder, sardónico, y la sombra de una sonrisa triunfante asomó a sus labios cuando descifró rabia en los ojos de la joven—. ¿Alguna petición absurda más?

— Sí. Quiero que firmemos un acuerdo— declaró, resuelta.

Ace frunció el ceño y cruzó los brazos, incómodo. De todas las cosas que podía haberle pedido, no imaginaba que propusiera algo como aquello. Y una parte de él— la más aventurera— debía reconocer que se sentía profundamente intrigado.

— Quiero que dejemos por escrito todos los límites que no queremos que se crucen mientras vivamos juntos. Incluyendo las cláusulas que acabamos de comentar— explicó a la par que se ponía de pie para devolver el plato al fregadero—. Yo te daré las mías y tú me entregarás las tuyas, las leeremos, las firmaremos y las dejaremos colgadas en la nevera. De esta forma no tendremos ni por qué dirigirnos la palabra. En el momento en que uno de nosotros cruce una línea, podremos hacérnoslo saber rodeando la cláusula que se ha roto.

— ¿Y qué puto sentido tiene eso?

— El que rompa una cláusula tendrá un castigo— atajó ella.

Portgas D Ace guardó un silencio sepulcral que se prolongó varios segundos. Sus ojos intentando adivinar el misterio que escondían los de ella.

— ¿Qué clase de castigo?

____ se encogió de hombros.

— El que se decida en el momento— concluyó—. Y la otra persona no podrá negarse.

El muchacho barajó sus opciones en silencio, meditando sobre las verdaderas intenciones de la chica. Definitivamente, entendía que establecer unas normas facilitaría la convivencia durante lo que prometían ser ocho meses infernales, pero el hecho de que ninguno pudiera negarse al castigo del otro le parecía una propuesta... desproporcionada a la situación.

No. La palabra era morbosa.

Era una oportunidad de oro para humillar, joder y ridiculizar al otro. Y viendo lo mucho que había cambiado la chica que lo desafiaba con la mirada en aquel preciso momento, ni siquiera el propio Ace estaba convencido de querer aceptar el trato.

— Serán un máximo de diez cláusulas que una vez firmadas no podrán modificarse— prosiguió ella—, y el castigo no podrá extenderse más de tres días.

— ¿Y si uno se niega a asumir el castigo?— cuestionó el pecoso a la par que alzaba una ceja.

— ¿Entonces qué sentido tiene que intentemos mantener una convivencia?

Tenía sentido y, sin embargo, el sentido arácnido del azabache no dejaba de darle la puñetera alarma. Y aun con esas, sabía que no tenía muchas más opciones.

— Está bien— aceptó finalmente, y se adelantó sobre la mesa para tenderle la mano a la chica en lo que pretendía ser una tregua.

____ lo miró dearriba abajo con perplejidad, deteniéndose primero en el semblante serio de él, que casi la penetraba con la mirada, y después en la mano que le ofrecía.

— ¿Qué?— espetó, nervioso por la pausa que se había hecho entre ellos.

____ esbozó una sonrisa sardónica.

— Que estás loco si piensas que voy a volver a cogerte de la mano...

Aquel comentario crisposo le tocó lo suficiente la moral a Ace como para animarlo a sujetar la mano de la joven antes de que tuviera tiempo de escapar de la cocina. ____ lo fulminó con la mirada tras fracasar en su intento de zafarse de él.

— Si no quieres que te toque, acuérdate de escribirlo en las cláusulas— canturreó él, haciendo fuerza para reducir distancias con ella, obligándola a inclinarse sobre la mesa—. Yo hago los tratos así. Y si no te gusta, te jodes.

La chica frunció los labios para reprimir su importancia, un gesto que alimentó un tanto el ego del pecoso, quien terminó por soltarla. Ella fingió limpiarse la mano descaradamente en la camiseta holgada y procedió a volver a su nuevo cuarto para terminar de desempacar las cosas, irritada.

Aquel trato marcaría el inicio de una convivencia que ninguno estaba preparado para enfrentar. Portgas D Ace sentía que había aventajado mucho terreno con la pequeña victoria que había sustraído de aquel enfrentamiento, pero la verdad era muy distinta y él la ignoraba por completo.

La verdad era que aquella chica de la que se jactaba de haber humillado, no era la muchacha que él recordaba con vagancia. La verdad era que acababa de firmar un pacto con el diablo.

Y que la auténtica guerra todavía no había empezado.

Continuará...

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