–¡LUZ!– escuchó que su novia gritaba, alarmada, desde la habitación, seguido de un golpe seco y pasos rápidos en las escaleras. –¡Luz dónde est...!– Amity llegó corriendo y se detuvo cuando la vió, con una galleta en la boca, ahí en la cocina.

–Hoa mity– murmuró Luz con la boca llena. Amity suspiró pesadamente y cruzó la cocina, enojada.

Pero no dijo nada, solo respiró.

–¿Por qué no me despertaste?– preguntó más calmada después de un momento.

–Porque te mirabas muy tranquila– dijo Luz –y pensaba volver a nuestra cama– agregó, acercándose a ella y colocándole un mechón de cabello suelto detrás de su oreja. Amity volvió a suspirar, cerrando los ojos y abrazando a Luz mientras hacía un puchero contra su pecho.

–¡Nunca vuelvas a hacer eso! Por un momento pensé que tú...– empezó, pero retuvo sus palabras, negándose a decir en palabras su pesadilla. –Hoy...– declaró Amity –... no pienso quitarte los ojos de encima–.

Luz la miró, primero de manera dulce y luego sonriendo de lado. –¿En todo el día, eh?– insinuó.

–Sí– sostuvo Amity, alzando el rostro. –En todo el día–.

A Luz le dió ternura verla así, enojada pero empeñada en hacerla sentir bien, y no lo resistió más: la tomó de las mejillas, despeinadola, y la besó en la frente, en la nariz y en los labios.

–Nooo– chilló Amity –sueltame–.

Luz continúo dándole besos torpes en su rostro, mientras Amity reía y trataba de soltarse, fallando sin dudas.

Su último beso, ese en el que Amity se puso de puntillas para estar a la altura de Luz, fue lento, deliciosamente lento.

Esta escena se ubica en la segunda parte, como una alternativa a la íconica escena de la bañera.

–Hars.