» Capitulo 24

–¿Quieres más vino, muñeca?– preguntó la vampiresa de ojos violetas.

–Oh, sí, por favor– aceptó la novicia en el diván.

Drea Willow había hecho su descenso a la noche hacía ya dos semanas y ahora era la vampira más joven de aquel lugar.

Y la consentida de la princesa.

Probó una cuarta copa de sangre con vino, saboreando en su boca el intenso sabor de estos dos embriagantes combinados mientras su acompañante, la princesa vampiro Boscha Reed, la contemplaba con su habitual mirada de lujuria.

La chica había disfrutado tanto convertir a la ex humana en un vampiro cómo ella que, aunque el proceso había concluido, seguía frecuentándola, aprovechando cada excusa y oportunidad para poder llevársela, otra vez, a su cama.

Después de 323 años, había encontrado una amante digna de sus caprichos.

Drea Willow, dejando la copa a un lado, le indicó a su amante que se acercara y, rodeándola con sus brazos, unió sus bocas en un deleitoso y excitante beso.

Porque besarla era igual de dulce que beber de aquella embriagante sangre.

Las vampiresas, con sus labios pintados de rojo, iniciaron otra de sus adictivas sesiones de besos en aquel diván en lo más profundo del club Daemonik, mientras el reloj corría y las horas pasaban.

Si pudiera verse en un espejo, ella seguramente vería sus labios enrojecidos e hinchados, pero no podía verse en uno, ya no, y tampoco le importaba.

–Quédate hoy conmigo, chérie– le pidió su amante, quién deseaba pasar cada segundo de su tiempo con ella solamente.

–Cariño, tengo que volver– le recordó Drea. Boo gruñó mientras rodaba los ojos.

–Siempre tienes que volver– se quejó. –¿Cuándo será la noche en que te quedes conmigo y olvides finalmente tu vida como mortal?– preguntó, tratando de contener las ganas de suplicarle, de rodillas quizás, que se quedará con ella.

–Habrá un día, amor mío, en el que habré vivido suficiente y mi vida haya pasado al olvido. Ese día seré una sombra y podré vivir en paz entre ellas– suspiró Willow con nostalgia.

–¿Significa eso que seguirás viviendo como humana hasta que sea raro que te veas tan joven siendo una anciana?– replicó Boo, quién no entendía de metáforas.

–Si, eso mismo– respondió Drea Willow con sarcasmo.

–¡Eres una perra!– chilló Boo, arrojándole uno de los cojines del diván. Willow lo esquivó fácilmente, sin evitar reírse por la mala puntería de la otra chica.

–Volveré mañana, ¿bien?– le dijo.

–¿Te parece una opción?– objetó Boo. –Si no vienes, yo misma iré a buscarte– le advirtió.

–¿Como aquella vez que fuiste con un ratón en la boca y te escabulliste por mi ventana?– recordó Drea.

Boscha ocultó su rubor inexistente entre sus manos y, sintiéndose aún estúpida, asintió.

Willow sintió esa punzada cálida que habitualmente sentía cuando estaba con Boo y se acercó a ella, dejándole un beso en la frente. Boscha la tomó de la mano y se levantó.

–Te acompaño– le avisó, y no le soltó la mano en ningún momento.

A Willow le encantaba el club Daemonik, le parecía un lugar detenido en el tiempo y que era una mezcla de él al mismo tiempo.

Los rastros de la época victoriana eran sus favoritos.

Cuando llegaron a la salida, una de muchas en aquel laberinto subterráneo, Boo apretó su agarre sobre la mano de Willow.

Realmente no deseaba que ella tuviera que irse.

–Volveré mañana– le recordó la novicia por última vez.

–Eso espero– susurró Boo, besando sus manos.

–¿Willow?– murmuró alguien a sus espaldas.

El nombre de la novicia flotó en el aire por unos segundos, hasta que Willow, con una expresión fría en su rostro, volteó en aquella dirección.

–Lucí– exclamó ella, retrocediendo, con una mezcla de temor y sorpresa en su voz. –Yo... puedo explicarte– comenzó, pero sus palabras se quebraron, esparciéndose como esquirlas cortantes en aquel lugar.

Boo observó a Willow, quién parecía estar viendo un fantasma, y luego vió a la otra chica, quién tenía el ceño fruncido y era un concierto de descontento y confusión.

Y olía como una mortal...

–¿Pero que tenemos aquí?– insinuó la princesa, dando un paso al frente. –Una mortal en el infierno– dijo, acercándose a la humana y desencajando sus largos y filosos colmillos. –¿Qué haces aquí, niña?– le preguntó.

–Ella viene conmigo– exclamó Amity, interponiéndose entre su novia y la vampiresa de cabello rojizo. –No puedes tomarla– le advirtió, dejando ver sus propios colmillos.

–Oh, no iba a hacer eso– dijo la princesa, –pero ahora que lo mencionas, no es una mala idea– admitió.

–Boo, no– intervino Drea, tomándola de la muñeca.

–No, no, linda, déjame, esto será divertido– dijo, con la mirada clavada en la chica de ojos chocolate.

–No vas a tocarla– siseo Amity, –no te lo permitiré–.

–Oww, que linda, no tienes ni idea de con quién estás hablando, ¿Oh sí, vampirita?– ronroneó Boscha, mirando con sadismo a la chica de ojos dorados, sonriendo, y dando otro paso más.

Amity Blight tembló bajo aquella mirada violeta, insegura de qué hacer.

–No eres una de las nuestras– susurró la vampira, olfateándola. –Eso es más interesante.

¿Cómo había arrastrado a Luz aquí?

Los pasos de la joven doncella resonaron a la distancia, rápidos y pocos sutiles en aquel mar de constante silencio.

–Su majestad, de-debería venir– exclamó la chica desde la puerta.

–¿Y ahora en qué problema se metió nuestra pequeña Boo, Kiki?– murmuró una joven entre las sombras, dejando a un lado la botella de sangre, sin vino, que había estado bebiendo.

–Ella está discutiendo...–.

–¿Con los clientes, otra vez?– trato de adivinar.

–... con ella, la chica Blight– dijo la doncella, como si acabara de confesar un secreto.

Viridiana trago el último rastro de su desayuno y cerró los ojos con fuerza.

«La chica Blight».

Aquella chica de ojos dorados que, cuándo la vió por primera vez, a mediados de primavera, la había confundido con otra chica.

Eran idénticas, y a la vez tan diferentes.

La observó, en silencio y con la mirada fija en su rostro de antaño, tomar una copa cada noche, y luego irse, sin decir nunca una palabra de más.

Era imposible que fuese ella, porqué ella, su Blight, había muerto hacía siglos, y eso era irreversible.

Viridiana Reed se limpió los restos de sangre de la boca y salió de su habitación, dispuesta a aniquilar a un vampiro.

–Amity, vámonos– jadeó Luz, sintiendo un nudo en el estómago.

–Oh, ninguna de las dos se irá de aquí– exclamó la princesa, intentando tomar la muñeca de la humana, pero la vampira de ojos dorados se interponía entre ella y su presa.

–Boscha, basta, es mi amiga– gritó Willow, temiendo que su amante lastimara a Luz.

–Tranquila, nos iremos enseguida– le susurró Amity a la asustada chica, dando un paso hacia la puerta.

–Sobre mi cadáver– ronroneó Boscha, ignorando las súplicas de su novicia.

–O sobre el mío– exclamó una voz desde las sombras de un balcón a la derecha, con largo cabello rubio blanquecino y un par de astas sobre su cabeza. Con un gesto, todos los vampiros que habían presenciado el tenso altercado, se dispersaron hacia otras habitaciones.

–¿Quién es ella?– le susurró Luz a su novia, quién le respondió un «no lo sé».

–¿Qué es lo que crees que estás haciendo, Boscha?– exigió saber la vampira, mirando de la princesa a la chica Blight, de la novicia a la humana, y nuevamente a la princesa.

Boscha retrajo sus colmillos al ver ahí a la vampira, quién rara vez ponía un pie fuera de su santuario, y gruñó, sin poder evitarlo.

–Nada, su majestad– replicó la vampira, con algo de sarcasmo.

–Entonces desaparece– exclamó la mujer, apretando el puente de su nariz, –antes de que use tus huesos como joyería– dijo, moviendo su cabeza, dónde las altas astas, que alguna vez fueron las costillas de una hermosa mujer del siglo antepasado, fueron bañadas por las luces.

Su gusto era excéntrico, y sus amenazas eran reales.

Boo maldijo por lo bajo y tomando la muñeca de Willow, la arrastró lejos de ahí.

Ella no volteó a verla, y Luz solo la observó irse.

El nudo en su estómago se convirtió en una dolorosa punzada de confusión.

Amity escuchó los latidos irregulares de Luz, y abrazándola, comenzó a caminar con ella hacia la salida.

«Tranquila mi amor, ya nada va a lastimarte».

–Blight, espera– exclamó Viri, mirando a la chica de cabello verde menta. –¿Deseas otro trago?– ofreció. –Tengo vino simple para la humana también–.

Amity giró lentamente, observando a la vampiresa de ojos plateados y cuernos. –¿Sabes quién soy?– preguntó con cautela.

–No, no realmente– admitió Viri, negando. –Pero, me recuerdas a alguien– dijo, evocando el recuerdo de aquella otra chica. –Alguien a quién conocí hace mucho tiempo. ¿Eres descendiente de Elowyn Blight, acaso?– preguntó.

–Yo… creo que escuche su nombre alguna vez– dijo Amity, negando, sin admitir la verdad.

–Oh– exclamó la chica, con una sonrisa demasiado dulce. –¿Estás segura?– insistió, dando un paso hacia ellas.

Amity sintió la mano de Luz apretarse entre las suyas, y volvió a negar. –Lo siento, nos vamos ya– musitó. No iba a exponer más a Luz.

–No, espera, por favor– exclamó Viri, tomando su mano. –No tiene porque ser ésta noche o mañana, puedo esperar– dijo, poniendo en sus manos una pequeña tarjeta de cartón blanco.

“Mademoiselle Viridiana Reed” citaba, a la par de un número telefónico y un sello muy elaborado.

–Cuándo estés lista, pequeña– dijo la vampiresa –o necesites algo, cualquier cosa, llámame–.

Amity estudió la tarjeta, con Luz espiando desde su espalda, y luego observó a la vampira de cabellos rubios.

–¿Por qué?– preguntó. –¿Quién eres exactamente?–.

–Es la reina– susurró Luz, observando el tocado de huesos sobre su cabeza y sus ojos casi incoloros.

–La reina vampiro, sí– asintió Viridiana, complacida ante el reconocimiento de la chica. –Y una vez le hice una promesa a Elowyn, que jamás pude cumplir. Me gustaría hacerlo ahora– confesó. –¿Cuál dijiste que era tu nombre?– le preguntó.

–Soy Amity– respondió la vampira.

–Amity Blight– repitió Viri. –Si algún día deseas conversar, en mi biblioteca hay algunos diarios de tu familia, y algunas botellas de vino– dijo, sonriendo y dando un paso atrás.

–Lo pensaré– respondió Amity, caminando con Luz hacia la puerta.

Afuera el aire era aún más frío que hacía unas horas, y la luna brillaba en lo alto, sin la compañía de las estrellas.

–Es bonita– susurró Luz con melancolía, entrando al auto.

–Yo enserio lo siento tanto– se disculpó Amity, abriendo la puerta del coche. –No imaginé que todo ésto sucedería–.

–Yo tampoco– rió Luz, recordando las excusas de Willow, sus constantes ausencias y la mirada que le había dedicado cuando la vió esa noche en el bar. –Hoy me enteré de que mi mejor amiga me había estado mintiendo–.

–Lo siento también por eso– susurró Amity, observando las lágrimas que empañaban la mirada de la otra chica.

Se acercó, y con cuidado tomó sus manos entre las suyas, acariciando su fría piel con los dedos.

Su Lu la miró a los ojos un instante, y dejándose caer en sus brazos, derramó aquellas amargas lágrimas.

Amity le devolvió el abrazo mientras ella temblaba y sus propios ojos se empañaban.

La dejó desahogarse ahí, con ella, en aquel pequeño auto mientras el tiempo se volvía obsoleto y las lágrimas se escurrían, empapando su vestido rosa, y la acompañó, en silencio, infundiéndole todo el cariño que poseía.

«Llora ésta noche mi dulce Lu, déjate romper».

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