𝗡𝘂𝗲𝘃𝗲 𝗺𝗶𝗹𝗶́𝗺𝗲𝘁𝗿𝗼𝘀
Salí de la habitación de los chicos para ir al baño, ya que necesitaba estar sola. Aún no podía creer que toda aquella mierda estuviera volviendo a ocurrir.
No podía volver a estar pasando, simplemente no podía ser.
De camino, se me cayó el teléfono, así que, esperando que no se hubiera roto, me agaché a recogerlo y, al levantarme, ahí estaba.
Cayetano estaba delante de mí, mirándome, completamente quieto, como si fuese algún tipo de estatua.
Me quedé completamente quieta sin quitarle la mirada de encima. Tenía que estar alucinando, no podía volver a estar ocurriéndome aquello.
¿Me había drogado y no lo recordaba?
Sin previo aviso, dos chicos salieron de la habitación de al lado y me empujaron, haciendo que se me cayera el teléfono de nuevo. Por suerte volvió a salir ileso.
—Joder, un poco más de cuidado, ¿no? —les pregunté molesta antes de agacharme a recogerlo.
Cuando me levanté, Cayetano ya no estaba, por lo que suspiré aliviada antes de volver a emprender camino hacia el baño.
Me lavé la cara con agua fría durante un par de minutos antes de cerrar los ojos y respirar profundamente un par de veces.
Una vez conseguí tranquilizarme, volví a la habitación de los chicos con calma, aunque no pude evitar mirar a mi alrededor algo paranoica.
Cuando llegué, Carol estaba mirando el cuadro que habíamos encontrado en la mochila de los pasadizos, mientras que Marcos miraba una hoja de papel.
—Por más vueltas y vueltas que le doy, no recuerdo que mi madre me explicara nunca porque llevaba esto tatuado —nos aseguró enseñándonos el dibujo del símbolo de la puerta.
Sabía que lo había visto en algún sitio antes, pero no sabía dónde, por muchas vueltas que le hubieses dado.
—No sé, tío, pero detrás de ese signo tiene que haber algo muy importante. Sino, ¿por qué sonaron todas las alarmas cuando intentamos abrir la puerta? —nos preguntó Iván.
—Anda, mira, aquí pone algo —anunció Carol con una de las tres partes del cuadro en la mano—. Hieronymus bosck —leyó.
—A ver. ¿Cómo? —le preguntó Vicky abriendo su portátil.
—Hieronimus bosck —repitió Carol.
—Aquí —anunció Vicky entrando en una página—. El Bosco.
—¿Ese no es el pintor que dimos el año pasado? —le preguntó Roque algo confuso.
—Sí, el que tú cateaste —le recordó Iván divertido mientras nos acercábamos a las chicas.
—Mira obras suyas —le pidió Carol, y Vicky así lo hizo.
—El Tríptico de la Epifanía —leyó Vicky, y, en cuestión de segundos, su cara dejó reflejada la confusión personificada—. Aquí pone que el boceto está en paradero desconocido desde hace años. Esto vale treinta millones de euros.
—¿Cómo? ¿Qué esto vale treinta millones de euros? —preguntó Iván sorprendido.
—Claro que no. Eso debe ser una copia —le respondí.
—A ver, a ver. ¿Me estás diciendo que igual eso es un original del Bosco valorado en treinta millones de euros? —le preguntó Marcos sin creerlo, y Vicky asintió con la cabeza tan confusa como el resto—. ¿Y qué hacía en los pasadizos dentro de una mochila?
—La mochila parece nueva —nos informó Roque—. Y la linterna tiene pilas —avisó tras encenderla.
—Eso significa que el que se la dejó, estuvo ahí abajo hace muy poco tiempo —dije, resultando lo obvio.
—A lo mejor lo está buscando en estos momentos —masculló Vicky, y todos pudimos notar en su voz que empezaba a estar asustada.
—Pues no puede saber que lo tenemos —le aseguró Carol algo alterada—. Hay que esconderlo.
—Sí, pero, ¿dónde? —le preguntó Iván.
Todos empezamos a mirar a nuestro alrededor, buscando dónde podríamos esconderlo, pero ningún lugar parecía lo suficientemente seguro.
Unos largos minutos después, dimos de sí, así que lo volvimos a meter en la mochila y bajamos a desayunar.
Todos se fueron a la mesa usual en la que los sentábamos, pero Iván y yo fuimos hacia la pequeña mesa en la que solía estar María para que nos sirviera nuestras respectivas bebidas.
—¿Solo vas a desayunar un vaso de leche? —le preguntó a Iván, que no había puesto nada más en su bandeja—. Tienes mala cara. ¿Has dormido?
—¿Qué si he dormido? No creo que vuelva a pegar ojo en mi vida —le respondió él de mala manera, así que le di un pequeño golpe en el brazo como advertencia.
No podía culpar a María por lo sucedido, él había tomado la decisión de disparar, no ella.
—Necesito respuestas —le dejó saber Iván, y María me miró antes de que ambos se apartaran un poco de mí—. He matado a un hombre, y ni siquiera sé quién era, María. Así que si no me lo vas a decir, ni me dirijas la palabra, ni me mires a la cara. ¿Está claro? —le preguntó y ella suspiró derrotada—. Échame leche y, déjame en paz —le pidió Iván y, después de que María le sirviera la leche en el vaso, se marchó a la mesa en la que nos esperaban nuestros amigos.
Vi que María tenía los ojos llenos de lágrimas, así que me acerqué a ella y le di un pequeño apretón en el brazo, ya que sería raro que una alumna abrazase a la mujer del servicio de limpieza.
—Todo se va a arreglar, dale tiempo —le susurré antes de separarme un poco de ella.
María se limitó a dedicarme una cálida sonrisa antes de asentir ligeramente con la cabeza.
Después de eso caminé hasta nuestra mesa y me senté junto a Carol antes de dejar mi bandeja y empezar a partir el pequeño bollo que había cogido.
—¿Qué te pasa? —le preguntó ella a Iván.
—¡Qué no me pasa nada! —respondió él molesto.
—Que buen rollo, ¿no? —pregunté de manera sarcástica mirando a Iván, quién me lanzó una mirada asesina que habría congelado el infierno.
—¿Y ésto? —me preguntó Vicky confusa al ver el collar de mi padre, el cual sobresalía de mi camisa, ya que estaba algo más abierta que de costumbre.
—Un colgante —le respondí sin entender a qué venía el interés.
—Ya.
—Es el símbolo de Piscis, me lo regaló mi padre —le expliqué y, al ver la cara confusa de los chicos, una imagen clara del collar que Izan había llevado durante años en el cuello, vino a mi mente—. Ahí es donde lo he visto, coño. El collar de Izan. El símbolo de la puerta es el de Géminis.
—¿Géminis? —me preguntó Marcos con el ceño fruncido.
—Sí.
—¿Tu madre era Géminis? —le preguntó Carol.
—No lo sé —respondió él.
—¿Qué día nació tu madre? —le preguntó Vicky.
—El 25 de marzo —nos informó Marcos.
—Entonces no era Géminis —le respondí—. Era Aries.
—¿Por qué se hizo ese tatuaje? —preguntó Iván a nadie en concreto.
—Pues... por un antiguo novio —dedujo Roque—. A lo mejor Géminis es otra cosa a parte de un signo del zodíaco.
—Osea, tu madre se hizo un tatuaje con un símbolo del zodíaco que no era el suyo, pero que, casualmente, está en los pasadizos, ¿no? —le preguntó Iván, y sabíamos a qué se refería.
No era una coincidencia.
—No, casualmente no, porque aquí no hay nada casual, Iván —le aseguró Marcos—. Como lo de ese tío —añadió mirando a Héctor—. ¿Por qué es tan amigo de mi abogado? —preguntó, pero ahí acabó la conversación, ya que una chica se sentó en la mesa, haciendo que todos nos quedáramos en silencio.
Cuando terminamos de desayunar, nos levantamos y, una vez en el pasillo, volvimos a la conversación anterior.
—¿Sabéis dónde tienen que estar las respuestas? Detrás de esa puerta —nos aseguró Carolina—. Tenemos que volver a bajar. ¿Esta tarde?
—Vale —respondió Iván antes de dar por finalizada la conversación.
Sin previo aviso, agarró mi mano y tiró de mí para apartarnos del resto. Pude ver la mirada confusa que Carol nos echó al ver nuestras manos entrelazadas y, honestamente, un nudo se formó en mi garganta.
Sentía que la estaba traicionando.
Era su novio y, por mucho que odiase admitirlo, los últimos días había parecido que era el mío.
—¿Qué pasa? —le pregunté algo confundida.
—Es que siento que le estoy mintiendo a la cara —me explicó frustrado.
—Escúchame —le pedí agarrándole la cara por las mejillas—. Nadie más puede saber lo que pasó la noche de Navidad, ¿me entiendes? Sólo nos pondría en peligro a ti, a María, a Marcos y a mí —le recordé y, tras unos segundos mirándome fijamente, asintió con la cabeza.
—Sí, tienes razón —me respondió antes de abrazarme.
Apoyó la cabeza en mi hombro y le acaricié la espalda mientras él apretaba ligeramente su agarre alrededor de mi cuerpo.
—Gracias, Andrea, de verdad —me agradeció y le di un beso en el hombro como respuesta.
—Iván, deja de decir eso, no sé cuántas veces te lo he escuchado decir estas vacaciones.
Con una sonrisa, Iván se apartó de mí y agarró mis manos con las suyas.
—Eres una buena amiga —me aseguró.
—Y tú un puto desastre —le respondí, haciéndolo reír, que era el objetivo—. Anda tira —le pedí antes de que ambos empezásemos a caminar hacia las habitaciones.
Un par de horas más tarde, me encontraba en la pizarra resolviendo una ecuación de matemáticas y, una vez terminada, me quedé mirando a Mateo, esperando que me dijese si la había resuelto bien.
—Vuelva a su sitio —me ordenó y sonreí orgullosa de mí misma.
Las matemáticas nunca habían sido mi punto fuerte, así que resolver aquella ecuación era una pequeña victoria personal para mí.
—Bastante bien, Andrea, aunque debería restarle un punto por llevar la falda de su hermana pequeña —me informó y la sonrisa se borró de mi cara inmediatamente.
Dejé mi cuaderno en la mesa y me giré hacia él antes de volver a sonreír, pero esa vez con prepotencia. Sin previo aviso, me subí la falda, casi dejando mi ropa interior a la vista.
—¿Mejor así? —le pregunté mientras sentía las miradas de todos encima, sobre todo la de los tres chicos que formaban mi grupo de amigos.
—Seguro que sus compañeros aquí le agradecen el gesto —me aseguró, así que le sonreí antes de sentarme en mi lugar—. Para el día siguiente acaban los ejercicios de la página dieciocho y diecinueve —anunció después de que sonase el timbre.
—Que conste que te agradecemos el gesto. Eso ha sido más interesante que el resto de la clase entera —me agradeció Iván, así que le di un golpe en el brazo con mi carpeta, haciéndolo reír.
Todos se adelantaron para salir de clase e ir a los pasadizos, pero Vicky me agarró del brazo, así que nosotras nos quedamos atrás.
—A ti ya te vale —me regañó—. Mira que seguirle la gracia a este...
—No le seguía nada. A mí nadie me dice cómo vestir, como si quiero ir desnuda por el internado —le respondí antes de recordar la vez que bajé en toalla, lo que me hizo sonreír ligeramente—. Que no sería la primera vez —mascullé, haciendo que Vicky rodase los ojos.
Interrumpiéndonos, un chico pasó por nuestro lado, dándole un golpe en el brazo a Vicky, ocasionando que se le cayesen unas fotos.
Ambas nos agachamos para recogerlas y, al hacerlo, vi que en una de ellas estaba Cayetano.
Tragué saliva con dificultad mientras miraba la foto y tras unos segundos, me levanté, le extendí la foto y salí casi corriendo hacia la biblioteca, donde el resto nos estaban esperando.
—Joder, ¿dónde era? —preguntó Iván estresado mientras dábamos vueltas por los pasadizos.
—Yo que sé, estos pasillos son todos iguales —se quejó Vicky igual de estresada, ya que no conseguíamos encontrar la estúpida puerta—. Por aquí.
—No, Vicky, no. Por aquí hemos pasado antes —le avisó Carol.
—Este subterráneo es como la leyenda. Es un lugar donde nunca se puede ver el sol —nos recordó Roque asustado—. Fijo que esta gente son una secta de Géminis —añadió e Iván lo miró como si hubiera dicho la mayor tontería del mundo—. Que yo soy Géminis.
—Joder, pues habla con ellos, que igual te cogen como mascota —le aconsejó Iván de manera sarcástica antes de darle una colleja, haciendo reír a las chicas.
—¡Es aquí! —nos avisó Marcos, llamando nuestra atención, pero antes de que llegáramos, Iván me agarró del brazo, apartándonos del grupo.
Se les estaba haciendo costumbre. ¿Quién sería el siguiente?
—¿Estás bien? —me preguntó en un susurro.
—¿Por qué? —le pregunté confusa.
—Estás muy callada —me informó algo preocupado y me limité a encoger los hombros.
—Estoy bien —le respondí antes de volver a acercarme al resto del grupo.
Marcos tenía la mano en el símbolo Géminis de la puerta y, justo cuando iba a abrirla, Carol le detuvo.
—Espera, Marcos. ¿Cómo sabemos que esta no es la puerta donde saltó la alarma? —le preguntó ella.
—Yo creo que estuvimos en esta —les respondió Roque—. Pero no estoy muy seguro.
—Yo que sé, habrá que arriesgarse —le dijo Iván y, sin pensarlo, Marcos empujó la puerta, que se abrió sin ningún problema.
Todos suspiramos aliviados al ver que la alarma no había sonado antes de entrar en la pequeña habitación.
Una vez dentro, vimos que era una habitación llena de muebles tapados por lonas.
—¿Qué es esto? —preguntó Iván.
—Parece la habitación de un niño —respondió Marcos mirando la habitación, la cual estaba repleta de juguetes—. Pero, ¿qué hace esto aquí?
—No sé, pero vamos a buscar, a ver que encontramos, ¿no? —nos aconsejó Roque y, sin dudarlo, empezamos a buscar a nuestro alrededor alguna pista.
—¿Qué es eso? —preguntó Carol señalando un objeto metálico encima de un armario.
Iván acercó una silla y Marcos, tras subirse a ésta, agarró la caja metálica.
—Es la lata de una peli —nos informó Iván acercándose a mí, ya que tenía la antorcha en la mano—. Lleva el símbolo de Géminis. ¿Y este número qué significa? —preguntó señalando una pegatina que tenía la lata.
La abrimos más que confusos, pero en su interior solo había cartas, canicas y demás juguetes, pero nada más.
—Aquí no hay ninguna película, ¿eh? —dijo Marcos remarcando lo obvio.
—Porque es una caja de tesoros —le informó Carol con una sonrisa—. Como las que teníamos tú y yo de pequeñas, ¿te acuerdas? —me preguntó a Vicky.
Algo decepcionados, cerramos la lata y volvimos a buscar hasta que Vicky llamó nuestra atención de nuevo unos minutos después.
—Chicos, mirad esto —nos pidió, así que todos nos acercamos a ella.
—Que mal rollo —masculló Roque viendo los dibujos que sostenía Vicky.
—Susana López —leyó Marcos del papel—. ¿De qué me suena ese nombre?
—Era mi tía, la jueza —les recordé.
—A lo mejor tenían aquí a las niñas —dedujo Vicky asustada—. Antes de que les hicieran los transplantes.
—Encerradas, para que no se escapasen —dedujo también Iván con la mandíbula apretada.
—Ya ves, si es que no hay ni ventanas, tío —se quejó Roque mirando a su alrededor.
—Pero si esta era la habitación de la jueza... En la otra puede estar mi madre, ¿no? —nos preguntó Marcos.
—Claro, por eso le tatuaron el símbolo. Cómo el de la puerta —llegó a la conclusión Carol y todos miramos el símbolo de la puerta.
—Y si esta puerta se abre, ¿por qué no se abre la otra? —nos preguntó Iván.
—Porque ella sigue dentro —deduje mirando a Marcos y éste me devolvió la mirada de lo más intrigado y preocupado.
No estuvimos mucho más allí abajo, ya que todos empezamos a asustarnos un poco.
Subimos a nuestra habitación , donde Marcos empezó a mirar la lata algo deprimido.
Él estaba sentado en mi cama, Carol y Vicky de pie frente a él, Roque en la cama de Vicky, e Iván y yo estábamos tumbados en la cama de Carol, con él rodeando mis hombros con su brazo.
—Pobres niñas, ¿eh? Metidas ahí abajo como en un zulo, sin aire, sin luz, sin nada —dijo Vicky cabreada.
—Lo que está claro, es que si han puesto una alarma, es porque dentro de la puerta tiene que haber algo muy importante —nos dejó saber Marcos.
—Algo o alguien, ¿no? —les pregunté.
—¿Y si hay una niña encerrada en esa habitación? —nos preguntó Vicky.
—Pero, ¿qué dices, Vicky? —le preguntó Iván—. Qué todo esto pasó hace treinta años. No ha desaparecido ninguna niña en el internado.
—Iván tiene razón —nos dijo Marcos—. Creo que se nos está empezando a ir un poco la olla.
Alguien empezó a llamar a la puerta, así que giramos nuestra atención hacia ésta.
La cabeza de María se asomó por ella antes de que fijase su mirada en Iván, quién no parecía muy interesado en tener nada que ver con ella, lo que, honestamente, me daba bastante pena.
—Iván, tengo que hablar contigo —le avisó ella—. Por favor.
—Tira —le pedí quitándome sus hombros de encima y, tras suspirar, se levantó de la cama.
Caminó hasta la puerta, pero, justo cuando estuvo a punto de salir, se giró hacia nosotros.
—¿Alguien ha llamado al servicio de limpieza?
—Oye, córtate un poquito, ¿no? —le pidió Carol algo molesta, e Iván nos miró unos segundos antes de salir de la habitación con María.
Iván no tardó demasiado en volver y, una vez lo hizo, no dijo absolutamente nada en el resto de la tarde.
Los chicos habían descubierto alguna cosa en la caja, pero tenía la cabeza en cualquier otra parte y no me quedó demasiado claro.
Tras descubrir una foto de mi padre debajo de mi almohada, les pedí a los chicos que me dejasen sola, ya que no me sentía muy bien, y ellos se marcharon a la habitación de los chicos para seguir investigando la lata.
Una vez estuve sola, miré la foto y saqué la caja que tenía en la mesilla, dejando ver el resto de fotos que habían estado apareciendo en mi habitación.
La policía investigó su muerte, pero dedujeron que fue un mal funcionamiento de su coche, ya que murió porque éste explotó con él dentro.
Lo raro, era que antes de eso había estado desaparecido durante meses, y nadie fue capaz de explicar aquello.
Cada día que pasaba, la sensación de culpa se hacía más intensa en mi pecho, ya que desapareció después de prometerme que me iba a sacar de la casa de Carlos y mi madre.
Me sequé las lágrimas con la manga de mi jersey y, al levantar la cabeza, vi a Cayetano frente a mí. Se quedó unos segundos así antes de sentarse a mi lado.
—¿Has sido tú? —le pregunté con la voz quebrada y él agarró mi mano con fuerza.
—Si me ayudas a hablar con el resto del grupo, te diré lo que sé de tu padre —me aseguró mientras lo miraba aterrada.
—Cayetano, he perdido tantas cosas —le informé, y pude ver la compasión en su mirada—. No puedo perderlos a ellos también.
Sabía que no me creerían, que iban a tomarme por loca, y que mi madre volvería a encerrarme en el loquero si se enteraba.
Pero tenía que pensar.
¿Y si Cayetano me decía que mi padre simplemente me abandonó y que volvió meses después como si nada, antes de que su coche explotase?
¿Merecía la pena todo lo que tenía que perder?
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