Especial de Chris {Washington D.C.}

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— Ahora mismo te abrazaría, pero no quiero arruinar tu reputación —

Brooklyn no sabía cómo reaccionar ante lo que sus ojos, nuevamente de un oscuro marrón, casi negro, estaban viendo. A una parte de ella, la de comportamiento despreocupado, le pareció gracioso que ahora estuviese tímida, casi congelada, frente a Christine luego de haberle hablado con tanta soltura y burla por el chat. La otra parte, la racional, la que ahora tiene el control de sus acciones, no le hacía ni puta gracia.  Observó y analizó a la nueva pelinegro frente a ella; claramente habían pasados los años en ella, y para bien, pues se veía fenomenal.  Buen cuerpo, curvas presentes, piel morena, ojos claros, cabellera rizada, larga, y unos labios gruesos que spoileaban una sonrisa hermosa. Si Brooklyn fuera bisexual, de que le entra, le entra.

Por otro lado menos comunidad LGBT, Chris tampoco se exceptuaba de sentir algo. No, por supuesto que no; la rizada estaba algo nerviosa, o tal vez era sólo una reducida cantidad de nervios la que se quería admitir, de la real, al volver a ver a Brooklyn. Habían pasado años desde su última conversación en el reformatorio antes de que Brooklyn marchara en una Range Rovert a su nuevo hogar con una nueva familia que ella aún desconoce, y si bien seguía reconociendo a su amiga por su larga melena, características respuestas sarcásticas y ojos brillantes, aunque en sus memorias estos últimos los recordaba de un fiero y rebelde pasto y no aquél dócil y cohibido marrón chocolate, no sabía que esperar de ese reencuentro.

   

 — Así que tienes dinero para un búnker, pero no para comprarme un batido decente  — habló ella, optando por el humor para romper el silencio que se formó con su presencia, nerviosa —. Eres una rácana.

Letchs tan sólo esperaba que su vieja amiga le siguiera el juego, de lo contrario aquello sería muy incómodo, y así se rompería la fina, pequeña y estorbosa capa de hielo que había entre ellas por el pasar de los años sin ninguna comunicación con la otra.
 Brooklyn ladeó una sonrisa, tensa, de igual forma, pero más relajada que antes, puede que aceptando la broma como un “Sin Resentimientos” entre líneas de la otra mujer. Se sentía algo culpable por haberse desentendido tanto de su fiel confidente de reformatorio luego de escapar de él, debía admitirlo. Christine también lo sentía así, quizá debería haber puesto más empeño en encontrar a Brooklyn, pero le daba miedo que llegado el momento, ella ya no supiera ni quién era.

 Su mirada adquirió un brillo burlón, dispuesta a devolverle la broma, y al mirar de reojo  al imponente Capitán América, que las observa curioso y atento, algo de picardía los adorna también.

—En realidad, si te conseguí tú horrible batido de chocolate y frambuesa —confesó, burlona, señalando con un gesto de la cabeza la licuadura que minutos antes había sido su unica compañía en el silencio de la soledad—. Y el búnker no es mío, creeme que de no ser así hace tiempo lo habría vendido al mejor postor, quince millones como mínimo, que estoy en quiebra.

Los ojos claros de Chris se iluminan como dos esferas al oír a Edwards. Dirigió sus ojos a dónde la cabeza de la otra hacker había señalado, y brillaron aún más al ver el característico marrón con trocitos de rojo casi imperceptibles. Se le hizo agua la boca, naturalmente; ella amaba ése postre o batido con su alma. Se acercó al vaso, Brooklyn se sentó en una de las sillas mientras la observaba, y luego le señaló las estanterías cuando Letchs volteó a verla con una pregunta muda “¿Dónde están los vasos?”

—Ahora mismo te abrazaría —comentó mientras cogía uno de los vasos de cristal—, pero no quiero arruinar tu reputación —sonríe la de pelo rizado, burlándose nuevamente de su antigua compañera de reformatorio, haciendo referencia a una vieja memoria.   Chris llenó un vaso con su batido, y luego dio media vuelta, recostándose en la encimera contraria—.  Si lo adornaras un poco podrías sacarle diecisiete millones —comentó, haciendo referencia a la broma anterior de Brooklyn con respecto a vender el búnker.

Edwards fingió una expresión pensativa.

—Veré si Nick lo puso en mi herencia, antes —jugueteó—. ¿Se divirtieron juntos? —mira de soslayo al Capitán, que se había mantenido apartado de la escena, con los brazos cruzados, pero los ojos atentos y pendientes a cualquier posible inconveniente, ya sea de parte de Brooklyn o de Chris. Aunque sospechando más de la primera, por lo que a ella, además de verla con atención, la veía con desconfianza.

A Brooklyn sólo le daba gracia.

—Ha sido una charla divertida —Chris mira al Capitán — con un pequeño susto, pero nada más.

Rogers arruga la esquina de la nariz, recordando su impulso... ¿Primitivo? ¿Automático, tal vez? No sabía como nombrar a su arrebato de agresividad en defensa a un pequeño golpe que nada le haría, pero si sabía que el recuerdo le causaba molestia consigo mismo, disgusto y, sobretodo, vergüenza. Chris adivinó parte de ésos recuerdos y le dedicó una sonrisa comprensiva y reconfortante; ella, además del susto y el pensamiento impulsivo de que le quebrarían el hueso, no se había llevado nada.

—Oh —Brooklyn alzó las cejas—, ¿ahora van a ponerse en plan misterioso como Natasha y Clint con lo de Budapest? —se burla. Natasha, que había estado muy quieta y callada, observando a la nueva integrante del grupo con atención y cierta desconfianza disimulada, atenta a cualquier inconveniente, volteó a mirar a la de larga cabellera con interrogación y diversión. Claro  pensó, había sido Barton quien se lo comentó.

—No sé —jugueteó Chris—, ¿usted que opina Capi? —sigue con el juego, pues hasta el momento, había servido bastante bien para romper la tensión y mantener ése aire de cuña y familiaridad.

Steve, por primera vez ahí abajo, ladea una sonrisa. Una divertida, traviesa, algo juguetona también, lo que sorprende a Natasha, y la ofende un poquito. ¡Lo mucho que a ella le había costado que Steve sonriera con sus jugueteos! Con esa perfecta desconocida muy tranquilo todo ¿no? Miró mal a Steve, ofendida. No se encontraba molesta con la chica, naturalmente en la pelirroja ya la estaba considerando material de cita para su querido fósil, pero lo mismo no podía decir de Rogers.

—Dejemosle con la duda —Decidió, mirando con malicia a Brooklyn. Ésta bufo, rondando los ojos. Ya llegará mi momento de venganza, pensaba entre agraciada y fastidiada.

—Me parece bien —Una sonrisa traviesa aparece en el rostro de Christine, y bebe de su vaso, serena.

—¡Oh! —Brooklyn se lleva una mano al pecho, como si le hubieran clavado una estaca en lo profundo. O como si fuera una exagerada actriz de teatro a la que "le clavaron" una estaca en lo profundo del pecho. Si, más la segunda opción que la primera— Traicionada en mi propia casa. —niega con la cabeza, y finge limpiarse una lágrima de madre dolida— ¿Le echaste brujería o que, Chris? — la observa, dejando de lado locuras, con intensidad — Porque a mi me sigue mirando como si en cualquier momento escupiré un equipo de SHIELD para que lo arresten —voltea a mirar a Steve con sarcasmo—. No, Rogers, yo no cuento con ésa maravillosa habilidad.

Steve le sonrió con falsedad y sarcasmo.

—Pero bien que cuentas con la habilidad de enviar un mensaje subliminal mientras hackeas el pendrive sin que nosotros lo notemos ¿eh? —.

Edwards lo observó incrédula.

—¡Ella también! — señala a Chris.

La mujer de ojos avellanas ríe, notando lo mucho que había extrañado ése dramatismo innato de su amiga.

—Tal vez le haya hechizado, o es que transmito más fiabilidad que tú — se burla—. Te recuerdo que en el reformatorio era yo la que distraía y tú la de detrás de la pantalla, y se me daba bastante bien.

—Shh —se lleva el índice a los labios con un suave y seductivo movimiento de muñeca—. Ellos no saben eso —le guiña un ojo, luego, voltea hacia Steve, con cara de sorpresa— ¿Has oído? Te embrujó, ¿no piensas decirle nada?

Chris sonríe a su amiga y le devuelve el guiño, recordando un pequeño gran secreto que compartían en aquellos meses en el reformatorio. Luego, giró la cabeza hacia el Capitán, esperando una respuesta. Steve suspira, inquieto ante la atenta mirada de las tres mujeres, y se coloca derecho, propenso a marcharse de la cocina.

—Hay que empezar el trabajo —se limitó a decir, autoritario, luego abandonó la cocina como anteriormente había planeado.

Brooklyn se quedó boquiabierta.

—¡Eso es favoritismo! —le gritó al fantasma del Súper Soldado— ¡Y yo no me voy a quedar callada! —Natasha rió, entretenida con la ofensa exagerada de la azabache. Se colocó derecha, habiendo ya acabado su trago y sándwich, y se puso al lado de Brooklyn, colocando la mano en su espalda baja.

—Vamos. —le da un empujón suave, animándola a caminar, y luego se marcha por la misma puerta que Steve. Brooklyn voltea hacia a Chris, que tiene una cara de complicidad y victoria, y soltó una risotada, entre divertida y de amargura fingida.

—Descubriré tú secreto para encantar a la gente, Lechts —"amenazó", viéndole con advertencia y severidad.

—Ya has oído —ignora la "amenaza", disfrutando su victoria con una sonrisa enorme— a trabajar —ordena, saliendo por la puerta, dejando a Brooklyn sola en la habitación. De todas formas, su victoria no dura mucho, pues recuerda que no tiene idea de donde se supone que trabajaría, por lo que se queda pausada frente a un pasillo, unas escaleras y una
puerta.

—Por aquí. —indica Brooklyn, con cara burlona y sonriente mientras subía por las escaleras. Chris rueda los ojos y la sigue.

      

      

      

      

      
{ Dos semanas  después. }

 

Si Christine tuviera que contar todo lo que le había tocado hacer en ese tiempo en Washington, tardaría una larga tarde. Quizá más el problema de convivir todos en un búnker, que no pequeño, aunque si estaba cerrado, era Olive. Su querida amiga, a la que conoció después que Brook en el reformatorio, la llamaba de vez en cuando para asegurarse que ella estaba bien y para preguntar sobre aquella extraña misión que le ocupaba tanto tiempo, y para ser sinceros, Letchs odiaba mentir, pero debía hacerlo, le contaría la verdad cuando volviera.
      

Entrada ya la tarde, después de su típica llamada con Dahlian, sobre las cinco o seis como en días anteriores, Chris y Brooklyn se encontraban trabajando en el afanado pendrive. Las dos habilidosas hacker se encontraban con las miradas fijas en las pantallas, avanzando con sigilo para no ser descubiertas por las alarmas que anunciarían de un intruso, osea ellas, tratando de acceder al sistema, y advertirían a los Agentes de SHIELD, o más bien, de Hydra, la localización de las dos. Desde hace tiempo el silencio reina en la sala de la amplitud de un salón de baile, y el enorme cristal que daba vista hacia lo que ocurría afuera frente a la gran estatua, era la única fuente de luz, aparte del brillo de las computadores, del salón al permitir el acceso de la luz solar. Aquella oficina llena de tecnología moderna quedaba a la altura del pecho de Lincoln, así que sí, estaban a considerable altitud sobre el suelo.

No sería una decisión muy inteligente saltar sin una soga o algo que vayase a amortiguarte;  la muerte era casi segura y si es que sobrevivías entonces luego perecerías en el hospital por alguna contusión cerebral o perforación de pulmón por una de tus todas costillas rotas.

   

Los dedos de Brooklyn tamborileaban sobre la mesa, mientras su otra mano se encargaba de presionar Enter cada tanto. Esa parte de la intrusión cibernética era muy fácil y tranquila, por ende aburrida; se resumía a que ambas se camuflaban del sistema. Hagamos de cuentas que la seguridad del pendrive era un enorme muro compuesto por cubos, Brooklyn y Chris habían arrancado dos cubos y lo habían reemplazado consigo mismas, fingiendo ser cubos, y cada que pasaba una seguridad de autoridad menor, analizando los cubos para asegurarse que no existía ningún farsante, bastaba con que ambas hacker presionaran la tecla Enter para pasar desapercibidas por ésa seguridad.

Edwards, siendo naturalmente hiperactiva, se estaba hartando de tener que quedarse tan quieta, presionando una tecla cada 1 minutos.  Además, estaba ansiosa, temía que los estuvieran localizando secretamente, y que el cristal que alumbra el salón suavemente se explotase para permitir la entrada de varios agentes que la arrestarían a ella, y meterían a Chris en un lío con el Gobierno, y a Steve vete tú a saber lo que le harían, o a Natasha, y todo porque el maldito programa era más paranoico que ella.

—Me pones nerviosa, Brooklyn —menciona Christine entre dientes, cansada de oír el repiqueteo de sus dedos—. ¿No sé supone que tú nunca estabas inquieta cuando trabajabas en algo importante? — dice Chris divertida, tratando de no descuidar demasiado su concentración en el ordenador.

Un sólo error y pasarían cosas muy feas.

Brooklyn hundió las cejas, casi frunciendo el ceño por las acusaciones y la breve burla seria de su compañera. Presionó la tecla enter, ya por última vez, mientras el sistema empezaba a darle acceso a los archivos. Pronto aparecería un Virus de seguridad que le pediría la clave de acceso, y las cosas finalmente cogerían un ritmo bien acelerado. Mientras la barra de carga subía a su 100%, volteó a verla.

Christine traía el entrecejo ligeramente fruncido, en un gesto de pura concentración.     No despegaba la mirada de la pantalla ni aunque tuviese un minuto de descanso. Parpadeaba regularmente, remojando sus ojos resecos por estar expuesta a la luz artificial. Después de todos estos años se había vuelto más precavida, y en los asuntos que tenían que ver con todas las nuevas tecnologías, aún más.

—No estoy inquieta —se niega, mirándola ceñuda—, ¿quién dijo que estoy inquieta? ¿quién está inquieta?

En la pantalla apareció el nuevo Virus, pero éste, en lugar de pedirle una clave, la hizo retroceder diez pasos hacia atrás, volviendo a la tortura del cubo.

—Ajá —Soltó Chris, sarcástica.

Brooklyn apretó la mandíbula, sintiendo una furia sólo comparada con un día entero construyendo una Torre de cartas para que al final el viento lo destruyese sin más. Cual gamer frustrada alzó la mano para darle un fuerte puñetazo a la pantalla, mandando así todo al carajo, pero luego se calmó, o más bien se obligó a calmarse.    Respirando hondo, contraatacó el virus centrada, presionando las teclas con velocidad y furia, evitando que la hiciese retroceder aún más. Terminó venciéndolo en dos minutos, y con otros cuatros logró volver a posicionarse en donde estaba, apareciendo ahora sí el Virus que exigía una clave.

— No te recordaba tan impulsiva, amiga mía —comenta, fijándose por un segundo en el enfado de la azabache, y aprovechando que los dos fugitivos Vengadores estaban tras las puertas francesas, continuó — tampoco con los ojos marrones —Brooklyn le echa un vistazo— Y no te desconcentres. —ordena, regañándola entre líneas por estar apartando constantemente la mirada de la pantalla. Si hubiera estado más centrada, el otro virus no la habría hecho retroceder. Pero no se lo dijo; Brooklyn ya estaba lo suficiente enojada porque se le estaba complicando decodificar las cosas, cosas que ella consideraba sencillas, como para pincharla más con respecto a un tema que casi hace que se quiebre los nudillos golpeando la pantalla. Entendía que esto era importante y la hacía más nerviosa.

Brooklyn apretó la mandíbula, otra vez. De poder despegar la mirada de la pantalla, le lanzaría una mala mirada a su colega.

—No estoy siendo impulsiva —refunfuña—. Y mis ojos siempre han sido marrones —mintió, en un inútil intento de que Chris no insistiera en el tema. Pero Letchs no era estúpida, y lo notó.

Notó que mentía, y tal vez lo hizo por ser perspicaz, o inmune a las mentiras de los demás. A la rizada le gustaba pensar que ésa era su mutación, su rareza, su Super poder; ver a través de las mentiras, las detestaba escucharlas y decirlas, aunque solo tuviera que hacer esto último en contadas ocasiones, sentía que destruían la confianza. Además, no creía que su memoria estuviera tan mal como para recordar a Brooklyn de ojos verdes si éstos siempre estuvieron marrones.

— Mientes igual de mal que hace años. Además, no puedes engañarme, por qué jamás olvidaría esos brillantes ojos verdes — replicó Chris. Ojalá pudiera echarle una mirada acusatoria a su amiga, pero estaba muy concentrada en destruir esa cuenta regresiva sin activar la alarma, ahora que tenía cierta libertad de movimiento una vez superado el sistema de seguridad de autoridad menor, no podía arriesgarse a perder esa pequeña ventaja que podía ser crucial.

—¿Sabes como me dicen en el barrio, Chris? —soltó de pronto, sonriendo por su respuesta, y porque lograría la victoria contra ése virus malicioso que venía jodiéndola desde hace rato — Tu ex, porque miento genial — Chris rodó los ojos —. Y... —presiona enter— Virus TH llevado a la mierda, muévete, apaga ésa maldita alarma del infierno.

Chris se apresuró a comerse todos los cubitos que representaban a la alarma, antes de que naciera otro que la protegiese, inhabilitando la capacidad del sistema de soltar un chivatazo a los Agentes de Hydra/SHIELD de ellas cometer un error. Viéndolo desde ojos gamer's,  hackear algo siempre parecería a que estás jugando al Pacman.

— Puede que a ellos sí —retoma la conversación, relajando su tono a uno más tranquilo y familiar, dando unos pequeños toques de destrucción a otra de las barreras de protección a los datos, como si estuviese regando dinamita para luego alejarse, presionar un botón y volar todo en pedazos— pero somos amigas, y por mucho tiempo que hayamos estado separadas, hay gente a la que no le puedes mentir del todo, lo sabes bien, Brook. Y yo soy una de ésas personas.

La joven Edwards exhala por la boca, inflando sus mejillas, entre cansada y tocada al corazón por las dulces palabras de Chris.    Quería sincerarse con su vieja amiga, aliviar un poco la presión en su pecho.   A pesar de que le tenía un miedo irracional a una memoria ya lejana, estuvo dispuesta a invocarla otra vez a pesar del pánico que podría provocarle, pero su boca le traicionó, y en lugar de explicarle todo lo que había pasado con ella hace sólo un año, sólo dijo:

—Virus THC3 retirado, tienes acceso libre a los datos, entra antes de que se cierre la brecha — Eres imbécil se gruñó, por eso estás tan jodida de la mente.

La de pelo rizado echa una mirada rápida a los ojos de Brooklyn. Ese par chocolate, ese que a ella le resulta tan anómalo, pues había estado acostumbrada a ver un fuerte verde pasto con pequeñas motas avellanas, o de un claro esmeralda por estar bajo la iluminación solar, con la pupila chiquita y el ceño fruncido cual gato malhumorado. Esos que  lucen centrados en la información de la pantalla, pero perdidos y ausentes a la vez, bloqueando algo que no deja salir de su mente, sin importarle que esté envenenándola, a propósito, porque quiere, porque se reserva sus tormentos orgullosamente.

— Me faltan solo dos barreras más — informó.

—Perfecto. Ya estoy viendo un punto ciego y le quiero dar con todo —.

Entonces, y en silencio, Chris continúa con el arduo trabajo, dándole a su amiga, como había hecho con Steve horas atrás, unos minutos de tranquilidad para que se relajase y volviese más dócil antes de volver a preguntarle, era una de las prácticas que más usaba, dar espacio a los demás hacía que estuvieran más relajados al volver a preguntar. Tal vez era necia, tal vez era una maldita insistente, pero su corazón sensible no podía permitir tener a un ser querido sufriendo sin que ella hiciese nada. Porque había bastado ese poco tiempo con Brooklyn para volver a quererla como lo hizo en el reformatorio, claramente ambas tenían vidas completamente apartadas, y esos siete u ocho años habían causado severos cambios en sus personalidades, cambios que ambas desconocían de la otra, pero ahí, compartiendo espacio, ambas volvían a ser las mismas adolescentes traviesas que navegaban por el mundo virtual criminal en la computadora del Director.

Y a la Chris adolescente no le habría gustado dejar a Brooklyn hundirse en sus demonios, de hecho, lo haría todo para que se alejara de ellos. Esos que siempre trae arrastras, ocultándolos de la gente que la viese a los ojos con un cegador brillo irónico en las pupilas, callando los gritos salvajes y burlones de aquellas criaturas que no la dejaban dormir en paz por las noches con tonos sarcásticos y burlones, aparentando ser sólo una soberbia, egocéntrica, insufrible y maldita adolescente en lugar de una que lloraba cuando tenía una pesadilla por las noches, que se emocionaba de más cuando llegaba la Nieve a Georgia, y que secretamente amaba los suéteres tejidos que le regalaban por navidad.

 
— ¿Hace cuánto que no te sinceras con alguien Brooklyn? — habla con cautela, sin querer estresar a su compañera, ni presionarla — Recuerdo que cuando te bloqueabas en mitad de una travesura en el reformatorio, te llevaba a nuestra habitación y te obligaba a hablar, no querías soltarlo, no querías hablar conmigo, pero solo tenía que esperar y dejar que tú tomaras el valor para afrontar aquello que te daba miedo — rememoró.

Brooklyn quiso, realmente quiso evitar llevar sus memorias a esos momentos donde lloraba por cualquier cosa que le causase frustración y Chris la abrazaba y decía que estaba aprendiendo, que debía ser más suave consigo misma, hasta que ambas se quedaban dormidas en la cama de alguna de las dos. Pero últimamente estaba viendo que tenía menos control en su propio cuerpo de lo que realmente cree, como si tuviera otra consciencia silenciosa y maliciosa que le expone todas sus heridas a la sal en cuanto alguien pregunta por ellas. Y se estaba cansando de sentir el ardor.

— Ahora... lo repudias —prosiguio la azabache, tomando el silencio de Brooklyn como un propulsor— Y, entiendo que quizá ya no tienes la misma confianza conmigo Brook, pero, estoy aquí, y esperaré a que tengas el valor suficiente. Creo en ti — sonríe Chris, soltando ésas dulces palabras a su querida amiga, sabiendo que necesitaba escucharlas, esperando que no la hubieran desconcentrado.

Brooklyn suspira, ansiosa. Sus dedos empiezan a golpear la mesa con más rapidez, su ser a inquietarse, sintiéndose en una especie de asfixia al tener que quedarse quieta y sentada para no estropear la operación cibernética que llevaban a cabo. De acuerdo, quería hablar, quería desesperadamente soltar aquellas imágenes que se presentaban ante sus ojos mentales, casi cegando los físicos para atraer su completa atención, pero en serio no podía. Sus labios nunca habían sido tan complicados de separar, pareciendo pegados por puro cemento y silicona caliente en lugar de la propia voluntad de su cobarde subconsciente.

—¿Brooklyn? —habla Chris preocupada, mirando por unos segundos por encima de la pantalla del ordenador para toparse con la expresión profundamente perturbada de la nombrada.

Las imágenes que pasaban por su mente la habían dejado paralizada, con las extremidades rígidas como la piedra del Monumento que las rodea. Las voces altas, la velocidad, él ruido, la mala vibra, el enojo, el odio, luego el golpe, los giros, la sangre y después la calma. Pero en cuánto llegaba ese momento de lucidez, cuando sentía el roce de sus dedos con la mano de luz que la sacaría de ésa oscuridad, se repetían las imágenes anteriores, los sentimientos, y unas garras salían de la oscuridad para agarrarle los tobillos, rasguñarle las pantorrillas y arrastrarla de regreso en un bucle interminable de tortura psicológica.

—Yo... —parpadea de forma frenética.   Su pulso se acelera, y su respiración se vuelve errática—... No puedo, Chris... —se lleva las manos al cuello—... No puedo respirar...

Las luces parpadean de pronto, constantes, con fuerza, dejando todo penumbroso por segundos para luego iluminarlo todo y volviendo a lo anterior, todo mientras Brooklyn empezaba a inhalar por la boca y sus ojos se perdían en la pantalla frente a ella que brillaba, severa, contrastando fuertemente con la oscuridad que se cernía momentáneamente.      Culpándola, sentenciándola, con aquél conteo regresivo que inundaba toda la pantalla gritándole por su fracaso. Había fallado, se había desconcentrado y eso había sido perjudicial de manera severa. Pero Chris había desactivado la alarma ¿que había pasado?

—¡No, Brook, no! —grita Chris, sin ningún intento de reproche, sino porque se sentía culpable. Si no la hubiera presionado esto no hubiera pasado, ahora le tocaba afrontar las consecuencias, que bastante severas eran, y debía hacerlo rápido.  Se centró en la pantalla, viendo como los números de la cuenta regresiva bajaban sin parar. Debía hacerlo, por el bien de los cuatro allí presentes. Sabía que si lo hacía, jamás volvería a escapar de ello, pero no era momento de pensar en las consecuencias que le ocurrirían cuando tenía que ayudar. Colocó los números prohibidos de su cabeza en el teclado, evitando pensárselo mucho, y tardó unos segundos en dar al enter. En cuanto vió que los números se paraban en 4:32, corrió a abrazar a Brooklyn, que tembló bajo sus brazos.

La abrazó tan fuerte como nunca lo había hecho, pensando que podría haber sido tan grave para romperla de manera tan sencilla. A alguien con una mentalidad tan difícil de quebrar, a alguien que sabía que era mucho más fuerte de lo que parecía.

—Ey, Brook, no pasa nada —le susurra, con voz conciliadora—. Tranquila.

— Lo jodí —susurró, con la voz tan fina como el grosor de una aguja y temblorosa como una hoja al merced del viento. Con los recuerdos del accidente y el conteo colocándose en la pantalla atormentándola — Dios mío, lo jodí.

Otra vez exponía la herida. Otra vez sobre ella caía sal. Y Otra vez ardía.

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Muchísimas gracias a  la increíble louismoraj. Que estos capítulos prácticamente son suyos.

Si os gusta Brooklyn, ¡ IR A POWER ! Os aseguro que es una delicia de historia y es maravillosa.

Darle love 💣❤️

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