» Capitulo 41
Los nervios correteaban bajo su piel y las ganas de salir corriendo aumentaban con cada autógrafo. Pero no, Luz no iba a huir, sin importar que tan rápido y agitado latiera su corazón.
–Siguiente– exclamó, y otro libro más estaba frente a ella.
En un abrir y cerrar de ojos, cuatro lentísimas horas se esfumaron entre sus manos, y cuando terminó, en su rostro había una sonrisa, de esas de satisfacción y orgullo, de chispeante felicidad.
–Lo hiciste bien– la apremió Amity, llegando a su lado después de haber estado recorriendo aquella convención de libros un rato. Ni siquiera sabía que existían eventos como aquellos y ahora estaba enamorada. –¿Estás lista para irnos?– le preguntó, tomándola de la mano.
–¿Sacaste fotos?– preguntó Luz en respuesta, asintiendo. Le dolía la muñeca como no lo había hecho desde la universidad, pero cada palabra había valido la pena.
–Oh, si, muchas– le aseguró la vampiresa, mostrándole su celular.
En el, la chica tenía fotografías de Luz llegando al evento, de la fila de fans, varias de ella firmando los libros, saludando a sus lectores, un par de tomas más alejadas, dos intentos de selfies borrosas que no tenían nada que ver con el evento, algunas fotos de la publicidad de Midnight Love, más de Luz, muchas más de Luz, sonriendo, firmando y mirándola a través del lente mientras le mostraba la lengua, y las últimas eran de un gato blanco que se había colado a la convención, y que según Amity, era muy lindo.
–¿Nunca has pensado en ser mi fotógrafa personal?– rio Luz, devolviéndole su celular. –Te pagaré con abrazos–.
–No lo había hecho, pero ahora lo estoy considerando– le respondió, saliendo con ella de ahí.
Afuera el día era opaco, un poco frío, pero no parecía que fuese a llover. Las chicas tomaron el metro y se dirigieron a Bellver Street, dónde se encontraba una antigua plaza revestida de piedra blanca grisácea.
–Dicen que colgaron brujas aquí hace doscientos años– murmuró Luz, a quien le encantaban las leyendas, mientras lamía el helado de cerezas que Amity le había comprado. –Pero no existen registros ni nada parecido, por lo que solo es un rumor– agregó, encogiéndose de hombros.
–Los rumores se originan de verdades a medias– opinó Amity, limpiando distraídamente una manchita roja de la mejilla de su novia. –Quizás lo que pasó realmente haya sido algo que no querían que se supiera– objetó, recordando como su hermano había hecho correr diversos rumores sobre Manor Blight durante esos años.
–Tal vez– respondió Luz, caminando por la pasarela de piedra desgastada. –Hay otras leyendas por aquí, como…– se detuvo a pensar, mirando la plaza a su alrededor. –Como la dama de gris– dijo, señalando un edificio al otro lado de la calle. –Es una leyenda un poco genérica. Una mujer vestida de gris que se aparece en los pasillos durante las tardes de lluvia– relató, volviendo a lamer su helado.
–¿Y la has visto?– preguntó Amity.
–La verdad es que no– respondió ella, –¡pero me encantaría! Siempre he querido ver un fantasma– exclamó. –O una sirena. Dicen que son hermosamente terroríficas. ¡O un hada! O una bruja, o un...–.
–¿O un vampiro?– la interrumpió Amity, riendo ante su adorable entusiasmo.
–Oh, si, fantaseo todas las noches con besar a un vampiro– le dijo Luz, mirándola con dulzura y complicidad.
Amity se acercó a ella y la besó en la boca, poniéndose de puntillas para estar a su altura mientras Luz le rodeaba la cintura. Sus labios estaban fríos y sabían a helado de cerezas.
–Asombroso. Ya podré tachar el beso de mi lista– le dijo Luz, sin soltarla del todo.
–Oh, enseguida buscaré una casa con un fantasma disponible para ti, amor mío– le aseguró, mientras ambas comenzaban a andar hacia el otro lado de la plaza, su mano aún en su cintura, la otra señalando más lugares con historias.
Llegaron al museo veinte minutos después con la advertencia de que estaba por cerrar y Luz, casi tan emocionada como lo había estado con las leyendas de la plaza de Bellver Street, volvió a tomar a su novia de la mano y la llevó a través de las exposiciones de arte.
«Ella merece su propio expositor», pensó al mirarla, sus ojitos dorados contemplado todo con anhelo.
Llegaron a la sala de escultura Europea del siglo XVIII, y entonces su sonrisa se apagó. No estaba. La exposición que tanto quería mostrarle a Amity no estaba.
–¿Qué? Nooo– chilló Luz, corriendo hacia el lugar donde Revenir debería de estar, a pesar de la estricta regla de no correr. –¿Por qué la quitaron? ¿Le estarán dando mantenimiento?– preguntó, mirando con tristeza a Amity.
–Es lo más probable– la consoló Amity, dejando que la chica apoyará la frente en su hombro. –Ya podremos verla en otra ocasión, ¿No?–. Luz murmuró algo contra ella y luego se separó, forzando una pequeña sonrisa.
–Si, tienes razón– dijo, mirando el expositor vacío. –Supongo que me emocioné mucho por qué lo vieras–.
–¿Otra historia?– preguntó Amity, curiosa.
–Si. Revenir, y el fantasma que lo visita por las noches– dijo, recordando la historia. –Está bien, aún nos quedan unos minutos– replicó, caminando con Amity hacia otra ala.
Le contó toda la historia mientras avanzaban entre los restos de piedra de todo un siglo.
Tenían unos minutos y toda una noche por delante.
El sol ya había desaparecido y el cielo era de un violeta plomizo cuando las chicas pararon en una cafetería a la orilla de la calle, en una avenida no tan concurrida.
–Quiero todo lo del menú– murmuró, mirando deleitada la lista de postres. Amity alzó una ceja, y Luz le guiñó un ojo. –Aunque esta vez me conformaré solo con solo un trozo de tarta de flan y un mocaccino– dijo, cerrando la carta. –¿Tú quieres comer algo?– le preguntó, aunque ya supiera la respuesta.
–No, está bien, comeré algo al llegar al hotel– respondió, mostrándole una sonrisa con pequeños colmillos en los bordes.
La comida llegó un momento después, y según Luz, lucía demasiado bonita para ser ingerida.
–Sonríe, hermosa– exclamó Amity, con la lente del celular apuntando hacia ella. Un click después, y Lu ya tenía un recuerdo de aquel platillo. –Ya puedes comer en paz– le aseguró la vampiresa, mostrándole la fotografía, lo cuál Lu agradeció con entusiasmo mientras daba el primer mordisco.
Insistió en que ella lo probara, solo un pedacito, porque era incapaz de comer algo tan exquisito ella sola.
–Diría lo mismo, pero estoy segura de que tu volverías a tomar sangre con todo gusto si te lo ofrezco– susurró, para que nadie más las oyera.
–¿Eso es una invitación?– sonrió Lu, metiendo la cuchara en su boca.
–No– espetó Amity, sin sonar autoritaria en absoluto. Su novia hizo un puchero de tristeza mientras bebía su café.
En su cabeza, Luz estaba imaginando el posible contexto en el que volvería a probar una copa de sangre. ¿Se la ofrecería Amity? ¿La robaría? ¿Su vida dependería de beber sangre fresca?
Alzó la mirada para observar a la vampiresa frente a ella en la mesa, con intención de hacerle una pregunta al respecto, pero ella miraba ida algo al otro lado de la calle. Siguió su mirada, y sus ojos se toparon con el aparador de una boutique, dónde yacía un maniquí vestido de seda negra, como una trágica y hermosa princesa.
Era un vestido de novia que, pensó, a Amity le quedaría tan, tan bien, y sus mejillas se tiñeron de un leve rojo por lo que implicaba aquel pensamiento.
Su Amity se vería preciosa vestida de novia.
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