» Capitulo 17
¿Así era cómo olía la cocoa? Era delicioso.
Bueno, realmente todo olía delicioso. El café, el chocolate, los glaseados... ¿Porque nunca los había probado?
–¿Quieres crema batida, Amity?– le preguntó Luz, sacándola de su pequeño trance de asombro y azúcar, mientras ella pedía las bebidas en la barra.
–Oh, si. Dame de todo– pidió Amity, colgándose de su brazo cómo si fuese una niña pequeña.
–Crema entonces– le dijo Luz al barista amablemente.
–Oye, ¿qué es eso?– le preguntó Amity de pronto, apuntando hacia la repostería que se mostraba en las vitrinas al lado de la barra.
–Son magdalenas, creo– le respondió Luz. –¿Quieres una?–.
–Mmm, ¿puedo?– preguntó Amity, dudosa. Ella no quería aprovecharse de Luz, pero la humana sólo resopló.
–Agregué dos magdalenas, por favor– le pidió Luz al barista.
–Gracias– le susurró Amity, visiblemente pálida.
–Oh, no es nada– le respondió Luz, mientras recibía las bebidas y los panecillos. –Siento la necesidad de mostrarte todas las maravillas humanas, ¿sabes?– le confesó mientras ambas se dirigían hacia una de las mesas al fondo de la cafetería.
–Mmm, ¿Sí, por qué?– preguntó Amity, tomando un poco de la blanca y fría espuma de caramelo.
–Porqué, amo ver la carita que pones cuando descubres algo nuevo– confesó Luz. –Cómo aquella vez que vimos una película, o cuando descubriste que podías escuchar música en el celular... es muy lindo– le dijo ella con una tímida sonrisa mientras dispersaba el dulce vapor de su bebida, soplando por encima del vaso de cartón.
Amity sólo pudo palidecer de vergüenza mientras le daba una mordida a su magdalena, alejando sus pensamientos. ¿Era realmente tan fácil de impresionar, o es qué acaso Luz Noceda tenía alguna clase de poder sobre ella que la volvía tonta e ingenua?
«No me siento débil, solo…».
–¿Te sientes bien, Amity?– le preguntó Luz al verla con la mirada perdida en la nada.
–¿Qué? Si, estoy bien– murmuró Amity, tomando un pequeño sorbo de su bebida.
–Es que de pronto te pusiste muy seria– le dijo Luz, acercándose más a ella en aquel largo sillón de felpa roja. –¿Dije algo malo?– le preguntó, acercando sus dedos a su rostro.
–No, no dijist...– Amity se calló. Luz había comenzado a toquetear el espacio entre sus cejas, como si intentará borrar las pequeñas líneas que se formaban cada vez que ella fruncía el seño. Amity cerró los ojos.
¿Porque se sentía tan malditamente bien, y tan… personal?
–Entonces, ¿Si estás bien?– le preguntó Luz, casi arrullandola contra su pecho.
–Ssi...– suspiró Amity. –Quisiera poder quedarme así, por siempre– confesó, aún con los ojos cerrados.
–¿Ah, sí?– preguntó Luz suavemente.
–Si es contigo, sí– aceptó Amity.
«No puedo negarlo, Lu. Me gusta estar contigo.
Me gusta tú voz cuándo hablas, cuándo ríes y cuándo me suspiras palabras al oído. Me gusta sentir tus abrazos espontáneos o tus besos experimentales, y que pases las noches conmigo, entre besos o confesiones.
Me gustas tú, Lu».
–Que romántica– susurró Luz, mientras sus palabras se acoplaban con la sinfonía que creaban sus latidos un poquito acelerados.
Amity abrió los ojos lentamente. Luz la tenía abrazada contra ella, y podía sentir la fina y placentera aura que se había asentado sobre las dos.
–Luz...– susurró Amity, logrando que la de ojitos avellana volteara a verla, con aquella sonrisa que tanto le gustaba, y sintiendo una confusa sensación de nervios, se acercó lentamente a su rostro, suspirando y robando un suave y corto beso de su boca.
Se intentó apartar rápidamente, pero Luz, que tenía una de sus manos en su cintura, la retuvo ahí, mientras que colocaba su otra mano bajo su mentón y profundizaba aquel beso, pasando de un simple roce, a algo un poco más atrevido que le quitó el aliento a la peliverde.
Realmente amaba sus besos.
Amity disfrutó de la húmeda y suave sensación que los besos de Luz le provocaban sobre sus labios, saboreando el sabor del caramelo con cada caricia dentro de su boca.
Sus besos literalmente sabían a chocolate.
–Luz– exhaló Amity contra sus labios. Luz se separó lentamente de ella, sintiendo como el aire volvía a correr ligeramente dentro sus pulmones y el calor palpitaba agradablemente sobre su boca.
–¿Ssi?– jadeó.
–Te am...– comenzó Amity, pero se detuvo abruptamente.
«Yo te amo» le iba a decir, pero su última palabra se volvió un gemido adolorido, provocado por el dolor punzante que brotó en su abdomen de un momento a otro.
–Amity, en serio, ¿estás bien?– le preguntó Luz, tratando de no alzar la voz, pero sonando notoriamente alarmada.
–Si, si– mintió Amity, tomando un poco de la bebida chocolatada, esperando que el líquido caliente calmará el dolor.
–Si no te sientes bien, será mejor que volvamos a cas...– comenzó a decir, pero Amity se levantó rápidamente y salió corriendo, tomando una salida lateral que daba hacia un callejón entre la cafetería y algún otro local, posiblemente a vomitar.
Luz se quedó muy quieta, observando perpleja el lugar por dónde Amity se había ido.
Quizás los vampiros no comían comida humana por una muy buena razón.
Amity salió disparada hacía el callejón frío, dejando salir dolorosamente lo poco que había ingerido, sintiéndose realmente mareada por la nauseabunda situación.
Su cuerpo entero se estaba rebelando contra ella.
Hilos de saliva colgaban de sus labios cuando ya nada más quedaba en su estómago, y un nuevo dolor la invadió, royendo sus entrañas de manera poco sutil.
–No– gimió Amity, abrazándose a sí misma con la frente pegada a la fría pared de bloque. «No aquí, no así, no ahora»
¿Que iba a hacer?
El chillido de una rata gorda en la basura llamó su atención, y caminó lentamente hacia ella, dándole caza. Se la llevó, asqueada y hambrienta, a la boca.
–¿Enserio vas a comer eso, Mittens?–
Amity alzó la cabeza al instante, asustada, soltando al roedor que corrió chillando hacia las sombras.
–¿Qué haces aquí?– exclamó la vampira, molesta al ver huir su comida.
–Oh, nada especial. Solo daba un paseo– canturreo el vampiro de ojos miel, sacando un empaque de su chaqueta oscura. –Ten. Son doscientos cincuenta mililitros– le dijo, arrojándole la pequeña bolsa de sangre a su hermana.
Ella la atrapó en el aire, mirando el empaque con duda.
–¿Por qué?– preguntó cortante, desconfiando de las intenciones de su hermano.
–Por qué aunque seas una traidora, Mittens, sigo siendo tu hermano– le dijo, mirándola hacía abajo con aquella despectiva sonrisa que poseía.
–¿Crees que voy a…?– replicó Amity, pero el dolor, punzante y tormentoso en su estómago, la hizo doblarse a la mitad, apoyándose en la sucia pared para no caer al suelo.
–Adelante, bebela– musitó Edric. –La sangre humana, pura y fresca, es más deliciosa que la sangre de un asqueroso roedor, ¿No crees?– le dijo, dándole la espalda.
Amity, gruñendo, rompió el empaque con los colmillos e ingirió el dulce, espeso y pegajoso líquido, tomando cada gota con un apetito voraz.
Cuándo terminó, sus labios quedaron manchados de rojo, y sus ojos empañados de lágrimas. En algún lugar de esa ciudad, en algún callejón como aquel, había una chica muerta y desangrada, lo sabía.
–Buena chica– exclamó él vampiro, comenzando a alejarse. –Si tienes más hambre, hermanita, recuerda que tienes una humana ingenua muy cerca de tí, que no imagina lo que eres. Aprovéchalo–.
–Ella no…–.
–No, no, lo sé. Crees que puedes revivir tu fantasía con ella, Mittens. Pero lamento decirte que las chicas como ella solo sirven para llenar tu estómago un rato. Y luego se desechan. Lo sabés– le dijo, llegando al final del callejón. –Diviértete con ella un rato, si es lo que quieres, pero no te enamores, Amity. No repitas el mismo error–.
Amity observó el lugar dónde había estado su hermano, y gritando, arrojó el empaque vacío con furia al suelo.
Edric Blight se equivocaba, y aún así, el miedo creció dentro de ella, oscuro y retorcido como el vampiro que lo había sembrado.
Luz había estado observando caer las gotas de llovizna a través de la ventana, debatiéndose con la voz en su cabeza, aquella llamada conciencia, en si ir a buscar a Amity o esperar a que volviera.
Ella le decía que esperara, pero Luz, poniéndose de pie, decidió ir a buscar a su chica al mismo tiempo que la vampira regresaba, arrastrando los pies con la mirada clavada en el suelo.
–¿Amity?– preguntó Luz.
–Vamos a casa– sollozó ella, tratando de reprimir lo que parecían ser lágrimas al borde de sus ojos.
–Si, si claro– respondió Luz, tomando la bolsa de compras y lo que quedaba del chocolate.
–Lo siento– se disculpó Amity, con la voz tan baja, que parecía decírselo a sí misma.
A Luz no le gustaba verla así.
–Tomaremos un taxi, ¿Está bien?– le preguntó Luz, a lo que Amity sólo asintió. No tenía las energías para caminar hasta el metro.
Las chicas salieron de Lady Lilith Coffee y abordaron el primer taxi que encontraron, retornando el camino hasta su departamento.
Amity no paraba de sollozar, se miraba rota, y su cuerpo temblaba ligeramente, recostada contra la humana en un sutil intento de consuelo, y Luz, deseosa de poder ayudarla, la rodeó con sus brazos cómo cuando estaban en la cafetería, transmitiendole, quizás no calor, pero sí cariño. Mucho cariño.
–Soy una tonta– le susurró Amity después de un rato.
–¿Qué? No– le susurró en respuesta Luz, tratando de sonar serena.
–Tú no mereces tener que lidiar conmigo– confesó Amity, ignorando el nudo que se había formado en su estómago.
–Déjame a mí decidir eso, ¿Está bien?– le respondió ella, abrazándola aún más fuerte, de manera un poco posesiva. –¿Qué fue lo que sucedió, Amity?– preguntó.
–Yo… me encontré con mi hermano– explicó Amity, –y no sé qué hacer para que me dejé en paz. ¿Acaso no entiendo que estoy enamorada y no pienso volver a casa?– soltó, siendo incapaz de seguir reteniendo sus lágrimas.
–¿Tú... estás enamorada de mi, Amity?– repitió Luz, sintiendo mariposas dentro de ella al escuchar esas palabras.
Amity detuvo su leve llanto de pronto, siendo consciente de lo que había dicho.
–Yo... sí– murmuró, sintiéndose nerviosa y apenada, mientras que Luz sonreía más y más.
–Oww– sollozó Luz, rodeando a Amity de manera muy invasiva, y luego presionando sus labios con fuerza contra los de ella.
Amity se dejó hundir en aquel casto beso, sintiéndome cómicamente mareada y tal vez un poco en pánico.
Le había dicho a Luz que estaba enamorada de ella.
–Te quiero– le susurró Luz, ruborizada, tomando su mano entre las suyas.
–También te quiero– susurró Amity, dejándose hundir en los brazos de aquella chica, pálida y nerviosa, sintiendo como ella dejaba un par de besos en su cabello.
¿Cómo podía ser aquel sentimiento algo incorrecto?
El mundo era gris y lluvioso cuando las chicas llegaron al edificio, y abrazadas por la cintura, borrachas de azúcar, atravesaron las puertas rumbo a su apartamento.
Tomaron el ascensor y subieron hasta el penthouse, sumidas en un estado de plácido silencio, en el que Amity rememoró momentáneamente su encuentro con su hermano.
Aún le dolía.
Llegaron a la puerta de su apartamento, aquella que tenía aquel extraño adorno de búho, y entraron, dejando a un lado la bolsa con los vestidos.
–Quieres hacer algo o...– empezó Luz, mientras Amity se apresuraba a secarse las nuevas lágrimas. –Oh, ya no estés triste, bonita– le pidió Luz, acercándose a ella, limpiando sus húmedas mejillas.
–Estoy bien– le aseguró Amity, mostrándole una pequeña sonrisa titubeante.
–¿Segura?– quiso asegurarse Luz.
–Si... bueno, podrías ayudarme a sentirme un poco mejor– le dijo Amity, pasando sus manos sobre la tela de su abrigo, corriendo suavemente el cierre y pegándose a ella lentamente, dejando muy claros sus deseos.
–¿Cómo?– suspiró Luz.
–Bésame Lu– le pidió ella, –bésame lentamente, hasta hacerme olvidarlo todo, ¿Si?– le rogó ella, con sus pálidos labios temblando. –Bésame y déjame ser tuya está noche, déjame saber cuánto me quieres, cuánto me deseas– le susurró, rodeando su cuello y besándola, besándola tan intensamente que su cuerpo entero estaba palpitando de deseo.
Luz la rodeó por la cintura, apretando su pequeño cuerpo contra ella y dejando que su chica devorará por completo su boca, entregándose enteramente a su dulce petición.
–Está bien, Amity– le susurró ella, tomando a Amity del rostro y mirándola directamente a sus brillantes ojos dorados. –Está bien–.
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