vii. chuches

CAPÍTULO SIETE

             𝗧erminaste de desinfectar la herida de Hisoka y procediste a entablillar sus dedos. Habías tenido que explicarle que no era necesario quitarse la camiseta para hacerle la cura de la mano. Aún no dabas crédito a lo que acababa de suceder, el revuelo y la tensión todavía se respiraban en el ambiente. Si una de tus amigas te contara una historia sobre un tipo de casi un metro noventa vestido de arlequín que acude cada día a su trabajo y se autolesiona para lograr captar su atención, le dirías que saliera corriendo, pues ese pretendiente es una enorme bandera roja con patas. No obstante, desde tu visión subjetiva, a pesar de que a simple vista Hisoka parecía un acosador con dejes de psicópata, era inevitable juzgarlo con otro matiz.

—Si te hago daño, dímelo —solicitaste, tratando de manipular con la mayor suavidad posible la mano lesionada de Hisoka mientras terminabas de ajustar el vendaje que envolvía sus dedos.

Hisoka entrecerró los ojos y canturreó feliz. Era extraño lo relajado y apacible que se le veía ahora comparado con el Hisoka que habías vislumbrado minutos antes en el vestíbulo. Te observaba absorto, siguiendo con su mirada felina cada movimiento de tus delicadas manos apretando y colocando bien la venda, dando por finalizado tu trabajo.

—Bueno, ya está. Ahora tendrás que tomar analgésicos cada ocho horas para controlar el dolor y la inflamación, y venir a hacerte la cura todos los días durante una semana —informaste, tratando de controlar el temblor en tu voz agitada por la cercanía de Hisoka.

Él seguía observándote como si fueras lo más increíble que hubiera visto en toda su vida, y no pudiste evitar ponerte nerviosa. Te diste cuenta de que vuestros rostros estaban muy cerca el uno del otro y retrocediste intimidada por la imponente presencia de aquel hombre tan increíblemente atractivo. No sabías qué hacer ni qué decir para romper la tensión que se había formado, así que corriste a refugiarte detrás de tu escritorio, fingiendo ordenar un orden que repentinamente se te antojó caótico bajo la intensa mirada de Hisoka.

—¿Y eso es todo? —cuestionó.

—De momento sí.

Pudiste notar como en su cara se formaba una mueca de descontento. Te percataste de que esperaba algo más que por lo visto tú no le habías dado.

—Con tu otro paciente fuiste mucho más amable...

—¿Qué paciente? —No recordabas a quién se refería. Él nunca te había visto atender a nadie, las consultas eran absolutamente privadas y confidenciales.

—El niño de antes. 

—¿Qué pasa con él?

—A mí no me has dado dulces ni caricias, ni me has hablado en diminutivo ¿También tengo que echarme a llorar para que seas buena conmigo? —reprochó.

—¿Lo dices en serio? —No pudiste contener la risa. —Tú ya eres un adulto, no seas ridículo, Hisokita.

Una risa amarga escapó de sus pulmones, y por primera vez en todo el día apartó la vista de ti para mirar un punto vacío en el horizonte. Por un instante su aura cambió a una que te hizo percibirlo como si de un niño frágil y desamparado se tratara.

—Mi mamá solía darme de esas chuches cuando era pequeño.

No supiste qué decir. Así que abriste el cajón de tu mesilla y cogiste un dulce como el que le habías dado antes al niñito que lloraba. Te acercaste a Hisoka y lo pusiste en sus manos. Sus ojos se agrandaron por un segundo, como si no pudiera contener tanta ilusión. Esa faceta tierna que estaba mostrando te resultaba tan adorable. Tu mano viajó a su mejilla cubierta de maquillaje donde había una estrella azul perfectamente dibujada, y lo acarciaste con toda la suavidad y ternura que brotaron de tu alma. Él inclinó su rostro hacia tu mano, buscando más de tu tacto cálido y reconfortante.

—¿Tú también me vas a abandonar como hizo mi madre?

Sólo falta uno para el final. Muchas gracias por leer, comentar y votar <3

⸻ℐrisෆ

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top