𝟐𝟒. 𝐄𝐥 𝐚𝐭𝐚𝐪𝐮𝐞 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐩𝐢𝐫𝐚𝐭𝐚𝐬 (𝐏𝐚𝐫𝐭𝐞 𝐈)

La noche anterior, el 25 de mayo, tras una llamada no muy larga con Haruchiyo, Misaki se había ido a dormir con mucha mejor cara de la que había despertado. Al parecer, la espera para verse había concluido de una vez por todas: el cumpleaños de Ran sería al día siguiente, todo había sido anunciado con una anticipación mínima para evitar crear cualquier expectativa que pudiera levantar sospechas de cualquiera que pudiese estarles siguiendo los pasos.

Aquello parecía algo seguro para el pelirrosa, quien había estado lidiando con las ansias de no seguir uno de sus arrebatos y terminar escabulléndose en la residencia de Misaki aunque sea para mirarla de lejos, así que en el momento en el que el Haitani le extendió la invitación en la oficina supo que al fin podría tomarse un instante de descanso en los brazos de la pelinegra después de las extenuantes semanas que habían estado dándose en su trabajo.

La tensión en las oficinas de Bonten eran algo palpable, había silencios inmensos de pasillo en pasillo y Mikey, que normalmente pasaba los días durmiendo, solamente reaccionando a la luz del ventanal en su habitación cuando alguien llegaba a notificarle algo, no había pegado el ojo. Subsistía a base de chocolates, bebidas energéticas, y una que otra línea fina de polvo blanquecino esperando concentrarse para encontrar quienes eran los Gashadokkuro. Junto a Sanzu y Kakucho habían estado visitando socios comerciales, trabajadores, antiguos colegas y parecía que los misteriosos esqueletos borraban sus pasos a la par que iban hacia adelante, porque de ninguna otra forma podrían desvanecer tan fácilmente su información.

Ni siquiera Bonten poseía tal habilidad y eso, cuando menos, mantenía a todos en el borde de la angustia, por más que se esforzasen en ocultarlo.

...

Sin embargo, quien menos había padecido de dicha inquietud había sido Ran Haitani.

Había atendido de forma profesional y pulcra sus ocupaciones como ejecutivo de Bonten, esforzándose por concluir con todo temprano para poder ocuparse de lo que, en su mente, era el verdadero asunto importante: su cumpleaños.

Y por supuesto, de Azami, que había dejado de escaparse por las noches y ahora durante las mañanas se permitía faltar a unas cuantas clases y escabullirse a los brazos de su más querido, siendo recogida en el estacionamiento de la residencia, viviendo una vida totalmente despreocupada, yendo de allá para acá, pasando las tardes en el pequeño apartamento de Ran mientras él trabajaba, organizando todo lo necesario para la fiesta mientras que al mismo tiempo buscaba ingredientes para prepararle la cena al volver a casa. Era una fantasía en la cual jamás se había dado el lujo de divagar; tener por una vez alguien que cuidara de ella en la misma medida que ella lo hacía con el resto era casi un sueño.

Casi, porque siempre tenían que separarse para que ella volviese a la residencia y que la aburrida rutina de alejarse reiniciaba. Era eso por lo que, en la mañana de su cumpleaños y compartiendo la amargura ante dicha rutina, lo primero que el pelimorado inquirió una vez que la muchacha lo soltó tras un dulce abrazo de felicitaciones, fue recordarle la propuesta que le había planteado la noche anterior.

Corazón... — musitó el muchacho con el propio en la mano — sé que dije que no te presionaría pero...

— No tienes por qué preocuparte — respondió ella con calma, dejando escapar un suspiro antes de hablar — por la noche pensé en cual sería el mejor regalo para darte hoy, sé que no nos conocemos de mucho, y que puedes costearte cualquier cosa que desees por ti mismo, así que... — un rubor del mismo tono de su cabello invadió sus pálidas mejillas — ... no sé si decirte que sí acepto — baste como un obsequio

Ran, que había mirado fijamente hacía el frente, con la atención inmersa en las palabras de la muchacha, salió de su trance en el momento en el que la afirmación se deslizó por sus labios. La emoción le cobró forma en un brillo sin igual situado en su mirada violácea, e incapaz de contener sus propias emociones, abandonó su típico temple de acero y volvió a estrechar el frágil cuerpo de Azami, mientras una sonrisa se le apoderaba de su expresión. Tras un par de segundos, o quizás minutos, ambos se separaron solamente para que él tomara el rostro de la contraria, acunándolo entre sus manos, dejando sobre sus labios un suave y breve beso.

— Te prometo que esto va a valer la pena completamente — dijo aun empapado de alegría, buscando algo en un compartimiento del auto.

— No necesito que prometas nada, amor — respondió la otra con delicadeza — estoy segura de que lo hará.

...

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En el cuarto de baño, el vidrio se había empañado debido al calor proveniente del agua de la ducha. Un desenfadado Haruchiyo, con la toalla enredada en las caderas usaba otra más pequeña para absorber partes del agua excesiva en su cabello, dando ligeros apretones sobre las hebras rosadas, mientras con la mano libre limpiaba el espejo intentando verse a sí mismo en el reflejo.

En las últimas dos semanas, los surcos bajo sus ojos habían renacido, intensos y amoratados; estaba seguro de verse mucho más pálido ya que los únicos momentos en los que podía salir de casa hacia la oficina y viceversa era cuando el sol se escabullía en el horizonte.

Estaba ansiando poder dar por zanjado todo el tema del atentado, hacía tanto tiempo que no anhelaba un descanso tanto como en ese instante; antes, cuando todo seguía el curso natural de las cosas, estaba tan embelesado por las sustancias que consumía los fines de semana que la última palabra que se cruzaba por su mente era alguna relacionada al reposo, todo lo contrario: ansiaba gastar toda la energía que recorría sus venas solo para poder excusarse en ello y poder consumir cualquier mierda de nuevo.

Las cosas habían cambiado demasiado en tan poco tiempo, que a veces dudaba si su nueva realidad no era solo un producto de su retorcida imaginación. O divagaba en cuanto tiempo duraría su felicidad.

Tras sacudir la cabeza para ahuyentar sus propios pensamientos, el ojiazul dio un último repaso a su reflejo y salió de la habitación con rumbo a su recamara, en donde el timbre del teléfono comenzó a sonar sin rechistar. Avanzó hacia un pequeño mueble de madera en donde el aparato yacía conectado a la corriente y atendió a la llamada.

— ¿Hola?

Hola, Sanzu, necesito un favor — la voz del mayor de los Haitani se hizo presente al otro lado de la línea — es para mí fiesta

— Ah... — respondió el muchacho de mala gana — ¿qué es?

— ¿Podrías pedirle a tu proveedor que se pase por ahí? — inquirió el pelimorado — había olvidado que muchas veces esta gente no carga con su propia basura y espera encontrarla ahí mismo

El ojiazul rodó los ojos con incomodidad — No tengo contacto con él hace un buen rato, y preferiría que siguiese así. Misaki va a estar ahí y...

Vale, vale, lo entiendo. ¿Podrías contactarme con tu asistente para pedírselo yo mismo?

— Claro, sin problemas — un pesado silencio se estancó en la línea por unos segundos —... Ran, ¿estás seguro de que hacer una fiesta en toda esta situación es una buena idea?

¡Por supuesto! — respondió el otro con orgullo — justo ahora necesitamos reforzar nuestras relaciones con los aliados. Esta noche todo saldrá magnífico, y eso restaurará una buena parte de su confianza en nosotros, servirá al menos hasta que el Dokuzake pueda abrir al público nuevamente.

— Está bien... espero estés bien seguro.

No te preocupes, Sanzu — pudo adivinar un guiño al otro lado de la línea — tengo todo bajo control.

...

¿Entonces terminaste ya?

— Recién, acabo de salir del último almacén — respondió la pelirroja bajándose las gafas de sol con cierta dificultad debido al cúmulo de bolsas en sus manos — solamente pasaré por un café y llamare al chofer que me dijiste — el móvil, que sostenía entre con el hombro hacia su oreja, comenzó a deslizársele. Azami consiguió acomodarlo de un movimiento — perdón, estoy más nerviosa de lo que pensaba...

No te preocupes, cariño — dijo el muchacho de ojos violáceos al otro lado de la línea — todo estará bien, te lo prometí. Ve por ese café y yo llamaré al chofer, solo envíame tu ubicación, ¿vale?

— Vale — un suspiro se escapó de sus labios — te amo, te veré dentro de poco.

Te amo más, nos vemos más tarde.

El sonido de la llamada finalizada fue la señal necesaria para, nuevamente, moverse dificultosamente buscando tomar el móvil y alojarlo en el bolsillo de su pantalón. A juzgar por la cantidad de bolsas que iban en sus manos, parecía no solo que Azami era la mujer más rica al menos en esa zona de Japón, sino que no se había conformado hasta no dejar los almacenes vacíos. Aun cuando muchas de las cosas que había pagado con una tarjeta que había sido creada a su nombre solo un par de horas atrás serían almacenadas y enviadas a su sitio hasta después, no pudo evitar salir del centro comercial con suministros que no solo serían para la fiesta que transcurriría en unas horas, sino para todo lo que se vendría después.

Con pesar, caminó hacia una cafetería cercana, tomando asiento en una de las mesas de la terraza tras haber ordenado un late helado para llevar. Siguió la petición de Ran y le envió la ubicación, y tras un par de minutos de bobería en el móvil, y después de finalizado el café, dejó el dinero correspondiente sobre la mesa, solo para encontrar en la acera del frente el auto que su novio le había indicado por un mensaje que tenía que abordar.

A diferencia de otras veces, nadie descendió del vehículo para ayudarle con la pesada carga de bolsas. El chófer solamente se limitó a destrabar el seguro desde dentro, cosa extraña, pero que tampoco era de mucha relevancia.

"Quizás solo es nuevo en su trabajo" — pensó la chica para sí misma.

Arrojó el montón de cosas dentro antes de subir por sí misma, y una vez que pudo hacerse espacio entre todos los objetos, cerró la puerta, levantándose los lentes oscuros para apreciar por el retrovisor a aquel que conducía.

No se parecía a ningún otro chófer que Ran hubiese enviado antes por ella, usaba un traje que parecía ser más costoso de lo habitual, una corbata floja y gafas. Desde su sitio, notó como sobre las palmas de sus manos, apoyadas en el volante, había dos palabras escritas en un negro tan oscuro como los cristales del vehículo, y un mechón dorado invadía la mitad de su cabello. La pelirroja no pudo evitar arquear una ceja ante la extraña apariencia del joven, y como si se tratara de un reflejo, una traviesa sonrisa se situó en su rostro.

El sujeto se asomó hacia la parte de atrás, dejando su rostro visible ante la muchacha, pronunciando con una voz gruesa que no podían hacer más que erizarle la piel un par de palabras inentendibles.

— Espero que sepas que lo que voy a hacer no es personal — aclaró con voz burlona.

Inmediatamente después escuchó los seguros del auto colocarse al unísono, provocando que su mirada verdosa se ampliara.

— ¿Qué vas a...?

Y de repente, un sórdido golpe contra su cabeza le desvaneció la angustia solo para dar pie a la inconsciencia. En el maletero, dos sujetos hicieron aparición, asintiendo hacia su jefe, quien se limitaba a sonreír gustosamente mientras el coche comenzaba a arrancar con un rumbo solamente conocido para ellos.

Hanma, aun conduciendo, tomó su teléfono y tras un par de toques en la pantalla, la llamada entró a penas al primer timbre.

— Todo está listo — dijo satisfecho — tengo la presa

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