due.

El humo del cigarrillo aún se aferraba a su memoria como una maldición. Un recordatorio persistente de Jimin. De la forma en que exhalaba con tanta calma, casi con elegancia, como si fumar fuera parte de su esencia. Minjeong lo odiaba. Odiaba ese aroma que se impregnaba en su ropa cada vez que estaba cerca de ella. Pero más que eso, odiaba cuánto la amaba.

Esa noche, como tantas otras, Minjeong se quedó despierta en la oscuridad de su habitación, con los ojos fijos en la pantalla de su teléfono. El chat con Jimin estaba allí, vacío, tan distante como siempre. Ningún mensaje. Ningún intento de acercarse. La última conversación había sido un seco "¿Vienes hoy?" de parte de Minjeong, seguido por un "No puedo. Estoy ocupada." de Jimin.

Estaba ocupada. Siempre lo estaba.

Pero Minjeong sabía que la excusa era una mentira. Porque unas horas después la había visto, entre risas ahogadas y luces tenues, con ese grupo de amigos con los que siempre salía. Con chicas. Chicas que no eran ella.

—¿Por qué lo haces? —le había preguntado una vez, semanas atrás, cuando el dolor ya era demasiado y su pecho se sentía a punto de estallar.

Jimin, con su cigarro entre los labios, la había mirado con esa expresión vacía.

—¿Hacer qué? —replicó, soltando el humo con tanta intención que este se disipó directamente en la cara de Minjeong, haciendo que frunciera el ceño y apartara la mirada.

—Tratarme así... Ignorarme... Fingir que no existo cuando estamos con más gente...

Jimin se encogió de hombros, como si no entendiera el peso de sus palabras. O tal vez, como si no le importara.

—No tienes por qué tomártelo tan personal.

Pero sí lo hacía. Minjeong lo tomaba personal. Lo tomaba personal cuando Jimin desaparecía por días sin responder sus mensajes. Cuando la veía sonreír con otras chicas de una forma que nunca lo hacía con ella. Cuando, aún sabiendo cuánto la amaba, Jimin decidía ser cruel, distante, fría.

Y aún así, seguía volviendo.

Porque Minjeong no podía dejar de amarla.

Era absurdo, patético incluso. Se quedaba horas despierta preguntándose qué había de malo en ella, por qué no era suficiente. Por qué Jimin, con sus ojos oscuros y esa maldita sonrisa ladeada, podía hacerla sentir tan pequeña con solo ignorarla.

Y lo peor... lo peor era que Jimin lo sabía.

Sabía cuánto dolía.

El día siguiente, Minjeong se convenció de que debía hacer algo, cualquier cosa, para acercarse. Tal vez si Jimin la veía, si le hablaba, si podía demostrarle que no era solo otra más...

La buscó en los pasillos, entre la multitud. Y cuando finalmente la vio, apoyada contra una de las columnas del campus, fumando como siempre, con la mirada perdida en alguna conversación ajena, Minjeong sintió el estómago revolverse.

Se acercó, más nerviosa de lo que admitiría.

—Jimin...

Ella levantó la vista, ese rostro hermoso iluminado brevemente por la llama de su encendedor al prender otro cigarro.

—¿Qué pasa, Min?

Odiaba cuando le decía así. Porque sonaba tan íntimo, tan cercano... pero al mismo tiempo tan indiferente.

—¿Quieres... salir conmigo esta noche? —soltó sin pensar, sintiendo el corazón golpear con fuerza en su pecho.

Jimin alzó una ceja, exhalando lentamente.

—¿Salir? ¿Para qué?

Minjeong tragó saliva. ¿Por qué siempre tenía que ser tan difícil?

—No sé... solo... quería pasar tiempo contigo. Hablar.

Hubo un breve silencio, y por un instante, solo por un segundo, Minjeong creyó que Jimin aceptaría. Pero entonces, ella se encogió de hombros con esa maldita sonrisa torcida y dijo:

—No puedo. Ya tengo planes con las chicas.

Las chicas. Siempre las chicas.

Minjeong sintió un nudo apretarse en su garganta, pero solo asintió, forzando una sonrisa que dolía.

—Está bien... tal vez otro día.

Y mientras se alejaba, escuchó la risa suave de Jimin, como si toda la conversación hubiera sido un juego estúpido para ella.

Esa noche, Jimin salió. Minjeong lo supo por las historias de Instagram, por las fotos con risas y tragos. Por la forma en que Jimin se apoyaba demasiado cerca de otra chica que no era ella.

Y Minjeong lloró. Lloró porque era injusto. Porque la amaba tanto que dolía. Porque se quedaba despierta deseando ser suficiente para ella. Porque Jimin, en su perfección retorcida, en su toxicidad elegante, seguía siendo todo lo que Minjeong quería.

Y Minjeong... Minjeong solo era otra más que sufría en silencio por alguien que nunca la miraría de la misma forma.

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