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📍Melbourne, Australia

La forma en la que había comenzado la temporada de Fórmula 1 para el joven corredor de Mercedes no había sido buena, mucho menos esperada para él. Teniendo la pole position en la primera carrera del año, uno espera grandes cosas de un domingo tan agitado en Australia. Sin embargo, cuando la salida que realizas es considerada como una de las peores de la historia, provocando un safety car al minuto uno, luego de colisionar con su mayor rival; estar con vida no era un premio, era más bien una tragedia. Para Pierre, que la tierra lo trague, más que una opción en esos momentos, era una esperanza. Y allí se encontraba de todas formas, en la primera gran fiesta del año sin ningún rasguño, siendo el hazmerreír de toda la parrilla.

—Tierra llamando a Pierre. ¿Estás ahí, hermano? —preguntó divertido Darell, uno de sus mecánicos y de sus pocos amigos cercanos del momento—. ¿Cuánto tomaste?

—Déjame solo, Darell —respondió el joven piloto dándole otro sorbo a su whiskey escocés y mirando a punto fijo con los pensamientos completamente perdidos.

Darell seguía intentando hablar con él y animarlo, como si tuviera oportunidad de ello, o peor, como si siquiera lo escuchara el piloto. Entre el ruido de la música house, los gritos, el alcohol en sangre y los pensamientos intrusivos del francés, Pierre lo último que quería hacer era buscar consuelo en Darell o en cualquier otra persona. Prefería seguir torturándose mentalmente mientras se encontraba cómodo en el sofá negro de la zona vip mientras hacia caso omiso a la cantidad de alcohol no permitido que estaba consumiendo.

No era cosa fácil ser el segundo piloto de una de las escuderías más importantes y consolidadas del mundo, mucho menos ser la tardía promesa que no fué. Podía seguir agregando cosas peores al asunto, como que su compañero de equipo, con quien prácticamente se crio corriendo, ahora era el actual campeón del mundo, mientras que él era la peor opción tomada por Mercedes en años. O al menos así lo sentía Pierre, quien llevando el peso en los hombros de ser el nieto del gran primer Pierre De Orleáns, campeón del mundo dos veces seguidas, el era un chiste realmente mal contado. Y podía tenerlo todo si el quisiera; es uno de los jóvenes más ricos de Mónaco, de los pilotos más apuestos, pero su carácter nunca le jugó a favor y la suerte jamás estuvo a su lado.

Y tal como estaba pensando, si el día no podía ir peor de lo que ya estaba, la vio a ella, entrando sonriente, elegante, realmente radiante, de las manos de la persona que más odiaba en el mundo en esos momentos. Cansado de torturarse, aceptó su derrota y, sin ganas de tolerar la escena que estaba presenciando, se levantó de su asiento tambaleante dejando de lado a su amigo un tanto anonadado por su actuar, y aun con la bebida en mano, trató de bajar las escaleras del vip.

Mientras tanto, del otro lado de la sala, Margaret estaba tratando con todas sus fuerzas de sonar simpática y no matar al hombre que tenía enfrente, quien no permitía que ella se alejara de la barra o siquiera emitiera un sonido, ya que no paraba de hablar sobre la carrera del día. Y es que, por más que Margaret era muy talentosa para los medios digitales, siendo ella una de las influencers más cotizadas, lo suyo era la moda, no los autos. Y, si bien no quería ser mala, lo único interesante que le había pasado en el día fue ver el choque entre dos autos de un mismo equipo romperse a metros de donde estaba, pues luego la carrera había sido extremadamente aburrida para ella. Ver autos dando vueltas en círculos unas setenta veces no era tan atractivo, pues ella no entendía muy bien que estaba pasando cuando uno de los locutores del paddock narraba con entusiasmo las estrategias de cada piloto. Y si, tal vez no fue tan buena idea aceptar la invitación de la escudería Mercedes para trabajar como publicista unos meses desde su cuenta personal, sin embargo, aceptaba que ella tenía algo de culpa por no haberse informado sobre los hechos o siquiera imaginado lo que correspondía saber sobre el asunto.

—... y es que Philip Edwards tuvo suerte hoy de que Santiago Montoya no corriera, porque sino uff... —hizo una pausa drástica el aficionado mirando a los pechos de Margaret mientras ella seguía tomando sin conciencia alguna, tratando de no verse mal educada—. No hubiera tenido oportunidad alguna de ganar hoy —finalizó sonriendo encantador y divertido a la rubia.

Ella ni siquiera se dio cuenta de lo ebria que estaba, pero eso le dio coraje para ejecutar el plan gran escape. Pues, sacando su teléfono del bolso, tratando de no reírse y lucir lo más dramática posible, miró su celular disimuladamente y actuó una escena que en su mente borracha era brillante.

—¡No puede ser! —gritó exaltada al muchacho agarrándolo torpemente de un brazo aún con el móvil en mano—. ¡Dejé el secador del baño enchufado y prendido, y ahora hay un incendio en el cuarto de hotel! ¡Me tengo que ir!

Y se movió rápido, dando pasos largos y apresurados con pequeños brincos, sin dejarle tiempo al hombre de reaccionar, o tal vez ella solo estaba fingiendo demencia de que no la estaba llamando a sus espaldas. Queriendo dirigirse al vip para asegurarse de que el hombre no lo siguiera, moviéndose rápido y realmente torpe por la fiesta, no espero que en la entrada de la sala, justo en las escaleras, ella fuera a chocar con otra persona que estaba de espaldas.

Pierre, atontado por el acto, al querer girar para posicionarse frente a la persona que lo había empujado de espaldas, lo haría tan rápido y abruptamente, que su mano impactaría contra la pared, rompiendo el vaso que llevaba cargado y cortando parte de la palma de su mano.

—¡Ay, no! ¿¡Estás bien!? Lo siento muchísimo —se disculpó la joven al instante completamente avergonzada con el muchacho frente ella.

Y es que, al levantar la mirada, encontró los ojos más oscuros y apagados que había percibido en su vida, los cuales acompañaban de los rostros más apuestos que había visto en horas. El perfilado de sus cejas era perfecto, con un fino arco de cupido en el labio superior, al igual que el colorado rubor de sus mejillas que se producía por la humedad del ambiente.

Era perfecto, particularmente atractivo, pensó la joven.

Por otro lado, Pierre realmente estaba pensando que era el gran enemigo de Dios, porque no podía creer que ahora tenía un corte profundo en su mano dominante habiendo carrera la próxima semana. Con un insulto en la punta de su lengua, frunció el ceño hacia la persona que tenía enfrente, dispuesta a desquitar la ira que llevaba acumulada de meses, pero algo lo impidió. Fue la mirada más que inocente y preocupada de la bella rubia que se encontraba cerca de él, con ojos saltones y azulados.

—Lo juro, no fue mi intención... —aseguró insistiendo nuevamente Margaret forzándose a dejar de verlo.

Sin embargo, se arrepintió de ello en el instante, porque cuando dirigió su mirada hacia la mano del joven, al ver la sangre, ésta palideció. Margaret no era una persona que le tuviera asco a las cosas, de hecho, tenía gustos realmente cuestionables; pero la sangre era algo que realmente la inquietaba muchísimo, y no tardó en sentir como le bajaba la presión mientras su estómago se revolvía. Pierre notó al instante que la joven comenzaba a tener arcadas. Sin dudarlo, levantó las manos hacia ella pidiendo que parara.

—Por favor, no vomi... —insistió, pero ya era demasiado tarde, porque la joven se arqueó hacia el piso y vomitó en sus zapatos. Realmente no lo podía creer, porque fuera de que esos eran sus zapatos italianos favoritos, era de esperar que la noche aun siguiera empeorando—. Este debe ser el mejor día de mi vida —añadió sarcásticamente mientras colocaba sus manos en las caderas y miraba hacia un lado con un desprecio digno de matar a alguien con la mirada.

—Que bueno, porque el mío no... —respondió torpe y avergonzadamente la joven mientras tapaba su boca con la mano y sostenía su estómago con la otra. Pierre la volteó a ver nuevamente y se preguntó cómo podía haberse cruzado con la persona más idiota de la noche—. Dame tu corbata —le pidió la joven un tanto segura, y al ver que el joven no la entendía, ella misma se acercó a él para sacársela rápida y ágilmente.

—Pero, ¿qué...? —preguntó completamente enojado y confundido el piloto.

—Shh... —lo cayó ella percatándose de los humores de éste y vendando lo más hábil posible su mano—. Mi madre es enfermera, se como detener el sangrado.

—Tu madre es enfermera y te da asco la sangre... —mencionó sin filtro Pierre aun enojado mientras miraba su actuar.

—Tienes que ver a un doctor, eso requerirá puntos —aseguró Margaret ahora un tanto molesta por la actitud del joven frente a ella, ya que ésta en serio estaba tratando de ser amable.

Resoplando, Pierre levanta la mirada y al ver a su alrededor, nota que algunas personas se estaban acercando a ellos para ver qué ocurría. Lo que realmente no le faltaba a su noche era que los directores de su equipo se enteraran de que él estaba realmente muy ebrio, y además, se había cortado la mano por ello. No tenía tiempo para pensar muy bien las cosas, por lo que rápidamente sujetó a la joven frente a él de la cintura con su única mano buena y la movió rápidamente por la pista hasta llegar al ascensor. Margaret notó el accionar de este, por lo que dejó que la guiara, pero lo enfrentó una vez dentro del elevador.

—Hablo en serio, tienes que ver a un profesional. Yo te acompaño —insistió tratando de sonar lo más convincente.

—¿Por qué mejor no me haces el favor de callarte y no decirme que hacer? —contestó abruptamente sin ningún tipo de filtros Pierre y giró a ver como ella se exaltaba ante su respuesta.

—Perdón, trato de ayudar... —dijo Margaret a la defensiva ahora un tanto eufórica.

—Me hubiera ayudado que no vomitaras en mis zapatos, dejándome en ridículo enfrente de toda la fiesta.

—Pero...

—Pero nada. Este es el peor día de mi vida y no lo estás haciendo más fácil para mí —terminó por decir antes de que las puertas se abrieran y saliera rápidamente del elevador esperando que la joven no la siguiera. Camino a la entrada del hotel, notó que aquella salida estaba repleta de fotógrafos, y no era una opción ser visto en esos momentos.

—Hay una puerta de empleados detrás de la cocina por donde salir... —mencionó Margaret ahora, llamando la atención del piloto nuevamente. Este camino hacia ella, quien le señalaba el pasillo donde estaba su ruta de escape.

—¿Por qué sigues aquí? —le cuestionó nuevamente aun cortante mientras daba pasos rápidos y notaba la respiración de ella siguiendo sus movimientos por detrás.

—No te voy a dejar solo estando herido, y ya te dije, me siento realmente culpable por lo que pasó —trató de suavizar la situación y persuadirlo para que se calmara.

Agotado de discutir con ella, Pierre hizo caso omiso a la declaración de Margaret mientras se movía hábilmente por la cocina vacía del hotel y encontraba la salida de emergencia que esta le había mencionado. ¿Cómo pudo saber ella de ese lugar? Una vez en la calle, el joven se había percatado de que no podía conducir para volver a su hotel y eso efectivamente sería un problema.

—¿Estas bien? ¿Te duele? —preguntó Margaret nuevamente apareciendo en la mente de Pierre como una gran molestia—. Ay no, tal vez quedaron fragmentos de vidrio en la mano y...

—¡¿Qué?! No... —la interrumpió molesto sin poder creer que siguiera siendo una piedra en el zapato—. No puedo manejar hasta mi hotel, y no puedo caminar porque está en la otra punta de la ciudad.

—Ah... —dijo la rubia en seco, tranquilizándose por la respuesta del joven—. ¡TAXI!

—Pero... —quiso cuestionarle Pierre un tanto estupefacto por el accionar de la chica, pero en un pestañear de ojos, sorpresivamente un taxi frenó abrupto frente a ellos y para cuando pudo reaccionar a lo que sucedía, la joven ya se estaba dirigiendo a este para poder subir—. No vendrás conmigo —aseguró rápidamente deteniéndola mientras la tomaba de un brazo tratando de evitar que entrara al auto.

—Claro que sí, ya te dije...

—¿Eres tonta o que? Te dije que no... —le cuestionó firme, hasta que por el rabillo del ojo una luz blanca titiló hacia él, y cuando levanto la mirada, noto que ya había personas cerca tomando fotos de los hechos. Rápidamente la empujo hacia el interior del auto y una vez que este estuvo adentro y dijo la dirección del lugar donde quería ir, suspiro realmente frustrado mientras se agarraba del rostro y pasaba sus manos fuertemente por todo este.

En el transcurso del viaje, el ambiente se tornó incómodo y muy callado. Margaret realmente hacía un esfuerzo para no hacer algo que a él le molestara y en el peor de los casos la empujara del carro. Realmente quería decir algo sobre la herida, preguntarle si le dolía o si había parado de sangrar, ya que eran cosas que no podía saber ni viendo su mano o ni viendo su cara. El hombre al lado de ella realmente solo estaba enojado, y no podía saber de su rostro otra información más que esa.

Al llegar, Margaret revolvió su bolso, sin esperar que su acompañante hiciera algo y buscó con qué pagar el viaje; pero, sin darse cuenta, el joven que estuvo persiguiendo la última hora se le estaba escapando y ya se alejaba sin siquiera importarle como ella se quedaba atrás. Rápidamente le dio todo el dinero que tenía, diciendo buenas noches al conductor y trató de alcanzar al muchacho de mirada apagada saliendo del auto en tiempo record, sin dejar de pensar que la compañía de este era bastante agotadora.

Cuando ambos llegaron al lobby, la joven no dudó en apurarse y acercarse a la recepción para poder pedirle a la chica que atendía en aquel turno de noche asistencia médica.

—Tiene la mano gravemente herida —explicó Margaret señalando con un dedo hacía él, ya que ni siquiera en toda la noche se había atrevido a preguntarle su nombre por miedo a que también se enojara por ello.

No fue problema alguno ello, de todas formas, ya que la recepcionista reconoció rápidamente al piloto y sin perder tiempo tomó el teléfono de su puesto de trabajo y llamó al servicio médico del hotel mientras asentía con la cabeza señalando de que había recibido la orden. Al voltear se, Margaret vió al joven esperando por ella bastante impaciente al lado del elevador, y aún tambaleante, se acercó lo más rápido que podía caminar alguien ebria. Una vez dentro de la máquina, la joven británica reconoció, por lo menos en algún punto, ambos se encontraban impacientes e incómodos, pero aún así, no se atrevieron a cruzar miradas o emitir palabra alguna sobre la situación; pues Pierre estaba realmente muy cansado como para ser falsamente simpático, y Margaret entendió en su segundo intento de disculpas que estaba enfrentándose a lo que podría llegar a ser la persona más detestable del planeta.

Una vez en la habitación, que resultó ser nada más y nada menos que una de las suites del gran edificio, el joven piloto, sin perder tiempo alguno, decidió retirarse los zapatos vomitados de sus pies, las verdaderas víctimas de la detonante noche, y con una actitud muy agresiva, los lanza al basurero más cercano antes de encerrarse en el baño de su habitación.

Incómodamente, Margaret se queda sola y no puede creer la actitud del muchacho, por lo que suspira abruptamente esperando no eructar en el proceso y comienza a mirar sus alrededores. El espacio era inmenso, con amplias ventanales y una terraza detrás de ellas, muebles en sintonía y perfectamente decorados, todo lo que una habitación de lujo debe tener. Si bien ella ya ha estado en lugares parecidos gracias a su influencia que ha permitido que ella viva sus mejores experiencias de lujo, al menos por pocos días, a cambio de una buena reseña y una publicación llamativa en sus redes, algo le quedó muy claro a la joven carismática, y es que no dudaba que se había metido con alguien asquerosamente rico.

El sonido de la puerta tocando interrumpió los pensamientos de la chica, y sin pensarlo mucho, la abrió para dejar pasar al médico entre sonrisas. Pierre salió del baño esta vez sin su saco caro de vestir y la camisa azul medio desabotonada, dispuesto a que todo termine lo más rápido posible.

Mientras el médico nocturno revisaba la mano de Pierre sacando cualquier rastro que pueda dejar lesiones más graves, Margaret no negaba estar algo ansiosa y caminaba de un lado al otro mientras se mordía sus uñas esculpidas no hace mucho tiempo.

—¿Podrías hacerme el favor de estarte quieta? Soy yo quien debería estar preocupado —insistió Pierre chillando sus dientes algo frustrado, aunque no sirvió de mucho, ya que no parecía que Margaret hubiera escuchado—. Oye, te estoy hablando.

Cuando Margaret consiguió salir del trance, se detuvo de inmediato dirigiendo sus ojos a la herida y nuevamente sintiendo como algo en su interior se escurría queriendo salir. Sin dudarlo mucho. llevó una mano a la boca para resistir lo que ella ya sabía conscientemente que se aproximaba.

—¿De nuevo? —reclamó el francés, ya que esto le parecía una mala broma

—Claro que no —exclamó ella sin querer darle la razón, poniendo todo su esfuerzo para resistir a la tentación. Sin embargo, este no era un juego que Margaret pudiera ganar, y decidió arriesgar lo poco que le quedaba de dignidad dirigiéndose al retrete más cercano.

El médico, algo preocupado, le preguntó a su paciente si ella se encontraba bien, y Pierre, si bien no sabía que responder, en lo profundo de su inconsciente algo le dio mucha gracia de todo lo ocurrido.

La noche transcurrió, y el profesional dio instrucciones de que la herida no era tan grave como lo que parecía y que solo fueron superficiales. También dio algunas recetas de antibióticos para evitar infección o si le daba fiebre a Pierre, además de sugerir una lista de cremas para alguna que otra cicatriz.

Ya todo en orden, Pierre suspiró aliviado por primera vez en todo el día hasta que recordó cansado que aun tenía compañía. Sin embargo, cuando se volteó para regresar a la sala luego de haber despedido al profesional médico, se encontró con Margaret dormida en uno de los amplios sillones de la sala, y él se hubiera molestado en levantarla, pero incluso el piloto no pudo evitar lo seductora que se veía su cama.

Mirándola por primera vez detenidamente aquella noche, Pierre no podía negar que era una chica realmente muy hermosa, con una cabellera de verdad rubia, y uno de los rostros más suaves y tiernos que le tocó admirar. No había rastros de maldad en aquellas facciones, y después de como ella lo había tolerado toda la noche, podía asegurar que realmente solo era una chica un tanto torpe con buenas intenciones. Y aunque peleó en su mente unos segundos el hecho de despertarla para pedirle que se vaya, realmente ya no tenía energías para ser una persona desagradable y se dirigió a la cama, donde no duró mucho consciente.

Para la mañana siguiente, cuando despertó recordando todo lo que había sucedido anoche, se despertó un tanto exaltado preguntándose por su interesante acompañante, pero cuando la buscó por la suite, no había rastros de ella.

Que tonta, pensó somnoliento. Siquiera me dijo su nombre...

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