𝟐𝟐. 𝐁𝐚𝐥𝐚𝐬 𝐝𝐞 𝐜𝐚ñ𝐨𝐧.

Probablemente, tratándose de alguna especie de destino profético, la llamada de Takumi entró a su móvil justo en el momento en el que Yuuna, con los ojos cristalinos y un par de inciensos en las manos, apoyaba las rodillas en el concreto helado del cementerio, mirando de frente a la lápida polvorienta en el cual el nombre de su hermano menor se había grabado años atrás.

No le gustaba visitarle, no por alguna especie de rencor incomprendido acumulado en su pecho o algún conflicto intrascendente sin resolver, nada por el estilo o similares. El hecho de tener que verlo sin verle, o visitarle en un hogar bajo tierra en lugar de uno de verdad, donde pudiera haber formado una familia o adoptado un par de animales le calaba en el pecho, ardía, dolía. Indescriptible e incomprensible para cualquiera que no estuviera en su lugar.

Sus padres no habían aguantado el dolor con el pasar de los años, la pérdida había vuelto a su madre una mujer sin vida, que había perdido ese cabello ocre que siempre la caracterizó reemplazándolo por uno blanquecino como el que ella misma usaba en ese momento, como si se hubiera vuelto una anciana de un día a otro, y su padre no era la excepción, el brillo que siempre rebotó en su piel morena se había apagado ante la falta de luz, encerrado y ensimismado en el despacho de lo que alguna vez había sido su hogar. No pasó demasiado tiempo para que él se marchara al extranjero y, por medio de cartas y documentos, pidiese el divorcio poco después, quebrándole la única fibra de vida a su madre, quien, tras pocos días de haber firmado los papeles, terminó durmiendo en el sofá de más grande de la casa para ya jamás despertar.

La única silueta de la familia Kisaki que se habían aferrado fuertemente al pavimento de Tokio era aquella de cabello platinado y ojos ambarinos, que pensó durante más tiempo de lo que le gustaría en la idea de rendirse y arrojar todos sus esfuerzos por la borda. Yuuna sentía que, a cada pasó que era capaz de dar, consiguiendo aliados por todo Japón y buscando armas en el mercado negro de China, retrocedía otros tres, perdiendo hombres en tiroteos que solían salir mal gracias a planes de floja estructura o accidentes estruendosos que solo los dejaban más al descubierto de lo que les gustaría.

... hasta que entró esa llamada.

El Dokuzake estará solo este miércoles, no contarán con nadie más allá del equipo de seguridad. Ni un solo miembro de Bonten va a estar por ahí.

— ¿Estás completamente seguro? — Inquirió ella, ocultándose un mechón de cabello tras la oreja y barriendo el polvo de los kanjis en la lápida — Como esto nos resulte igual que el estúpido plan de asalto que tuvimos la última vez te juro...

Cien por ciento seguro. — Takumi no era dubitativo, pero en ese momento parecía mucho más seguro de lo usual, adoptando en su voz un tono aún más firme que aquel que utilizaba para decir tonterías disfrazadas de seriedad — Tengo un par de ideas, pero necesitamos comenzar a establecer un plan ya, no podemos utilizar la fuerza bruta esta vez. Si obtenemos el Dokuzake obtenemos una pieza del tablero, no puedo estar seguro de de que lo que consigamos sea una torre o un caballo, pero...

— Siempre se puede ganar yendo de peón en peón hasta llegar a la reina — completó ella con cierta calma entremezclada con emoción — ¿ya llamaste a Hanma para informarle en que sitio estamos?

No, la primicia era para ti — adivinó una sonrisa socarrona al otro lado de la línea la cual terminó por contagiársele — lo haré en seguida y me pondré rumbo a tu...

— No, nos veremos hasta mañana — interrumpió al otro abruptamente — Tengo la noche ocupada con alguien especial, ¿vale?

... vale. Salúdale de mi parte, dile que estamos cerca.

Por primera vez a lo largo de los días, Yuuna pudo corresponder al dicho de su amigo, consciente de que las palabras parecían rondar cada vez más cerca de la verdad. Estaban a escasos centímetros de tomar la corona que siempre le había pertenecido a él, a sus esfuerzos, y a todo lo que había conseguido en tan poca vida.

— Luces preciosa hoy — afirmó el ojiazul en cuanto la muchacha terminó de ajustarse el cinturón de seguridad, por primera vez, en el asiento delantero del coche — ... el color te sienta como un guante.

Nerviosa, Misaki ocultó un mechón de cabello tras su oreja, desviando la mirada y esperando que él no notara el rubor rojizo que seguramente se hacía notar mucho más con el tono rojo de su vestido.

— ¿Estás seguro? — dijo mirándole, encontrándose con los iris azules que la miraban con ternura — creí que quizás era demasiado para una cena.

— Completamente seguro — respondió él, devolviendo la vista hacia el frente, dejando que una idea pecaminosa se cruzara por su mente, apretando con fuerza el cuero del volante mientras, inconscientemente, se mordía el labio inferior — ... no puedo esperar para sacártelo más tarde.

Sus palabras la tomaron desprevenida, haciéndola levantar la mirada a él, y especialmente a su cuerpo: el saco abierto con pantalones azul oscuro a juego parecían hechos a su medida, destacando el contorno de su piel blanquecina, y las venas de sus manos ceñidas al volante. Los orbes marrones se permitieron pasear por encima de todo su cuerpo, imaginando como es que luciría su cuerpo sin la ropa que lo recubría, aun cuando la imaginación ya no era del todo necesaria, pues había memorizado cada surco de cada musculo en él. El pensamiento volvió a enrojecer sus mejillas y adoptó una postura con igual picardía que la suya, con una sonrisita ladeada teñida de color carmín.

— Te dejaré hacerlo, con una condición.

— ¿Ah sí? — contestó con un tono desafiante — ¿cuál?

— Nos marcharemos temprano — jugueteó, trazando con uno de los dedos la silueta del brazo antecesor a la mano colocada sobre la palanca de cambios — ... y seré yo quien comience a sacarte la ropa a ti, Haru — musitó de forma seductora, captando totalmente la atención del pelirrosa, quien no podía evitar verla con una mezcla de ansias y deseo — después de todo yo solamente tengo una cremallera sosteniendo esto, me parece injusto estar medio desnuda mientras aun intento tocarte bajo la ropa, ¿no?

— ... me parece un trato justo... — sonrió el de forma socarrona, antes de sacudir la cabeza para que las imágenes de Misaki sobre su regazo, moviéndose de arriba abajo, con el cabello hecho un lío desaparecieran de su mente y no cometer una tontería dentro del coche, en mitad del campus — en ese caso será mejor que nos marchemos de una vez.

La pelinegra dejó escapar una carcajada en voz baja, mientras Haruchiyo miraba al frente, pensando en lo mucho que realmente amaba a la verdadera Misaki, esa que dejaba de lado todas las inseguridades que la habían atormentado durante toda su vida y se permitía ser ella misma parlanchina, coqueta y juguetona. La que estaba destinada a ser antes de que un monstruo se le escurriera bajo las sábanas.

Sin embargo, ambos habían hecho desaparecer al monstruo, sin la necesidad de ocultarse bajo apodos infantiles e historias fantásticas. Antes jamás se había sentido tan triunfante.

...

Durante los días del mes en los que se manejaban las cenas, todo el edificio abandonaba la pinta de oficina y parecía volverse un recinto de las fiestas más galantes. Las recepcionistas seguían ahí, al igual que el personal de seguridad, pero el resto del sitio se colmaba de cocineros, meseros, botellas de vino y olores fantásticos desprendiéndose de la cocina. La sala de juntas, con esa larga mesa de caoba se cubría de un mantel del tono que el jefe deseara, y esa noche, un verde esmeralda predominaba sobre esta, con bordes cubiertos con brillantes de un tono similar y un candelabro descansando en el cielo de la habitación, alumbrando todo con un tono cálido que enaltecía el color amarillento del champagne que llenaba las copas de cada plaza en el comedor.

A la cabeza de la mesa estaba una figura bajita, de pelo blanquecino y un traje que Misaki creía, seguramente era dos tallas más grande que la que el muchacho con ojeras amoratadas y pómulos hundidos necesitaba. Dos orbes negros y vacíos se clavaron en ella, con una ceja alzada mientras se levantaba de su silla mientras Haruchiyo le rendía el homenaje al que ya estaba acostumbrado, inclinándose ligeramente ante él.

— Levántate, Haruchiyo — habló una voz casi lúgubre, a lo que el otro se limitó a obedecer. Misaki aumentó la fuerza entre sus manos entrelazadas con las de él mientras notaba al muchacho acercándose a ella, como si fuera un animal al acecho, olfateándole los miedos. — ... ¿ella es la rehén?

— Sí, mi rey.

— Me llamó Hara Misaki, señor — se adelantó ella, inclinándose ante él a modo de saludo — puede llamarme Misaki si es más cómodo para usted, no tengo problema alguno.

— Sé que mi aspecto es pésimo, pero no tanto como para que te refieras a mí como un mayor — pronunció el otro, con un tinte de misterio y aire petulante — ... seguramente tenemos la misma edad, Misaki. Esto no es para tanto, son los otros quienes han hecho de esto un espectáculo, no yo.

Misaki miró a Haruchiyo con cierta pena por haber metido la pata — Lo lamento, no sabía cómo...

— Sano Manjiro — interrumpió de espaldas yendo de vuelta a su silla — pero como eres una chica puedes llamarme Mikey si te apetece.

— ... Vale.

Una extrañada Misaki miró hacia arriba, buscando consuelo en los ojos de su pareja, quien no había soltado su mano en todo momento. Haruchiyo se limitó a encogerse de hombros, como si su gesto diera a entender lo indescifrable que normalmente solía ser su jefe, a lo que la muchacha se limitó a suspirar.

Sin demorar, él movió la silla para que la chica pudiese sentarse al lado suyo, mientras él tomaba asiento entre ella y Manjiro. Titubeante, tomó un trago del champagne en su copa, y tras un carraspeo y ahora ser él quien se aferraba con fuerza al agarre de ella, se pronunció.

Mi rey — llamó — Misaki no es solo la rehén que le reportaron Rindou y Ran cuando asaltamos el bar de Roppongi... es mi novia. La traje aquí por ese motivo, pero...

— No me interesa tu vida personal Haruchiyo.

La ceja se le enarcó cuando escuchó al peliblanco ignorar el hecho de que Haru intentase hablarle de ella. Cada vez que Mikey le llamaba por su nombre, los focos rojos de Misaki parecían entenderse, abrumada por la confusión. No entendía la relación que ese par tenía, algo tan bizarro como para que uno tuviera el atrevimiento de llamarlo por su nombre cual si fuera una simple posesión mientras que el otro se rendía ante él, sumiso como un súbdito leal.

— Lo sé, solo quiero aclarar que...

— Lo que hagas con tus asuntos no me incumbo, pero te digo lo mismo que le he dicho a cada uno de mis ejecutivos cuando hacen esto: si algo sucede con ustedes, con sus familias, o con sus... — la mirada oscura de Manjiro repasó a Misaki de arriba abajo — parejas, no son problema mío. Ustedes son conscientes de que la gente puede relacionarles con ustedes, y tú mejor que nadie sabe que esto ya no es tan simple como tomar un juguete ajeno, romperlo y repararlo...

— Sí, señor.

Los nervios se le pusieron de punta ante las afirmaciones del sujeto, y un ápice de tristeza le consumió el corazón cuando su valiente Haruchiyo parecía doblegarse ante la minúscula silueta de un tipo con ojos consumidos por algo que, ni siquiera estaba segura de querer saber.

Hanma Shuji, aun con su incomparable altura, era un espía excelente. Sabía pasar desapercibido en cualquier situación, haciéndole honor a su apodo. No bastaba con el hecho de que se sintiera gustoso cuando el aroma de la muerte le penetraba los poros de la nariz y el hierro en la sangre que se derramaba alrededor suyo lo hacía sentir ligeramente más vivo, casi como un vampiro. Sin embargo, él siempre iba más allá, acechaba a la muerte, le gustaba perseguirla y sentirla cerca suyo.

Y sobre todo, le encantaba ser él quien la provocase: desde armas blancas hasta municiones de mayor tamaño, el arsenal era uno de sus menores inconvenientes puesto que la indecisión no formaba parte de él cuando de eso se trataba, y estaba tan seguro de ello, que en cuanto el Corvette blanco de Hajime Kokonoi se escabulló por el estacionamiento subterráneo del Dokuzake, supo que era momento de poner manos a la obra de una vez por todas.

Yuuna y él habían estudiado el lugar a detalle: entradas, salidas, vías de escape alternas y cualquier ruta por la cual algún sapo pudiese abrir la boca con respecto a quienes eran, por lo que, acompañado de cerca de cincuenta hombres y con el auto blanco ya alejado de la ubicación, la grave voz socarrona impregnada de emoción dio la orden con la cual firmaría más de algún destino.

— Adelante.

Los pasos no se hicieron esperar, saliendo de sus escondites tal como una estampida. Los sonidos de los disparos y el olor a pólvora lleno de satisfacción las emociones del hombre, que, con una sonrisa socarrona, veía los cuerpos de los guardias de seguridad cayendo uno a uno, mientras que la gente salía despavorida entre el carmesí que se apoderaba del suelo.

Hanma Shuji sintió en ese momento que había colocado una bandera sobre la cima que tanto ansiaban llegar.

La cena había comenzado a desarrollarse sin mayor complejidad. Las entradas se comenzaron a servir poco después de que, al igual que a ellos, Mikey les diese la misma charla a Ran y Azami, cuyos ánimos se vieron disminuidos rápidamente tras notar que, de cierta manera, el peliblanco que en ese momento devoraba la comida como si jamás hubiera probado bocado, tenía razón.

Mientras picoteaba el plato, dentro del razonamiento de Misaki entró la idea de que, si bien hasta ese momento no había plantado los pies sobre la realidad, estaba involucrándose con gente no solo peligrosa sino la gente más peligrosa de todo Japón — obsequiando el beneficio de la duda al no querer pensar que no solo se limitaban al país sino a Asia —, y estaba fallando a aquello que fue la primer y única petición de sus padres el día que abordó el avión de vuelta a Japón: no permitir que la lastimaran de nuevo.

— ¿Sucede algo? — preguntó Haruchiyo en un susurro, agachándose para acercarle los labios al oído

— No, nada — respondió sacudiendo la cabeza —... solo estaba pensando en un par de tonterías.

— Vale... — terminó el otro, no muy seguro de la respuesta de la pelinegra.

Había memorizado sus gestos hacía tantos años y con tanta precisión que sabía cuando algo andaba mal dentro suyo: se ponía cabizbaja, fruncía las cejas o arrugaba la nariz, y en el peor de los casos, se tiraba a llorar, sin embargo estaba agradecido de que el malestar no llegara a tal nivel, por el contrario, solamente parecía preocupada o consternada por algo que no terminaba de entender, pero no podía hacer mayor cosa.

Tras un prolongado suspiro volvió la vista a su propio plato, continuando con su comida, mientras de reojo, vio a su novia tomar la copa del vino que había remplazado al champagne del inicio, y la risa le salió instantáneamente de los labios cuando una especie de puchero consternado mezclado con asco reemplazó la expresión de preocupación de su rostro.

Haruchiyo se llevó una mano al rostro, como casi siempre que reía, intentando no hacer de sus reacciones un escándalo.

— ¿Qué pasa?

— Esto sabe horrible — dijo echándole una mala mirada — ¿por qué los vinos caros jamás son dulces? ¿no se supone que deberían serlo más por el tiempo que tienen de añejo?

El ojiazul sonrió, sosteniéndola por el mentón para verle directamente, sonriéndole. La repentina desaparición de su inquietud y el reciente puchero de niña pequeña lo ponía de mejor humor al saber que lo que le carcomía la cabeza ya no era algo lejano sino solamente un mal trago de vino.

— Eso depende de muchos factores — juguetonamente, plantó un beso en los labios de la muchacha y se levantó de su silla — buscaré un mesero que te traiga algo más dulce para beber, vuelvo enseguida.

Misaki, sorprendida y sonrojada, se limitó a asentir y sonreír por unos segundos, hasta que notó una mirada extraña sobre ella; Kakucho la estaba mirando, con extrañez y una ceja alzada, haciéndola apenarse todavía más, encontrando como única solución volver a comer.

— Sanzu es rarísimo — musitó el pelinegro desde el sitio frente al suyo, llamándole la atención.

— ¿Ah? ¿por qué?

— ... un día lo tengo como compañero para ir y cobrar deudas, se vuelve un desalmado total, amenazando personas con una katana que fácilmente podría rebanarle la garganta a quien se le acerque, y al otro día... — el muchacho hizo un gesto con la mano, denotando su incredulidad — está aquí, mimando a una chica que tiene poco más de un mes conociendo... no me malentiendas, solo es, eso, raro.

Misaki sonrió, tanto a él como para sus adentros, teniendo aun más confirmado el hecho de que, cuando estaba con ella o se trataba de ella, Sanzu se esfumaba, y quedaba en el solamente Haruchiyo, el mismo de quien se había enamorado cuando era niña.

...

Todo era tal y como Haru lo había dicho, más allá de una cena se trataba de una reunión de negocios, desde proveedores en China, Taiwán u otros lugares que no se había esforzado en aprender, hasta preparar jets para que el misterioso Manjiro pudiera viajar a las Filipinas tal como lo hacía cada mes. La comida era deliciosa pero el ambiente se había vuelto monótono y frío, tanto que había comenzado a mandarse un par de mensajes con Azami, quien estaba en otro extremo de la mesa.

Por lo que había entendido, su sitio, más cercano al rey, se debía a que Haruchiyo era una de las cabecillas de la organización, y Ran, por el contrario, si bien era una de las personas de importancia ahí dentro, estaba jerárquicamente debajo del pelirrosa, quien para ese momento se había callado después de informar lo que sea que fuese su trabajo, dándole pie al tercero al mando para hablar. El muchacho notó la expresión pesada de Misaki, y, discretamente, tomó su mano por debajo de la mesa, entrelazando sus dedos con los propios y acercándose de nueva cuenta a su oído para susurrar.

— Nos iremos pronto, te lo prometo, ya no queda mucho.

La pelinegra se limitó a sonreír y asentir con la cabeza, mirando los dos luceros azules frente a sí, completamente embobada, alejándose del fastidio y encerrando a ambos en un ambiente de profunda calma. Tiernamente, Haruchiyo aprovechó el agarre de su mano y la levantó, dejando un solitario beso en el dorso de esta.

Sonidos de un reloj moviendo sus manecillas, la voz profunda de Kakucho, miradas atentas a las palabras que salían de su boca y discretos tragos de vino o picoteos a la cara vajilla en busca de comida era lo único que podía percibirse en la sala. Un continuo tic tac y un satisfactorio olor a comida.

En medio del discurso, Kokonoi, quien había llegado tarde y parecía estar aún más hastiado que de costumbre, tomó el teléfono celular de su bolsillo buscando que su atención se centrara en cosas que fuesen de mayor valor para él, sin embargo, lo único que consiguió fue desquebrajar esa efímera tranquilidad que parecía haberse formado en la sala, reemplazándola con un susto y conmoción que colisionaban con tanta fuerza que el peliblanco terminó por soltar la copa que sostenía entre los dedos, aun con un escalofrío recorriéndole la columna. El estrepitoso sonido del cristal perdiendo su forma al chocar con el suelo alertó a todo mundo, incluso a Manjiro, que por primera vez en la noche, perdió su expresión adormilada y taciturna, cambiándola por una inquisitiva.

— ¿Qué sucede, Koko? — Preguntó el jefe desde su silla, aun con tono imperturbable, pero con una pizca de extrañeza.

— Lo destruyeron... — las manos pálidas le temblaban mientras intentaba que el móvil no se le resbalara de las manos, extendiéndolo hacia Manjiro — alguien destruyó el Dokuzake.

Todos los presentes comenzaron a mirarse entre sí, extrañados, decidiendo si era momento de ponerse de pie y acudir al lugar para comprobar que no se trataba de una broma cruda de las que Hajime solía hacer, mientras Manjiro veía desde la pantalla del móvil un mensaje escrito con — lo que podía deducirse que era — prisas.

Al otro lado de la ciudad, el sitio más exclusivo de Roppongi se había vuelto un cementerio, los cadáveres de los miembros del equipo de seguridad se hallaban a los pies de la entrada, y entre medio del caos, también podían encontrarse los de algunos otros visitantes que no habían podido escapar del fuego cruzado. Había balas atoradas en el estomago o en los cráneos de funcionarios del gobierno o altos mandos de organizaciones, todos habían sido tomado como iguales por los perpetradores.

Y al fondo, en las escaleras que dirigían al segundo piso, algún desalmado había escrito en sangre carmesí el precedente de todo lo que vendría a futuro.

"El esqueleto está tan hambriento que podría devorar a un Dios en cualquier instante.

— Gashadokuro Gang."

La calma había precedido a la tormenta.

Hola, la vdd no tengo mucho que decir más que lamento la tardanza y que espero poder estar más activa si la universidad me lo permite. Muchas gracias si siguen leyendo esto, lxs quiero muchísimo y gracias infinitas por la espera. No olviden comentar y votar, y opinar sobre el cap también ^^

Btw chequen la siguiente parte, hay sorpresita<33

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