prologue


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"Bajo la brillante luz de la luna, Inglaterra guardaba secretos aún por descubrir, y esta noche, una nueva historia estaba a punto de comenzar."
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—Señorita Astell, su madre la busca.

¿En algún momento han sentido que nada de lo que hacen parece ser suficiente? ¿No sienten que a pesar de intentar una y otra vez, no logran nada?

Si alguna vez lo han sentido, entonces podrían comenzar entendiendo a Astell Wentz. Aquella pequeña que no tenía más de cinco años, comenzaba a sentirse así debido a la constante presión que se ejercía sobre ella. Por lo que al escuchar como su elfina domestica decía aquello, soltó un pequeño suspiro antes de dejar de mirar por la ventana.

—Iré en un momento, Itzzy, puedes irte. —respondió la morena, haciendo que su elfina finalmente desapareciera de su habitación y permitiéndole volver a mirar por la ventana.

Y es que en realidad si tenía una buena razón para mirar, ya que, del otro lado del espeso bosque que servía como separación de las múltiples casas de la zona, había un lago que podía divisarse desde su ventana. Y justo ahí, frente a dicho lago se encontraba una casa abandonada en la que ahora se veía movimiento.

Al notar eso, la niña no pudo evitar preguntarse si dicho movimiento se debía a la presencia de fantasmas. Y entonces recordó que su padre una vez le había contado que la única hija de la familia que habitaba esa casa antiguamente, se había casado con un mago sangre pura originario de Ámerica y se habían mudado a México a formar su familia.

Eso solo hizo más fuertes los pensamientos de la niña de que eran fantasmas, puesto que su hermana al saber esa historia, se dedicó a contarle cada noche una leyenda diferente de México. La llorona, las momias, el jinete sin cabeza, el charro negro, el nahual y los aluxes de inmediato llegaron a su cabeza, por lo que Astell llevó sus manos a su boca para ahogar un grito.

Fue entonces que corrió para salir de su habitación y se apresuró a bajar las escaleras en busca de su mamá.

—¡Astell Amelie Wentz! —ante dicho llamado, la niña no pudo evitarlo y finalmente soltó un pequeño grito, lo que hizo que su mamá la mirara con confusión. —¿Qué te pasa, niña?

—¡Mamá! —exclamó Astell con terror puro en su voz y se apresuró a correr hacia su mamá, abrazandose de su pierna y haciendo que Angele hiciera una pequeña mueca ante tal acción. —La casa... Nephelle... la llorona.

—¿Qué te he dicho sobre balbucear cosas sin sentido? —preguntó su madre con frialdad, apartando el pequeño cuerpo de su hija de su pierna y frunciendo el ceño al notar la ausencia de su hija mayor. —¿Dónde está Nephelle?

Sin embargo, Astell no respondió, estaba demasiado ocupada dejando que su miedo carcomiera su mente. Por esto mismo, Angele rodó los ojos.

—¡Itzzy! —llamó la señora Wentz, decir que estaba molesta era poco, estaba furiosa. Aquel día llegaría su esposo de un viaje de negocios y le molestaba a sobremanera que sus hijas recibieran a su padre tarde o con la ropa completamente sucia. Finalmente, la elfina domestica se apareció en el vestíbulo de la casa sin atreverse a mirar a su ama. —Busca a Nephelle. ¡Ahora!

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Y mientras todo esto pasaba en la mansión Wentz, la pequeña Nephelle, de seis años, recorría el bosque en una patineta que se había encargado de restaurar a escondidas de sus papás para evitar que se la quitaran. Estaba completamente feliz de por fin poder haber escapado de la mira de su madre, y estaba segura de que tenía tiempo de sobra para jugar un rato por el bosque sin preocuparse por llegar tarde a recibir a su padre.

En realidad no le importaba mucho, de todos modos él se volvería a ir. Pero no quería meterse en problemas ella o meter en problemas a Itzzy, así que aunque no lo quisiera, debería volver antes del ocaso.

Fue entonces que tras jugar solo con su imaginación, vio a unos metros a un niño de cabello rizado y negro, aquel niño ocupaba algún extraño aparato muggle en sus oídos, y aquello hizo que la morena ladeara su cabeza con curiosidad, intentando descifrar que era. Por lo que presa de la curiosidad, comenzó a acercarse en silencio, notando también que el niño parecía estar armando una especie de catapulta.

Fue entonces qué quitada de la pena, se sentó a un lado de él y comenzó a ver las anotaciones de su libreta, notando que a su catapulta le faltaba impulso.

—Le falta el impulso. —mencionó Nephelle al ver que el niño ya la estaba viendo. Sin embargo, antes de responderle, se quitó el aparato muggle de los oídos.

—Perdóname, no te escuché. —le respondió, haciendo que Neph rodara los ojos con diversión. —¿Qué decías?

—No tiene impulso. —repitió la morena, y al ver que aquel niño parecía no comprenderla, mordió el interior de su mejilla, pensando como explicarlo mejor. —Falta tensión en el muelle y soporte para que tenga un mejor alcance, aunque podrías darle más altura. Si no lo haces, el proyectil no llegará lejos... no tendrá tanto alcance.

Dicho aquello, se tomó la libertad de comenzar a mover algunas cosas en el invento del niño, el cuál continuaba mirándola con atención. Y mientras ella se dedicaba a arreglar algunas cosas de la catapulta, recordó que después de uno de los múltiples viajes de su padre, había regresado hablando y quejándose del señor Weasley por intentar investigar un aparato muggle llamado "audífonos" que servía para escuchar música.

Y aunque no le gustaba quedar como tonta o inocente, se animó a preguntar para saber si aquel extraño aparato eran los audífonos.

—¿Estabas escuchando música?

—Sí, ¿quieres escuchar? —preguntó, por lo que Neph de inmediato asintió. Así que el niño le extendió un lado del cable y ella no tardó en entender que debía ponérselo en el oído para poder comenzar a escuchar.

Aunque en realidad lo había entendido solo porque vio que él lo había hecho.

Entonces comenzó a escuchar un ritmo pegajoso, nada comparado con las canciones que normalmente escuchaban su mamá y su papá. Esta canción se escuchaba más alocada y eso le gustó.

—¿Eso es español? —preguntó, a lo que él niño rápidamente asintió.

—Sí, esos son "Hombres G" —respondió, por lo que Nephelle lo miró con confusión puesto que jamás había escuchado hablar de ellos. —Soy de México, solo que me he mudado aquí. —fue así que ella lo comprendió todo, seguramente viviría en la casa que antiguamente había sido abandonada.

Entonces escuchó algo que le llamó la atención. Ella sabía hablar español debido a que su mamá se encargaba de enseñarles cosas básicas a ella y a su hermana, tales cómo; lengua materna, expresión oral, matemáticas, ciencias e idiomas. Sin embargo, nunca había escuchado dicha palabra, por lo que suponiendo que era parte de un dialecto mexicano, volvió a preguntar.

—¿Qué significa mamón? —su curiosidad estaba aumentando cada vez más, y el pequeño niño frente a ella no sabía como explicarle el significado de esa palabra que supuso, era nueva para ella.

—Es como un insulto. —dijo él finalmente, aún vacilando ante como lo explicaría. —Sue usa para alguien que es muy... creído.

Tras aquella explicación, Nephelle asintió y continuó escuchando las canciones que estaban en el casete por algunos minutos, mientras que cortaba y ajustaba partes de la catapulta junto con el niño, todo esto entre pláticas amenas y bromas.

Después de una media hora, lograron terminar la catapulta, por lo que determinados a probarla en ese momento, subieron una pequeña colina y en el camino, recogieron una piedra que utilizarían como proyectil, por lo qué, al llegar a la cima de la colina, posicionaron la catapulta y la prepararon para finalmente poder colocar la piedra en la cuchara, tomando vuelo.

—Ten cuidado, con el impulso que le añadimos, esa piedra podría llegar a China, así que no la sueltes o nos meteremos en problemas. —mencionó Nephelle, puesto que desde donde estaban, al lanzar la piedra podría caer en la propiedad de los Malfoy.

—Tranquila, tengo todo perfectamente... —antes de que él pudiera terminar de hablar, llegó otra niña, era rubia y parecía ser de la edad de Astell, lo que hizo que Nephelle ladeara un poco la cabeza.

—Xander. —habló la rubia, haciendo que el otro niño, que ahora sabía que se llamaba Xander, se distrajera y por error soltara la cuchara, haciendo que la piedra que habían ocupado como proyectil saliera disparada, y para su mala suerte, cayera en una de las ventanas de la mansión Wentz.

—¡¿Qué hiciste?! —preguntó Nephelle con preocupación, volteando a ver a Xander. —¡Le diste a mi ventana!

—¿E-era tu casa? —preguntó Xander, volviéndose más pálido de lo que era y de no ser por la situación, Neph habría bromeado con ello.

—Mamá te va a matar. —comentó la más pequeña de los tres niños, que al notar la presencia de Nephelle, volvió a hablar. —¡Hola, soy Dalia! Encantada de conocerte. —saludó energícamente, pero la morena no respondió, puesto que se encontraba aterrada.

—Dalia, ahora no... —replicó Xander.

—Bien, solo nos esconderemos y diremos que un pájaro atravesó la ventana. —sugirió Nephelle, intentando mantener la calma.

—¿Y cuándo busquen el cadáver del ave? ¿Qué pasará? —cuestionó Dalia, por lo que Neph la miró.

—¿No eres muy pequeña para pensar en todo? —cuestionó, y al voltear a su casa y ver que su mamá salía de su casa hecha una fiera, el miedo volvió a ella. —¡Ay no, es mi mamá! ¡Corran!

Y la única que hizo caso a eso, fue Dalia, quien corrió despavorida hacia su casa, sin embargo, Xander y Nephelle no corrieron con la misma suerte.

—¡Nephelle Leánne Wentz, detente ahí! —gritó Angele, que se acercaba a toda prisa.

—¿Te llamas Nephelle? —preguntó Xander, por lo que Nephelle negó.

—Ahora no... —fue entonces que la mamá de Neph llegó y se paró frente a ellos, viéndolos fríamente. —Hola, mami, te ves muy bien hoy.

—Nada de mami, ¿rompiste la ventana? —cuestionó la mujer, si anteriormente estaba enojada por la desaparición de su hija mayor, en ese momento estaba a punto de ponerse roja de coraje.

—¡Yo no fui! ¡Fue el pájaro! —explicó Nephelle con rápidez, señalando al cielo.

Entonces Angele se dedicó a mirar toda la escena, una catapulta y dos niños, uno de ellos su hija la más grande, que se la pasaba metiéndose en problemas.

—El pájaro agarró impulso con la catapulta, ¿no? Espera a que llegue tu padre y estarás en muy serios problemas. —entonces, la mirada de la mayor cayó en el niño junto a su hija, que solo miraba el césped bajo sus pies. —Y tú también...

—Xander.

—Xander, ¿vives aquí? —cuestionó Angele, puesto que nunca había visto a otro niño de su edad por los alrededores, más que al hijo de los Malfoy.

—Así es, me acabo de mudar. —murmuró el pequeño, manteniendo su mirada baja.

—Tendré que hablar con tu madre.

Entonces, como si la señora Wentz hubiera invocado a la madre de Xander, su auto apareció en la escena, y de ella bajó una mujer alta, rubia y de ojos azules. Nephelle no dijo nada, pero sin dudarlo era la madre de los niños que acababa de conocer, puesto que aquella mujer era idéntica a Dalia.

—Supongo que es ella, ¿no? —cuestionó Angele, y al ver que ni Xander, ni Neph respondían, se dispuso a caminar en dirección a aquella mujer que llevaba cargando algunas bolsas de comida. —Buenas tardes, señora, soy... —antes de que la mamá de Nephelle y Astell pudiera terminar de hablar, ambas mujeres se quedaron paralizadas mirándose. —¿Elisa?

—¿Angele? —preguntó la madre de Xander, tras esto, ambas se vieron por algunos segundos antes de darse un cálido abrazo, haciendo que Nephelle y Xander las miraran sorprendidos.

—¿Se conocen? —preguntaron ambos niños al unísono.

—Xander, cariño, ¿recuerdas cuando les conté de mi compañera de cuarto cuando estuve en Hogwarts? Era ella, mi mejor amiga, Angele. —narró Elisa con entusiasmo de por fin reencontrarse con su mejor amiga de la infancia, y está de más decir que Angele estaba igual. —Pero pasa, por favor, tenemos mucho de que hablar.

Dicho esto, ambas mujeres se adentraron en la casa de los Vasileou con sus brazos enganchados, dejando a Xander y Nephelle afuera.

—¿De la ventana que rompimos mejor ni les recordamos verdad? —preguntó Xander, por lo que Neph negó.

—Mejor así lo dejamos.

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Astell se encontraba con sus manos unidas por detrás de ella mirando todo el interior de la casa en la que creía que habitaban fantasmas. La realidad le gustaba mucho más, pues era una casa tan grande y elegante como la suya, además de que las personas que la habitarían parecían ser agradables.

Su madre y la bonita señora rubia —como ella la había apodado al no saber su nombre— estaban tomando el té y hablando de sus mejores momentos de Hogwarts, el tema de su hermana y el niño desastrozo había pasado a segundo plano de inmediato y ambos se enocntraban jugando afuera con su catapulta bajo la advertencia de que si destruían algo más, sería el fin de ambos.

Y sus madres no hablaban metaforicamente.

Entonces una niña casi tan parecida a la mujer que hablaba con su madre, se paró frente a ella.

—¡Hola, soy Dalia! —saludó animadamente y Astell se alejó un par de pasos al haber sido asustada por aquella niña.

No se consideraba a sí misma extrovertida, así que aquel saludo la tomó por sorpresa, por lo que se limitó a saludarle con un ademán de mano.

Dalia al ver que ella no parecía hablar mucho, ladeó la cabeza con curiosidad. Jamás había conocido a un niño tan callado, pues en México los niños solían salir a jugar a la calle con sus bicicletas, pelotas o patines y todos hablaban entre sí.

—¿Tú cómo te llamas? —cuestionó y Astell mordió el interior de su mejilla antes de hablar.

—Soy Astell.

Simple, conciso y sin más. Dalia sonrío al ver que no era muda, y aunque su respuesta no había sido la más animada o detallada, le servía haberle sacado dos palabras.

—¿Sabes andar en bicicleta? —preguntó nuevamente, haciendo que Astell frunciera el ceño al no saber lo que era una cibicleta.

—¿Una... cibicleta? —inquirió Astell con una mezcla de confusión y curiosidad. Jamás había escuchado de algo que se llamara así, ¿acaso sería como una escoba? ¿O sería más como una red de polvos flu de Ámerica? No lo sabía, y por la risa que comenzó a inundar el salón pudo saber que seguramente ni siquiera sabía como pronunciarlo.

—Tomaré eso como que no sabes. —dijo Dalia antes de voltear a ver a su mamá. —¿Mami, puedo enseñar a Astell a andar en bicicleta?

Al ver que la mirada de Angele se oscurecía, Astell pudo saber que lo que fuera una blecicleta o como fuera que se llamara, no podía ser algo bueno. Pero al ver que la mamá de Dalia sonreía y asentía, se sintió contrariada.

¿Era bueno o era malo?

—¡No creo que sea buena idea, Elisa! —intervino Angele de inmediato, no quería saber que pasaría si su esposo se llegaba a enterar de que una de sus hijas había utilizado un artefacto muggle. ¡Sería una deshonra para su buen nombre! —Podría caerse y lastimarse.

—Por favor, Angele. Deja que las niñas se diviertan un rato, Dalia no dejará que eso pase. —comentó Elisa calmadamente. —¿Cierto, Dalia?

La ya mencionada, asintió rápidamente y a Angele no le quedó de otra más que suspirar y acceder a dicha petición. Pero se recordó mentalmente hablar con Astell sobre eso después.

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—Debes poner el pie en el pedal. —explicó Dalia mientras sostenía su bicicleta para evitar que Astell cayese. La morena por su parte, estaba demasiado ocupada analizando cada parte de la bicicleta en busca del supuesto pedal.

Pedal, del latín pedālis que significa 'del pie'.

Sabiendo eso, Astell pudo deducir que el pedal era la cosa blanca y sobresaliente de toda la estructura de metal, por lo que subió uno de sus pies a uno de los pedales y sonrío, estando satisfecha consigo misma.

—Muy bien, ahora pedalea... con ambos pies.

Astell subió el otro pie al pedal restante y como Merlín le dio a entender, comenzó a pedalear. Probablemente jamás lo habría hecho si alguien no hubiera estado ahí, sosteniendo la bicicleta para ella, y solobastaron un par de minutos para que ella ya pudiera hacerlo sin que Dalia estuviera sosteniendola.

Claro que se tambaleaba algunas veces, pero lograba componerse y seguía andando por el sendero frente a la casa de los Vasileou, sintiendo como el viento chocaba contra su rostro y hacía que su cabello se moviera hacia atrás. Nunca se había sentido tan feliz como ese día, estando arriba de ese vehículo tan peculiar.

—¡Astell, cuidado con el arbol! —escuxhó la voz de su hermana y eso puso alerta a Dalia que abrió ampliamente los ojos y corrió hacia donde su nueva amiga iba, aunque eso no sirvió de mucho ya que la menor de las Wentz terminó chocando contra el árbol y finalmente fue a dar al piso.

Astell había cometido un gran error, uno del que nadie le advirtió y era que no debía cerrar los ojos.

Pero hey, las risas no faltarón.

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Ese día los papás de Astell tuvieron una discusión... una fuerte discusión que terminó con un jarrón de origen Tailandes roto en el piso.

Y es que después de la maravillosa tarde que Astell y Nephelle habían pasado con los hermanos Vasileou, su papá llegó en punto de las cinco de la tarde. Hexter Wentz se veía tan imponente y serio como la última vez que sus hijas y esposa lo habían visto y había sido tan puntual como siempre... el problema era que Angele se olvidó por completo de su llegada y sus hijas también.

Así que cuando el patriarca de los Wentz llegó a su casa y notó su casa vacía y en silencio, no tardó en salir a buscarlas, encontrandose a Nephelle jugando con una catapulta, a Astell subida en una bicicleta y con el vestido lleno de tierra y para rematar, una de las ventanas de su casa rota.

Y eso lo había hecho enojar mucho.

Lo primero que hizo fue ir por Astell y bajarla de ese sucio vehículo muggle que solo dañaría la reputación de su pequeña. No estaba molesto con ella, después de todo, era solo una niña a la que él y su esposa debían educar y enseñarle que ella no podía rebajarse al nivel de un impuro o un traidor a la sangre, el simple hecho de pensarlo sería una blasfemia.

Con quien sí que estaba molesto era con su esposa.

Y una vez que toda su familia estuvo en su casa, se encargó de reparar la ventana antes de dejarle en claro a Angele que no quería volver a ver a ninguna de sus hijas utilizando algún artefacto muggle. ¿Querían viajar en bicicleta? Existían las escobas para reemplazarlas, ¿querían audifonos? Podían tener un tocadiscos, era menos corriente que un walkman.

Y aunque Astell y Nephelle pudieron escuchar toda la discusión esa noche, no se sentían culpables o tristes. Simplemente no podían arrepentirse de haber conocido a Xander y Dalia.

Apartir de ese día, se hicieron inseparables. Porque los cuatro necesitaban a alguien y los cuatro estaban dispuestos a escuchar.

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