» Capitulo 40

El golpe de la puerta contra la pared seguido de pasos arrastrándose por el suelo rompió el denso silencio que inundaba aquella cabaña y ella lo siguió con la mirada hasta que el vampiro desapareció por las escaleras del viejo sótano.

La ausencia de su arrogancia fué todo lo que Viney necesito para saber qué, cuál haya sido su plan la noche anterior, había salido muy mal.

Con desgana, tomó una botella de la reserva, de aquella que cada noche se iba haciendo más escasa, y comenzó a caminar hacia el sótano; sus colmillos mordiendo su lengua para no decir lo que pensaba.

Abrió la puerta con cuidado y caminó en silencio por aquella fétida habitación que olía a muerte, tendiéndole la botella al chico Blight sin esperar un gracias cuando él la arrebató de sus manos y tomó el espeso líquido con desastrosa rapidez, para luego dejarla caer en el suelo, dónde se rompió en esquirlas.

Viney sintió la ausencia de su corazón mientras lo observaba yacer al borde de aquel mugriento sillón en tétrico silencio y algo en su interior se retorció al recordar todas las noches que pasaron juntos entre besos salvajes y una o dos copas. Pero nada de eso existía ya, y solamente quedaban el amargo recuerdo del chico que alguna vez fue encantador y de la chica estúpida que se enamoró de aquella bestia con los ojos cerrados, negándose a ver el horror que dormía tras los muros de Blight Manor.

«Maldita ingenua, debiste morir aquella noche como a las otras chicas, drenada y con los colmillos en el cuello».

Ella sacudió la cabeza tratando de alejar los pensamientos intrusivos de su mente cuando el débil murmullo de su voz ronca la detuvo.

–Dos días– susurró él, apartando los mechones de cabello que ocultaban sus ojos. –Hace dos días que Amity y la humana no están en ese apartamento– expresó con disgusto.

–Bueno, quizás se mudaron– sugirió ella, cortante e indiferente. Él bufó ante la idea.

–No, no, sus cosas siguen ahí– aseguró él con la mirada ida en los fragmentos de vidrio sobre el suelo. –Pero regresaran, lo sé… y cuando regresen… cuando regresen las mataré– susurró con insania.

Cadáveres colgando de las vigas del ático, gritos desgarradores a mitad de la noche, sangre goteando sobre el suelo… ella cerró los ojos con fuerza.

–Estas demente, Edric– susurró Viney, sin poder frenar sus palabras. –Es tu hermana. La única que te queda– le recordó. –No puedes…–.

–¡Es una traidora!– estalló Edric, poniéndose de pie con furiosa rapidez y plantandose a milímetros de ella. –¡Es una arpía que nos vendió a Reed a la menor oportunidad!– rugió, sus colmillos desencajandose. –¿O ya lo olvidaste?–.

Es-eso no lo sabemos con seguridad– argumentó Viney, evitando encontrar su mirada.

Sus ojos le traían pesadillas.

–Oh querida Viney, no eres así de ingenua – dijo él, tomándola del mentón con fuerza y obligándola a mirarlo a los ojos. –¿O es que acaso estás conspirando junto a la pequeña Mittens en mi contra?– teorizó él con lascivia. –¿Planeas empalarme mientras duermo, querida mía?– susurró él a su oído. –¿O planeas arrancar mi corazón y desgarrarlo hasta que ya no quede nada de él?–.

Viney sintió el miedo ácido ascender por su garganta y trató de apartar al vampiro de ella, pero los nervios habían entorpecido sus movimientos.

Si, ella había sido muy ingenua, y se había dejado convertir en un vampiro cuando creyó estar enamorada, y ahora, cada vez que cerraba los ojos, podía ver el rojo sangrando y empapandolo todo.

Podía sentir la muerte deslizarse bajo su piel.

–No seré yo quien te arranque el corazón, Edric– escupió ella, empujándolo con más fuerza de la que pretendía.

Edric trastabilló unos centímetros, sorprendido por la audacia de su hasta ahora dócil amante, y enfocando su mirada en ella, la tomó con fuerza por los hombros.

–Chica estúpida– siseó él cerca de su rostro. –¿Quién te crees?–.

«Soy lo que tú hiciste de mí» pensó ella.

–¡Responde!– gruñó el vampiro.

–Nadie– masculló ella. –No soy… nadie– dijo.

Edric sonrió y retiró sus manos de ella, complacido por su respuesta.

El poder lo embriagaba, y eso lo excitaba.

Pero ella había retenido el resto de las palabras en su boca y solo su vacío corazón pudo escucharlas.

«Nadie merece lo que haces. Y yo no soy tu marioneta. Me aseguraré, Edric, de que nadie más salga lastimado. No sé cómo, pero lo haré».

Ella sollozó, limpió sus ojos empañados y dió media vuelta.

–Hey, no te he dado permiso para irte– exclamó Edric al verla marcharse, pero ella lo ignoró.

«Solo el miedo te retiene aquí, Vi» le había dicho Emi noches antes de desaparecer.

Y tenía razón.

Nada más que el miedo -miedo a estar sola y a la deriva en el mundo- la retenían ahí.

–¿A dónde crees que vas?– siseó Edric siguiéndola escaleras arriba, dónde los otros vampiros los observaron con indiferente curiosidad.

–A algún otro lugar, no lo sé– dijo ella, sin dejar de caminar.

–¿Planeas irte?– rio él.

Los murmullos alcanzaron sus oídos, siseandole cosas desagradables.

–Si… eso planeó– susurró Viney, girándose para verlo a los ojos. Decenas de miradas se clavaron sobre ella mientras su cuerpo no paraba de temblar.

–Si te vas, querida, morirás– le recordó él. –Eres tan estúpida que ni siquiera puedes cazar un ratón– le dijo. Los otros vampiros se rieron porque sabían que era cierto. –Sin mí, no eres nada Viney–.

–¡Contigo soy nada!– exclamó ella, harta. –Y antes que seguir siendo nada a tu lado, prefiero la muerte. Sería un regalo– sollozó, alejándose aún más. –Hasta nunca, mi amor– se despidió ella del chico al que alguna vez amó, y corriendo, se alejó del otro chico, aquel al que odiaría por siempre.

Edric, completamente solo en aquella cabaña vacía, gruñó y cerró la puerta, volviendo a su sótano dispuesto a terminar con lo que quedaba de sangre.

Todos sus vampiros lo habían abandonado ya, incluso ella y sus fantasmas.

Su alma -no su cuerpo- estaba muerta de cansancio cuando puso un pie en la ciudad, y sin ningún lugar a donde más ir, siguió caminando hasta que sus ojos vislumbraron las puertas de un bar con la letra D estampada en su puerta.

Cuando cumplió dieciocho empezó una nueva vida, recordó mientras entraba a aquel lugar. Cuándo se convirtió en una hija de la noche, empezó otra, pensó, pidiendo algo en la barra que no pensaba pagar. Ahora, ahí estaba, a punto de empezar otra.

¿Cuántas vidas tendría que vivir hasta encontrar una en la que no deseara morir?

–La cerveza es asquerosa– dijo una voz coqueta a su lado. –¿No prefieres pedir vino, Viney? Yo invito– preguntó la chica de cabello esmeralda, antes de alzar su propia copa, brindando con una sonrisa teñida de rojo.

Quizás, solo tres.


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