𝗘𝗹 𝗷𝘂𝗶𝗰𝗶𝗼
Estaba en el coche junto a Laura y a su abogado, mientras nos explicaba que era lo que teníamos que hacer y qué iba a suceder, pero yo no podía pensar en otra cosa que no fuera Izan.
Sabía que iba a estar ahí y no iba a ser capaz de mirarlo a la cara. Me había jodido, me había jodido, pero bien. Él sabía lo que yo tenía que perder si la gente se enteraba de lo de Carlos, pero le dio igual.
Tras unos minutos, salimos del coche, rodeadas de cámaras y reporteros haciéndonos preguntas que ninguna contestó.
Laura solo tenía unos pocos años más que yo, tenía 21, y había confiado en Carlos, al igual que yo lo había hecho.
Primero tuvo que entrar ella, ya que no podíamos estar juntas a la hora de testificar para no influir en el testimonio de la otra.
Cuando entré yo a la sala, mi madre ni siquiera me miró a la cara, no era capaz. Sabía que si testificaba, Carlos iría a por ambas, pero ella tampoco podía hacer nada. Aunque eso yo no lo sabía en aquel momento, yo no tenía ni idea de que él también abusaba de mi madre, solo que no sexualmente.
Él la golpeaba y la manipulaba, pero, en ese momento, yo solo veía a mi madre como una mujer que confiaba más en su marido que en su hija, y fue lo que me hizo odiarla durante tanto tiempo.
—Buenos días, Andrea. Le agradecemos su colaboración en el caso —me agradeció el abogado de Laura, el cual era amigo de mi tía Sandra—. Señorita García, su hermano Izan dijo a la policía que usted había sido abusada sexualmente por el acusado, ¿es esto cierto? —me preguntó y agaché la cabeza durante unos segundos antes de suspirar y responder.
—Sí, lleva años haciéndolo —le dije sin mirar a Carlos, porque sabía que si lo hacía, me acobardaría y no sería capaz de decir nada.
—¿Cuándo fue el último suceso, señorita García?
—Hace un par de días, cuando vino a visitarme al internado en el que estoy internada —le expliqué con un nudo en la garganta, ya que jamás había hablado de ello con detalles, y no sabía si sería capaz de hacerlo.
—¿Qué sucedió?
—Me llevó al despacho de la directora y me amenazó por haber visto a mi hermano. Me dijo que volvería en unos días, y que haría lo que él me pidiera o dañaría a mi madre. Antes... —intenté explicar mientras mis ojos se llenaban de lágrimas—. Antes de marcharse, él... —volví a intentar decir antes de suspirar con los ojos cerrados, intentando tranquilizarme—. Fingió abrazarme para poder tocarme —les expliqué mientras sentía mi voz romperse.
—¿Y cuándo ocurrió la primera vez? —me preguntó el abogado, mirándome con pena, casi como si no quisiera seguir preguntándome aquello.
—Yo tenía once. Mi madre estaba fuera del país y Carlos entró en la habitación con la excusa de ayudarme con los deberes. Pero, entonces, empecé a notar que su actitud era diferente a las otras veces que me había ayudado. Me miraba mucho, colocaba sus manos en mis piernas, en la parte baja de mi espalda... hasta que metió su mano debajo de mi falda. Me levanté de inmediato, asustada, sin saber qué estaba ocurriendo.
»Carlos me dijo que eso era lo que hacía la gente que se quería y, por mucho que intentara resistirme y luchar porque me dejara en paz, yo solo era una niña, él tenía mucha más fuerza que yo —dije mientras varias lágrimas caían de mis ojos.
—¿Le contó a alguien a parte de a su hermano estos sucesos? —me preguntó el abogado y asentí con la cabeza ligeramente antes de mirar a mi madre.
—Se lo dije a mi madre en cuanto llegó de su viaje, pero me dijo que estaba loca, que solo quería llamar la atención, y que sólo lo hacía porque lo odiaba y lo quería fuera de nuestras vidas —expliqué sintiendo mi corazón encogerse al recordar aquel día.
Esa noche, no solo me perdí a mí misma, sino que perdí a mi madre.
—¿Por qué no denunció antes lo que había sucedido?
—Porque Carlos me dijo que si se me ocurría abrir la boca, iba a ir a por mi madre, después a por mi hermano y finalmente a por mí. Que iba a ir a por cualquier persona que me importara —expliqué antes de mirar a mi hermano, quién tenía los ojos llenos de lágrimas.
—No hay más preguntas —informó el abogado de Laura antes de volver a sentarse.
La abogada de Carlos se levantó en ese momento y se acercó a mí con una actitud que gritaba “voy a hacerte caer” a kilómetros de distancia.
—Hola, Andrea, gracias por estar aquí, hoy —me dijo con falsa simpatía—. ¿Es verdad que casi te echan de tu internado por consumo de drogas? —me preguntó y sabía perfectamente que aquella pegunta me iba a quitar credibilidad.
—Sí, es verdad —respondí mientras me limpiaba las lágrimas de las mejillas.
—¿No es posible, que estuvieras bajo los efectos de las drogas cuando sucedieron los supuestos hechos y que te lo hayas imaginado por culpa de éstos? —me preguntó, haciendo que apretara los puños.
—No, no es posible. Hay testigos en algunos de los sucesos, además, yo no consumo drogas —le aclaré.
—Tu directora dice otra cosa —me dijo, haciendo saltar al abogado de Laura.
—Protesto —dijo éste.
—Lo retiro —dijo la abogada de Carlos antes de dar un par de pasos hacia mí.
—Dices que no consumes drogas, pero se te ha visto fumando en en varias ocasiones —me dijo y apreté la mandíbula, empezando a perder los nervios.
—Como a muchos adolescentes, y no por eso acusan a sus padrastros de violación —le dije muy cabreada.
—Andrea, también hay constancia de que estuviste ingresada en un centro psiquiátrico, por tener alucinaciones antes de ser internada en el internado Laguna Negra —me dijo la abogada y todo mi cuerpo se tensó.
—Fue por el estrés post traumático. Me hizo creer que veía a mi padre por la culpa que sentía por su muerte —le dije, sabiendo que era mentira, pero eso era lo que me repetían los enfermeros una y otra cuando me tenían encerrada.
—No hay más preguntas —anunció la abogada de Carlos antes de ir a sentarse junto a él.
—Ya puedes bajar, corazón —me dijo la jueza lo más amable posible—. Nos tomaremos 5 minutos de descanso mientras tomamos una decisión —anunció la jueza, así que salí de allí lo más rápido, ya que sentía que me ahogaba en aquella habitación.
Al salir fuera, varios periodistas empezaron a rodearme, lo que solo hizo que me agobiase aún más. Empecé a sentir que me faltaba el aire, pero, antes de que pudiera reaccionar, mi hermano llegó a mi lado y me apartó de los reporteros.
—Ey, ya está, lo peor ya ha pasado —me aseguró agarrando mi cara con sus manos.
—No, no van a creerme. Carlos va a salir libre. Todos van a creer que miento —le dije hiperventilando, así que Izan tiró de mí y me abrazó con fuerza mientras dejaba las lágrimas caer de mis ojos.
—Nadie cree eso, Andy —me aseguró en voz baja mientras me acariciaba el pelo.
Estuvimos así unos minutos antes de que mi teléfono empezara a sonar.
—Contesta, estaré ahí en la esquina esperándote, ¿vale? No dejaré que ninguno de esos buitres se te acerque —me dijo y asentí con la cabeza antes de sacar mi teléfono del bolsillo.
Vi el número del internado en la pantalla, así que fruncí en ceño antes de contestar y, a hacerlo, reconocí la voz al instante, pero era la última persona que esperaba que me llamase.
—¿Cómo lo llevas, mocopiercing? —me preguntó Iván al otro lado del teléfono, haciéndome sonreír.
—Lo llevo —respondí limpiándome las lágrimas con la manga de la chaqueta.
—¿Estás bien? —me preguntó, y parecía realmente preocupado.
—Todo lo bien que se puede estar tras haber declarado que mi padrastro lleva abusando sexualmente de mí desde que tengo once años —le respondí antes de sacar un cigarro y encenderlo.
—Me lo imaginaba —me dijo antes de que me acordara de que él tenía que estar de vacaciones.
—¿Qué haces en el internado? Pensaba que ibas a irte de vacaciones con Carol —le pregunté antes de darle una larga calada al cigarro
—Me han castigado. Una tía me ha acusado de robar el examen de mates y me han castigado sin puente —me explicó y puse una mueca
—Que putada, lo siento —me disculpé, ya que me sentía realmente mal por él.
—Que va, no te preocupes. Me ha dejado claro quién confía realmente en mí —me dijo
—¿Y eso? —le pregunté algo confusa.
—Ya te contaré cuando vuelvas a esta cárcel —me dijo, haciéndome sonreír de nuevo.
—Pues preferiría estar allí que aquí —admití antes de darle otra calada al cigarro
—No hace falta que me lo jures —me dijo con un toque de diversión en la voz.
—Tengo que irme, pero te llamo luego —le dije.
—Vale, suerte —me dijo antes de colgar el teléfono.
Me quedé mirando el horizonte unos segundos antes de darle una última calada al cigarro y tirarlo al suelo.
Cuando me giré, Izan me rodeó los hombros con su brazo y ambos entramos de nuevo a la sala, ignorando olímpicamente a los reporteros.
Cuando declararon a Carlos culpable, una sensación de alivio recorrió mi cuerpo entero antes de que Izan me abrazase con fuerza.
—Se acabó el infierno —suspiré aliviada mientras Izan me abrazaba.
Tras separarme de él, fue Laura la me abrazó alegre antes de que me girase hacia mi madre. Vi como ella me miraba con una sensación que no supe identificar del todo, como si me odiase, pero me lo agradeciera al mismo tiempo.
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