» Capitulo 4
–Amity…– susurró una vocecita en su cabeza, distorsionando sus pesadillas y haciéndola abrir un ojo con dificultad.
Un suave tacto toqueteó sus mejillas y –Amity– volvió a susurrar.
La vampira, mareada y confundida, se incorporó y llevó una mano a su boca para ocultar un bostezo.
¿En qué momento se había quedado dormida en la sala?
–¿Buenos días?– murmuró, haciendo a un lado aquella manta ajena que la cubría y que destilaba el aroma inconfundible de su amiga humana.
Llevaba dos meses en aquel apartamento.
–Buenos días, Amity– le respondió su roomie sentada en la orilla del sofá con una contagiosa sonrisa en los labios y un par de esponjosos guantes de cocina en las manos. –¿Quieres comer?– le preguntó, apuntando con la cabeza hacia la cocina. –Estoy preparando sopa–.
Amity se restregó los ojos ante la claridad del día a la que no estaba acostumbrada y reprimió un segundo bostezo.
–Está bien, no tengo hambre– le dijo ella, limpiando la saliva en su mejilla.
–¿¡Cómo que no tienes hambre!?– exclamó Luz, asustando a Amity. –Mira, se que no es de mi incumbencia, pero llevas todo el día durmiendo y no has comido nada– le dijo, y realmente se veía preocupada. –¿Estás enferma?– le preguntó.
«Que linda» pensó Amity. Luz se preocupaba más por ella que ella misma.
–No no– negó Amity, dándose cuenta de que debía inventar alguna excusa.
–¿Estás embarazada?– le preguntó Luz en cambio.
–¿Qué? ¡No!– chilló Amity, ahora asustada.
–¿Estás…?–. Amity colocó una mano sobre su boca, ahogando su pregunta.
–Está bien– le dijo, retirando lentamente su mano. –Comeré de tu sopa–.
Luz asintió despacio, poco convencida pero satisfecha, y se levantó para regresar a la cocina, dónde una pequeña olla burbujeaba sobre la estufa.
Amity la siguió unos segundos después, olfateando el aroma a especias en el aire.
Sabía, por experiencia propia, que los vampiros como ella eran alérgicos e intolerantes a muchísima de la comida humana, pero también sabía que, si ponía una excusa, Luz le preguntaría el porqué y ella no podía decirle la verdad.
No debía, no. Tendría que seguirle la corriente ahora, por su bien.
–Oye, Amity– la llamó Luz, abriendo el refrigerador. –¿Piensas comerte éstas frutas o puedo tomarlas?– le preguntó, sacando de ahí tres manzanas que alguna vez fueron verdes y ahora tenían un tinte amarillento. –Es que están por echarse a perder, y…– intento explicar.
–Está bien, tómalas– la interrumpió Amity, acercándose al refrigerador.
Había olvidado por completo la comida que había comprado para “fingir ser humana” y no levantar sospechas: frutas, leche, pan; cosas que no había comido y que ahora sin duda habían provocado todo lo contrario. Tenía que arreglarlo.
–Yo… suelo comer afuera– le explicó Amity, tomando el cartón de jugo y cerrando el refrigerador. –Se me olvidó por completo que esto estaba aquí, ops– río ella, llevando el cartón de jugo a sus labios.
Dos finas gotas de jugo se derramaron por las comisuras de sus labios y ella limpió el pegajoso naranja de su rostro antes de dejar el cartón vacío sobre la encimera.
«Actuar como humana, listo. Problema resuelto… tal vez».
Luz, quién ya había notado que su compañera nunca comía en casa, ya lo había supuesto, y asintiendo, regresó su atención a la sopa, que ya casi estaba lista.
Amity la observó agregar un par de especias rojizas a la comida y luego revolver. Se veía como una bruja haciendo hechizos en su caldero, pensó la vampira.
Una bruja buena.
–Buen provecho, Amity– le dijo Luz mientras ponía un plato humeante frente a ella y le tendía una cuchara. –Ten cuidado, esta muy caliente– le advirtió mientras servía un poco de comida para ella.
–Gracias, Lu– respondió Amity, llevándose con ansia y miedo una cucharada de sopa caliente a la boca.
Cinco, seis, siete segundos. Otra cucharada. Se sentía picante y para nada tan asquerosa como esperaba. Tomó un poco más y su sonrisa forzada poco a poco dejó de ser fingida.
Podía hacer esto.
–Vaya, sí que tenías hambre– río Luz, complacida de verla comer su sopa con tanto apetito. –Queda un poco más en la cocina si aún tienes hambre– le dijo, dedicándole otra de aquellas sonrisas con las que soñaba cada noche.
«Deja de coquetear conmigo, Noceda» exclamó Amity en su cabeza.
Naturalmente, la chica no escuchó sus protestas mentales.
–Gracias. Pero estoy bien– respondió Amity, llevándose otra cucharada más a la boca. Noceda asintió.
–Oh, por cierto– exclamó Luz de pronto, dejando de soplar su comida un instante. –Vendrá una amiga mía esta noche– le avisó.
–¿Una amiga?– respondió Amity, acabando su comida; había sobrevivido.
–Sí. Es mi mejor amiga y hace varias semanas que no la veo– continúo Luz. –Y te lo digo para que, ya sabes, no te sorprendas al verla– explicó.
–Está… bien– aceptó Amity, levantándose de la mesa. –Puedes invitar a quien gustes, no te preocupes por mi– le dijo, caminando hacia la cocina, dónde lavó sus manos y suspiró contra el lavaplatos.
Algo ácido se revolvió en su estómago.
No es que esperara que la humana no tuviese más amigos, seguramente tenía muchísimos, pero algo dentro de ella recelaba la idea de otra chica, una desconocida, en el apartamento, y no entendía el porqué.
Luz y ella no eran más que amigas, ¡roomies!, sentir celos era lo más estúpido del mundo.
Aún así, no podía negar que la humana, con su efervescente actitud y sus tonterías, tenía algo que le atraía, que le gustaba incluso, tal vez… no.
No podía enamorarse de otra mortal.
¿O sí?
Se guardó sus celos y confusión en el rincón más inhóspito y oscuro de su mente y se fué a la soledad de su habitación antes de que la humana la viese otra vez.
Tenía demasiado en que pensar.
La noche cayó rápida y fríamente, y las calles llenas de neblina le sabían a misterio y secretos olvidados mientras ella volvía de Daemonik con una nueva botella de vino especiado en la chaqueta.
Ninguna comida humana se igualaría jamás a una sola gota de sangre, lo sabía, aunque admitiría que su humana no cocinaba nada mal.
Se preguntaba, mientras abría la puerta del apartamento, si sus besos sabrían tan exquisitos como su comida o si una sola noche de ellos podrían aplacar su hambre.
Quizás no, pero le encantaría intentarlo.
Abrió la puerta y dió un paso adentro, sorprendiendose al ser recibida por la más densa oscuridad, dónde una triste sonrisa le dió la bienvenida.
–Hola– la saludó ella desviando su mirada y secando discretamente de su rostro las lágrimas que no quería mostrarle.
Amity cerró la puerta y casi corrió hasta ella, quitándose la chaqueta y sentando a un lado del sofá.
–Hey, ¿Estás bien?– le preguntó, queriendo abrazarla y resistiéndose al mismo tiempo.
–Si, si, lo estoy– desestimó Luz, con la voz aguda y cansina.
–¿Dónde… está tu amiga?– preguntó Amity, mirando los bocadillos intactos en la mesita y luego otra vez a Luz.
–Ella… no lo sé. No vino– dijo, restregándose los ojos. –Pero está bien. No importa– le aseguró Luz, poniéndose de pie.
–Hey, a mí me importa– exclamó Amity, tomándola de la muñeca.
La chica miró sonrojada hacia su mano y retrocedió hasta volver a sentarse. Sus ojos avellana se clavaron en sus ojos miel tan intensamente que ella se sintió palidecer bajo su mirada.
–Gracias– susurró Luz inclinándose sobre ella y abrazándola.
Sus latidos palpitaron melódicamente en sus oídos y su poca estabilidad cayó hasta al piso.
Nunca la había tenido tan cerca.
–¿Quieres… hablar de eso?– preguntó Amity, desviando su atención y acariciando con timidez su cabello castaño.
–No– susurró Luz, rompiendo el abrazo y apartándose un poco. –No quiero seguir pensando en ella– agregó, pero su expresión amarga solo se agravó.
Y luego volvió a mirarla con aquella intensidad que la hacía temblar.
–¿Puedes olvidar que me viste llorar por que me dejaron plantada?, por favor– río, y aunque su voz estaba mezclada y herida con la tristeza, Amity asintió.
–Lo haré– le prometió ella, guiñandole un ojo para sellar su promesa.
El rojo volvió a teñir las mejillas de la humana y una sonrisa, de esas de verdad, pintó sus labios.
–Eres hermosa cuando sonríes– susurró Amity, y su interior se revolvió porque no había planeado decir en voz alta aquel pensamiento.
–G-gracias– murmuró Luz, sin saber si volver a abrazar a aquella chica porque se había sentido genial o tomar su poca dignidad y sentarse en otro lugar que no fuese su regazo.
Lentamente se apartó.
–Iré por un poco de agua– volvió a murmurar Luz, y se alejó torpemente de ella hacia la cocina.
«¿¡Qué sucede contigo, Luz!?» se regañó mientras se servía un vaso con agua.
–No puedes estar sonrojandote cada vez que te toca o dice o hace algo bonito– susurró. –Pensara que…– bebió el agua para ahogar sus próximas palabras.
«Pero es cierto».
–Amity… ella me gusta mucho– admitió en la soledad de su cocina.
El calor inundó su pecho y sus piernas temblaron, su pulso se hizo un desastre y una sonrisa involuntaria se adueñó de sus labios.
Quería gritar y llorar al mismo tiempo.
«Me gusta Amity».
Quería besarla, comerla a besos.
Con todo el autocontrol que no poseía volvió a la sala dónde Amity, quién leía un libro de portada negra con líneas rojas que ella había dejado sobre la mesita, palmeó el lugar vacío a su lado para que se sentará con ella.
–Planeaba ver la película de ese libro esta noche– comentó Luz, sentándose junto a ella.
–Bueno, aún podemos verla, si quieres– le sugirió Amity, cerrando el libro y volviendolo a poner en la mesa.
–¿Si?– preguntó Luz, sorprendida y entusiasmada.
Amity asintió y río al ver la emoción que estalló en aquella chica al hacerlo. Tomó un poco de aquellos bocadillos mientras la veía encender la pantalla y acomodarse muy cerca suyo.
El dulce se deshacía plácidamente en su boca e imagino que así sabrían los besos de aquella chica, dulces y adictivos.
–Ahhh. No me hago responsable si lloras– comentó Luz a los tres o cuatro minutos, tomando también algunos bocadillos y mirando más a Amity que a la pantalla.
–Eso suena a qué alguien morirá– le respondió Amity, con el ceño fruncido.
–¿Qué? ¡No!– chilló ella entre risas.
–Okay. Alguien muere. ¿Quién es? ¿La protagonista? ¿Su interés amoroso?– trató de adivinar.
–¡Nadie muere!– río Luz, pero la mentira se delataba fácilmente en su expresión.
–No eres nada buena mintiendo, Lu– expresó ella, riendo también.
–¿Y tú sí?– le preguntó.
–Te sorprenderías– respondió Amity.
–¿Oh, si?– exclamó, acercándose a ella. –¿En que me has estado mintiendo, Blight?– le preguntó Luz, recostandose sobre ella, cómo cuándo la había abrazado antes.
Le gustaba estar ahí.
–¡Jamás dije que te mentía a tí!– se defendió Amity, colocando sus manos alrededor de su cintura en otro abrazo.
–¿No?– interrogó Luz, y Amity podía oír una sinfonía de latidos irregulares en ella.
–Pregúntame lo que quieras– le dijo entonces, acomodandole un mechón de su castaño cabello detrás de la oreja. –Prometo ser sincera–.
–¿Me has mentido?– preguntó Luz al instante.
–A veces– admitió la chica. –Pregúntame algo más interesante–.
–Mmm, ¿Tienes novio?– le preguntó después de unos segundos.
Amity miró a aquellos ojos achocolatados y negó, acariciando superficialmente su rostro.
–No tengo novio– le respondió. –No me gustan los chicos–.
–¿Y novia?– preguntó Luz, suspirando a centímetros de su boca.
Amity posó su mano en su mejilla y acarició su labio inferior con suave y leve presión, negando con una sonrisa.
–Tampoco– le respondió.
Sus latidos se volvieron música y el rubor cubrió cálidamente sus rostro, haciendo temblar aquellos labios que seguían bajo su tacto, rojos y ansiosos por uno o varios besos.
–Luz– susurró Amity, aún acariciando su cintura.
El tiempo se había detenido en aquel instante.
–¿Mmm?– gimió la chica, nerviosa, con los ojos clavados en la boca de la vampiresa.
–¿Puedo darte un beso?– le preguntó.
Los desenfrenados latidos se suspendieron un segundo y su rostro asintió casi imperceptible mientras ella se inclinaba solo un poco más cerca, hecha un lío de mariposas enloquecidas.
Amity acercó su rostro lentamente al de ella, suspirando nerviosamente sobre sus labios y, cómo sólo lo había hecho en sus fantasías, tocó su boca con la suya, besándola.
Sus besos eran más dulces de lo que había fantaseado, y mil veces más adictivos.
Se separaron, se miraron intensamente, y sus bocas volvieron a acariciarse con lenta desesperación.
–Déjame besarte, Amity. Déjame besarte hasta el cansancio– jadeó Luz entre beso y beso. –Luego podemos fingir que nunca sucedió si quieres, pero déjame besarte ahorita…–.
–Hazlo, sí– murmuró Amity, permitiendo que aquella chica se adueñara de su boca mientras se dejaba caer en sus brazos, llenandola de caricias tímidas y atrevidas.
Cuando la película terminó, las dos chicas estaban en silencio, una sobre la otra, sin palabras y sin aliento, abrazadas en la oscuridad.
Solo los latidos aún erráticos de su humana llenaban el vacío, creando una dulce melodía que Amity deseaba reproducir una y otra vez hasta el olvido.
Era inevitable, se había vuelto a enamorar.
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