──Lazos
Jumin se despertaba de nuevo, sentía que los listones a su alrededor se movían, no se sentó en su cama ni realizó mayor movimiento, solo abrió los ojos para ver su cuarto enredado en el mismo listón rojo que culminaba en sus muñecas. El otro extremo estaba perdido para él, y siendo totalmente sincero, aveces quería desenredar todo y encontrar el otro extremo, porque su corazón congelado le decía que del otro lado había algo especial para él, pero nunca lo hacía porque de cierta forma hallaba consuelo en su gata y en su trabajo.
Desenredar algo tan largo le tomaría tiempo, y el tiempo es vital para él. No podía malgastar aquello en un capricho que no tenía la certeza de que realmente fuera a valer la pena. Notando que ya no podría volver a dormir se levantó a servirse una copa de vino, ya que podría hacerlo sentir mejor. Ya con aquel fluido tinto en una copa de vidrio se sentó en su sillón, ciertamente desesperado y cansado. Aunque despertarse lo hizo ver que no estaba loco del todo, porque efectivamente los listones que cubrían todo su apartamento se tambaleaban.
Pensó entonces que era por el viento que se colaba por los bordes de sus ventanas, y cerrando sus ojos se acomodó en el sillón. Y cuando creyó que finalmente iba a dormirse escuchó algo estrellarse en el suelo. Al abrir sus ojos de nuevo vio que los listones se movían más y por ello comenzaban a arrastrar las cosas al suelo. De no ser por el hecho de que solamente él podía ver los lazos no sufriría de ese enredo, hubiese contratado a alguien para que lo ordenase, incluso alguien que encontrara la forma de cortarlos. Pero no podía, porque aunque a veces le estresara como en estos momentos, le ilusionaba mucho algun dia encontrar lo que del otro extremo había.
―Que molestia ―susurró levantándose para comenzar a desenredar algunas cosas que parecían importantes para él.
En medio de su labor las cintas que le rodeaban comenzaron a tomar control de su cuerpo y lo arrastraban de izquierda a derecha, en diagonales y en líneas horizontales, hacia el frente y hacia atrás. Era una danza cómica para Elizabeth III, su gata que solo movia la cabeza de un lado a otro. Aquello terminó cuando Jumin se estrelló en la puerta y de ahí no se pudo mover más.
―Creo que las cosas fueran más fáciles si el otro extremo estuviese atado a ti, Elizabeth III.
Espero que aquello que lo retenía con fuerza hacia la puerta dejase de hacer tal fuerza para poder volver a dormir. Y se quedó esperando, porque si no abría la puerta, nunca se iba a soltar. Salir iba a ser un pequeño sacrificio para liberarse, y como esperaba al abrir la puerta lo único que pasó fue que de lo enredado que estaba volvió a ser arrastrado. Esa noche todos los pasillos del edificio estaban vacíos, y al salir a la calle también, todos se habían esfumado o él no los veía.
A medida que avanzaba la fuerza con la que era llevado se fue haciendo cada vez más tenue, y conforme más avanzaba lo que lo empujaba hacia delante era la curiosidad de lo que se hallaba más allá de su pedazo de tela enredada en todos lados. Inconscientemente terminó buscando por sí mismo lo que tanto le hacía dudar, caminó demasiado y sus esperanzas comenzaban a bajar. Se detuvo en lo alto de una pasarela, donde notó que ya no había mucho para recorrer pero sus piernas estaban comenzando a cansarse. Cerró de nuevo sus ojos indeciso y se quedó allí, esperando alguna señal de Dios que lo empujara a su casa o hacia delante, en la fría y húmeda calle donde no lo había notado pero su piel comenzaba a enrojecer.
Suspiro muchas veces, estaba quedándose dormido ahí mismo de pie hasta que de nuevo; su sueño fue interrumpido. Esta vez, no tendría que atravesar media vida buscando, ni tendría que ser arrastrado más, porque esta vez quien movía los lazos, era una joven. Se sorprendió porque al parecer, llevaba toda la noche buscando también lo que del otro lado de su listón había, se veía cansada, débil y por sobre todo; sola, como él. Pero el simple hecho de que ella hubiese tomado las riendas de la situación y haya logrado hallar el otro extremo a pesar de lo enredado y desarmado que estaba, le provocaba muchísimo interés. “La quiero conocer”, pensó antes de tomarla de la mano.
Así fue como Jumin fue hallado en su soledad, a horas de la madrugada en media pasarela que atravesaba una de las carreteras más solitarias. Parecía el escenario perfecto para que dos desconocidos con problemas de soledad se encontraran para hacerse compañía. Porque a eso llevaba el listón, al amor de tu vida.
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