cinque.
La cerradura sonó a las dos de la mañana.
El ruido del llavero chocando contra la puerta, un golpe torpe, seguido por el sonido del picaporte siendo forzado hasta que finalmente se abrió.
Jimin estaba borracha otra vez.
Minjeong lo supo antes de verla. Lo supo por la manera en que la puerta se cerró de golpe, por cómo los pasos de Jimin resonaron pesados sobre el suelo de madera, inestables. Lo confirmó cuando la figura de Jimin apareció en la penumbra del pasillo, tambaleándose mientras intentaba quitarse la chaqueta.
Minjeong estaba sentada en el sofá, un libro abierto sobre su regazo que ya había dejado de leer hacía rato. Al verla, cerró el libro con un suspiro contenido y lo dejó a un lado.
—¿Otra vez, Jimin?
Jimin no respondió. Se limitó a dejar caer la chaqueta al suelo, como si le pesara, antes de intentar avanzar al pasillo que llevaba a su habitación. Tropezó ligeramente con sus propios pies, y Minjeong ya estaba de pie antes de que pudiera evitarlo.
—Espera, deja que te ayude—susurró, tomándola con suavidad del brazo.
—No... no necesito ayuda.
El aliento de Jimin apestaba a alcohol. Whisky, tal vez. Algo fuerte. La piel de sus mejillas estaba enrojecida, y sus ojos, normalmente tan afilados, lucían vidriosos y cansados.
Pero lo que más dolía no era verla así.
Era saber que ni siquiera podía preguntar por qué.
Minjeong la llevó al baño con cuidado, guiándola como si fuera de cristal, aunque Jimin se resistiera con murmullos incoherentes.
—Voy a prepararte una ducha caliente, ¿de acuerdo? —susurró, ignorando la forma en que Jimin intentaba zafarse débilmente de su agarre.
El agua comenzó a correr, llenando el baño con vapor poco a poco. Minjeong probó la temperatura con la mano antes de girarse hacia Jimin.
—Puedes ducharte sola, ¿cierto?
Jimin asintió lentamente, aunque su mirada perdida decía otra cosa.
Minjeong salió del baño, cerrando la puerta con suavidad, pero se quedó justo afuera, escuchando por si acaso.
El agua corrió durante varios minutos, y por un instante, Minjeong se permitió apoyar la frente contra la fría superficie de la puerta.
Odiaba esto.
Odiaba verla así.
Odiaba no saber cómo ayudarla.
Mientras Jimin se duchaba, Minjeong fue a la cocina.
Preparó sopa. Una receta sencilla, apenas un caldo caliente con un toque de jengibre y ajo, pero era lo único que podía hacer. Algo que pudiera aliviar aunque fuera un poco esa resaca que inevitablemente vendría.
También dejó un vaso con agua junto a la cama de Jimin, un analgésico al lado, y abrió las ventanas para que el olor a alcohol no se impregnara más en el apartamento.
Todo estaba listo.
Todo bajo control.
O eso pensó.
Jimin salió del baño con el cabello empapado, vestida con una camiseta enorme y pantalones cortos. La camiseta era de Minjeong. No dijo nada al respecto.
Minjeong la observó desde el umbral de la puerta de su habitación, viendo cómo Jimin se dejaba caer en su cama con un suspiro cansado.
—Te dejé sopa en la cocina.
—No tengo hambre.
—Deberías comer algo.
—Dije que no tengo hambre.
Minjeong apretó los labios.
—Al menos bebe agua.
Silencio.
Luego, un murmullo apenas audible:
—Gracias, Minjeong.
Fue tan suave, tan inesperado, que Minjeong se quedó quieta, observándola.
Jimin no solía dar las gracias.
Eran las tres de la mañana cuando Minjeong finalmente volvió a su cuarto.
El apartamento estaba en completo silencio, salvo por el leve zumbido del refrigerador y el crujido ocasional de la madera.
Había hecho todo lo que podía.
Jimin estaba en su cama. Había comido al menos un par de cucharadas de sopa antes de caer dormida, y ahora Minjeong estaba ahí, mirando el techo, preguntándose por qué le dolía tanto ver a Jimin de esa manera.
¿Por qué dolía amarla tanto cuando Jimin no parecía sentir lo mismo?
Cerró los ojos. Trató de dormir.
Pero entonces...
La puerta se abrió.
Unos pasos lentos, arrastrados.
El colchón se hundió.
Minjeong abrió los ojos.
Y ahí estaba Jimin, somnolienta, el cabello aún húmedo, los ojos apenas entrecerrados. Se había metido en su cama sin decir nada, sin siquiera mirarla, solo deslizando un brazo alrededor de su cintura con torpeza, buscando calor.
El aliento tibio de Jimin chocó contra su cuello cuando murmuró, con un hilo de voz:
—Frío...
Minjeong se quedó inmóvil.
¿Debería decir algo? ¿Apartarse?
Pero... era cálido.
Era perfecto, aunque fuera temporal.
Así que cerró los ojos y permitió que Jimin se aferrara a ella, sabiendo que cuando despertara, todo volvería a ser igual de complicado.
Pero por esa noche, Minjeong podía fingir.
Por esa noche, podía imaginar que Jimin la amaba de la misma manera en que ella la amaba a ella.
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