» 3 | Vampires
Nunca te adentres sola en la oscuridad, le habían dicho.
"Nunca cruces los callejones desiertos que no llevan a ningún lado, ni tampoco las calles solitarias cuando la luna se halla ocultado, y sea esa oscuridad lo único a tú alrededor".
Parada frente al espejo empañado de su baño, tiritando con el cuerpo entero cubierto de sudor frío, la cabeza dando vueltas y el cuello lleno de marcas rojizas; Willow Park deseaba haber prestado más atención a aquellas palabras.
Fue tan sólo 12 horas atrás...
Las personas se habían marchado hacía horas y en aquellos pasillos desiertos solo quedaban dos almas.
-¿Estás segura de que no deseas que me quede contigo?- cuestionó Luz, terminando de guardar sus últimas notas.
-Muy segura, Luz- le respondió Willow, aún inmersa en su propio trabajo.
-Como desees, Willow...- se rindió Luz finalmente -... Pero ten cuidado al volver a casa ¿Sí?-. Willow le hizo un gesto de despedida con la mano sin siquiera mirarla y Luz, resignada, se fué.
La señorita Park continuó escribiendo bajo la luz de la luna que se filtraba por la ventana, por al menos una hora más -o quizás dos- hasta que sintió el cansancio comenzar a roer sus huesos y adueñarse de su cabeza. Ella bostezó; estaba cansada y sabía que - aunque aún no había terminado- tenía que volver a casa.
Afuera, el cielo sobre ella resplandecía en un brillante color índigo -un manto de terciopelo al que llamaban noche- y en el no brillaban las estrellas ni la luna. El aire era mortalmente gélido a su alrededor, y las cortas de ráfagas de brisa que corrían traspasaban la gruesa tela de su abrigo, haciéndola estremecerse de frío.
Ella envolvió los brazos a su alrededor, abrazándose a sí misma mientras caminaba silenciosamente por las calles desiertas, dónde las farolas titilaban sin terminar de encenderse nunca, y los opacos vitrales de las tiendas ya cerradas le devolvían el reflejo.
Jamás la habría visto llegar.
Drea Willow no tardó en darse cuenta de que en aquellas calles oscuras no había absolutamente nadie por ningún lugar. Era cómo sí caminase por los restos de una ciudad fantasma olvidada tiempo atrás.
-No debe ser tan tarde...- se dijo Willow a sí misma para aplacar los nervios que comenzaban a palpitar en sus venas -... ¿o sí?- se cuestionó, viendo cómo su aliento se convertía en una débil nube de neblina blanca.
Tap tap... tap.
Se detuvo -o se congeló- en dónde estaba, incapaz de dar otro paso. ¿Acaso había...?
Tap tap.
Willow se dió la vuelta casi al instante, bastante convencida de que había escuchado algo. Algo como pasos, o el repiqueteo de un no sé qué al caminar... ¡Pero estaba sola!
¿Estaba sola?
Sí.
De pronto sentía cómo su corazón latía desenfrenado a mil por hora y, sin esperar a comprobar si realmente estaba sola o no, camino lo más rápido que pudo, alejándose más y más de dónde estaba, y perdiendo su gorrito color gris-negro en el camino, dejando a su cabello oscuro ondear suelto con cada paso mientras corría un poco desesperada por aquellas calles vacías.
Se detuvo junto a un callejón entre dos edificios después de haber corrido casi cuatro cuadras, y con sus pulmones colapsando por falta de aire, se recostó contra una pared, preguntándose sí en realidad había...
Tap clac, tap clac.
-¿Qué fue eso?- susurró en voz alta, separándose inmediatamente de la pared de ladrillo. Y como era de esperarse, nadie le respondió.
Miró frenéticamente a su alrededor, tratando de encontrar la fuente de aquel sonido -una tubería rota, una ventana suelta o un coche descompuesto- pero lo único que vió fue a si misma reflejada en la vitrina de una pastelería al otro lado de la calle, completamente sola y despeinada, y con aspecto de haber perdido la razón. Bajó la guardia.
-Estás siendo paranoica, Willow- se regañó a sí misma, ajustándose más el abrigo, pasando las manos por su cabello oscuro...
Y unas manos que no eran las suyas le colocaron su gorrito sobre la cabeza.
Sintió su alma caer al infierno y volver.
Se dió la vuelta muy lentamente, como odiaba ver hacer a las protagonistas de aquellas películas de suspense que había visto con Luz, y entonces la vió.
Era una chica -con el cabello largo y lacio de color rosado rojizo-, estaba recargada en la misma pared de ladrillos en la que ella había estado tan solo segundos atrás, y sonreía.
La oscuridad la rodeada y lo único que la farola descompuesta más cercana lograba iluminar, era la tenue silueta de una falda amarilla a cuadros y una camiseta de color negro que citaba el nombre de alguna banda que Willow no lograba reconocer.
Y entonces ella abrió los ojos -dos pequeñas lunas de intenso violeta- y sin decir una sola palabra, Willow comprendió quien era.
O lo que era.
¡Corre ahora! le gritó su mente, pero sus pasos la traicionaron y sin percatarse, estaba avanzando hacia aquél ser de la oscuridad que se mordisqueaba los labios mirando a Willow de arriba a abajo, mientras repetía aquel ruido desconcertante.
Tic tac decía, mientras golpeteaba la pared con sus afiladas uñas. Tic tac, volvió a decir, inclinando la cabeza a un lado, como sí imitase a un reloj descompuesto, mientras dos largos colmillos relucían en su boca.
Quería correr.
¿Quería?
Pero no podía.
¿No podía?
Y poco a poco, inundaba en el mar de aquellos hermosos ojos, se dejó arrastrar por la corriente hasta ella.
Aquella chica la envolvió en tan solo un segundo, como si fuesen amantes que se conocieran de noches atrás, y pego su rostro al suyo, probando de su boca un beso que no le sabía a nada.
Porque todo lo que sentía era nada, y si sentía algo, lo había olvidado.
Había olvidado todo menos el color violeta, que la miraba hacia abajo, haciendo bucles con su cabello oscuro mientras desabrochaba su chaqueta y la deslizaba bajo sus hombros, dejando su clavícula y sus siete pecas a la vista, que aquella oscuridad no dudó en acariciar.
Sus dedos eran como témpanos de hielo, y suaves como la brisa salvaje; eran como la muerte misma.
Porque estaba muerta.
Un espasmo invadiendo su espalda al chocar contra la pared fué lo primero que sintió, seguido de la delicada presión de dos manos recorrer su cuerpo sin ningún permiso.
Y confesaría que no deseaba que se detuviese en ningún momento.
Fué su aliento cálido rozar sus mejillas lo que la hizo casi despertar...
Pero ya sería tarde.
La chica ya tenía el rostro acomodado en la curva de su cuello, dónde había dejado una serie de besos y dónde, más rápido de lo deseaba, hundió sus colmillos cuál agujas.
Podía sentir un placentero cosquilleo ascender por su cuerpo y dos finas gotas de sangre derramarse por su espalda semi desnuda.
Pero no sentía nada más, y no recordaría nada más, solo la sangre roja derramarse lentamente, reflejada en dos ojos violetas.
El cómo llegó hasta su habitación -o hasta su cama- fue todo un misterio para ella.
O eso creía.
No recordaba mucho de la noche anterior, solo el vago presentimiento de que había estado trabajando en su proyecto hasta tarde y que había vuelto a casa... y nada más.
Era cómo sí su noche entera hubiese sido borrada por completo.
Se levantó mareada de la cama -aún llevaba la ropa del día anterior puesta- y camino hacia el baño.
Y su reflejo -difuso y distorsionado- en el espejo empañado, le mostraba a una chica pálida y demacrada con la ropa desgarrada y el cuello lleno de marcas violáceas.
Violeta, qué inusual color.
Willow gruñó, ¿qué demonios había hecho anoche?, quería y no quería averiguarlo.
Las siguientes noches fueron aún más extrañas.
Juraría que se sentía vigilada por la oscuridad misma desde el otro lado de las ventanas.
-Eso es una tontería, Willow- había dicho Luz cuando se lo contó. -Es más probable que sea un acosador quien lo esté haciendo - afirmó al otro lado de la línea, mientras se escuchaba cómo se metía un puñado de palomitas de maíz en la boca.
-¡Luz, eso no me deja más tranquila!- le dijo Willow un poco enojada, abrazándose a sí misma.
-Descuida...- la tranquilizó Luz -es sólo tu imaginación, te lo aseguro-.
Willow suspiró. Luz tenía razón, estaba siendo un poquito paranoica.
-Agh, te hablaré luego- dijo ella de pronto, mientras su amiga murmuraba algo incomprensible que sonaba como un ok.
Willow arrojó su celular hacía los cojines del sofá y suspiró amargamente. Su estómago también gruñó; últimamente tenía hambre, como, muy seguido.
Se paró y se dirigió a la cocina, dónde la bombilla titilaba, como si se hubiese descompuesto
-Genial- suspiró Willow con sarcasmo, otra cosa que arreglar.
Ella abrió un pequeño paquete de palomitas y lo colocó en el microondas, tocó un botón y esperó.
Estaba tan distraída buscando respuestas en sus recuerdos perdidos que no notó que su reflejo en la ventana a su lado era cada vez más difuso.
Caminó hacia el lavamanos mientras escuchaba el constante bip bip bip que emitía el microondas y dejó correr el agua fría sobre su piel, sintiendo como ésta perdía sensibilidad y su cuerpo entero se estremecía al contacto.
Un beso gélido rozó su mejilla.
Willow se congeló. Sintió un par de brazos rodear su cintura y otro beso estamparse en la curva de su cuello.
Y vio dos ojos de intenso violeta mirarla con algo parecido al deseó...
Se desplomó hacia atrás con terror, solo para descubrir que ahí no había nadie.
Y ahora estaba segura de que se estaba volviendo loca.
El bip-bip bip-bip que resonó por toda la cocina le anunció que las palomitas estaban listas, y completamente confundida, Willow las depositó en un cuenco de cristal y las llevó hacia la sala.
Metió una en su boca y masticó, pero inmediatamente sintió como si estuviese comiendo cartón. De hecho, todo lo que comía le sabía a cartón; insípido y asqueroso.
Dejó las palomitas a un lado, junto a un par de platos medio vacíos, y cerró los ojos, y cuando volvió a abrirlos, lo único que vio fue violeta.
Sintió el peso de su presencia en el aire, y luego sobre si misma, cuando la chica de los rizos rojos se subió, ágil como un gato, sobre su regazo.
Y el aroma a sangre fresca la invadió.
Era dulce, tan dulce, y embriagante, como el más exquisito de los vinos; y esa chica era la fuente de ese apetitoso aroma.
Los dedos fríos alzaron su mentón y un beso se estampó sobre sus labios, compartiendo, sólo un poco, de aquella deliciosa sustancia que cautivó su cuerpo, incitandola a tomar otro beso más.
Pero ella se separó, privandola del único alimento que la había logrado saciar en varias noches, y colocó un dedo sobre sus labios, indicándole que no dijera nada.
-¿Quieres más?- le pregunto ella, mostrando sus colmillos a través de sus labios carmesí.
Willow, confundida y hambrienta, asintió lentamente, con sus ojos clavados en aquellos labios.
-Entonces...- recitó la vampira -...tengo un trato para tí, hermosa-.
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