1 | ᴄᴀᴛᴡᴏᴍᴀɴ & ᴀʟғʀᴇᴅ (M-C,D4)
El obsequio por aquellos años de felicidad
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Alfred Pennyworth pudo salir impune y vivo de aquél periodo en el que Bane tomó la ciudad, y Catwoman decide pasarse a regalarle algo por aquellos años de convivencia en los que estaba comprometida con Batman.
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Fix-It de City of Bane (Batman Rebirth)
(Día 4 del MixCember: semana Fluff: Everyone Lives / Nobody Dies)
Selina se cuela entre la mansión Wayne con la gracia y agilidad gatuna a la que está acostumbrada, y no necesita ser bienvenida por nadie para escabullirse con gran facilidad en un tragaluz del tejado.
Suspira, pues el olor del lugar le trae recuerdos nostálgicos, a pesar de no ser tampoco muy viejos.
Va avanzando por el lugar, y aunque esté acostumbrada a usar un traje que amplifica sus técnicas de sigilo, lleva el frágil regalo en una gran mochila de su espalda, consiguiendo con excelencia que no haga ningún ruido para advertir a nadie de su presencia.
Bueno, a nadie, excepto a una persona.
Sabía, o por lo menos intuía (y aquello le bastaba), perfectamente donde se encontraba la persona que estaría buscando. Al fin y al cabo, un mayordomo no tenía una gran cantidad de lugares en los que estar en una mansión, aún si este se trataba de uno muy peculiar.
Recorre la habitaciones de la segunda planta pasando por al lado de su pasillo, sabe que es demasiado temprano y que Batman estará ejerciendo su nocturna vigilancia en la ciudad, pero aún así transcurre con cuidado.
Baja las escaleras, y gira por el salón y otro inmenso pasillo para llegar a su objetivo, finalmente.
Alfred Pennyworth se encuentra en la cocina, tarareando alguna canción vieja e inglesa mientras friega los platos (no desconoce la existencia del lavavajillas que poseen, pero el método tradicional le resulta relajante y no le suele gustar perderse esa experiencia con frecuencia).
-Si hubiera sabido que un gato iba a interrumpir en la mansión, habría subido la sensibilidad de la alarma, señorita Kyle -le saluda Alfred, algo sorprendido de encontrarse con la mujer, sin embargo, no está molesto.
Alfred sabe mejor que nadie todo lo que ha ocurrido entre Catwoman y Batman; aquella boda fallida que dejó al murciélago destrozado, que casi acaba en su propia muerte cuando Bane tomó Gotham y amenazó con matar al mayordomo delante del joven Robin que es ahora Damian Wayne, pero a pesar de los términos neutros en la tan complicada relación, Alfred nunca tuvo ningún conflicto con Selina, incluso si se la habían encontrado algunas noches en las que dormía en la mansión con vestidos robados y su tradicional traje elástico de villana.
-¿Acaso mi presencia entorpece tus labores de limpieza, Alfred? -pregunta Selina con ironía, acercándose a Alfred, y feliz de volverle a ver. El mayordomo siempre formaba parte de aquel recuerdo feliz que se llevaba de la casa en la que estuco durmiendo por un corto, pero intenso, período de tiempo
-Para nada.
Alfred da un repaso al último plato y lo coloca con los demás, se saca los guantes que suele usar para esa tarea y le da un abrazo a Selina, que le ha extendido los brazos con placidez.
-Sé que quizás no ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos -confiesa Selina lentamente, intentando no rememorar demasiado aquel día en que dejo plantado a Bruce en el altar por sus propias dudas infundadas-, pero te he echado un poco de menos. Me alegra ver que estás bien.
Alfred no lo muestra con mucho entusiasmo, pero el comentario de Selina le hace sentir un profundo bienestar, y a la misma vez, se alegra de que Selina se encuentre bien.
-Y entonces... -continúa Alfred una vez se separan- ¿Debo a algo más su visita?
La idea se enciende en la cabeza de Selina, y recuerda su mochila que había dejado en la puerta de la entrada para antes correr a abrazar a Alfred. La agarra con cuidado, y la coloca sobre la mesa.
-Tómatelo como una especie de obsequio -dice Selina, para bajar la cremallera y mostrarle un surtido de vajilla envuelto en un contenedor de plástico y papel de burbujas-. No se lo digas a Bruce, pero tienen como trescientos o doscientos años de antigüedad, y pertenecían a una familia rica que se mudó de Inglaterra a los Estados Unidos. No se lo dejaron a nadie, así que pensé en cogerlo prestado para alguien que lo aprovecharía mejor que unos cadáveres.
Selina se marcha antes de que Alfred pueda decir algo. Pero no planea devolver el regalo; él mismo que en su adolescencia estuvo involucrado en muchísimos actos que se calificarían de inmorales, no le diría que no a tal obsequio que, como dijo ella, nadie iba a usar.
Abrió la bolsa en la que estaban almacenados y retiró parte del papel de burbujas. Al instante, se sorprendió por la belleza de la vajilla, cuya decoración azul, dorada y floral le transporta a su casa en Inglaterra en la que vivió hace muchos años. Sonríe por el recuerdo, con Selina observándole desde la distancia en los muros de la mansión, y al ver que a Alfred le ha gustado su pequeño regalo, ella también sonríe.
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