𝗠𝗶 𝗮𝗺𝗶𝗴𝗼 𝗲𝗹 𝗺𝗼𝗻𝘀𝘁𝗿𝘂𝗼
Me encontraba en el hospital mientras leía un certificado de defunción que Iván me había dado minutos atrás, el cual decía que estaba muerto.
—Esto es como ir a tu propio funeral —me aseguró con los ojos llenos de lágrimas.
—Mira, esto es una broma de mal gusto —le informé guardando el papel—. Así que olvídalo —le dije, pero, al ver su mirada perdida, tiré de su brazo y lo atraje a mí en un abrazo.
Ambos estábamos en una cama extra que habían traído a la habitación de mi madre donde habíamos dormido Iván y yo esa noche que pasamos con ella.
Noche en la cual acabó cogiendo cariño a Iván, cabe recalcar, ya que nos las pasamos hablando con ella hasta que se quedó dormida.
—Chicos —escuché que nos llamaba la voz de mi hermano, haciendo que ambos nos separásemos—. Venga, os llevo —dijo y vi a un pequeñín asomando su cabeza por detrás de Izan.
—¿Y quién eres tú, pequeño? —le pregunté con una sonrisa, algo confusa.
—Adrián —respondió el pequeño y supuse que sería el niño al que estaba cuidando mi hermano.
Quise contestar, pero mi teléfono empezó a sonar y, al mirar la pantalla, vi el teléfono de mi tía Sandra.
Los chicos me habían llamado un par de veces, pero preferí no contestar. En parte porque quería estar con mi madre lo máximo posible, pero también estaba el detalle de que no quería enfrentarme a Carol.
Me sentía una persona terrible por haber besado a su novio.
Iván y yo hablamos de ello y decidimos que íbamos a decírselo a Carol, pero que después de eso simplemente fingiríamos que nada había ocurrido, ya que Iván no quería arruinar más las cosas con la latina.
—¿Sandra? ¿Qué pasa? —le pregunté mientras me levantaba de la cama.
—¿Dónde estás? ¿Estás bien? —me preguntó preocupada, lo que me hizo fruncir el ceño confusa.
—Estoy en el hospital con mi madre —le respondí y la escuché suspirar aliviada—. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
—Es tu tía Susana —me informó y miré a mi hermano confusa, por lo que se acercó a mí para escuchar la conversación.
—¿Qué le ha pasado a la tía Susana? —le preguntó mi hermano.
—La han encontrado muerta en el bosque cerca del internado de Andrea —nos explicó y ambos nos tensamos de pies a cabeza.
—¿En el bosque del internado? —pregunté sin creerlo, haciendo que Iván frunciera el ceño, sin entender nada.
¿Habían matado a mi tía?
—Me dijo que tenía que ir al internado por un tema de trabajo y no volví a saber de ella hasta que me llamó la policía —nos explicó mientras se le rompía la voz.
—Estamos de camino, Sandra. Hablamos cuando lleguemos al internado —zanjó la conversación Izan antes de quitarme el teléfono y colgar la llamada.
—¿Han matado a la tía Susana? —pregunté aún en shock, sin creerlo.
Él se limitó a abrazarme mientras veía a Adrián agarrando la mano de Iván mirándonos confuso.
Tras unos segundos, me aparté de él y, sin decir una palabra, agarré mi chaqueta antes de darle un abrazo a mi madre y salir de la habitación.
Creo que mi madre me dijo un “nos vemos pronto”, pero no estoy demasiado segura, ya que mi mente estaba tan alejada de todo que apenas procesaba las cosas que estaban pasando a mi alrededor.
Caminé hasta el coche de mi hermano con periodistas haciendo mil preguntas a la vez, por lo que no supe de qué hablaban.
Iván llegó a mi lado y apartó a los periodistas ligeramente de mí antes de abrirme la puerta del coche.
Debió ver que estaba ida porque, nada más entrar, agarró mi mano y le dio un pequeño apretón, trayéndome de vuelta a la realidad.
—¿Estás bien? —me preguntó algo preocupado.
—Sí —le respondí—. Es solo que no me esperaba recibir una noticia así después de lo que sucedió con mi madre ayer —le informé antes de que Adrián subiera al coche, quedando a mi lado.
En cuanto nos pusimos los cinturones, Izan me lanzó un periódico que miré con el ceño fruncido, pero entendí todo en cuanto vi el titular principal.
“El inesperado beso entre Iván Noiret y Andrea García”
—Joder —murmuré soltando un suspiro cansado antes de lanzar el periódico al asiento que quedaba libre, no queriendo ver la estúpida foto que estaba en grande de Iván y yo besándonos.
Durante el trayecto, Adrián no paró de hacerle preguntas a Iván y él las contestó como si normalmente no fuera un antipático. De hecho, incluso le vi sonreír unas cuantas veces por las preguntas que le hacía el niño.
—¿Tú y mi tía sois novios? —preguntó de repente, haciéndome fruncir el ceño.
¿Mi tía?
—Te llama así porque eres mi hermana —me explicó mi hermano.
Supuse que a él también lo llamaba tío Izan o algo así.
—Tu tía Andrea me odia —le dejó saber Iván, ganándose un golpe en el brazo por mi parte.
Esto hizo reír al pequeño, ya que solamente probaba la respuesta de Iván.
Al llegar al internado, los periodistas rodearon el coche de mi hermano, así que, tras suspirar, todos salimos del vehículo ignorándolos.
Los cuatro entramos en el internado y, nada más hacerlo, dos brazos me envolvieron con fuerza.
Al agachar un poco la cabeza, vi una cabeza rubia, haciéndome saber que era mi prima Patricia, la hija de Susana.
—Hola, Patri —susurré mientras le devolvía el abrazo.
—Andy —susurró, haciéndome saber que estaba llorando.
Le acaricié el pelo mientras veía a Iván marcharse y a mí tía Sandra acercarse.
—Hola, mis niños —nos saludó antes de abrazar a mi hermano y después repetir el gesto conmigo.
—¿Cómo estás? —le preguntó mi hermano.
—Hacía años que no hablaba con ella, al igual que vosotros, pero era mi hermana —nos explicó.
Susana me culpó de la muerte de mi padre y me dijo cosas muy hirientes, así que mi familia intentó hablar con ella, pero se negó a disculparse conmigo, haciendo que todos nos separáramos de ella con el tiempo.
Iba a girarme hacia Patricia, pero fui interrumpida por Carol, quién se acercó a mí con incomodidad, por lo que supuse que Iván había hablado con ella sobre el beso.
—Lo siento mucho, Carol —me disculpé y ella negó con la cabeza antes de agarrar mi mano.
—¿Puedes venir un momento? —me pidió y fruncí el ceño al escuchar la culpa en su voz.
Me giré hacia mi tía y ella asintió con la cabeza.
—Nosotras nos vamos enseguida. Esperamos que vengas al funeral —dijo rodeando los hombros de Patricia, quién tenía los ojos hinchados y rojos de haber estado llorando.
—Yo mismo vendré a buscarla —le aseguró mi hermano y le di un pequeño abrazo antes de acercarme al pequeño.
—Espero verte pronto a ti también, pequeño —le dije y él sonrió antes de extenderme la mano, la cual choqué, haciéndole sonreír aún más.
Tras esa acción, me despedí de Patricia y me alejé de ellas, siguiendo a Carol hacia la biblioteca, que estaba vacía, ya que era la hora del desayuno.
—¿Qué pasa? —le pregunté confusa.
—¿Recuerdas a Susana López? ¿Una de las huérfanas? —me preguntó y asentí con la cabeza en respuesta—. Pusimos una foto suya en el periódico y apareció tu tía, Andrea. Le explicamos todo y nos aseguró que iría a la policía, pero no volvimos a verla —me explicó, haciendo que apartase la mirada—. Lo siento.
—No es culpa vuestra —le aseguré y, tras unos segundos en los que pareció dudar, se acercó a mí y me abrazó.
Apoyé la cabeza en su hombro y la abracé con fuerza mientras dejaba un par de lágrimas rodar por mis mejillas.
—Lo siento mucho, Carol —me volví a disculpar.
—Deja de decir eso —me pidió sin separarse de mí—. Tenemos cosas más importantes por las que preocuparnos.
Y eso que ella no sabía lo peor de todo aquello.
La noche que pasamos Iván y yo en el hospital, me desperté temprano por una notificación que me había llegado a eso de las dos de la mañana. Cuando abrí el mensaje, vi que era un vídeo hecho en el hospital. En él, salíamos mi madre, Iván y yo dormidos en la habitación, pero no podía quedarme allí más tiempo con ella porque mi madre no me hubiera dejado.
Cuando el vídeo terminaba decía “si quieres que tu madre siga con vida, deshazte de las pruebas”
Y así tenía que hacerlo, no podía volver a poner su vida en peligro.
Así que, por mucho que lo odiase, tenía que traicionar a mis amigos.
—Necesito estar sola. Voy a subir a la habitación —le informé separándome de ella.
—No te preocupes, te cubrimos en las clases. Avísanos si necesitas algo —me pidió y asentí con la cabeza antes de empezar a subir las escaleras.
Caminé ida y, cuando pasé por delante de la habitación de Mateo, antes de que pudiera hacer nada al respecto, él me arrastró dentro de ella.
Lo miré con el ceño fruncido antes de que me tirase varios papeles a la cara.
—¿Por qué coño me envías anónimos? —me preguntó furioso y, tengo que admitir, que me costó unos segundos de más recordar que le había dejado uno desde debajo de la puerta.
—Mira, no me toques los ovarios, que suficiente mierda tengo encima. Yo solo te envié uno, y si te digo la verdad, me la suda lo que le hicieras a Cristina. Tengo cosas más importantes de las que preocuparme —le informé, pero cuando intenté salir de allí, me agarró del brazo y me empujó hasta dejarme contra la pared.
—Tres años mandándome anónimos. ¿Te has reído mucho? Porque a mí no me hace ni puta gracia —me aseguró cabreado, así que miré al suelo en busca de mi anónimo.
En cuanto lo vi, me solté de su agarre y me agaché para recoger la hoja de papel, la cual le extendí.
—Este es el único que yo te he mandado, ¿vale? —le informé empezando a cansarme de aquello.
—¿Te crees que soy gilipollas? —me preguntó quedando muy cerca de mí—. ¿Este sí y los otros no?
—Mira, gilipollas. Yo no sé qué coño le hiciste a Cristina, vi la foto y quise joderte por lo que me habías dicho en clase. Punto —le dije sin dejar que me asustara—. Lo que fuera que hicieras o no, me la suda —le aseguré antes de que se apartara de mí, sentándose en su cama.
—Yo no he lastimado a nadie —me informó mucho más tranquilo, y parecía que decía la verdad, pero yo ya no me fiaba de nada, ni de nadie—. Y mucho menos a Cristina. Yo la quería. Siento todo esto. Lo siento, lo siento de verdad —se disculpó con la mirada en el suelo.
Tras salir de la habitación de Mateo, fui a la mía para ponerme el uniforme y, una vez vestida, me dirigí a la cocina para buscar a Jacinta, pero, al no encontrarla, fui a buscarla a su habitación.
—Jacinta —la llamé desde la escalera.
—Pero si es la alumna prófuga —anunció, haciéndome sonreír.
—Merecido.
—¿Qué haces aquí? —me preguntó con su característica carpeta en la mano.
—Necesito una pastilla para la regla —le informé.
—Sabes que no se nos tiene permitido daros pastillas a ti y a tus amigos —me recordó antes de que viera a un chico de unos catorce años detrás de ella.
—Vamos a ver, Jacinta. Si hubiera querido droga, ¿no la hubiera comprado en mi noche loca fuera del internado? Que te estoy pidiendo un ibuprofeno, no pastillas de éxtasis.
—Si Elsa se entera de esto, te tengo limpiando retretes hasta que te gradúes —me advirtió.
—A mí no puedes amenazarme como a los niños, pero no te preocupes, que de aquí —dije señalando mis labios—, no sale nada.
Ella intentó ocultar una sonrisa antes de empezar a bajar las escaleras, seguida por mí. Fui con ella hasta la cocina y, en cuanto me dio la pastilla, fui al baño a tomármela para que nadie en la cocina me viera y pudiera contárselo a Elsa.
Cuando iba a salir, escuché unos sollozos salir de uno de los cubículos, así que me acerqué a la puerta de la que salía el llanto.
Al abrirla, me encontré a Carol llorando, sentada en la taza del váter. La miré con pena antes de agacharme junto a ella y acariciarle la palma de la mano.
—Que haya cosas más peligrosas ahí fuera, no significa que lo que pasó no fuera importante —le expliqué, llamando su atención—. Si necesitas insultarme o mandarme a la mierda, hazlo. Pero no te quedes con todo ese dolor dentro.
—Sabía que Iván tenía interés en ti desde el primer día, Andrea. Pero no quería verlo. No quería ver que ya no somos los niños enamorados que solíamos ser —me explicó mientras se secaba las lágrimas.
Antes de que pudiera hablar, alguien abrió la puerta del baño, sobresaltándonos.
—Chicas, vamos a intentar recuperar el vídeo de Cayetano —nos informó Vicky en cuanto nos vio—. ¿Vamos?
—Sí, sí, ya vamos —respondió Carol y ambas seguimos a Vicky hasta la habitación de los chicos.
Nada más entrar, Marcos bloqueó la puerta con una silla y Vicky abrió su portátil, el cual todos rodeamos.
—Espero que esto funcione —murmuró Marcos antes de que Vicky empezase a hacer lo suyo.
—Bien —celebró de repente ella, haciéndonos saber que había activado el programa de recuperación de datos—. Bueno, esto va a tardar un poco, ¿eh? Pero a lo mejor tenemos suerte.
—Bueno, venga, vámonos a clase —ordenó Marcos e intenté disimular mi terror por no saber cómo detener el programa.
—A ver, esto aquí no lo podemos dejar —nos recordó Iván antes de esconder el ordenador debajo de la cama de Roque.
Después de eso, todos fuimos a clase mientras intentaba descubrir una manera de detener el programa sin levantar sospechas.
Carol y Vicky acabaron de pelear en clase de esgrima, así que salió la siguiente pareja, la cual resultaba ser nada más y nada menos que Marcos e Iván.
—Perdone, ¿puedo ir al baño? Es que estoy con la regla, y no me encuentro muy bien —le pedí al profesor.
—Sí, por supuesto —me respondió él sin pensarlo dos veces.
—Gracias —le agradecí antes de salir de la sala.
Fui a la habitación de los chicos lo más rápido que pude, intentando que los profesores no me vieran, y bloqueé la puerta en cuanto estuve dentro.
Saqué el ordenador de debajo de la cama antes de detener el programa y borrar el vídeo definitivamente. Suspiré, odiándome a mí misma por traicionar a mis amigos, pero cerré el portátil y lo volví a meter debajo de la cama antes de salir de la habitación.
Después de la clase de esgrima, todos fuimos de nuevo a la habitación de los chicos para mirar los archivos borrados de Vicky. No voy a mentir, estaba bastante nerviosa.
—¿Que? ¿Está ya, o qué? —le preguntó Iván al ver a Vicky mirando la pantalla de su ordenador.
—Esto es un poco raro —respondió ella.
—¿Qué pasa? —le preguntó Marcos, que sujetaba la puerta para que nadie pudiera abrirla.
—Pues que no está —explicó Vicky.
—¿Qué? —preguntó el gallego acercándose a nosotros.
—Pues que se ha borrado —repitió ella.
—¿Cómo que se ha borrado? —le preguntó Carol.
—Pues que no está, no sé. No se que ha pasado —explicó Vicky alterada, de lo más nerviosa.
Sentí la mirada de Marcos en mí unos segundos, lo que me confundió bastante, ya que fui bastante cuidadosa a la hora de ir a la habitación.
—¿Puede ser algún fallo del programa? —le pregunté intentando que no sospechasen de mí.
—No, no creo —me respondió ella intentando averiguar qué había pasado—. Que no está. Alguien ha entrado en el ordenador hace veintiocho minutos.
—Cuando estábamos en clase —avisó Roque.
—Han cancelado el programa de recuperación de datos —nos informó Vicky y volví a sentir la mirada de Marcos clavada en mí—. Ahora sí que no hay modo de volver a ver el vídeo.
En ese momento, Marcos se acercó a la cama de Iván y sacó la llave de los pasadizos.
—La llave sigue aquí —dijo aliviado.
—Que se nos adelantan siempre, joder —se quejó Iván—. Que nos tienen cogidos por los huevos. ¿Pero quiénes sois y dónde estáis, hijos de puta? —preguntó mirando a su alrededor, como si hubiera cámaras, cosa que no me hubiera extrañado nada.
—Carolina Leal, acuda al despacho de dirección —pidió Elsa por megafonía—. Carolina Leal, acuda al despacho de dirección —repitió y, con el ceño fruncido por la confusión, Carol salió de la habitación.
El resto fuimos a clase de mates, que era lo que nos tocaba, y me senté junto a Vicky, que miraba aterrada a Mateo.
—No es un asesino, Vicky. Me lo ha contado todo —le informé en voz baja.
—¿Cómo que te lo ha contado todo? ¿Que has hablado con él de lo de Cristina? —me preguntó alterada.
—Él no la mató, o eso dice él. De hecho, estaban juntos —le expliqué.
—Juntos de... ¿juntos? —me preguntó sin poder creérselo—. Pero si era su alumna, ¿no? —preguntó, haciendo que le dedicase una mirada de "ya ves"—. Qué fuerte.
—No, fuerte lo que les pasó. Estaban solos en la playa, tomando birras y el mar estaba revuelto. Pero ella se empeñó en bañarse y nunca salió del agua —le expliqué en voz baja.
—¿Qué, qué? —me preguntó levantando la voz, así que le di un pequeño golpe con el pie en la pierna.
—Que la corriente se la llevó mar adentro, no sé ni las veces que me lo repitió. Él intentó salvarla, pero la corriente lo llevó contra unas rocas. Tiene una cicatriz enorme en la espalda —la informé dejándome caer en el respaldo de la silla.
—¿Y por qué no llamó a la policía?
—Ella era menor, y él estaba pedo.
—¿Y lo ha mantenido en secreto hasta ahora?
—Pero eso no es lo peor, hay alguien que lleva tres años mandándole anónimos. Alguien que sabe que estaban juntos.
Vicky iba a seguir preguntando, pero sonó la campana de final de clase, así que salimos del aula.
Sentí mi teléfono vibrar en mi bolsillo, así que lo saqué y, cuando miré la pantalla, vi que era un mensaje de Marcos.
Mi gallego <3: puedes venir a mi cuarto? Necesito hablar.
Sin esperar, me despedí de Vicky y subí a la habitación de Marcos después de haber dejado los libros en la mía. Al entrar, lo vi sentado en su cama con mala cara.
—¿Qué pasa? —le pregunté confusa.
—Que estoy jodido —me respondió mientras cerraba la puerta—. ¿Sabes? Estoy jodido, Andrea. Y estoy jodido porque creo que lo del robo de las pruebas del desván y lo del vídeo de Cayetano, creo que ha sido uno de nosotros.
Sí, pruebas del desván.
Le pedí ayuda a Izan después de haber visto el vídeo, y la noche que nos escapamos se coló en el internado y quemó las pruebas que teníamos en el desván.
—¿Qué? —le pregunté fingiendo sorpresa e indignación.
—Tú piénsalo. Solo nosotros conocíamos el desván y nadie más sabía que le íbamos a entregar las pruebas a la jueza.
—Pero, ¿tú que estás diciendo? Eso no puede ser —le aseguré a la defensiva.
—¿No?
—¡No! —le respondí antes de que se me quedase mirando—. ¿Quién? A ver, dime, ¿quién?
—Mira, ojalá me equivoque, ¿vale? Pero uno de nosotros es un traidor —declaró y, honestamente, esa última palabra llegó a lo más hondo de mí.
¿Eso era? ¿Una traidora?
—Y te cuento esto porque eres mi mejor amiga —me dijo y me sentí más culpable de lo que debería.
—Mira, Marcos. Yo lo que creo que es que a ti se te está yendo la olla. No sé como puedes dudar de Iván, o de Roque, o de Vicky, o de Carol, o incluso de mí. Más te vale tener pruebas antes de acusar a nadie —le advertí antes de que la puerta me golpease la espalda.
Con un muñeco en la mano, la pequeña Paula entró en la habitación.
—Hola, Marcos —saludó ella antes de mirarme—. Hola, Andrea.
—Hola, corazón —la saludé antes de darle un beso en la cabeza.
—Hola, cariño —le saludó Marcos después de que ella se acercase a él—. ¿Cómo estás?
—Marcos, ¿es verdad que las apariencias engañan? —le preguntó la pequeña.
—Eso dicen —respondió él echándome una mirada, y eso me lo confirmó.
Sospechaba de mí.
—Pero... ¿Siempre, siempre, siempre?
—No, siempre, siempre no —le respondió su hermano.
—Osea, que no toda la gente que parece buena es mala, ¿a que no?
—No, claro que no. Sólo alguna —respondió antes de volver a mirarme, haciendo que soltase un pequeño bufido.
—Si sospechas de mí, al menos ten los cojones de decírmelo a la cara —le pedí antes de salir de la habitación.
Fui a dar una vuelta y, al cabo de un rato, fui a las duchas, ya que necesitaba relajarme un poco.
La conversación con Marcos me había dejado de lo más tensa.
—Oye, Vicky, luego necesito que me ayudes con los deberes de Latín, porfa —le pedí, ya que me encontré a las chicas en las duchas.
—Ay sí, y Camilo, que coñazo, joder —se quejó Carol, haciéndonos reír a las tres.
Al salir de la ducha, fui al lavabo con mi neceser, pero me detuve al ver un mensaje en el espejo.
"A las diez en la ermita. Trae la llave"
—Además, ¿vosotras creéis que nos va a servir de algo saber que dijo Seneka en no sé dónde? —nos preguntó Vicky mientras yo miraba el espejo fijamente.
Cuando salí del pequeño trance, borré rápidamente el mensaje con la toalla que estaba usando para secarme el pelo antes de que Vicky y Carol salieran de la ducha también.
—¿Te pasa algo? —me preguntó la segunda con el ceño fruncido.
—No, no, estoy bien.
Después de cambiarme, decidí ir a por la llave. Por suerte, cuando fui a la habitación de los chicos no había nadie, así que corrí a la cama de Iván y envolví la llave con mi chaqueta antes de empezar a caminar hacia la puerta.
El problema vino cuando iba a salir, ya que Iván abrió la puerta en toalla. Yo escondí la chaqueta detrás de mí y se me quedó mirando.
—Joder, Andrea, ¿pero qué haces aquí?
—Quería hablar contigo —improvisé.
—¿De qué? —preguntó mientras cerraba la puerta de la habitación.
—De lo que pasó en el parque —respondí acercándome a él y, lo único que pasaba por mi mente en ese momento, era la imagen de Carol llorando en el baño, lo que me hizo sentir horrible por lo que estaba a punto de hacer.
Envolví su cuello con mis brazos y lo besé mientras él rodeaba mi cintura con los suyos.
—Por cierto —comentó separándose de mí—. Recuérdame que te diga que tengamos charlas así, todos los días —me pidió y asentí con la cabeza antes de volver a juntar nuestros labios.
La verdad, es que no sabía qué narices estaba haciendo. A mí Iván no me gustaba y yo a él tampoco. De hecho, nos odiábamos, pero supongo que eso era lo que hacía que besarnos o tocarnos fuera tan excitante.
Él nos acercó a la cama que solía ser de Cayetano sin dejar de besarme mientras intentaba meterme mano. Intenté evitar sus manos lo máximo posible, pero, cuando me acercó aún más a él y pude sentir su erección contra mi pierna me separé de él.
No podía seguir jugando así con él por mi propio beneficio. Yo no era así.
—Oye, Iván —le llamé.
—¿Qué? —preguntó desconcertado por la repentina falta de contacto.
—Gracias por lo que hiciste por mí —le agradecí, haciéndole sonreír.
—Sé que tú hubieras hecho lo mismo por mí —me respondió, así que lo abracé.
—Iván, has sido la primera persona en ayudarme sin pedirme nada a cambio, de verdad. Gracias —susurré mientras sentía sus brazos rodearme.
Tras unos segundos, me separé de él y me levanté de la cama antes de ir a por la chaqueta.
—¿Donde vas? —me preguntó confuso.
—Te veo luego —respondí abriendo la puerta.
—Vale, vale —dijo él con el ceño fruncido mientras yo cerraba la puerta.
Nada más hacerlo, me apoyé en ella e intenté que las lágrimas que se habían acumulado en mis ojos no salieran.
Respiré profundamente un par de veces antes de salir de allí mientras sentía un gran nudo en el pecho.
Me sentía una persona horrible por Iván, pero sobre todo por Carolina, no era justo lo que estaba haciendo. Me estaba comportando como una zorra y una horrible amiga.
Ya estaba casi en la ermita y, a decir verdad, estaba aterrorizada, ya que jamás me habían citado en ningún lugar.
—¿Hola? ¿Hay alguien? —pregunté alumbrando con la linterna a mi alrededor—. ¿Hola?
—Hola, Andrea —escuché que decía la voz de Marcos a mis espaldas, haciendo que me tensara de pies a cabeza.
Me di la vuelta lentamente esperándome lo peor y, al hacerlo, vi a los cinco delante de mí.
—¿Qué haces aquí? —me preguntó Marcos, pero no respondí, ya que estaba paralizada—. ¿Que qué haces aquí? —volvió a preguntar.
—Os he seguido —improvisé.
—¿Y qué llevas ahí escondido? —me preguntó señalado mi chaqueta con la linterna.
Mis ojos se llenaron de lágrimas mientras mi respiración se aceleraba y la culpa me consumía por dentro.
—Saca lo que tengas ahí, por favor —me pidió Iván sin poder creer lo que veía.
Tras unos segundos en los que dudé, saqué la llave de la chaqueta, haciendo que todos me mirasen dolidos.
—¿Desde cuándo estás con ellos? —me preguntó Roque acercándose a mí, y las lágrimas empezaron a caer de mis ojos—. ¿Desde cuándo? ¿Estabas con ellos cuando mataron a Cayetano?
—No, claro que no, Roque —le respondí dolida.
—¿No? ¡Hija de puta! —me gritó furioso mientras Vicky y Carol lo apartaban de mí.
—Andrea, nosotras flipamos. Pensábamos que eras nuestra amiga. Que te importábamos —dijo Carol, y cada palabra estaba destrozándome.
—Pensábamos que te conocíamos, te habías convertido en nuestra mejor amiga. ¿Cómo has podido hacernos esto? —me preguntó Vicky e Iván las apartó de mí.
—Andrea, di algo, coño —me pidió y agaché la cabeza dejando caer aún más lágrimas—. ¡Pero defiéndete, coño! —me gritó y levanté la cabeza para mirarlo a los ojos.
Al hacerlo, vi que sus ojos estaban tan aguados como los míos y me destrozó verlo así de dolido, verlos a todos decepcionados. Miré detrás de Iván y vi a Marcos mirándome con una frialdad que jamás había visto en sus ojos.
—Lo siento —fue lo único que dije antes de empezar a caminar hacia el internado.
Los cinco me siguieron mientras me echaban la culpa, insultándome y gritándome, pero no me importó. Me lo merecía, les había mentido a la cara, los había engañado y había jugado con ellos y su confianza.
Me merecía cada insulto, cada palabra hiriente, cada una de sus acusaciones... Me merecía todas y cada una de sus palabras.
Al llegar a mi habitación, me giré hacia ellos cansada, ya que no quería seguir con la discusión.
—Dejarme en paz —les pedí.
—¿Que te dejemos en paz? ¿Pero tú...? —preguntó Iván agarrándome del brazo con bastante fuerza, tanta que me hacía daño, pero no me quejé—. ¿Por qué, Andrea? ¿Por qué? —al no contestar me soltó y me miró con asco.
—Atrancar la puerta —les pedí con los ojos llenos de lágrimas.
—¿Para qué? —me preguntó Roque furioso—. ¿Nos vas a pegar un tiro?
Miré a Marcos con súplica y, tras unos segundos, atrancó la puerta como le había pedido, pero con la misma expresión de asco y enfado de antes.
Me senté en la silla del escritorio y abrí mi portátil antes de poner el vídeo que me habían mandado la noche anterior.
—Esos sois vosotros —dijo Carol confusa viendo el vídeo.
—Y tu madre —añadió Vicky, haciendo que todos se quedaran en silencio mientras yo lloraba.
—¿Qué hubierais hecho vosotros? —les pregunté mientras las lágrimas rodaban por mis mejillas.
—Hijos de puta —exclamó Iván quitando el vídeo antes de abrazarme.
—¿Ahora qué vamos a hacer? —les pregunté exhausta—. ¡Porque lo saben todo! ¡Lo controlan todo! —grité frustrada, pero, nada más terminar de decirlo, me llegó otro mensaje.
Vicky lo abrió por mí y vimos que era otro archivo de vídeo, así que lo reproducimos, dejando ver a mi tía en pantalla llena de heridas y golpes.
—Dejad de investigar. Dejad de remover en el pasado, por favor. Andrea, no seas como tu padre y deja el pasado atrás. ¡Aún estáis a tiempo! Sí lo dejáis ahora, nadie os hará daño —nos aseguró antes de hacer una pequeña pausa—. Lo siento mucho, Andy. Jamás debí haberte acusado de aquellas cosas —se disculpó antes de que acabara el vídeo.
Tenía un nudo en el pecho horrible.
¿“no seas como tu padre”?
¿Significaba aquello que esos hijos de puta habían sido los responsables de su muerte también?
—Lo siento, tía —susurré mirando su imagen congelada en la pantalla y Carol me abrazó por detrás, rodeándome los hombros.
𝐀𝐃𝐑𝐈𝐀́𝐍
seis / padres no famosos
(by Ethan Cutkosky)
“𝐄𝐋 𝐁𝐄𝐁𝐄 𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐅𝐀𝐌𝐈𝐋𝐈𝐀”
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