otto.
El reloj marcaba las 6:30 p.m. cuando Minjeong terminó de arreglarse.
Se había puesto su blusa favorita, esa que pensaba que le daba un aire más confiado, aunque por dentro estuviera hecha un manojo de nervios. El cabello cuidadosamente peinado, un poco de perfume detrás de las orejas, y ese brillo en los ojos que solo la ilusión podía encender.
Jimin.
La sola idea de verla fuera de su apartamento, en un espacio donde tal vez —solo tal vez— no estaría rodeada de esa frialdad habitual, hacía que su corazón latiera con fuerza. Quizá esta vez sería diferente. Quizá, después de tanto tiempo, Jimin había decidido abrir un poco de ese muro que siempre levantaba entre ellas.
6:45 p.m.
Minjeong tomó su bolso y salió del apartamento, con la esperanza vibrando en cada paso que daba hacia el lugar donde habían quedado. El cielo estaba nublado, pero ella no lo notó. No importaba. Nada importaba si Jimin estaba esperándola.
Pero cuando llegó al café, Jimin no estaba allí.
No se preocupó al principio. Tal vez estaba en camino. Tal vez se había retrasado.
Así que pidió un café y se sentó en una de las mesas junto a la ventana, mirando cada tanto hacia la puerta con la esperanza de ver esa silueta familiar cruzar el umbral.
7:15 p.m.
Nada.
Revisó su teléfono. Ningún mensaje. Ninguna llamada.
El nudo en su estómago comenzó a apretarse.
Pero esperó.
Porque siempre esperaba.
7:45 p.m.
La taza de café estaba fría y la silla empezaba a sentirse como una prisión. La ansiedad le quemaba el pecho, pero se quedó allí, mirando por la ventana, esperando que Jimin apareciera. Que, por una vez en su maldita vida, no la dejara sola.
Pero el tiempo siguió pasando.
8:30 p.m.
Y Minjeong ya no pudo fingir más.
Con el corazón hecho pedazos, salió del café. La lluvia que había amenazado con caer toda la tarde finalmente comenzó a descender, fría y despiadada, empapándola en segundos. Pero no le importó.
El agua se mezclaba con las lágrimas en sus mejillas, y caminó sin rumbo, sintiendo cómo cada gota era un recordatorio de lo sola que estaba.
¿Cómo había sido tan estúpida de pensar que esta vez sería diferente?
Jimin siempre hacía esto.
Siempre la dejaba desolada. Abandonada.
Y aun así, la amaba.
Qué idiota era.
Minjeong estaba a mitad de camino de regreso al apartamento cuando escuchó su nombre.
—¡Minjeong! —La voz de Jimin cortó la noche, áspera, casi desesperada.
Se detuvo en seco, su cuerpo temblando, pero no se giró. No podía.
No después de todo.
Pero Jimin corrió hacia ella, empapada también, oliendo a alcohol y cigarrillo, como siempre. Como si la lluvia no pudiera lavar sus pecados, como si nada en el mundo pudiera limpiar esa distancia cruel que siempre mantenía.
—Minjeong, espera. —Jimin la alcanzó, agarrándola del brazo para detenerla.
Minjeong sintió el contacto como una chispa eléctrica, pero se soltó bruscamente, girándose hacia ella con los ojos llenos de lágrimas.
—¿Por qué? —La voz le salió rota, temblorosa. —¿Por qué siempre me haces esto, Jimin?
Jimin abrió la boca para responder, pero no encontró palabras.
Minjeong continuó, las lágrimas mezclándose con la lluvia en sus mejillas.
—¿Por qué siempre me dejas sola? ¿Por qué me ilusionas para después desaparecer? ¿Por qué eres tan... tan mala conmigo? ¿Qué te he hecho yo para merecer esto?
El silencio entre ellas era ensordecedor, solo interrumpido por el sonido de la lluvia golpeando el asfalto.
Jimin la miró, sus ojos oscuros llenos de algo que Minjeong no podía descifrar. No era tristeza. No era arrepentimiento.
Era algo peor.
Era vacío.
Y justo cuando Minjeong iba a seguir, a gritarle, a sacarle todo ese dolor que llevaba dentro, Jimin la besó.
Sin previo aviso. Sin permiso.
Sus labios chocaron contra los de Minjeong con una urgencia desesperada, como si ese beso fuera la única forma que Jimin tenía de callar todas las verdades que no quería enfrentar.
Minjeong se quedó paralizada por un segundo.
Pero era Jimin.
Y la amaba.
Así que, contra todo su orgullo, contra todo su dolor, le devolvió el beso. Porque aunque Jimin la pisoteara una y otra vez, aunque la hiciera sentir como nada, ese momento —ese maldito momento— era lo único que Minjeong había deseado desde siempre.
Bajo la lluvia, se besaron.
Una mujer que amaba con el alma.
Y otra que no sabía amar.
O quizás, que simplemente no sabía cómo quedarse.
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