» Capitulo 37
Ella cerró con cinta adhesiva aquella pequeña caja de cartón dónde había guardado casi todos los portaretratos que poseía. Todos, menos aquél que había adornado un estante olvidado en lo alto de su oficina, y sobre el cuál descansa una vieja fotografía decolorada de una niña y su madre; un recuerdo efímero y lejano de algo que ya nunca más regresaría.
Que tal vez jamás existió.
Sus manos temblaron mientras el sonoro crack estallaba entre sus dedos, lanzando astillas de plástico sobre la alfombra.
–No puedo odiarte– confesó Luz al silencio que la bordeaba. –Pero tampoco puedo perdonarte. Ya no puedo volver a hacerlo– gimió, sacando la fotografía del armazón estropeado y rompiéndola por la mitad una y otra, y otra vez.
Sus ojos se cerraron con fuerza. Ella se negaba a derramar otra lágrima por su culpa, incluso cuándo su corazón traidor seguía doliendo, herido por aquel venenoso amor que no quería comprender que no necesitaba.
Un amor que lo hería constantemente.
Su boca soltó un gruñido profundo y sus manos alzaron los dos trozos de plástico blanco en el aire, arrojándolos contra la pared y haciéndolos añicos, para luego volver a sumirse en un silencio temporal, hasta que los pasos que corrían por las escaleras lo rompieron.
–¿¡Luz estás bien!?– exclamó Amity preocupada, entrando con prisa a la habitación tras haber escuchado aquel golpe.
–No– respondió ella, su voz vacía y cortante, carente de cualquier emoción positiva.
Amity apretó con fuerza el borde de su camiseta mientras observaba la habitación semi vacía y a su enojada novia recojer los trozos cortantes de algo que había roto.
Otra vez.
Ella guardo silencio, reteniendo en su boca las preguntas de ¿Estás bien? ó ¿Puedo ayudarte?, pues ya conocía las respuestas, y para ambas eran un «no».
«Deseo un tiempo a solas, no para pensar, si no para desahogarme» le había pedido la noche anterior.
–Está bien. Si me necesitas, estaré en la cocina– murmuró Amity, cerrando la puerta con suavidad y dejándola sola.
La noche anterior se la habían pasado de una página internet a otra, buscando un lugar que pudieran rentar lo más pronto posible, al menos de manera temporal, sin mucho éxito; lo cuál había provocado que la tristeza melancólica de Luz se tornará en un ácido enojo puro con cada opción descartada.
Su paciencia se reducía a migajas y cada objeto con el nombre de Camila en su recuerdo se convertía en escombros.
Después de varias horas, por fin habían encontrado un apartamento desocupado y rentable al que podían mudarse aquella misma semana, pero por desgracia, este era muy pequeño y Luz tendría que sacrificar algunos de sus estantes de libros, pues no había tanto espacio para ellos dentro de él.
Ella se había negado, objetando que no podía ser la única opción y que no iba a sacrificar sus cosas por un capricho absurdo de su madre.
«No será por siempre, Lu, lo prometo» le había dicho Amity, logrando, después de varias horas, lágrimas y destrozos, que ella cediera. Pero en el fondo sabía que solo estaba cansada, y al igual que ella, solo deseaba acabar con todo de una vez.
Amity volvió a la cocina y continuó guardando con cuidado los platos, tazas y cuchillos en una caja de cartón, para luego cerrarla con cinta adhesiva. La nostalgia de aquella acción la golpeaba en el pecho y su mente apenas podía ignorarlo. Dejó la cinta de lado cuando escuchó los suaves pasos de aquella emocional novia suya en calcetines caminando por el pasillo, su apagado sollozo y las palabras que aún no pronunciaba.
–Lo siento– gimió Luz, abrazándola por la espalda y pegando su mejilla húmeda a su camiseta morada. –Soy una novia terrible, ¿No es cierto?– susurró.
Amity se giró y acunó a la chica en sus brazos, retirando la cortina de despeinado cabello castaño de su rostro y secando sus pegajosas lágrimas.
–No, no lo eres– le dijo Amity, totalmente segura.
–Pero… he sido tan terrible hoy, y yo… entiendo si estás enojada conmigo… perdóname– murmuró Luz. Su voz se quebró con la última palabra mientras su cuerpo entero temblaba.
–Hey, hey, tranquila– la consoló Amity. –Lo comprendo. Estamos muy estresadas, y cada una lo procesa a su manera– susurró, calmándola y enredando sus dedos entre su cabello castaño. –Sería cruel y egoísta pedirte que actúes como si nada estuviera sucediendo. Porque si lo está– le dijo. Luz la miró a los ojos mientras su pecho ardía, sin saber qué decir.
«Realmente no la merezco, ¿No? No merezco nada de ella, ni de nadie en absoluto».
–Y no, no estoy enojada contigo, Lu– le aseguró su novia, volviendo a abrazarla y dejando que ella la arrastrará hasta el piso. –No podría estarlo–.
Ella sabía que consolar no era su talento, que sus palabras parecían no tener efectos, pero quería estar ahí para ella, aunque no fuese más que un pañuelo para sus lágrimas amargas.
–Quizás soy egoísta por desear que jamás me dejes, aunque no te merezca– murmuró Luz.
Amity estampó un beso en su frente y sin separarse de ella, siguió jugando con su cabello.
–¿Y qué si solo eres un capricho, una adicción o una aventura para mí?, no me importa. Planeo tenerte conmigo hasta el final, Luz, sin importar que– confesó la chica, apartando sus propios mechones lila de su rostro. –Si tu eres egoísta, entonces yo también lo soy–.
Luz minimizó un poco su aflicción, absorbiendo los besos que su novia dejaba en su sien y las caricias que recorrían su espalda. El silencio, de esos agradables que solo el tiempo inexistente conoce, las consumió por completo.
Eran solo dos chicas abrazadas en el suelo de su cocina, entre cajas y disculpas.
Su burbuja estalló cuándo el toc toc toc en la puerta las hizo volver a la realidad y separarse.
Amity observó la oscuridad que ensombreció la mirada de Luz, y se puso de pie antes que ella, adelantándose para ver quién tocaba la puerta.
–¿Quién es?– exclamó, esperando una respuesta.
–Soy la señorita Edalyn– contestó una femenina voz adulta. –¿Me abres la puerta niña?–.
Ella observó a Luz, quién se estaba poniendo de pie, y esta asintió, limpiando las lágrimas de su rostro. Amity abrió la puerta, preparada para cualquier clase de ataque, pero tras él umbral solo había una mujer alta y de largo cabello platinado, con un bastón de madera y un ojo ciegamente pálido.
–¿Pero qué te hiciste?– preguntó la mujer, ajustándose las gafas frente a los ojos y tomando a Amity de las mejillas. –Estas tan pálida y desnutrida– lamentó, –¿Ves? Te dije que el trabajo te estaba consumiendo. Te vez más vieja que yo– decía, mientras se abría paso hacia la sala.
Amity cerró la puerta sin decir nada mientras escuchaba la débil risilla de su novia, quién se había acercado a Edalyn y la guiaba entre el laberinto de cajas para que no tropezara.
–No, no, Edalyn, yo soy Luz– la escuchó explicarle. –Ella es Amity…–.
La mujer observó a las dos chicas, algo en su mirada decía que a sus ojos las dos niñas eran muy parecidas, y negando, volvió su atención a Luz.
–Escucha, tú madre fue ayer a hablar conmigo— comenzó. La sonrisa de Luz volvió a desaparecer.
–Oh, claro– murmuró, desviando la mirada hacia la ventana–. Lo imaginé– dijo, su voz adquiriendo un tono de enfado.
–Ella dijo que estabas inconforme con este apartamento y que estabas muy molesta, por lo que decidiste cancelar nuestro contrato– continuó. –¿Eso es cierto?– le preguntó la mujer.
Luz sintió una punzada de ira al escuchar esas palabras. ¿Su madre había dicho eso? ¿Había mentido a Edalyn por un simple capricho? ¿Quién demonios era esa mujer que decía ser su madre y que al mismo tiempo era el peor de sus enemigos?
–No, eso no es cierto– declaró Luz, lenta y jadeante, antes de alzar la voz. –¡Es mentira!– exclamó, poniéndose de pie y llevándose las manos al cabello. La histeria roía su cabeza con dolorosos aguijonazos.
«Esa no era su madre, no lo era, no podía serlo».
–¡Luz, tranquilízate!– le pidió Amity, corriendo hacia ella y obligándola a dejar de lastimarse, inmovilizando sus brazos contra su espalda.
–¡Ella está mintiendo! Nada de lo que dijo es cierto– se defendió Luz, sus ojos picando con inminentes lágrimas de ira.
–Lo sé– declaró Edalyn, –era obvio que mentía, y es por eso que vine a verte–.
Luz dejó de forcejear y Amity la soltó, sin alejarse de ella.
¿Ella lo sabía?
–Mira, conozco a tu madre desde que éramos niñas, y sé que a veces puede ser muy manipuladora– dijo Edalyn. –Y también te conozco a ti desde que usabas pañales, aunque quizás no lo recuerdes–.
Luz negó, no recordaba nada de eso. Cuando era pequeña, ella y su madre se habían mudado varias veces, y sus pocos recuerdos eran un cóctel de fragmentos de distintas ciudades y personas.
–Se que ustedes dos no tienen la mejor relación del mundo– continúo Edalyn –y por eso, cuando me dijo que quería ayudarte a rentar este apartamento, acepté, pues pensé que así los problemas entre ustedes se arreglarían un poco. ¿Pero qué diantres pasó ahora para que quiera disolverlo? Es obvio que no me dijo la verdad– quiso saber la mujer.
Luz suspiró.
Claro que su madre no le diría la verdad a su amiga. Esta la hubiese regañado en lugar de hacerle caso.
Miró a Amity, buscando las palabras para explicar el problema, a pesar de que ella misma no lo entendía.
–Oh, ya veo– dijo la anciana, colocándose las gafas correctamente y enfocando su ojo bueno en la chica pálida detrás de Luz. –¿Sabes? Camila tiene la cabeza muy cerrada y llena de algodón– murmuró, más para sí misma.
–Ella no está nada de acuerdo con esto– explicó Luz, dejando que Amity la abrazará por la cintura. –Llegó, me gritó y golpeó, y luego se fué. Dijo que me olvidara de ella para siempre…–.
–Espera, ¿Te golpeó?– interrumpió Edalyn, con la preocupación subiendo en su expresión. Luz asintió, avergonzada. –Entonces por una vez– dijo, bastante enojada –deberías obedecerla, y olvidarla–.
–¿Eh?– dudó Luz.
–¡Ya no eres una niña! ¡Puedes hacer lo que quieras con tu vida!– exclamó, poniéndose de pie para luego llevar las manos a su espalda y volver a sentarse. –No digo que le declares la guerra o le regreses el golpe, no, no, pero sí que, sí te vuelve a buscar, la ignores. Ella te alejó y no eres su juguete para volver a su antojo cada vez que quiera. ¿Si entiendes eso, no?–.
Luz volvió a asentir. Sería… dificil, pero no imposible.
–Ojala lo haya dicho en serio y no regresé nunca– suspiró ella, apartándose el cabello del rostro.
–Ambas sabemos que es probable que si lo haga– le recordó Edalyn.
–En su papel de mártir– completó Luz.
Amity no sabía muy bien a que se referían, y sentía que esa era una plática que no debía interrumpir, por lo que se separó de Luz y se dirigió a la cocina, dejando a las dos mujeres con su charla.
Tomó dos vasos de los que aún no había empacado y sacó del refrigerador un poco del jugo de frutos rojos de Luz. Sirvió un poco y se los llevó.
Cortesía, y un poco de no saber que hacer.
–Gracias, niña– dijo Edalyn, tomando el vaso.
–Gracias amor– dijo Luz, dándole un beso en la mejilla.
–De nada– respondió. –Si me necesitas, estaré terminando de empacar–.
–Okay…–.
–No, espera– la interrumpió Edalyn, buscando algo dentro del bolso que traía consigo. –Como tu madre disolvió el contrato, te traje esto– dijo, tendiendole un portafolio a Luz.
Ella lo tomó, leyendo rápidamente todo lo que citaba la primera página. Era una réplica de su ex contrato de renta.
–Edalyn, no puedo cubrir la mensualidad…– se disculpó Luz, comenzando a cerrar el portafolio.
–Termina de leer, por favor– pidió Edalyn.
Luz pasó la página, leyendo detalladamente las clausulas que ya conocía, hasta que llegó a unas que no habían estado en su anterior contrato. Alzó la mirada hacia la mujer frente a ella.
–No te lo estoy rentando, te lo estoy vendiendo– le aclaró Edalyn. –Seguirás pagando una mensualidad como hasta ahora, pero esta será más baja, hasta que completes la suma establecida ahí– dijo, apuntando al contrato. –Y esta vez Camila no será parte de tu decisión–.
Luz observó el contrato, sus ojos llorosos sin comprender.
–¿Por qué?– le preguntó.
–¿Porqué qué?– repitió Edalyn.
–¿Por qué haces ésto?– preguntó Luz. Edalyn la observó un instante, alzando una ceja.
–Mira Luz, se lo que es ser joven, estar enamorada y verse sola frente al mundo– relató, su voz tintada de nostalgia. –Yo nunca tuve hijos propios, y cuando tú naciste, supe que me encariñaria contigo. Y lo hice. Fuiste cómo una hija para mí, esa que no pude tener… y cuando Camila te alejó… yo…– gimió, pero se repuso al instante. –Puedo corregir sus errores ahora– finalizó.
–Pero no tienes porque corregir los errores de los demás– razonó Luz.
–Lo sé– reconoció Edalyn –pero igual quiero hacerlo– y le tendió un bolígrafo.
Luz lo miró. Firmar aquel contrato era lo mejor que podía hacer, y aún así, las inseguridades que la habían estado atormentando los últimos días se negaban a retroceder tan fácilmente.
¿Realmente podía tomar el control de su vida?
–Oyeee, ¿Vas a firmar o ya reservaste una banca en el parque?– bromeó Edalyn, quién se estaba cansando de tener el brazo extendido.
–Firma– le susurró Amity, animándola al verla tan indecisa.
–Oh, si sí– exclamó Luz, sacudiendo la cabeza y tomándo el bolígrafo.
Su caligrafía más refinada se derramó sobre el contrato y algo parecido a la paz la consumió por dentro.
–Listo– dijo, cerrando el portafolio. Y luego, sin poder evitarlo, abrazó a la mujer. –Gracias– murmuró, conteniendo las lágrimas.
–Si, de nada– musitó Edalyn, sin saber muy bien como corresponder a los abrazos. –Bien, eso sería todo por ahora– dijo ella, tomando su bastón y su bolsa.
–¿Te vas ya?– preguntó Luz.
–Tengo más cosas que hacer y ustedes mucho que desempacar– dijo, observando la pila de cajas que llenaba la estancia.
Amity profirió un quejido ante la idea de volver a reacomodar todo.
–Si, tienes razón– concordó Luz, –y de nuevo, muchas gracias Edalyn– le dijo, acompañándola hasta la puerta.
–Quizás la próxima vez me quedé por una taza de café o quizás una copa de vino– comentó, saliendo del apartamento. –Nos vemos–.
–Adios— se despidió Luz.
–Oh, no creo que le guste el vino que se sirve en esta casa– murmuró Amity desde el sofá. Luz río y se acercó, subiéndose sobre ella y mirándola con ternura.
–Nos quedamos, Amity– le dijo, abrazando su cintura y hundiendo su rostro en su pecho.
–Nos quedamos– repitió Amity, su voz calmada y a la vez eufórica.
–¿Me ayudas a desempacar?– preguntó Luz, tratando de no llorar otra vez.
Amity se incorporó, dejando un beso sobre su frente. –No Luz. Estuve toda la noche despierta y ya es de día. Tengo sueño– le dijo. –Es más, ¿Y si mejor te duermes un ratito conmigo?– le sugirió.
Luz hizo un puchero, pero dejó que su novia la atrajera hasta su pecho, cerrando los ojos unos minutos.
Podría haberse quedado dormida ahí mismo, pero el sonido vibrante de una llamada resonó en sus bolsillos.
–Mierda– murmuró Amity, poniéndose un cojín sobre el rostro.
Luz se puso de pie, contestando el celular con su tono formal, lo que indicaba que era una llamada de su trabajo. La escuchó excusarse por la ausencia repentina y de algo no entregado, y luego sus pasos se alejaron, desapareciendo tras la puerta de su oficina.
–No desempaques las maletas– dijo Luz cuando volvió, casi media hora después.
–No pensaba hacerlo yo– murmuró la somnolienta vampira. –¿Por qué?–.
Luz le tendió el celular a Amity, quién gruñó y dejo el cojín de lado, y leyó el correo electrónico que su novia le estaba mostrando.
–Espera, ¿Esto significa que…?– preguntó Amity.
–¡Siii!– chilló Luz, abrazándola emocionada. –Ya todo está listo–.
La boca de Amity imitó su sonrisa, y luego titubeó.
–Pero aún no solucionamos como voy a viajar con la luz del sol– le recordó Amity. –¿Y si no puedo ir?–.
–Amor mío, es la gira de nuestro libro– dijo Lu, enfatizando la penúltima palabra, –viajaremos de noche si es necesario, pero no dejaré que te la pierdas– prometió, besando sus nudillos.
–Bueno, si me lo pides así…– respondió Amity, un poco pálida –entonces si, acepto– dijo, besando sus labios.
Luz le devolvió el dulce beso, emocionada por aquel viaje. Su primer viaje juntas.
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