» Capitulo 36
Las chicas se encontraban en el sofá de la sala, una de ellas comiendo helado casero con gomitas, mientras ambas leían reseñas de Midnight Love en internet.
Algunas eran solo expresiones y un montón de emojis, otras críticas ácidas y algunas otras eran extensos artículos con bonitas fotos incluidas.
« …y espero ansiosa una segunda parte!» había escrito una chica como nota extra. «¿Habrá segunda parte?».
–¿Harás una segunda parte?– le preguntó Amity a su novia, robándole una gomita roja de la copa de helado.
–La verdad es que no– respondió Luz, llenando su boca con aquel postre frío de leche y galletas. –Quiero escribir más libros, más historias, y éste lo planee para ser solo una parte, así que no– explicó ella.
–Mmm, está bien– aceptó Amity. Se acomodó para quedar más cerca de ella y, acercándose a su oído, le susurró –pero si quieres volver a contratarme como musa para tu segunda novela, estoy totalmente dispuesta— le coqueteó.
–¿A sí? ¿A cuántos besos estás disponible esta vez, señorita Blight?– respondió Luz, tomando su rostro y acercándose a sus labios.
–Que sean el doble y tenemos un trato– dijo ella, eliminando la distancia entre sus bocas.
Sus besos eran fríos y sabían dulce, a helado de vainilla con chocolate.
El toc toc toc en la puerta las interrumpió, obligándolas a separarse. ¿Quién era? ningúna de las dos esperaba visitas.
Gruñendo, Luz se puso de pie, dejando a una disgustada Amity en el sofá mientras ella abría la puerta.
Esa amarga y dolorosa sensación que había vivido en tantas ocasiones antes comenzó a asentarse en su estómago, desgarrandola por dentro.
–Hola mamá– dijo ella, con la voz carente de emociones al ver a la mujer al otro lado de la puerta.
–Lucía– dijo ella, su expresión siempre fría. –Necesito hablar seriamente contigo– exclamó, abriéndose paso hacia el interior del apartamento.
–Si mamá, estoy bien, gracias por preguntar– murmuró Luz, cerrando la puerta.
La mujer recorrió con su mirada la estancia que, para tratarse de su hija, no era el desastre que esperaba encontrar. Y entonces sus ojos se posaron en aquella chica que, aunque ahora tenía el cabello teñido de violeta y no de verde, recordaba perfectamente por sus ojos dorados.
–Mmm, supongo que recuerdas a Amity– mencionó Luz, interponiéndose entre la mirada escrutadora de su madre y su novia.
–Si, tu amiga– dijo Camila, analizando a la chica de pies a cabeza.
Luz sintió una punzada de fastidio en el pecho ante eso, y recordó cada una de las veces antes en las que su madre hizo de menos sus gustos o decisiones. Pero está vez no se lo permitiría. No con Amity.
–Eh, no, madre– la corrigió Luz. –Amity no es mi amiga, es mi novia– le explicó.
Su novia mostró una pequeña sonrisa mientras ella saboreaba ese corto instante de satisfacción; pocas veces antes había contradecido así a su madre.
Pero lentamente, y bajo la mirada fría de Camila, su pequeña victoria se iba haciendo añicos.
–No he venido a debatir contigo hoy, Lucía– dijo la mujer, tomando asiento –por favor, dile a tu amiga que se vaya a su casa. Necesito hablar contigo a solas–.
«Que no es mi amiga, es mucho más que eso» quisó repetirle Luz, pero se tragó en silencio sus palabras, más no las de Amity.
–Vivo aquí, señora– le informó ella, quién no le debía respeto alguno a la mujer y por lo que Lu le había informado, no era alguien muy agradable.
Ahora sabía el porqué.
Camila observó a la chica a los ojos, preguntándose cómo su hija se había fijado en una mujer así. O cómo se había fijado en una mujer para empezar.
–Vete ahora, o te saco de aquí yo misma– dijo ella, cortante.
–¡Mamá!– chilló Luz, ganándose una de las miradas nocivas de aquella mujer.
–Olvídelo– la retó Amity, cruzándose de brazos y haciéndola enojar. Accedería a irse si querían estar a solas, pero no de una manera tan descortés.
–No eres bienvenida aquí, jovencita, vete– siseó la mujer que, sin saberlo, había pronunciado las únicas palabras que podían obligarla a irse.
Comenzó como un dolor de cabeza, un martilleo en sus sienes que nubló su visión, y se extendió a su piel, quemándola muy lento.
Mierda.
Miró a Luz, evitando jadear mientras fingía ser fuerte, y con la voz quebrada, le murmuró un "lo siento", para luego alejarse uno, dos pasos.
Si se quedaba ahí, en unos minutos sería cenizas.
–¿Amity?– susurró Luz, pero la chica ya estaba dándose la vuelta, corriendo hacia la puerta.
Luz quisó correr tras ella, revertir el estúpido maleficio que su madre había conjurado, pero ésta la tomó de la muñeca y de un tirón, la sentó en el sofá.
–Ahora escúchame niña– la regañó Camila. –Estoy muy molesta contigo–.
Luz intentó en vano separarse del agarré de su madre, forcejeando y resistiendo el impulso de gritarle, pero esta no iba a permitir que su hija fuera detrás de aquella chica. Que patético.
–Mamá, suéltame– exigió Luz, molesta y con diminutas lágrimas en sus ojos.
–No hasta que me expliques que es esto– reclamó Camila, sacando de su bolso un libro.
Su libro.
Luz dejó de forcejear al ver aquel objeto en las manos de su madre, serenandose, como si le hubiesen inyectado anestesia a sus emociones, recordando que jamás le comentó a su madre que escribiría un libro, ni tampoco le envió una copia cuando este salió.
¿Para qué lo haría? Si ella aborrecía esa parte de su vida, esa parte en la que tenía dieciséis años y le confesó que sí, le gustaban los chicos, pero que también le gustaban las chicas. Esa parte en la que decidió dejar de usar vestidos y cortó un poco su cabello. Esa parte, cuando consiguió un empleo y le dijo que se iba a mudar, en la que le gritó desesperada, que estar cerca de ella, le hacía daño.
Todo había sido un desastre en aquel entonces, pero no se arrepentía de nada.
No lo haría ahora.
–Es mi novela, mamá– suspiró Luz. Había un dolor en su pecho en ese momento, uno que hacía que hasta respirar resultará difícil.
–Ya se que es una novela, niña– respondió Camila, abriendo con fuerza el libro, pasando las páginas con maníaca prisa. –Quiero que me expliques porqué, ¿Por qué manchaste tu nombre publicando está porquería? ¿¡Por qué Lucía!?— gritó la mujer.
¿Por qué?
«Porque escribir siempre ha sido mi sueño, aunque a tí no te importara. Porque estoy enamorada, y deseé plasmarlo en palabras. Porque quise compartirlo con el mundo, porqué no es un delito hacer lo que me gusta».
Luz tenía una, muchas respuestas en su cabeza, pero de su boca no salía ni una palabra, y las lágrimas, sin poder detenerlas, estaban empapando su rostro.
¿Por qué simplemente no podía decir lo que sentía?
–Esto fue una estupidez de tu parte. Y no sé cómo, pero lo vas a arreglar– le dijo Camila.
–¿Qué?– preguntó Luz, sin comprender.
–¿Cómo que, qué?– repitió la mujer, sujetándose el puente de la nariz. –Todo esto es mi culpa– murmuró –debí ser más dura contigo. Pero eso tiene solución. Vas a empacar tus cosas y volverás a casa conmigo. Te conseguiré un buen hombre para casarte y comenzarás a portarte como una señorita, si– le dijo ella, sonriendo cómo si esa fuera la solución de todos sus problemas.
–¡No!– exclamó Luz –no haré eso– le dijo, alejándose dos pasos de ella.
–Lo harás– le aseguró Camila. –Vas a dejar ya de lado esta etapa tuya, formar una familia y buscar un hombre que…–.
–¿¡Para que me abandone como a tí!?– chilló Luz.
El golpe en su mejilla la hizo trastabillar hacia atrás, casi tirándola al piso, y ella se llevó la mano al rostro, que palpitaba bajo la nueva oleada de lágrimas que lo cubrían.
–No te eduque así, Lucía– le dijo Camila, tétricamente calmada mientras quitaba una arruga de camisa azul. –Pero si así vas a tratarme, entonces olvídate de que soy tu madre– musitó, acercándose a ella. Y entonces, de un tirón, la tomó del cabello, obligándola a escucharla. –Y también olvídate de seguir viviendo aquí– le gritó.
Cuándo decidió mudarse, su madre, en un intento desesperado de demostrarle que la amaba, contactó a una amiga, Edalyn, que accedió a rentarle aquel apartamento por solo el veinticinco por ciento de su valor real, y Luz había aceptado.
Si su madre disolvía el trató ahora, ella tendría que pagar el cien por ciento del alquiler y, en menos de un año, estaría en la ruina.
–Que te vaya bien, Lucía– siseó su madre antes de salir por la puerta, dejando a su hija sola, llorando y con un enorme problema con el cuál lidiar.
–Hasta nunca, mamá– susurró Luz, abrazando sus rodillas en el suelo, dejando salir todo lo que había estado conteniendo, desgastandose en lágrimas y deseando que todo aquello fuese una mentira.
Se suponía que su madre sería la persona que más la amaría en ese mundo, entonces ¿por qué le había hecho ésto?
Tal vez no era que no la amaba, tal vez, solo era que tenía una manera absurda de demostrárselo.
Los minutos, que se sentían como horas, corrieron, y ella continúo ahí en el suelo, herida, con la mirada perdida en la pared, hasta que otra vez ese toc toc toc inundó el aire, está vez seguido con un desesperado llamado.
–Luz, ábreme, soy Amity– gritó la chica.
Luz no tenía fuerzas para levantarse, pero oír la voz de su novia la empujó a ponerse de pie y correr, desorientada, hacia la puerta. Se arrojó en sus brazos en cuanto la vio, llorando contra su pecho mientras sus piernas cedían bajo su propio peso. Amity la abrazo, sin importarle que su piel aún estuviera sensible y trató de consolarla, dejando que ella se desahogará todo lo que necesitaba.
–No vuelvas a irte– chilló Luz, aferrándose a ella. –Nunca vuelvas a irte–.
–Lo siento tanto– se disculpó Amity, con sus propias lágrimas –Quise volver antes pero tú madre estaba abajo y no se iba y sabía que si me veía se enojaría... ¿Pero qué rayos pasó?– le preguntó, separandola un poco para mirarla a los ojos. Y entonces vio la marca roja e hinchada en su rostro y el enojo la inundó como una tormenta. –¿¡Qué mierda te hizo!?– exclamó tomándola delicadamente del rostro, examinando la herida.
La ayudó a ponerse de pie e intentó entrar al apartamento para buscar una pomada, pero en cuanto intentó cruzar el umbral, su cuerpo entero protestó, impidiéndoselo.
–Eres bienvenida, Amity. Tu siempre eres bienvenida– susurró Luz, tomándola de la mano y haciéndola cruzar la puerta. Y esta vez, nada se lo impidió.
Besó a Luz en la frente y luego corrió al baño, dónde guardaban un botiquín para emergencias, volviendo con una pomada en sus manos.
Con cuidado, la aplicó en el rostro de su novia y cuando terminó, ésta la abrazó, volviendo a buscar refugio en sus brazos, hundiendo su rostro en su pecho.
–Amity, tenemos que empezar a empacar– murmuró ella después de unos minutos en silencio, comenzando a relatarle todo lo que había ocurrido en su ausencia.
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