» Capitulo 42
Tres semanas, y varias citas, habían pasado desde aquella tarde y, desde entonces, Luz se sentía nerviosa cada vez que pensaba en lo que estaba por hacer; pero tenía que hacerlo, ésta era su última noche en el hotel.
Miró a la chica dormida a su lado en la cama, vestida con una de sus camisetas y sin ropa interior, y se inclinó para darle un beso.
Estaba nerviosa y tan segura de lo que haría.
Amity despertó con un bostezo, las sombras bailaban dentro de la habitación a oscuras, y al palmear las sábanas a su lado, buscando a su novia, las encontró vacías.
Se enderezó, mirando por toda la estancia antes de reparar en la nota sobre la otra almohada. La leyó, miró la hora en su celular y luego salió de la cama, la camiseta de Lu apenas cubriendo sus muslos, y se dirigió hacia la regadera.
«Te veo para la cena a las siete. Te tengo una sorpresa» había escrito ella en la nota de papel, y una sensación de curiosidad y emoción recorrió a Amity.
¿Qué estaría planeando ahora su pequeña Lu?
Salió de la ducha, con el aroma al shampoo de su novia encima, y se probó un vestido rosa claro que le llegaba a las rodillas, dejándose el cabello lila suelto. No podía verse muy bien en el espejo, pero estaba segura de que se veía bien. Se sentía radiante, tanto que casi podía sonrojarse.
Salió a las seis y cincuenta de la habitación y se dirigió al lugar que Lucía le había indicado.
–Cierra los ojos– le pidió ella, después de quedarse diez segundos embobada, mirándola con una sonrisa. –Es una sorpresa– agregó; su voz tenía ese tinte de emoción que a Amity le aceleraba su inexistente pulso.
–¿Puedes darme una pista?– pidió ella, cerrando los ojos.
–No porque adivinarías muy fácil– le respondió Lu, llevándola de la mano por las escaleras. Escuchó una puerta abrirse y el frío agradable de la noche cubrió su piel.
El aire ahí olía dulce, tan delicioso.
Ella olisqueo y una sonrisa le cubrió el rostro. Ya se lo estaba imaginando.
–Sorpresa– chilló Lucía al instante en el que Amity abrió los ojos.
Su mirada miel fue atrapada por las velas sobre la mesa, sus pequeñas llamas que danzaban sobre el cristal de la botella de vino, las copas y los dos platos a cada lado.
Algo dentro de ella vibró y se derritió al ver aquella escena.
–¿Te gusta?– le preguntó Lu, jugando con el tirante de su overol, nerviosa aún.
–Me encanta– exclamó Amity, emocionada, girándose hacia ella y buscando su boca para darle un beso.
Lu dejó que sus brazos la rodearan y sus suaves labios devoraran los suyos. Quería esto todo el tiempo por el resto de su vida.
Ambas suspiraron al separarse, una muy sonrojada y la otra sonriendo, y de la mano, la llevó hasta la mesa. Más allá de la azotea, la ciudad nocturna estaba salpicada con luces brillantes, rosas y dorados, y la vista se le antojo de ensueño, exquisita.
–¿Te sirvo una copa, mi amor?– preguntó Luz, descorchando torpemente la botella.
–Si, por favor– rio Amity, acercándole la copa. –Y dime, ¿Qué celebramos?– le preguntó, llevándose el líquido oscuro a la boca.
–¿Necesito un motivo para querer pasar una velada contigo?–.
–Supongo que no– respondió Amity, dejando la copa sobre la mesa mientras su ojos se la veían juguetones. –Pero me dijiste que tenías una sorpresa y no eres la única curiosa–.
–Oh, pero no te lo diré aún– le dijo.
–Oh, ¿Por qué no?– chilló Amity, sin poder evitar reír.
–Bien, bien– se rindió Luz, inclinándose hacia ella para susurrarle. –Estamos celebrando lo nuestro, mi amor–.
–Pero nuestro aniversario ya pasó– le recordó Amity.
–¿Y?– replicó Lucía, –estoy tan enamorada de ti, Amity, que quiero celebrar cada día e instante contigo, porque te amo, te amo cada día más–.
Amity palideció, con lágrimas contenidas en sus ojos dorados. Las palabras de Luz le llegaron al lugar donde su corazón debería latir y sintió sus manos temblar.
–Tambien te amo– le repitió, mientras ella pasaba una mano por su mejilla. «Tonta lágrima».
–Y bien, ¿Quieres cenar?– le preguntó Luz, un poco nerviosa. Ella asintió y la otra chica levantó el cloche que cubría su plato. El aroma a carne y sangre especiada flotó con más fuerza hacia ella y sus colmillos se desenfundaron, ansiosos por probar un bocado.
–¿Qué es esto?– jadeó Amity, con la boca hecha agua.
–Es civet; un guiso de cebollas, sangre y vino– le dijo. –No sabía que existía hasta hace poco, pero luego lo leí y pensé que te encantaría. Espero haber acertado–.
Amity miró con deleite su plato y se relamio los labios, conteniendose para no devorarlo en un segundo como la vampira salvaje que alguna vez había sido.
–Se ve delicioso– confesó ella y Lu sonrió, satisfecha.
–Entonces, bon appetit– le dijo, descubriendo su propia comida, pasta con nueces y espinacas, y se sirvió una copa de vino.
Amity, sin esperar un solo instante más, clavó el tenedor en su comida y se llevó un trozo a la boca, hambrienta y expectante, y no pudo evitar gemir de satisfacción. Luz sonrió ante eso mientras probaba su pasta.
Su corazón latía de felicidad al verla tan feliz, y con cada sonrisa que dibujaba en sus labios las mariposas que vivían en su interior se alborotaban más y más.
–Te ves hermosa– pensó, pero lo dijo en voz alta y Amity alzó la vista de su plato ya vacío y la miró, sonriéndole.
Quería tanto besarla, dejarla exhausta en sus brazos.
–Tu también– le respondió ella, dándole otro trago a su copa de vino. –Eres la chica más hermosa que he visto–.
Lu se sonrojo, no pudo evitarlo, y una risita nerviosa se escapó de sus labios mientras las mariposas volvían a recorrer su cuerpo. Clavó su mirada en la mesa y su mano jugueteo inconcientemente con el borde de su bolsillo.
–¿Estás bien?– le preguntó Amity y ella alzó la vista otra vez. Su mirada se había teñido de preocupación. Ella suspiró. Había llegado el momento.
Se puso de pie y se acercó a Amity, quién la imitó, tomando su rostro entre sus manos. Su mirada le decía que todo estaba bien, que ella la cuidaría, y su boca, esa que ansiaba comer a besos, le dejó uno en la frente.
«Tu puedes, Lucía, ella no te dirá que no».
–Okay– suspiró Lu, armándose de valor. –Se que te digo que te amo todo el tiempo, mucho, pero quiero que sepas que, cada vez que lo hago, lo hago muy enserio. Amity Blight, te amo. No se en que momento comenzó exactamente. Si lo hice desde el inicio o fue algo que iba formándose día a día, pero sé que te amo, y quiero decírtelo todos los días, a cada momento, y quiero ver cómo tus bonitos ojos se iluminan cada vez que lo hago, así que…– dijo, arrodillándose frente a ella.
Amity asintió, sus manos tomando con fuerza la tela de su vestido, mientras retenía todo lo que podía las lágrimas que se amontonaban en sus ojos.
–No sé cuánto tiempo podamos estar juntas– dijo, sus propios ojos humedecidos, –pero quiero pasar cada día que me quede contigo–. Sacó una cajita de color rojo de su bolsillo y la abrió hacia ella.
Un pequeño anillo dorado brillaba en ella y Amity, con las manos sobre la boca, se quedó sin palabras.
Algo dentro de ella estalló y una sola lágrima se resbaló por su mejilla.
–Amity Blight, mi hermosa vampiresa, ¿Aceptarías ser mi esposa?–.
Despacio, ella asintió, con las piernas temblorosas mientras temía que aquel momento se hiciera añicos frente a ella.
Ella le colocó el anillo y besó su mano, enviando electricidad por todo su cuerpo. ¿Era aquello sentirse viva? Se preguntó mientras su novia, no, su prometida, se acercó a su boca y la besó con delicadeza, limpiando con su mano las lágrimas que manchaban su rostro y la envolvía con sus brazos.
–Si, acepto– le susurró al oído, y los latidos de ella le llenaron el cuerpo mientras más besos le cubrieron el rostro. «Seré tu esposa».
Arte de estrilex48
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