» Capitulo 38
La noche eclipsaba el cielo tras las ventanas y, esparcidas en el suelo del apartamento, habían decenas de cajas vacías, otras desbordantes de libros y un solo par de maletas inalteradas.
–¿Hace frío allá?– preguntó Amity desde la habitación, repasando por tercera vez la lista de cosas que necesitarían llevar.
–¡Si, mucho!– exclamó Luz, debatiéndose en el baño si debería llevar pasta dental o le regalarían en el hotel.
–Amor, ¿Has visto mi chaqueta?– preguntó Amity, asomándose por la puerta.
–¿Cuál?– dudó Luz. –¿La de color rosa o negro?–.
–Negro…– respondió Amity, pero su mirada cayó en la bolsa con botellas de shampoo que Luz tenía al lado. –¿Llevarás eso?– le preguntó.
–Eh, ¿Si?– musitó Luz. –No todos los hoteles tienen productos gratis– le explicó, cerrando la pequeña maleta y uniendola a las otras. –¿Tienes todo?– le preguntó, tachando otra cosa de la lista.
–No, aún me falta…– empezó la vampira, recordando de pronto dónde había dejado la chaqueta. –Oh, ya vuelvo– dijo, saliendo de la habitación y corriendo a la sala, donde sobre el sofá gris, estaban las dos chaquetas, una sobre la otra.
Amity tomó una, su favorita, la de color negro, y se la colocó, dejando la otra sobre las dos maletas de ropa cerca de la entrada.
Tenía casi todo listo, solo le faltaba una cosa.
Se arrodilló en el suelo y corrió los cierres de aquella maleta que Viridiana le había dado, relamiéndose los labios con deleite y sus ojos dilatandose al observar las bolsas de etérea sangre roja.
Sus colmillos vibraban de solo pensar en que ya era la hora de la cena.
Sacó una de las bolsas y la guardó dentro de su chaqueta. Ella ya estaba lista.
–¿Amity, has visto las llaves del coche?– exclamó Luz, bajando con la otra maleta.
Su novia, no tanto.
Veinte minutos, y una cuarta revisión a la lista después, las chicas estaban bajando en el ascensor hacia el estacionamiento.
–¿Por qué llevás una manta, Amity?– preguntó Luz al ver a la otra chica cargar con una esponjosa manta lila con lunares en sus brazos.
–Ya lo verás– respondió su novia, abrazando con fuerza aquella tela mientras las puertas del ascensor se abrían y ella corría hacia el auto, sus botas resonando sobre el cemento.
Luz río mientras la seguía de lejos con las maletas tras ella, imaginando cómo serían las próximas tres semanas y todo lo que podrían hacer cuando ella no estuviese trabajando.
La noche anterior Luz le había descrito a Amity cómo sería la primera ciudad a la que irían y ella, como una niña pequeña, había sonreído, tan emocionada.
Llegó hasta el coche y abrió la cajuela, dejando ahí las maletas. Sus ojos viajaron hasta su novia en el asiento de atrás, dónde había extendido su manta y había acomodado una almohada enorme.
–Lindo nido– murmuró Luz mientras se subía al coche y encendía el motor.
–Gracias– exclamó Amity, bostezando. Encendió el aire acondicionado y se dejó caer sobre la manta. –Cuando te canses de conducir ven y acompáñame– murmuró adormitada.
–Estaremos en el hotel antes de que amanezca– le dijo ella –no creo que tenga ningún motivo para detenerme. Pero gracias–.
–Tú te lo pierdes– le gruñó Amity en respuesta, a lo que Luz tan solo rio.
–¿Segura de que no olvidas nada?– le pregunto. –Última oportunidad–.
–Eso debería preguntártelo yo a ti– respondió Amity. –¿No has olvidado nada, Noceda?–.
–Nop– exclamó la chica, poniendo el coche en marcha.
Afuera del estacionamiento la ciudad había adquirido un todo gris azulado, salpicado aquí y allá por titilantes luces fluorescentes. Amity observó las calles nocturnas a través de la ventana y suspiró con un poco de nostalgia. Ella amaba las noches oscuras y sus difusas sombras.
El aire acondicionado besó sus hombros desnudos cuando ella se sentó y se quitó la chaqueta, arrojándola a un lado antes de sacar la bolsa de sangre que había apartado antes.
Sus colmillos seguían cosquilleando en su boca, impacientes por beber.
–Bon appetit– comentó Luz, sin siquiera apartar la mirada de la calle.
Después de tanto tiempo juntas, Amity ya no se escondía de ella cuando tenía que alimentarse, y el aroma metálico de la sangre se había vuelto tan común que la asustaba.
A veces podía sentirla sobre sus labios cuando la besaba.
Amity le sonrió mientras sorbía ruidosamente el espeso líquido rojo y se recostaba entre su nido de mantas.
–¿Estás emocionada?– comentó Amity, inquieta y ansiosa.
–Oh, si, mucho– exclamó Luz, sonriendo. –Amaba ir a este tipo de eventos cuando estaba en la secundaria. ¿Pero ser ahora la que este del otro lado de la mesa? ¿La que de los autógrafos? Esto… esto supera por muchos mis fantasías–.
–Oh, estoy segura de que has fantaseado con esto más de una vez– aseguró Amity, limpiando de su cabello púrpura unas gotas de sangre que habían salpicado cuando Luz viró en una esquina.
–Bueno, talveeez lo haya hecho un poquito… frente al espejo…– murmuró Luz, nerviosa y con las mejillas sonrojadas.
–Entonces estoy segura de que esto superará tus locas fantasías– le dijo Amity, inclinándose hacia el frente y dejandole un beso en la mejilla.
–Gracias– susurró la chica con el rostro aún más ruborizado.
Amity creía en ella. A veces más de lo que ella misma lo hacía.
–Te haré fotos mientras no me estés viendo y cuando volvamos las pegaré en las paredes de tu oficina– comentó Amity después de unos minutos de silencio, cómo si aquello se le acabará de ocurrir y fuese la idea más genial del mundo.
Pero la mente de Luz retrocedió vários días atrás, a la pared con las fotografías de ellas dos, las notas y las rosas, y todo lo que pasó después.
–Es una idea genial– le dijo Luz, barriendo sus pensamientos y concentrándose en el volante.
–Si, creo que sí– murmuró Amity, tratando de sacar hasta la última gota de sangre de aquella bolsa plástica. –Quiero hacer algo lindo para que nunca olvides esta experiencia–.
–¿Pero hablamos de fotos del evento o…?– dudó Luz.
La sonrisa de Amity se amplió por todo su rostro antes de responder: –Ambos, quizás. Nuestra habitación podría tener nuevas fotografías–.
–Basta Blight– jadeó Luz entre risas. –Dime piropos cuando no esté al volante, por favor– le pidió.
–¿Qué te diga piropos, te seduzca y te besuquee cuando lleguemos al hotel? Acepto– exclamó la vampira, alejándose de su nerviosa novia, a la que escuchó murmurar un «okay… no dije eso», y centró su atención otra vez en las ventanas del auto y en la ciudad al otro lado.
Los enormes edificios se iban haciendo cada vez más escasos mientras salían de la ciudad y una ligera llovizna había empañado el cristal, convirtiendo el mundo en una réplica en movimiento de un globo de cristal.
Miró una estatua con las de angel y una árbol lleno de linternas amarillas, observó un antiguo teatro a lo lejos y cruzaron un puente de acero. Cuando sus ojos chocaron con el mar, un latido ajeno la hizo sentir tan pequeña y vulnerable.
–¿Te gusta el océano, mi amor?– preguntó Amity, centrando su atención en su novia.
–Si– suspiró Luz. –Es tan… enigmático–.
Otro latido.
–¿Podremos ver el océano de cerca?– preguntó Amity animada.
–No ahora– se disculpó Luz, sin dejar de conducir. –Pero quizás podamos pasar unos días en la playa durante nuestra luna de miel–.
–¿Nuestra luna de miel?– repitió Amity en un susurro. Sus ojos cayeron al anillo negro que llevaba siempre en la mano. –Me encantaría– sonrió.
–Y no te preocupes por el sol, la playa no solo existe en verano…– comentó Luz. Amity ni siquiera lo había considerado.
En su cabeza solo podía pensar en lo que Luz acababa de decir. «Luna de miel». Ella ni siquiera le había propuesto algo todavía, pero sin dudas, lo había estado considerando como para expresarlo.
Más latidos robados resonaron en su pecho mientras el rubor fantasma se extendía por su rostro.
Ya vivían juntas, entonces, ¿Por qué algo tan banal y humano como una boda la emocionaba tanto?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top