–Ese momento llegará algún día, pero ojalá no sea pronto. No creo que estés… lista– dijo Amity, y Luz le sonrió, comprendiendo.

–Seré paciente entonces– le dijo, besando sus manos antes de abrir la puerta.

Después de algunas semanas afuera, volver a su hogar se sentía como estar en paz.

–¿Quieres cenar primero o desempacar?– le preguntó mientras dejaba las maletas junto a la escalera.

–La verdad es que no quiero desempacar– bostezó Amity. –Tengo sueño–.

–Últimamente te ves un poco cansada, ¿Estás bien?– le preguntó Luz. Ella asintió.

–Creo que solo estoy hambrienta. La sangre que Viri me dió no era suficiente y tenía que racionarla– confesó. –Tengo un par de botellas arriba, tranquila, me repondré en un momento–.

–Está bien– cedió Luz, confiando en ella, –pero no desempacaré por ti– rió.

Ella le mostró la lengua.

–Entonces creo que tomaré mi maleta y me iré de viaje, a mi cama–.

–Nuestra– corrigió Luz.

–Oh, ¿Quieres venir conmigo?– dijo, subiendo las escaleras. –Puedo hacerte un espacio, pero te costará, mmm, muchos besos–.

Luz subió los escalones tras ella y besó rápidamente su boca.

–Tú dime cuántos quieres–.

Volvió a besarla, su boca desesperada contra la suya, y ella la jaló escaleras arriba, sus pasos en reversa la llevaron hasta su habitación.

Al carajo el cansancio, quería hacerle el amor a Luz ahí y ahora.

Su espalda chocó contra la puerta y sus manos ascendieron por sus piernas, su boca recorrió su cuello y bajó hasta su clavícula.

–Te… a… mo– jadeó, y como pudo abrió la puerta sin caerse de espaldas mientras Luz, aferrada a su cintura, volvía a besar su boca.

El calor se disparó en su piel y luego el frío y miedo se apoderaron de ella.

Él rió, el cuchillo en su mano destello y toda la magia de la noche se hizo añicos.

–Bienvenida a casa, Amity Blight–.