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📍Monza, Italia
Lo que comenzó como una pequeña insinuación en una rueda de prensa, escaló hasta una cadena de comentarios en X y terminó en una investigación caótica que realizaron a lo largo de una noche todos aquellos que tuvieron tiempo de informarse sobre aquel chisme. Pues, en tan solo horas, las redes sociales estallaron con aquel rumor, produciendo especulaciones, memes, y teorías de conspiración. Los fanáticos de la F1, siempre hambrientos de drama fuera de la pista, se sumergieron de lleno en la narrativa que se estaba formando. El enigma por saber quién era el piloto que estaba coqueteando con la conocida directora de comunicación se volvió, de la noche a la mañana, el único interés de los espectadores.
Por eso, aquella mañana, cuando Jude desbloqueo la pantalla de su celular y se encontró con la noticia, no tardó en despertar a su amiga, quien se encontraba durmiendo al otro lado de la cama.
—Margaret, despierta. Tienes que ver esto... —murmuró con urgencia mientras la sacudía.
Margaret, adormilada, se revolvió entre las sábanas y abrió los ojos lentamente, con el ceño fruncido. Miró a Jude con confusión aun somnolienta, incapaz de procesar lo que estaba pasando tan temprano en la mañana.
—¿Qué pasa? —preguntó, su voz todavía ronca por el sueño.
—Mira esto —dijo Jude, pasándole el celular con una expresión mezcla de preocupación y diversión.
Margaret tomó el celular de de su mejor amiga y enfocó la vista en la pantalla. Ahí, en letras grandes, se encontraba una historia de Instagram de una cuenta llamada @rumoursinpaddock.
Margaret sintió cómo la sangre se le subía al rostro al leer el artículo, su mente rápidamente conectando los puntos: todo provenía de la rueda de prensa de Pierre. Apretó los labios, tratando de controlar la rabia que comenzaba a hervir dentro de ella. Los comentarios del piloto, probablemente hechos sin pensar, habían desencadenado una tormenta mediática que ahora tendría que manejar.
—¡Maldita sea! —exclamó Margaret—. Que idiota, le dije que esto iba a pasar.
Margaret se levantó de la almohada, todavía sosteniendo el celular en la mano, y se enderezó rápidamente. No podía creer que Pierre hubiera sido tan imprudente, especialmente después de que ella le advirtiera sobre el manejo de los medios y los rumores. Sabía que necesitaba actuar rápido para frenar el caos que se estaba desatando en las redes sociales.
—No puedo creer que no lo pensara dos veces antes de hablar —continuó Margaret, dirigiéndose a Jude, quien la miraba con una mezcla de simpatía y sueño—. Le dije que esté atento ayer...
Jude, entendiendo la gravedad de la situación, se levantó de la cama y se dispuso a cambiarse.
—Margaret, tienes que calmarte —dijo en tono conciliador—. No es el fin del mundo. Podemos manejar esto. Has lidiado con cosas peores.
Sin poder evitarlo, la rubia recordó su incidente de hace dos años atrás, donde también se le había cuestionado públicamente el haber salido con alguien importante.
—Lo sé, lo sé —respondió Margaret, respirando profundamente para calmarse—. Pero no entiendes como son los que siguen este deporte. Si no resuelvo esto ahora, van a comerme viva las niñas aficionadas por los pilotos. Además, ni siquiera estoy saliendo con alguien, ¿A qué mierda se refería Pierre?
Jude levantó el ceño.
—¿No será que piensa que sales con Philip?
Margaret giró hacia Jude con una expresión de incredulidad mezclada con sorpresa. La idea le pareció tan absurda que no pudo evitar reírse, aunque el humor rápidamente se desvaneció al recordar la seriedad del problema.
—Si lo cree, es un idiota. Philip es literalmente un niño, además de que se que es lo que intenta; no me involucraría con alguien así nunca.
Jude se encogió de hombros, pero su mirada era astuta.
—No parecía molestarte en la fiesta del otro día...
Margaret bufó, todavía tratando de procesar la idea. Philip era un piloto divertido, sí, pero también era el epítome de la inmadurez. A pesar de las bromas y la actitud relajada, no había absolutamente nada romántico entre ellos. Al menos, no de la parte de Margaret.
—Lo de la fiesta fue pura estrategia —respondió Margaret, entrecerrando los ojos—. Es para saber que planeaba su escudería para Mónaco en cuanto a comunicación.
Jude la miró con una sonrisa traviesa, cruzándose de brazos.
—Claro, claro. Lo que digas, jefa...
Margaret rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír. Jude siempre sabía cómo aligerar la atmósfera, incluso en medio del caos.
—Vístete, que tenemos que ir a matar al francés.
Ambas jóvenes no perdieron el tiempo, y se prepararon para dirigirse al circuito lo antes posible.
En el camino hacia el autódromo, Margaret revisaba su celular constantemente, monitoreando las redes sociales para ver cómo evolucionaba el rumor. Cada nuevo comentario o teoría conspirativa que leía hacía que apretara los labios con más fuerza. Sabía que cada minuto contaba y que la situación podría empeorar si no actuaban rápido.
—No puedo creer que estemos haciendo esto —murmuró Jude mientras caminaban a paso rápido—. Deberíamos estar disfrutando de un café o algo, no corriendo hacia el paddock para apagar incendios.
Margaret resopló.
—Bienvenida a mi vida. Nunca hay un momento de paz con estos chicos.
Mientras Margaret y Jude caminaban hacia el garaje, el bullicio del paddock se intensificaba. El sol de la mañana comenzaba a calentar el asfalto, y el aire estaba cargado con la energía de un día de carrera. Sin embargo, Margaret apenas lo notaba; su mente estaba enfocada en localizar a Pierre y resolver el caos que él había provocado.
A medida que avanzaban, los reporteros que rondaban por el paddock empezaron a darse cuenta de la presencia de Margaret. Algunos de ellos, siempre alertas a cualquier señal de drama o escándalo, intercambiaron miradas y rápidamente se dirigieron hacia ella.
—¡Margaret! —gritó uno de los reporteros, acercándose rápidamente con un micrófono en mano—. ¿Es cierto lo que dicen los rumores? ¿Tienes un romance con uno de los pilotos?
Margaret se detuvo en seco, sus ojos fulminantes se clavaron en el reportero. A pesar de sentirse molesta, sabía que tenía que mantener la calma. No podía permitirse perder la compostura delante de ellos.
—No tengo comentarios sobre rumores infundados —respondió con tono firme, sin dejar de caminar.
Pero otro reportero, esta vez una mujer con una libreta en la mano, se abrió paso entre el grupo, alzando la voz para hacerse oír.
—Margaret, ¿hay algún comentario que quieras hacer sobre lo que Pierre insinuó en la rueda de prensa de ayer? —preguntó, con una sonrisa casi provocativa.
Jude, que caminaba al lado de Margaret, frunció el ceño y se colocó un poco delante de ella, intentando crear una barrera. Pero Margaret levantó una mano, indicándole que estaba bien.
—Cualquier cosa que Pierre haya dicho fue sacada de contexto —dijo Margaret, mirando a la reportera directamente a los ojos—. Les pido que se centren en la carrera del fin de semana y no en rumores sin fundamento. Los próximos días se trata de los pilotos y sus habilidades en la pista, no de chismes.
Sin embargo, no todos los reporteros parecían satisfechos con su respuesta. Un tercero, un hombre de cabello canoso con su teléfono grabando en mano, se adelantó y lanzó una pregunta con una sonrisa sarcástica.
—Entonces, Margaret, ¿nos puedes decir si hay algún piloto que te interese personalmente? Se te vio en la fiesta con Philip y Maximus.
—El día que vuelva a salir con alguien, les aseguro que ustedes serán los primeros en enterarse... —finalizó por decir sarcásticamente y continuó su camino.
Sin esperar más preguntas, con Jude siguiéndola de cerca, la rubia aceleró su paso para que ya no la siguieran. Podía sentir las miradas curiosas y escuchar los murmullos a su alrededor, pero se negó a dejar que la molestaran más.
—Tienes que admitir que manejaste eso como una profesional —comentó Jude, tratando de aliviar la tensión—. Pero estos reporteros... Casi le pego a uno.
Finalmente, llegaron al garaje del equipo, pero los pilotos ya se encontraban en pista manejando en la primera práctica libre. Margaret frunció el ceño al notar desde las pantallas que Pierre se encontraba corriendo ya. La frustración crecía en su interior, y sabía que debía actuar rápido para controlar la narrativa antes de que todo se saliera aún más de control.
Observó a su alrededor buscando a alguien que pudiera ayudarla a conectarse a la radio del equipo. Su mirada se posó en Darell, el jefe de mecánicos de Pierre, que estaba concentrado en los monitores, observando sus tiempos de vuelta. Se dirigió rápidamente hacia él, ignorando el murmullo de las conversaciones a su alrededor. Darell, conocido por su paciencia y profesionalismo, siendo de los mecánicos más jóvenes del equipo, levantó la vista al verla acercarse.
—Darell —lo llamó Margaret con un tono decidido.
Darell asintió y dejó los monitores a un lado, enfocándose en ella.
—¿Qué pasó, Maggie? —preguntó con una ceja levantada, aunque su voz mantenía un tono amable.
Margaret respiró hondo, tratando de mantener la calma.
—Necesito que me conectes a la radio de Pierre, ahora mismo —dijo con firmeza—. Necesito hablar con él.
Darell frunció el ceño, claramente sorprendido por la petición.
—¿A la radio? ¿Estás segura? —preguntó con cautela—. Está en plena práctica y ya sabes cómo se pone cuando lo interrumpen...
Margaret lo fulminó con la mirada, haciendo que éste entendiera que el asunto era serio y no debía intervenir en ello. Rápidamente le pasó uno de los audífonos con micrófono de la radio a la rubia y, tocando un par de botones, la conecto a Pierre.
—Pierre, ¿eres estúpido o qué? —dijo sin más la joven, haciendo que el francés se exaltara dentro del monoplaza.
—¿Margaret? —preguntó sorprendido—. ¿Estás loca? ¡Estoy conduciendo!
—No me importa. ¿Qué demonios intentabas lograr con esos comentarios en la rueda de prensa? —dijo Margaret, sin molestarse en suavizar su tono. Sabía que el equipo y las cámaras la estaban observando, pero en ese momento, lo único que le importaba era arreglar el desastre que Pierre había provocado.
Pierre soltó un suspiro frustrado mientras tomaba una curva cerrada a gran velocidad.
—¡Por favor, no hagas esto ahora! ¡Estoy en medio de una vuelta rápida! —exclamó, su voz mezclada con la estática de la radio y el rugido del motor.
—Sí, y yo estoy en medio de un incendio mediático gracias a ti. ¿Te das cuenta de lo que has provocado? —replicó Margaret, su paciencia disminuyendo rápidamente. Darell, escuchando la conversación, hacía todo lo posible por mantenerse enfocado en su trabajo, aunque no podía evitar una pequeña sonrisa divertida al escuchar la charla.
Pierre, concentrado en la pista, apretó los dientes.
—Margaret, no puedo hacer nada al respecto ahora mismo... —intentó justificarse, pero Margaret no le dio tregua—. Ahora, espera que termine la vuelta, y hablamos mejor sobre...
Antes de que Pierre pudiera terminar, Margaret cortó la conexión de la radio con un gesto brusco. Se quitó los auriculares con frustración y se los entregó de nuevo a Darell, que la miraba con una mezcla de sorpresa y simpatía. La tensión en el garaje era palpable; los miembros del equipo intercambiaban miradas incómodas, conscientes de la situación explosiva que se desarrollaba a su alrededor.
Margaret se apartó de la radio y cruzó los brazos, tratando de calmar su respiración y contener su enojo. Sabía que necesitaría una estrategia para manejar lo que se venía, y no tenía intención de esperar a que Pierre decidiera enfrentar las consecuencias de sus palabras.
Unos minutos después, la práctica libre terminó. Pierre estacionó su monoplaza en el garaje y se quitó el casco, el sudor perlándole la frente. Su expresión estaba marcada por una mezcla de irritación y algo de culpa. Sabía que Margaret no le dejaría pasar esta tan fácilmente.
Sin perder tiempo, salió del vehículo y caminó hacia donde estaba ella, su postura desafiante. Sin embargo, antes de que pudiera decir una palabra, una voz autoritaria lo interrumpió.
—¡Margaret, Pierre! A mi oficina... —gritó Forden desde la entrada del garaje. Su voz resonó por encima del bullicio, y su tono no dejaba lugar a discusiones.
Margaret se giró hacia Rex, sintiendo un nudo de anticipación en su estómago. Pierre también lo miró con un gesto de resignación, sabiendo que la tormenta apenas comenzaba.
—Genial, esto se pone mejor —murmuró Pierre en un tono sarcástico, ajustándose el cuello del traje de carreras.
Margaret lo fulminó con la mirada, claramente aún enojada.
—Cállate y mueve los pies —le espetó antes de caminar hacia la oficina.
Pierre la siguió, ambos sabiendo que estaban a punto de enfrentar algo mucho más complicado que una simple conversación. El camino hacia la habitación parecía más largo de lo habitual, cada paso lleno de tensión. Al llegar, Rex ya estaba esperándolos, su expresión severa y sus brazos cruzados sobre el pecho.
Margaret y Pierre intercambiaron una mirada breve pero intensa mientras Forden se mantuvo en silencio por un momento, observándolos a ambos, antes de tomar asiento frente a ellos, quienes permanecieron parados frente al escritorio.
—Margaret, sé que esto no es fácil para ti —comenzó Rex con un tono comprensivo—. Sabes que valoro tu trabajo y la forma en que manejas las crisis, pero necesito que me cuentes qué tan cierto es esto...
—No estoy saliendo con nadie... —explicó segura la rubia, su tono lleno de frustración—. Por eso quiero saber a qué se refería Pierre cuando hizo ese comentario imprudente en la rueda de prensa.
—Me refería a que tenías amistades fuera de la escudería —replicó Pierre, su tono defensivo, aunque intentó suavizar sus palabras—. Margaret, simplemente me hicieron una pregunta y respondí. No pensé que lo iban a tergiversar.
Margaret soltó una risa irónica, claramente frustrada.
—¿Amistades? ¡Esa no es la palabra que usaste, Pierre! —dijo, su voz llena de exasperación—. Te dije ayer que fueras cuidadoso porque sabía que alguien iba a buscar pescar algo, y tu les diste lo que querían.
Rex levantó una mano para calmarlos.
—Chicos... —interrumpió Rex, su tono autoritario marcando el final de la discusión—. Vamos a centrarnos en cómo resolver esto.
—Ya hablé con periodistas, pero eso no va a cambiar nada porque la gente va a creer lo que quiera creer —aseguró la rubia mientras se calmaba—. Lo que necesito es que Pierre sea más atento a la hora de responder preguntas tramposas, y que, cuando le pregunten por alguien que no sea él, se niegue a responder directamente.
Rex asintió, reconociendo la seriedad de las palabras de Margaret.
—Tienes razón, Margaret —dijo Rex, mirando a Pierre con una expresión que dejaba claro que estaba decepcionado—. Necesitamos que todos en el equipo sean conscientes del impacto que sus palabras pueden tener fuera del paddock. La próxima vez, asegúrate de pensar antes de hablar, Pierre.
Pierre asintió, su rostro mostrando una mezcla de arrepentimiento y resignación.
—Lo haré, lo siento...
—Pueden irse —dijo sin más Rex.
Margaret dejó escapar un suspiro exasperado y salió de la sala rápidamente, dejando a Pierre a solas con Rex. El francés, quien aun estaba tratando de recordar qué fue exactamente lo que dijo el día anterior para que se formara un rumor de aquel tipo, se dirigió a su jefe.
—¿No vas a decirle nada? —preguntó el piloto con amargura en cuanto se quedaron completamente a solas.
—¿Decirle qué? —respondió Rex, sin inmutarse.
—Sobre lo de la radio... —insistió Pierre—. Casi muero del susto, te recuerdo que estaba en un monoplaza a 250 km/h.
—Tú te lo buscaste —replicó Rex con indiferencia—. Ella estaba haciendo su trabajo. Tú deberías estar haciendo el tuyo.
Pierre dejó caer los hombros, sintiendo el peso de la reprimenda un tanto agotado. Forden lo miró con una expresión que el piloto no logró descifrar del todo. Había algo en su mirada que mezclaba cansancio y una pizca de comprensión, como si entendiera más de lo que Pierre le daba crédito.
—No necesito que se lleven bien, Pierre. Solo necesito que trabajen bien juntos. —la voz de Rex sonó firme, pero sin el filo que había tenido momentos antes—. Y eso empieza contigo. Margaret no está aquí para ser tu niñera o para asegurarse de que estés cómodo.
El piloto sintió una punzada de vergüenza. Sabía que tenía que esforzarse más, no solo por el equipo, sino por él mismo. La relación con Margaret se había vuelto más tensa con el tiempo, y ahora que lo pensaba, era en gran parte culpa suya.
—Lo sé —respondió Pierre con más seriedad—. Trataré de arreglar las cosas.
Rex asintió, aparentemente satisfecho con la respuesta de Pierre.
—Buena idea. —hizo una pausa antes de añadir—: Y una última cosa, Pierre... recuerda que Margaret es una profesional. No subestimes su capacidad de manejar situaciones difíciles, incluso si esas situaciones difíciles eres tú.
Pierre dejó escapar una risa corta, medio incrédulo y medio divertido.
—¿Eso fue un cumplido hacia mí o un halago hacia ella?
Rex solo le lanzó una mirada divertida antes de salir de la sala, dejándolo a Pierre solo con sus pensamientos. Sabía que tendría que encontrar una manera de disculparse con Margaret y de mostrarle que podía ser más que el piloto problemático que ella veía en él. Y no tenía mucho tiempo; el fin de semana de carrera estaba a la vuelta de la esquina.
Minutos antes de que comience la clasificación para el sprint del sábado, Margaret, quien se encontraba trabajando en contenido para redes con Santiago, Ligaya y Jude, recibió un correo. La notificación iluminó la pantalla de su teléfono, distrayéndola momentáneamente de la sesión de fotos.
—¿Todo bien? —preguntó Santiago, notando que Margaret había dejado de prestar atención.
—Sí, todo bien —respondió ella rápidamente, aunque su mirada seguía fija en la pantalla—. Solo un momento.
Se alejó unos pasos del grupo y abrió el correo, sus ojos leyendo rápidamente las primeras líneas, generándole un pequeño ataque de pánico. Era del CEO de Samsung en Europa y su corazón dio un brinco al reconocer el nombre. Andreas Müller, aquel hombre conocido por ser un negociador astuto y con una inclinación por las inversiones estratégicas.
Notando la reacción de su amiga, Jude se acercó a donde se encontraba la rubia apartada del resto y miró hacia la pantalla.
—Lo invocaste tú —susurró Margaret, recordando que su amiga había mencionado el suceso que había vivido ella años atrás con aquel hombre.
—Ay no...
El asunto del correo era claro y directo: "Propuesta de patrocinio: Reunión solicitada". Margaret sintió una mezcla de emoción y nerviosismo mientras leía el mensaje. Müller estaba interesado en discutir un potencial acuerdo de patrocinio con la escudería y mencionaba haber seguido de cerca las últimas carreras, aclarando que estaba impresionado con la presencia mediática del equipo, especialmente con el reciente aumento de popularidad en redes sociales.
Para el trabajo de Margaret, aquel movimiento podría ser enorme, pues Samsung no solo era una marca global, sino que su entrada como patrocinador significaría un apoyo financiero significativo y una mayor visibilidad internacional para la escudería. Pero, para su persona, aquel encuentro sería un viaje al pasado del cual no saldrían cosas buenas si daba un paso en falso.
Sabía que cerrar este trato no sería sencillo, en cuanto a qué opinarían demás directivos sobre el movimiento y porque sabía que Muller tenía una personalidad que no era encantadora. A menudo, aquel hombre aprovechaba cualquier debilidad en la otra parte para obtener lo que quería. En su última interacción, Margaret había salido victoriosa, pero no sin pagar un precio. Ahora, tenía que enfrentarlo nuevamente.
—Tengo que irme un momento —dijo a los demás—. Sigan con las fotos sin mí. Jude, asegúrate de que Ligaya capture buenos ángulos de Santiago. Volveré pronto.
Sin esperar una respuesta, se dirigió rápidamente hacia el paddock, su mente ya trabajando en cómo presentar la noticia a Rex. Esto podría cambiar el curso del fin de semana para todos.
Al llegar a la oficina de Forden, tocó la puerta con decisión.
—Adelante —la voz grave de Rex resonó desde adentro.
Margaret abrió la puerta y entró con paso firme, su rostro reflejando la mezcla de determinación y emoción que sentía.
—Rex, acabo de recibir un correo del CEO de Samsung —anunció sin preámbulos—. Están interesados en discutir un acuerdo de patrocinio con nosotros.
Rex levantó la mirada de sus papeles, sorprendido por la noticia.
—¿Samsung? —repitió, dejando que la palabra se asentara en el aire—. Eso es... inesperado. Pero interesante. ¿Qué más dice el correo?
Margaret se acercó al escritorio y le mostró el correo en su teléfono.
—Quieren una reunión preliminar lo antes posible —explicó—. Dice que el equipo está dispuesto a juntarse durante este fin de semana como para tantear el terreno.
Rex asintió lentamente, asimilando la información.
—Bien, bien... Esto podría ser muy beneficioso... —levantó la vista hacia Margaret—. ¿Qué propones?
Margaret respiró hondo. Este era su momento para brillar.
—Conozco al CEO, es un idiota pero con buen dinero —reveló la rubia, sentándose al frente del escritorio—. Vayamos lento con la negociación; invitémosle este fin de semana al paddock con su gente y hacemos una reunión formal el domingo por la noche. Preparemos el terreno antes de firmar cualquier cosa porque no sabemos si esto es un beneficio para nosotros o para ellos.
Rex la miró por un momento, evaluando su propuesta.
—Está bien. Prepara todo para la reunión. Hablaré con él para confirmar y me aseguraré de que esté mañana y el domingo en el garaje. Y Margaret...
—¿Sí?
—Habla con los chicos, no quiero peleas en todo el fin de semana. Tenemos que vernos fuertes ahora más que nunca.
Margaret asintió con firmeza.
—Entendido, Rex. Me aseguraré de que todo esté en orden.
Mientras salía de la oficina, Margaret sintió un renovado sentido de propósito. Sabía que había mucho en juego, pero estaba lista para afrontar el desafío.
De regreso en el área del paddock, Margaret encontró a Pierre y Santiago en una tensa conversación en una esquina. Pierre, con los brazos cruzados y una expresión seria, parecía estar conteniendo. Santiago, por otro lado, mantenía su postura relajada, pero su mirada revelaba que no estaba dispuesto a ceder en lo que fuera que estuvieran discutiendo.
Al ver a Margaret, ambos pilotos dejaron de hablar de inmediato. Santiago esbozó una sonrisa sardónica, mientras que Pierre simplemente se limitó a asentir en su dirección. La tensión en el aire era palpable, y Margaret sintió que su paciencia comenzaba a agotarse.
—Necesito hablar con ustedes dos, ahora —dijo Margaret, con voz firme pero controlada. Ambos pilotos la miraron con sorpresa, y ella no esperó su reacción.
—¿Qué pasó? —preguntó algo exaltado Santiago quien, segundos atrás, estaba cuestionándole a su compañero de equipo un movimiento que había realizado en la pista.
—No me importa la razón por la que están discutiendo. Lo que me importa ahora es que esta es la última vez que los veo interactuar de este modo hasta que termine el fin de semana —respondió Margaret, cortando cualquier intento de réplica—. Tenemos la oportunidad de cerrar un trato importante, uno que podría definir nuestro futuro en las próximas temporadas. Pero para eso, necesito que ambos estén en la misma página. Necesitamos mostrar una imagen unida y profesional, no una donde se vean listos para arrancarse la cabeza el uno al otro.
Pierre frunció el ceño, pero se quedó en silencio. Santiago cruzó los brazos, mirando a Margaret con una mezcla de curiosidad e irritación.
—¿De qué trato estás hablando? —preguntó finalmente Santiago.
Margaret miró a ambos, sus ojos pasando de uno a otro, midiendo sus reacciones.
—Samsung está interesado en un acuerdo de patrocinio con nosotros —explicó—. El CEO estará aquí este fin de semana para evaluar nuestra propuesta y ver cómo trabajamos juntos como equipo. Eso significa que necesitamos demostrar que somos profesionales y que no estamos divididos.
Pierre dejó escapar un suspiro.
—¿Y crees que este tipo no va a notar que estamos a punto de matarnos?
Santiago dio un paso adelante, su expresión ahora más seria.
—Haré lo que sea necesario para que esto funcione. Pero necesito saber que no me van a apuñalar por la espalda en cuanto me dé la vuelta.
Pierre lo miró fijamente durante unos segundos antes de hablar.
—Montoya, frené en tu vuelta rápida porque el idiota de Philip patinó en la curva seis. No fue mi intención arruinarte la qualy...
Margaret observaba la interacción con atención, notando cómo los dos pilotos estaban más cerca de un acuerdo que de un conflicto real. Había esperanza.
—Esta es una oportunidad para todos nosotros —intervino ella, aprovechando el momento—. La oferta de Samsung puede significar más recursos, más innovación, mejores condiciones para ustedes en la pista. Pero solo si podemos convencerlos de que somos un equipo sólido, con dos pilotos que saben dejar sus diferencias a un lado por un bien mayor.
Santiago asintió lentamente, su postura se relajaba.
—No pelearemos este fin de semana. O al menos no lo haré yo... —aseguró Pierre.
Margaret los miró unos segundos a ambos, y en cuanto aceptó que era más que suficiente, se retiró del lugar, dispuesta a idear sus planes para los próximos días.
El sábado llegó, y la joven directora de comunicación no había dormido en toda la noche. Margaret y Jude se habían pasado las últimas horas en el hotel pensando en cada detalle de la reunión con Müller. Sabían que el CEO no se dejaría impresionar fácilmente y que cualquier error podría costarle al equipo la oportunidad de asegurar ese codiciado patrocinio. Y cada vez que Margaret cerraba los ojos, la imagen del rostro condescendiente de Müller volvía a su mente, recordándole las humillaciones pasadas y lo que estaba en juego.
—¿Segura que quieres hacer esto? —le preguntó en un momento Jude, quien la estaba ayudando a terminar de pulir sus estrategias desde la cama de la habitación de hotel—. Sé que es una gran oportunidad para tu trabajo actual pero no es necesario que comprometas tu salud mental tampoco...
—Lo que pasó con Muller fue un error que no voy a cometer nunca más en mi vida, no te preocupes —le aseguró determinada la rubia, quien evitó el contacto visual porque no quería que la vean dudar de su dicho.
El sonido de los motores comenzó a resonar en el paddock aquel sábado, marcando pronto inicio del sprint, y mientras Jude disfrutaba de un poco de champagne y las buenas vistas en el balcón del paddock club, Margaret se dirigió hacia la zona de hospitalidad del equipo donde Müller se encontraba junto con Rex.
Al entrar, la mirada divertida y encantadora de Müller chocó con la de Margaret, y el CEO sonrió, pero no era una sonrisa cálida; era una mueca que desafiaba a la directora de comunicación a resistir lo que se le venía.
—Margaret, qué gusto verte de nuevo —dijo Müller, extendiendo una mano que ella tomó con firmeza, sin dejarse intimidar.
—Andreas, siempre un placer —respondió ella, manteniendo su tono lo más profesional posible.
—He visto que tu equipo ha estado generando mucho ruido últimamente. En parte gracias a tu... enfoque mediático —la halagó Müller, con una leve inclinación de cabeza. Margaret sintió el ataque sutil, pero no se dejó provocar.
—Sí, hemos tenido un buen crecimiento en las redes y una sólida presencia en los medios —contestó con calma—. Pero claro, estamos aquí para hablar de cómo podemos llevar esa visibilidad a un nuevo nivel...
Müller sonrió de nuevo, esta vez con un brillo depredador en sus ojos.
—Por supuesto. Pero primero, me gustaría ver cómo estás trabajando en esto.
Margaret sintió un escalofrío recorrerle la espalda ante la insinuación de Müller. Sabía que él no sólo se refería al equipo ni a su estrategia mediática, sino a algo mucho más personal. Era evidente que Müller no había olvidado su pasado compartido, y que podría usarlo como una ventaja en esta negociación. Pero Margaret no se dejaría amedrentar tan fácilmente.
—Claro, Andreas, con mucho gusto te mostraré lo que hemos estado haciendo —respondió Margaret, manteniendo su tono neutral, aunque por dentro su mente trabajaba a toda velocidad.
Mientras comenzaban el recorrido por las instalaciones, Margaret se concentró en mantener la conversación centrada en los aspectos técnicos y profesionales del trabajo del equipo. Müller, sin embargo, aprovechaba cada oportunidad para hacer comentarios ambiguos, intentando desestabilizarla. Cuando pasaron por el área donde estaban los Mercedes-Benz exhibidos, Müller se detuvo junto a uno de ellos y se volvió hacia Margaret.
—Era más fácil y divertido negociar cuando paseábamos en uno de estos, ¿no crees? —le susurró el CEO, sus palabras cargadas de intenciones veladas.
Rex, que estaba por delante de ellos, haciendo la presentación de los vehículos, no se percató de aquel comentario, algo que Margaret agradeció de inmediato. Ella sabía que cualquier reacción fuera de lugar podría ser un desastre, por lo que estaba dispuesta a jugar cautelosamente con el error de su pasado.
—Aprendí a no mezclar trabajo y diversión hace mucho tiempo —contestó la rubia a secas, de manera casi inaudible.
Andreas Müller, con sus cuarenta y tantos años, tenía una presencia imponente; su estatura alta y su porte elegante lo hacían destacar en cualquier lugar y su rostro, de rasgos marcados y angulosos, estaba enmarcado por un cabello oscuro y ligeramente ondulado que solía peinar hacia atrás. Sus ojos, de un azul profundo, eran su rasgo más llamativo, reflejando una mezcla de misterio y control que pocos podían penetrar. La ligera barba de unos días le daba un aire de descuido calculado, mientras que su estilo de vestir, sencillo pero refinado, acentuaba su figura atlética y su confianza innata.
El CEO soltó una breve carcajada, una que no alcanzó sus ojos. Había esperado una reacción, pero Margaret no le daría ese placer tan fácilmente. Mientras seguían caminando, él se inclinó un poco más cerca, reduciendo aún más la distancia entre ellos.
—¿De verdad, Margaret? Porque recuerdo lo contrario —dijo, su voz apenas un susurro, pero con un filo que la hizo estremecer.
Ella se detuvo, obligándolo a hacer lo mismo. Manteniendo la compostura, lo miró directamente a los ojos, desafiándolo. El recorrido continuó, pero la tensión entre ellos era palpable, casi tangible. Margaret sabía que Müller no se detendría en su intento de desestabilizarla. Estaba jugando un juego peligroso, uno en el que no podía permitirse perder.
Mientras caminaban, Margaret no pudo evitar pensar en cómo había cambiado desde su última interacción con Müller. Había aprendido, crecido, fortalecido su carácter y ya no era la joven adulta que él había conocido. Ahora, más que nunca, tenía que demostrarle que nada de lo que él dijera o hiciera podría hacerla retroceder. El futuro de la escudería estaba en juego, pero también lo estaba su propio orgullo y la integridad que había construido a lo largo de los años. Müller había subestimado su capacidad para superar el pasado, y Margaret estaba decidida a demostrarle que ella no solo había sobrevivido a su primer encuentro, sino que había salido de él más fuerte y más decidida que nunca.
Después de lo que pareció una eternidad, llegaron al garaje donde los pilotos estaban reunidos, revisando datos y hablando con sus ingenieros. Rex, con su entusiasmo y encanto habitual, se adelantó para captar la atención de Müller.
—Andreas, quiero presentarte a nuestros pilotos —dijo Rex con una sonrisa amplia, extendiendo un brazo hacia los dos hombres que estaban conversando en la esquina.
Pierre y Santiago se volvieron al oír sus nombres, y ambos se levantaron con naturalidad, pero Margaret pudo sentir la tensión en el aire al instante. Aunque habían logrado mantener una apariencia de cordialidad en público, la historia entre ellos era lo suficientemente densa como para que cualquier interacción fuera un desafío.
—Pierre, Santiago, este es Andreas Müller, CEO de Samsung —dijo Rex, haciendo las presentaciones con un gesto teatral.
Andreas estrechó la mano de ambos pilotos, su expresión mostrando un interés genuino por primera vez desde que había llegado. Su mirada evaluadora se posó en Pierre, estudiando al joven piloto con detenimiento antes de pasar a Santiago.
—Es un placer conocerlos finalmente —dijo Müller con una sonrisa que, a diferencia de la que había dirigido a Margaret, parecía más auténtica—. He escuchado mucho sobre ambos.
—El placer es nuestro —respondió Pierre con su habitual elegancia, aunque Margaret notó la rigidez en su voz.
Santiago, por su parte, mantuvo su tono más relajado, pero no dejó de lanzar una mirada rápida hacia Margaret, como si intentara medir su reacción. Margaret se mantuvo impasible, aunque por dentro su mente ya estaba en modo alerta. Conociendo a Müller, sabía que cualquier cosa podría desencadenar un conflicto.
—He visto sus actuaciones esta temporada, muy impresionantes —continuó Müller, mirando a ambos pilotos—. Aunque, claro, siempre hay espacio para mejorar.
Pierre levantó una ceja, captando la insinuación en las palabras de Müller. Santiago, sin embargo, respondió con una sonrisa que no llegó a sus ojos.
—Siempre buscamos mejorar, eso es lo que hace a un buen piloto —dijo Santiago con firmeza.
Müller asintió, aparentemente satisfecho con la respuesta, pero Margaret podía sentir que estaba buscando algo más, algo que pudiera utilizar para humillarla.
—Tienes un equipo realmente impresionante, Margaret —dijo Müller, girándose hacia ella con una sonrisa que intentaba parecer casual, pero que tenía un matiz insidioso—. Me alegra ver que has encontrado tu lugar aquí. Aunque no puedo evitar preguntarme... ¿todavía encuentras tiempo para disfrutar de viejas diversiones?
—Estoy completamente dedicada a mi trabajo, Andreas —respondió con firmeza, sin perder la sonrisa, aunque sus ojos lo miraron con una frialdad que dejó clara su postura.
Pierre, que había captado el tono en las palabras de Müller, frunció el ceño, una chispa de protectora irritación encendiéndose en su interior. Sin embargo, se mantuvo en silencio, observando la interacción con atención.
Müller, notando la reacción de Pierre, se permitió un breve vistazo hacia el piloto antes de volver a centrarse en Margaret, su sonrisa ampliándose como si acabara de descubrir algo interesante.
—Es una pena. Siempre pensé que eras alguien que sabía equilibrar placer y negocios —replicó Müller, sus palabras deliberadamente diseñadas para provocar una reacción.
Pierre, incapaz de ignorar la incomodidad palpable en la atmósfera, dio un paso hacia adelante, interponiéndose ligeramente entre Müller y Margaret, su postura protectora ahora evidente.
—Aquí nos enfocamos en el rendimiento y en ganar carreras —dijo Pierre, con un tono que dejaba poco espacio para interpretaciones—. Nada más.
Müller levantó las cejas, claramente divertido por la intervención de Pierre.
—Por supuesto, todo por el equipo, ¿verdad? —dijo Müller, con una ligera inclinación de cabeza, antes de soltar una breve risa y retroceder un paso—. Bueno, Margaret, estaré ansioso por ver cómo manejas las cosas este fin de semana.
Sin más, Müller se volvió hacia Rex para continuar con el recorrido, mientras Pierre permanecía junto a Margaret, su expresión seria.
—¿Estás bien? —preguntó Pierre en voz baja, sin apartar la vista de Müller.
Margaret asintió, agradeciendo silenciosamente la intervención de Pierre, pero al mismo tiempo lamentando que él hubiese notado algo.
La emoción en el paddock alcanzó su punto culminante cuando el momento del sprint finalmente llegó. Los pilotos se acomodaron en sus monoplazas, mientras los ingenieros ajustaban los últimos detalles y los neumáticos calentaban en los calentadores, listos para enfrentar la intensidad de la carrera corta.
Margaret observaba desde el muro de boxes, los auriculares puestos y la vista fija en los monitores que mostraban las cámaras a bordo de los autos y las posiciones en tiempo real. La tensión en su cuerpo era palpable; sabía que los primeros minutos del sprint serían cruciales, con cada piloto buscando ganar posiciones antes de que las oportunidades se desvanecieran por las condiciones que implican correr en Monza.
—Todos listos. Recuerden mantener la calma en la primera curva, es clave para el resto del sprint —dijo la voz del director de carrera por la radio del equipo, un recordatorio necesario antes del desafío que tenían por delante.
Los monoplazas salieron a la vuelta de formación, con los motores rugiendo y los neumáticos dejando un rastro en el asfalto. Pierre estaba en una buena posición en la parrilla, listo para aprovechar cualquier oportunidad, mientras Santiago, con su habitual agresividad, esperaba ansioso el apagado de las luces.
Margaret mantuvo la respiración mientras los autos se alineaban nuevamente en sus posiciones. El semáforo rojo se encendió, y el tiempo pareció ralentizarse mientras los pilotos preparaban sus reflejos para el inicio. Luego, las luces se apagaron, y el rugido de los motores se convirtió en un estruendo ensordecedor cuando los autos se lanzaron hacia la primera curva.
Pierre tuvo un buen arranque, manteniendo su posición y defendiéndose de los ataques de los pilotos que venían detrás. Santiago, por su parte, encontró un hueco y logró adelantar un par de posiciones en una maniobra audaz que levantó el aplauso de los fanáticos en las gradas.
El sprint avanzaba a un ritmo frenético, con apenas tiempo para respirar entre las curvas y los adelantamientos. Margaret seguía cada movimiento, sus dedos tamborileando nerviosamente sobre el borde del muro de boxes mientras los monoplazas daban lo mejor de sí.
El sprint concluyó con una gran ovación de la multitud. Pierre, con una actuación sólida y estratégica, logró mantener su posición y cruzó la línea en un impresionante tercer lugar, mientras Maximus sumaba ocho puntos para el campeonato de pilotos.
—Tengo que admitir que fue más divertido de lo que esperaba... —apareció Müller a las espaldas de la joven directora de comunicación, haciendo que esta se sobresaltara y sacara los cascos que llevaba puestos para escuchar la carrera.
—Nunca te gustó este deporte —le recordó Margaret, cruzándose de brazos mientras bajaba la mirada esperando que su cabello tapaba parte del rostro, evitando el contacto visual—. Por eso me pregunto si tienes verdaderas intenciones de comprometerte con este mundo o sólo estás aquí para fastidiarme.
Müller arqueó una ceja, claramente entretenido por la provocación de Margaret. Su sonrisa se amplió, mostrando una mezcla de arrogancia y diversión.
—Vaya, parece que todavía tienes ese fuego en ti —comentó Müller, su tono juguetón pero con un dejo de amenaza—. No es que me importe mucho el deporte en sí, pero debo decir que ver las cosas desde un ángulo diferente tiene su encanto. Y, por supuesto, me interesa mucho más el impacto que puedo tener en él.
Margaret lo miró de reojo, sin ocultar su desdén.
—Insisto, espero que estés aquí por trabajo... —dijo sin más la joven antes de irse del lugar para caminar al pit lane y encontrarse con los monoplazas.
clave el próximo capítulo.
PERO CLAVE POSTA, NO ESTOY VENDIENDO HUMO.
Pobre Margaret con todo lo que está viviendo. La loca desde adentro debe estar tipo así:
Mientras tanto Pierre teniendo emociones que no entiende:
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