» Capitulo 39

«Otras dos mujeres jóvenes han sido encontradas está mañana, desangradas a la orilla del Río Victoria…» narró la periodista en la pantalla, antes de que Viridiana Reed la apagara.

–Van ocho chicas muertas en solo tres meses, señora– recitó Kiki con angustia.

–Lo sé– suspiró Viri, caminando de un lado a otro, haciendo resonar sus pasos contra el suelo.

Clic, clac, clic, clac.

«Maldito Edric Blight».

–¿Ha habido movimiento reciente en la casa?– preguntó, sabiendo la respuesta.

–Ninguna señora. Nadie a entrado o salido desde la redada– respondió Kiki, negando. –¿Y si interroga a la señorita Blight?– preguntó, con una nota de enojo en su voz. –Estoy segura de que está ocultando información–.

–Los asesinatos han continuado durante el tiempo que ella ha estado aquí– le recordó Viri, hojeando con parsimonia los últimos informes.

–Eso no la hace inocente– musitó Kiki, y Viri tragó saliva. Sabía que ella tenía razón. –Debería insistir, señora– presionó Kiki, –su padre no…–.

–Yo no soy mi padre, Kiki– exclamó Viri, cortando la conversación con un chillido.

–Lo siento señora– se disculpó la doncella, mientras la vampiresa tomaba un largo trago de vino tinto. –Tal vez debería probar alguna estrategia… como… ofrecerle algo a cambio– dijo.

–¿Ofrecerle algo?– repitió Viri, dejando la copa vacía en la mesa –Ofrecerle algo…–.

–¿Señora?– llamó la pequeña vampira cuando la reina comenzó a caminar lejos de ella, dejándola sola.

«Ofrecerle algo» siguió repitiendo en su cabeza mientras se adentraba sobre sus tacones rojos en el laberinto de piedra caliza y escaleras. «Ofrecerle algo, cualquier cosa que quiera».

Emira Blight no había derramado muchas palabras en aquellos dos años, cuatro meses y ocho días, incluso cuando ya no le quedaba nada más que perder. Entonces, ¿Por qué habría algo en esta vida que podría cambiar eso?

Se detuvo frente a la puerta de la celda de Emira, suspirando e invocando cada gota de paciencia que no tenía, y sin tocar, entró.

–Hola otra vez, su majestad– canturreó Emi desde la cama, inyectando una especie de ironía en su título.

–Hola, salvaje– devolvió Viri, renunciando de una vez a su paciencia.

–Oh, aquí vamos de nuevo– bostezó Emira, cerrando el libro que había estado leyendo y dejándolo sobre la almohada. –¿Qué discurso gastado quieres que te repita hoy, cariño?– preguntó la vampira, alisando su ropa y juntando sus manos al frente.

–Me gustaría saber que te gusta– dijo Viri, sus palabras sonando ajenas en su boca. La vampira al otro lado de la habitación alzó una ceja en confusión.

–¿Disculpa?– preguntó, ladeando la cabeza.

–Yo… puedo darte cualquier cosa que te guste, Em, si colaboras– dijo ella, como si fuese muy obvio; pero al ver la expresión de desconcierto en el rostro de aquella chica se dió cuenta de que tal vez debió habérselo pensado un poco mejor.

–Aja– musitó Emi, moviéndose en la cama y haciendo tintinear las cadenas que esposaban sus manos. –¿Sabes que así no funciona el chantaje, no?– se burló.

–No te estoy chantajeando– siseó Viri, acercándose a ella. –Te estoy ofreciendo lo que quieras, cualquier cosa, a cambió de que me ayudes a dar con el paradero de tu hermano– le explicó, poco paciente.

No planeaba disfrazar sus verdaderas intenciones con ella.

Emira en cambio la miró de arriba a abajo, antes de suspirar resignada.

–No pierdas tu tiempo, linda. Ambas sabemos que ni yo tengo las respuestas que tú buscas, ni tú posees lo que yo deseo– le dijo, aburrida.

–Que. Quieres– insistió Viri, acercándose aún más.

La vampira alzó sus ojos dorados y se puso de pie, quedando frente a frente con la reina.

–Ya te dije todo lo que sé– le repitió Emira, enojada. –¡Así que no insistas más! ¿Quieres encontrar a Edric? Bien, ponle una trampa, rastrealo en la noche, coloca a tus estúpidos soldaditos con cuchillos en cada esquina de esta estúpida ciudad, ¡No lo sé!– gritó.

–¡Ya intenté eso!– chilló Viri, exaltando a la otra vampira.

–Bueno, él no es tan listo– murmuró Emi, negando y retrocediendo todo lo que el limitado espacio le permitía.

–Por favor, sé que tú también quieres que se detenga– siguió insistiendo Viri, tomando a la chica de las frías manos. –Puedo verlo en tu mirada–.

Emira clavó sus ojos miel en las manos que sujetaban las suyas y lentamente alzó la mirada otra vez al frente.

–Si, es cierto…– admitió ella. –Edric arruinó muchas, muchas cosas. Y aunque es mi hermano, mi gemelo… tiene que parar– suspiró.

Hubo algo en la manera en el que lo dijo, melancólica y resignada, que captó la atención de Viri.

Como si hubiese algo que deseara y no pudiera obtener.

–Voy a encontrarlo– le aseguró Viridiana, sin soltar sus manos mientras un suave brillo que sabía a ilusión cubrió sus ojos dorados.

–Hay… una chica– tartamudeo Emi después de unos segundos de silencio. –Ella podría saber dónde está–.

Viridiana contuvo su sonrisa de orgullo. Kiki tenía razón, ella no le había contado todo aún.

–¿Dónde está ella?– le preguntó Viri, su voz suave y paciente, y sus manos acariciando sus brazos íntimamente.

–No quiero que la impliques en esto– le advirtió Emi, el brillo desapareciendo al instante de su mirada.

Un gruñido brotó de manera inevitable de su garganta.

–Odio hacer promesas– confesó la vampiresa. –Pero, si ella colabora, y me agrada, puede que no le toque ni un solo cabello– ronroneó.

Emira sabía que ella también estaba harta de la dictadura delirante de Edric Blight, y meditó eso unos largos minutos en silencio antes de ceder y susurrar su nombre.

Una sonrisa floreció en los labios de la reina.

–Haz sido una chica muy buena hoy, Emi– la felicitó Viri, satisfecha con la nueva información. –Pediré que te traigan más de esas novelas– le dijo, compensandola por sus palabras.

–Los romances de época son hermosos, pero…– murmuró Emi.

–¿Pero?– repitió Viri, sabiendo que probablemente pediría una novela diferente ahora.

–Ya me aburrí de leer sobre el romance de otros– le dijo ella, mirándola con timidez. –Y dijiste que me darías lo que yo quisiera– le recordó.

–¿Quieres libros que no sean de romance?– trató de adivinar Viri.

–No, lo que quiero es mi propia historia de amor– confesó, antes de cerrar los ojos y dar un paso al frente.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top