quattro.

Jimin no era fácil de convivir.

No solo por sus cigarrillos, ni por su sarcasmo hiriente, ni siquiera por esa manía suya de dejar su ropa tirada por todo el apartamento como si fuera un espacio sin reglas. No.

Era difícil porque Jimin discutía por todo.

Por cosas insignificantes. Porque Minjeong dejó un plato en el fregadero. Porque la televisión estaba demasiado alta. Porque Minjeong salió sin avisar. Porque sí. Porque no. Porque Jimin encontraba excusas para estar molesta todo el tiempo.

O tal vez no eran excusas.

Tal vez era la única forma que conocía de demostrar que le importaba.

—¿Quién era ella?

Minjeong parpadeó, sorprendida. Habían pasado tres días desde que su amiga había ido al apartamento, y ahora, en plena madrugada, Jimin decidía preguntar.

Estaban en la cocina. Minjeong con un vaso de agua en las manos, Jimin apoyada contra la encimera, brazos cruzados, el ceño fruncido como si el simple recuerdo la irritara.

—¿De qué hablas? —respondió con cansancio.

—La chica que trajiste. ¿Quién era?

Minjeong apretó los labios.

—Una amiga. ¿Por qué te importa?

Jimin se rio sin humor.

—No me importa. Solo... ya sabes. Fue raro.

—¿Raro?

Jimin desvió la mirada.

—Sí, no... No pensé que trajeras a alguien al apartamento. Eso es todo.

Minjeong dejó el vaso con un golpe sordo sobre la mesa.

—¿Ah, sí? Porque tú lo haces todo el tiempo.

El silencio que siguió fue espeso. Pesado.

Jimin la miró. Sus ojos oscuros, entrecerrados, analizándola con esa mezcla de desafío y algo más... algo que Minjeong nunca lograba entender del todo.

—No es lo mismo —murmuró Jimin.

—¿Por qué?

—Porque no lo es.

Y ya. Se dio media vuelta, como si con eso bastara, como si dejar la conversación a medias fuera suficiente para justificar su actitud.

Minjeong no lo entendía.

O tal vez lo hacía, y era peor.

Lo peor de Jimin era esa manía de darle migajas.

De ser cruel... pero a veces, solo a veces, ser dulce.

Lo hacía cuando nadie más miraba, en esos momentos vulnerables donde su coraza se rompía, aunque solo fuera por unos instantes.

Como esa vez, cuando Minjeong llegó empapada bajo la lluvia, con el cabello pegado al rostro y los labios temblorosos por el frío.

Jimin no dijo nada al verla. Ni un comentario sarcástico. Ni una broma. Solo se quitó la sudadera que llevaba puesta y se la pasó sin mirarla a los ojos.

—Ponte esto. Te vas a enfermar.

Eso era todo. Nada más.

Pero Minjeong se quedó despierta esa noche, abrazando esa prenda con su aroma, preguntándose por qué demonios la amaba tanto cuando Jimin era... tan Jimin.

—¿Sabes qué me molesta?

Minjeong giró el rostro, encontrándose con Jimin en la sala. Otra discusión. Otro día.

—Ilumíname —respondió con sarcasmo.

Jimin frunció el ceño.

—Que actúes como si no te importara nada cuando claramente sí lo hace.

Minjeong sintió un latido en el pecho. Doloroso.

—¿Y tú? ¿No haces lo mismo?

—Yo no... —Jimin hizo una pausa, tragándose sus palabras. Cerró los ojos un segundo antes de suspirar—. Solo me molesta.

—¿El qué, Jimin? ¿Que tenga vida fuera de ti?

—No digas estupideces.

—¡Entonces dime qué es!

El silencio cayó de nuevo. Solo el sonido del reloj marcando los segundos.

Jimin desvió la mirada.

—Eres insoportable —susurró.

—¿Y tú qué eres?

Pero Jimin ya se estaba yendo.

Como siempre.

Dejándola con mil preguntas sin responder.

Minjeong sabía lo que era esto.

Era ese estúpido ego de Jimin. Su necesidad de tenerla ahí, como un satélite orbitando a su alrededor, sin dejar que nadie más la tuviera.

Pero Minjeong no podía dejarla.

No cuando Jimin era capaz de mirarla con esa ternura inesperada en las noches en que pensaba que Minjeong dormía.

No cuando, a pesar de todo, era la única persona que lograba hacerla sentir viva.

Jimin era complicada.

Pero Minjeong estaba dispuesta a desgarrarse por entenderla.

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