002
Bostecé, arrastrando los pies en el concreto de la acera. Había dormido poco, pues me acosté tarde viendo las películas con Satoru y ninguno tomó en cuenta que teníamos clase ese lunes en la mañana. Mamá nos regañó a eso de las doce treinta cuando llegó, escuchó el sonido del TV y nos obligó a dormir luego de un jalón de orejas.
Satoru caminaba a mi lado hacia la parada de buses. Las bolsas debajo de sus ojos agotados dejaban ver que anoche se asustó tanto con los espíritus de las películas de, que le costó conciliar el sueño. Cuando le di los buenos días me respondió de mala gana, y eso fue suficiente para concluir que estaba de peor humor que de costumbre. En el bus se quedó dormido en mi hombro, y cuando llegó el momento de que se bajara frente a su secundaria, solo me hizo un saludo vago con la mano en forma de despedida. Vi la estructura del Kitagawa Daiichi a unos cuantos metros, al final de una colina en un callejón, aquel edificio me traía muchos recuerdos.
El autobús siguió su camino. Mis auriculares retumbaban con You Were Loved de One Republic, el paisaje se miraba tan gris como mi ánimo y el olor a tierra húmeda solo me daba ganas de dormir el resto del día. Cerré los ojos, recostando mi cabeza del cristal de la ventana, aún faltaba medio camino hasta mi instituto, que para mi desgracia fue más corto de lo que me hubiera gustado. Bajé del vehículo con extrema lentitud, y volví a arrastrar la suela de mis zapatos hasta la entrada, como si hubiera una fuerza halandome hacia atrás que me impedía andar.
—¡SHI-SHI!— un peso cayó sobre mi espalda, casi tirandome al suelo. El meloso perfume de vainilla me mareó, las pulseras con piedras y ornamentas puntiagudas se clavaron en mis costillas, y el zarandeo de un lado a otro me causó dolor de cabeza. Los cabellos rubios de la otra persona saltaron en todas las direcciones, aún estando presos en una coleta alta. —¡Te extrañé!
—¡Saya!— exclamé su nombre en un saludo, y también en una súplica por libertad —¡Nos vimos el viernes!
—¡Oh! ¡Claro, lo siento!— fiu...
Nakano Saya, una excelente violinista y mi mejor amiga desde el primer año de instituto. Nos volvimos inseparables en el instante en que volcó su jugo de naranja sobre mi uniforme el primer día de clases, se disculpó veinte veces y se ofreció unas treinta a pagarme la lavandería; no la dejé, por supuesto, pero eso no le impidió pagarme el almuerzo lo que quedó de la semana. Era una muchacha enérgica, rústica y torpe, bastante torpe. Tropezaba hasta con sus propios pies, chocaba contra cualquier pared, y rompía todo lo que estaba entre sus manos. Saya intentaba mantenerlo todo bajo control casi siempre, aunque muchas veces la emoción era más de la que podía masticar.
—¿Qué hiciste el fin de semana? ¿Ya viste que Vash sacará un nuevo álbum? ¿Sabías que el color favorito de Aone-kun es el verde? ¡Lo descubrí la semana pasada cuando prefirió ese color de lapicero antes que el azul! ¡¿Puedes creerlo?!— otra cosa que había que saber de ella era que hablaba hasta por los codos.
A pesar de que mucha gente la consideraba insoportable y molesta, Saya era la mejor persona que podría haber conocido jamás. Me ayudaba en todo sin pedir nada a cambio, usualmente me preguntaba por mi bienestar y el de mi familia, me alegraba los días y, aunque no lo crean, era excelente guardando secretos. Además, hacíamos un match increíble. Ella era extrovertida, sociable, alegre y caritativa, un pedacito de cielo, ¿y para qué mentir? Yo era bastante similar, aunque tenía menos amigos.
Me gustaba más decir que tenía muchos conocidos, y un grupo selecto de personas cercanas. También era verdad que muchos huían de mi gracias a mi conocido fanatismo por lo espiritual, pero para ser honestos, poco me interesa.
—Pues, el fin de semana no hice mucho más que lo que te conté por mensaje— una sonrisa divertida se pintó en mis labios mientras caminábamos al interior del edificio, dejamos nuestros zapatos en los casilleros de la entrada y los cambiamos por los de interior.
—¿En serio? ¿Desde cuándo tu vida se volvió tan aburrida?— auch.
—Desde que me prohibieron abrir un club de espiritismo aquí en el Date—fruncí los labios —. Sigo sin verle lo malo.
—Supongo que les tienen miedo a los Fantasmas.
Al cerrar los lockers, emprendimos camino hablando de nimiedades. Los pasillos de la escuela estaban repletos de estudiantes en grupo, o caminando hacia sus salones de clase. Saya y yo estudiábamos en aulas distintas, pero al menos nuestros clubes trabajaban juntos casi siempre. El club de música todo el tiempo quería grabar pistas instrumentales o covers, y mi club, el de “periodismo y material audiovisual”, tenía las herramientas para ello. Un par de minutos después la dejé en su clase, como un caballero a su princesa, y caminé unos cuantos pasos al salón de al lado luego de despedirme. Estaba como siempre, con el olor a ambientador barato, que por alguna extraña razón me recordaba al aroma de las tiendas departamentales en navidad, Hamada-san escribiendo tonterías en la pizarra –cosa que probablemente haga que el profesor nos de un sermón–, y Koganegawa haciendo un escándalo al fondo del salón una vez me vió atravesar la puerta.
—¡HOSHI!— sacudía su mano de lado a lado. Llevaba la camisa del uniforme mal abrochada, sin la corbata, y el saco cubierto de migajas de pan, seguramente le robó parte del desayuno a Sakunami. Confirmé lo último al acercarme, pues el pelinegro estaba asesinando al más alto con la mirada.
—Buenos días— saludé. —¡Oh! ¡Saku-kun, te cortaste el cabello!
—¿En serio?— Kogane inclinó su torso hacia nuestro amigo, alzando la ceja en el proceso. —Yo lo veo igual que siempre.
—¡Claro que no, míralo bien!— apunté con dos de mis dedos como ahora el flequillo le llegaba hasta las cejas y no hasta un poco más abajo de los ojos, se había rebajado al menos dos dedos en las puntas. —Ya no tiene que apartarse el pelo de los ojos para ver.
—¿Pueden dejar de señalarme?— Sakunami nos veía con rostro cansado, seguramente se preguntaba por qué de tanta gente, tuvo que tener a dos canguros hiperactivos de amigos y compañeros de clase. —Gracias por notarlo, Hoshi-san.
—Algún día voy a conseguir que dejes de ser tan formal conmigo— entrecerré mis ojos hacia el pelinegro, que solo sonrió egocéntricamente en respuesta.
—En tus más profundos sueños.
—Muy bien, todos a sus asientos, la clase va a empezar— el maestro de historia ingresó con su apariencia sosa de siempre. Con el cabello lleno de canas peinado hacia atrás bañado en un kilo de gomina, la camisa a rayas rojas sin ningún tipo de arruga, al igual que los pantalones marrones más anchos que las sudaderas de Sakunami, sin olvidar los lentes redondos de pasta negra que lo hacían parecer un nerd de una sitcom barata—. Señorita Maruyama, le advierto que si prefiere dormir antes que estudiar, está a tiempo de abandonar mi clase.
—No esta vez, profesor Monogatari.— alcé mi puño, haciendo reír al resto del curso, el adulto resopló por la nariz antes de asentir con la cabeza, y girarse a la pizarra.
—¡Señor Hamada, ¿cuántas veces debo decirle que rayar los pizarrones sin permiso es considerado acto delictivo?!
—¡No fui yo!
—Me alegra que hayamos terminado muy temprano, tenía ganas de irme a casa— el presidente de mi club me sonrió, ambos terminabamos de recoger los últimos cables de los micrófonos antes de cerrar la sala.
—Sí, yo igual— le devolví el gesto. Gutaro-senpai era un chico responsable de tercer año, bastante amable y carismático además de buen comunicador, apasionado por el mundo de la entrevista. Por desgracia, el club de periodismo solo tenía dos miembros más aparte de nosotros, cuando tenía capacidad para diez participantes. Sabía que eso le bajaba el estado de ánimo, pero igual no entorpecía nuestras labores.
Normalmente nos encargábamos de dar los anuncios matutinos y vespertinos por los altavoces de la escuela, además de contribuir con el periódico escolar entrevistando a estudiantes y maestros. El día de hoy fue uno bastante tranquilo, el club de imprenta no nos había pedido más que averiguar el menú de la cafetería para la semana próxima, los del club de música no tenían grabaciones programadas y las noticias de radio solo fueron un par de avisos y recordatorios, como que mañana los del club de fútbol tenían juego, y que hoy, el club de voleibol masculino sería host de un partido de práctica contra el instituto Karasuno.
Partido que empezaría en unos veinte minutos, aproximadamente.
—Quieres ir a ver a Kogane y Sakunami jugar, ¿no?— Gutaro tenía una ceja alzada en mi dirección, se había dado cuenta de que miraba el reloj de pared cada tanto para saber si tendría que correr al gimnasio o no. —Solo falta guardar estos micrófonos en el armario, puedes ir yendo, yo lo hago.
—¿Está seguro, Gutaro-senpai?— algo avergonzada, seguí enrollando los cables alrededor de mi brazo. No quería que tuviera que hacerlo solo, pero el rubio tomó mi mano y apartó los cables con suavidad, sonriendo en el proceso.
—Totalmente seguro, eres prácticamente mi mano derecha, mereces ir luego de ayudarme tanto con el club.
Luego de agradecerle más de cuatro veces y de prometer que haría horas extras, corrí como si mi vida dependiera del partido hacia los gimnasios, cogiendo atajos a través de los pasillos, tropezandome al bajar las escaleras, y estando a punto de chocar contra unos estudiantes que movían una mesa de lugar. Le había prometido a Kogane que asistiría a toda costa, por eso mi prisa, y estaba segura de que Saya ya habría llegado lista para animar a su querido Aone-kun en primera fila. Jadeando, abrí la puerta del establecimiento una vez llegué, sin medir mi fuerza.
—¡Oi! ¡Más cuidado!
¿Huh? Esa voz yo la conozco.
Aún agarrada a la manilla, alcé el rostro solo para encontrarme los ojos azules y amargados de nadie más que Kageyama Tobio. Sus cejas se arrugaron confundidas y molestas por verme, y soltó una queja al aire sin medir sus palabras.
—¡Oh, genial!— el sarcasmo le hizo rodar los ojos —Ahora me aparece hasta en la sopa.
—Que bueno verte a ti también, Kageyama— sonreí con gracia, haciéndolo bufar.
—¿Qué haces aquí?— cuestionó de mala gana.
—¿No es obvio?— señalé la insignia en el saco verde de mi uniforme —Estudio aquí.
Apretó los labios, haciendo un puchero molesto sin decir nada más. El silencio era incómodo, no iba a preguntarle la razón de por qué estaba en los terrenos de mi instituto, si el conjunto deportivo negro y naranja que llevaba puesto tenía una clara insignia bordada con la palabra “Karasuno” en ella. Solo me limité a saludarlo con la cabeza, y rodear su cuerpo para ir hacia Saya, que me hacía señas exageradas con sus brazos en la primera fila de las gradas.
No alcancé a dar cinco pasos, pues la voz de Tobio me hizo detenerme.
—Mi constelación zodiacal es capricornio, se puede ver en verano y tiene forma de triángulo con un pequeño saliente— seguía dándome la espalda, aún cuando yo sí me había girado a verlo —Supuestamente es una forma de pez cabra, pero yo no la entiendo ni encuentro la figura.
—¿Y sabes cuáles son sus estrellas más importantes?— cuestioné, estaba segura de que no lo podría responder.
—“Deneb Algedi” y “Dabih”— ahora sí me miró, sonriendo con malicia. —Son las estrellas más brillantes y las que ayudan a identificarla.
Perpleja, solo alcancé a sostenerle la mirada. Sentía que se estaba burlando de mí con todo lo que tenía, y eso me generaba una acidez en la boca del estómago. ¿Acaso me está devolviendo la jugada?
—Jaque mate, Maruyama.— pasó por mi lado, yendo a la cancha donde sus compañeros esperaban por él. Apreté los puños y me volví en su dirección, no pensaba perder.
—Sigues sin decirme la diferencia entre la astronomía y la astrología— se paralizó, sabía que por algún lado podría tocar una fibra sensible. Reí cuando no pudo responderme—. ¿El gato te comió la lengua, Kageyama?
—¡E-Esto no acaba aquí, Maruyama!
Y sin más, corrió para pararse frente a la red.
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