𝟏𝟐. 𝐋𝐨𝐬 𝐧𝐢ñ𝐨𝐬 𝐩𝐞𝐫𝐝𝐢𝐝𝐨𝐬.

Advertencia: Mención y alusión a temas sensibles para algunas personas. Se recomienda discreción.

Recomendación: reproducir la canción de playlist (Secret Love Song II - Little Mix)

Un cómodo colchón cubierto por sabanas del mismo color que figuraba en las nubes. Cubierto por otro edredón azul rey ahora destendido, acomodado de forma desenfadada sobre la seda blanca que les cubría los cuerpos. Una ventana al lateral dejaba entrever un precioso has plateado de luna, siendo esto la única iluminación del sitio, ocultando bajo las sombras la cabecera adornada por patrones de terciopelo y la pared de panel acolchado de la misma tonalidad del mar.

A Ran Haitani le gustaba muchísimo pasar tiempo en su alcoba. Sobre todo cuando contaba con una grata compañía acurrucada entre sus brazos, de suave cabello rojo y ojos esmeralda que lo miraban con ternura solamente a él mientras se acomodaba la tersa manta de seda sobre el torso, intentando que ninguno de sus atributos escapara de ahí.

Despeinó su corta melena con ternura, solo por buscar en su rostro esa expresión de inflar las mejillas y colocar los labios en forma de puchero mientras intentaba alejar su enorme mano de su cabello.

— Para, para — musitó removiéndose en su sitio, hundiendo el rostro en el pectoral del joven, dejando después un beso sobre su abdomen — te encanta picotearme, ¿no?

— No más de lo que me gusta mirarte — soltó trazando un camino por el montón de lunares acomodados en su piel, que paseaban desde su cuello hasta sus pies. Alcanzó a adivinar un sonrojo en ella, sin embargo no hubo réplica. — ¿qué sucede? ¿piensas en algo?

— No, no — replicó sacudiendo la cabeza — ... ¿tus amigos saben que nos estamos viendo, no es así?

— Bueno, solamente mi hermano y Kakucho. Kokonoi es... bueno...

— ¿Fastidioso?

— Yo iba a decir complicado, pero creo que ambas encajan — el par rio al unísono — pero sí, lo saben un par de personas, ¿por qué?

— No les he mencionado nada a las mías, me siento un poco culpable con ello. Pero creo que no es el momento adecuado para decírselos.

— ¿Por qué? — él se giró sobre sí mismo, apoyándose sobre su costado — ¿sucede algo?

Azami imitó la acción, estancando su mirada sobre sus bonitos ojos lilas — ... Creo que sucedió otra cosa entre Misaki y tu amigo el del mullet. Está triste de nuevo, y no quiero hacerla sentir peor, ¿sabes? Aunque realmente quiero que lo sepa...

— Tranquila, ya habrá tiempo — depositó un beso sobre su cabeza, haciéndola reír para después echar un vistazo al reloj acomodado en el taburete junto a su cama — ... son casi las doce y tengo que salir a algo con mi hermano y Sanzu en dos horas — se liberó de las sábanas con un movimiento de manos — anda, voy a llevarte a casa.

Habían estado viéndose furtivamente desde hacía dos semanas. La noche en la que Misaki se había ido con Sanzu a los jardines Mori, cuando estuvo de vuelta en su habitación, Ran la había llamado con la intención de continuar con lo que no pudo concluirse en el Dokuzake, sin embargo, no se habían limitado meramente a encuentros carnales en los que les bastaba rasgarse las prendas y poco más. Azami y Ran habían establecido una conexión que en un tiempo breve se había vuelto genuina, siendo que disfrutaban por sobremanera la compañía del otro.

No todo eran visitas nocturnas, más de una vez habían conseguido salir a comer a restaurantes carísimos que el joven reservaba únicamente para los dos, excusándose con que necesitaba procurar su seguridad, poner su integridad en juego no estaba dentro de sus planes, por lo que, si bien, podían verse cuando el sol estaba al alba, les agradaba mucho más refugiarse bajo el manto plateado que la luna les ofrecía para estar juntos.

Tras haberse vestido partieron a la residencial, de la cual la muchacha había aprendido a fugarse con astucia, esquivando a los guardias que celaban a la puerta por su seguridad. No le importaba meterse en problemas con nadie de ahí dentro siempre que pudiera llegar a ese bonito Aston Martin en el cual se sentía mimada.

Cuando estaba entre los brazos de Ran podía abandonar su fachada imponente y dura para descubrir su enamoradizo y blando corazón con él. Aún si la manera en la que sostenían la mano del otro sobre la palanca de cambios del coche no les daba ningún titulo ni los volvía algo que a ojos de otros pudiera ser oficial, no le importaba. Lo único que le ocupaba la mente en esos últimos días eran los mechones negros y violetas despeinados del joven una vez que terminaban de hacer el amor en su habitación, y su adorable mirada adormilada entintada de lila cuando, de manera infantil, contaba con el índice los lunares sobre su piel.

Llegaron al sitio rápidamente, y el aparcó el coche en uno de los puntos ciegos de la torre de vigilancia, el cual le permitía escalar por uno de los muros para volver a su edificio y posteriormente a su habitación. A él le parecía sumamente divertido que Azami siempre iba a verlo vistiendo ropa de deporte para que, en caso de que un guardia la pillara por el campus a deshoras de la noche, pudiera excusarse con que había salido a correr para conciliar el sueño.

La muchacha hizo el amago por abrir la puerta del copiloto cuando de repente el volvió a colocar los seguros, descolocándola por unos instantes hasta que pronunció una sencilla petición.

— Dame un último beso.

Y tal como todas las noches, ella hacía caso, deteniéndose por él un par de segundos más.

...

Haruchiyo se sentía extraño. Extraño e incómodo.

No era un sentimiento de extrañeza como el que solía sentir cuando probaba una droga nueva que le colmaba las venas de una sensación distinta o le prestaban un nuevo tipo de arma para asesinar a alguien, o como el momento en el que dejó de utilizar su preciadísima katana y terminó sustituyéndola por su — ahora — amada
Magnum 357. Tampoco era como el momento en el que por fin se despejó de la mascarilla que Muto le había obsequiado años atrás y sintió la libertad de apreciar las cicatrices que adornaban su rostro.

También estaba seguro de que no era el rechazo. Lo que le estaba acechando la columna no era la misma presión desagradable que se había acunado en su pecho la noche en la que había vuelto a su apartamento después de que Misaki se apartara de su rostro cuando intentó besarla, y que le había provocado llamar a Jolene una vez más tras haber ingerido una botella de ron completa por sí mismo al sentir que la dichosa sombra se le deslizaba por las piernas como una serpiente rastrera, acechándole en busca de darle un pinchazo de gracia en el cuello. Aquello era en extremo más desagradable.

Era algo conocido, porque los vellos de su piel se erizaban como lo hacían en momentos donde se volvía la presa de su propia mente y se obligaba a sí mismo a huir, sin embargo no era capaz de entender el porqué de dicha sensación, y no podía hacer más que removerse en el asiento trasero del Maybach Landaulet aperlado de Rindou Haitani mientras la molestia socavaba su cuerpo. Se recostó en sillón de piel blanca del coche, esperando llegar al club nocturno del cual tenían que cobrar la cuota mensual de la organización y también abastecerles de mercancía, obligado a escuchar las conversaciones del par de hermanos, que parecían hablar cómodamente como si él no estuviera ahí.

— ¿Y tú fin de semana? — inquirió el menor al volante — ¿al final fuiste al Ryugin o al Kondo?

— Al Ryugin — respondió de soslayo, recargando el codo en la ventana — aunque esperaba más, ¿sabes? Por fuera es increíble pero el mobiliario... meh.

— ¿Y la comida?

— Igual — ladeó la cabeza — me sigo quedando con el JG de Roppongi, es mucho más elegante. Y a Azami le gustó mucho más que...

El nombre terminó captando la atención del pelirrosa, quien arqueó una ceja antes de hacer la interrupción

— ¿Azami? ¿Saito?

— Sí, la amiga de tu... — Ran buscó en su diccionario mental que palabra realmente encajaría con ese par sin resultado alguno — bueno, no sé qué demonios sea contigo.

Sanzu refunfuñó — ... Ugh... — murmuró antes de chasquear la lengua. Pocos segundos después una idea le iluminó la cabeza — ... Hey, Ran.

— ¿Ajá?

— ¿Cuándo saliste con Azami?

— Han estado viéndose toda la semana — interrumpió Rindou — me llamó para que le ayudara para elegir su traje porque todos los que le gustan estaban en la tintorería.

— Y, bueno... — carraspeó — ¿ella no mencionó nada sobre Misaki?

El mayor giró la cabeza en su dirección, sonriendo de forma burlona — ¿Por qué? ¿tu cita salió mal?

Sabía que se estaba echando la soga al cuello mientras el rojo entintaba sus mejillas. No era tan fácil abrirse con ese par, sabía por sobremanera que disfrutaban de mofarse de los demás así como de ellos mismos, y sus asuntos amorosos — si es que podía ponerles tal mote — no eran de su incumbencia. Los Haitani no eran sus amigos.

Nadie de Bonten lo era.

Aunque cada tanto pensaba en que su vida sería mucho más sencilla si tuviera aunque fuese a una sola persona a la cual relatarle como había estado su día o los embrollos de ese estilo en los que ahora estaba metido. Y la última vez que había tenido una conversación medianamente seria con él tampoco había terminado en catástrofe.

Quizá era momento de cambiar un par de cosas, e intentar tener amigos por primera vez en su vida, a sus veintidós, podría ser el primer paso en su andar.

Sanzu carraspeó y miró hacia la ventana — ... no estuvo mal.

— ¿Entonces? ¿por qué el interés?

Meditó por un par de segundos las palabras con las cuales describir el desenlace de su noche de la semana anterior sin sonar tan extremadamente patético con el rechazo, cuando de repente notó a Rindou frunciendo el entrecejo mientras miraba al espejo retrovisor del coche, siendo este el que le rompió la antelación de su palabrería.

— Sanzu, intenta mirar hacia atrás disimuladamente... creo que algo va mal — espetó el muchacho de ojos violáceos mientras mantenía la vista al frente.

El mayor de los Haitani tensó la espalda, irguiéndose en el asiento e intentando vislumbrar algo en la penumbra de la noche con ayuda de uno de los espejos laterales del auto. Por su parte, el pelirrosa acató la orden sin rechistar, girándose sobre su asiento e intentando tomar el arma oculta en su bolsillo de forma que sus movimientos no fueran perceptibles para nadie, aprovechando el cristal trasero para distinguir un par de faros blancos detrás suyo.

Un solo coche probablemente negro o de algún otro color oscuro, de modelo indistinguible a consecuencia de la madrugada, perfecto para disfrazarse en la penumbra de la noche, seguía el mismo curso que ellos en la desierta carretera, a una velocidad prudente como para no ser notados sino hasta después de un largo periodo de trayecto bajo sus pasos. Arqueó una ceja, notando de que se trataba al reconocer que el vehículo no contaba con placas, y que, gradualmente, la velocidad de este comenzó a aumentar a la par que ellos bajaban el ritmo del propio.

— Nos están siguiendo.

Fue lo último que alcanzo a decir antes de el vidrio trasero se desquebrajara a sus espaldas.

Instintivamente cubrió su cabeza con ambas manos y escuchó como Ran destrababa el seguro del gatillo en su arma mientras Rindou maldecía al aire y presionaba el acelerador con más fuerzas.

Decir que no la estaba pasando del todo bien sería escupir al aire palabras cargadas de mentira. Estaba pasándola no mal, sino terrible.

Sus padres peleaban todas las noches por razones que no terminaba de entender, en discusiones a puerta cerrada donde solo le permitían escuchar gritos disfrazados de murmullos en los que se asomaban nombres femeninos, olores a perfume, pintalabios de colores disonantes a los de su madre y cosas que, más temprano que tarde, decidía ignorar para no terminar llorando en el baño.

Estaba baja en peso, pasó de ser una niña sana y medianamente regordeta, a padecer que las medias del uniforme escolar se escurrieran hasta sus tobillos puesto que eran demasiado amplias como para adherírsele a la piel. Perdió el apetito tanto como el sueño, que más bien parecía haber sido reemplazado por pesadillas en donde un siniestro lobo acechaba tras sus pasos, buscando hacerla presa de sus garras; y cuando intentaba huir todo terminaba siendo un horrendo camino circular en el que tarde o temprano se encontraba con la bestia y despertaba de golpe, empapada en sudor y con la garganta ardiente de gritos.

... Y Eiji seguía ahí.

Continuamente se abrazaba el cuerpo, temerosa por amenazas que ni siquiera habían sido ejecutadas. Dejó de hablar, de contar historias, y el titilante brillo en sus ojos marrones se había esfumado de una manera tan gradual que nadie parecía notarlo, a excepción de Haruchiyo, que diariamente le preguntaba por los nuevos cardenales que le surgían en los brazos o rodillas, frunciendo el ceño ante todos sus intentos por expiar la situación, chasqueando la lengua cuando se limitaba a decir que todo estaba bien.

Sin embargo, siempre se esforzaba por buscar excusas vagas que le permitieran pasar el mayor tiempo posible lejos de casa. De la bestia. Aun si el camino en círculos siempre la llevara a encontrarse con él. Y aquella noche parecía haber encontrado una nueva manera de huir de la mano de los dos luceros celestes que fungían a diario como un refugio.

Haruchiyo había comentado que su hermano no estaría en casa hasta más tarde, y que ese día su hermana visitaría a una compañera de la escuela, por lo tanto no estaba forzado a volver a una hora exacta para hacer los quehaceres de casa, tales como la comida o la limpieza. Le había dado una probablemente nueva ruta de escape. Aunque antes de jugar dicha carta, intentaría con algo más.

El par ocupaba su lugar habitual en las escaleras de la escuela, esperando por la madre de ella, hasta que en un determinado momento él tuvo que retirarse para ir al sanitario. Tras volver del baño, aun secándose las manos contra la tela de la camiseta, divisó a lo lejos a una renuente Misaki de frente a su madre, quien tiraba de su muñeca. En sigilo, el niño se acercó para escuchar.

— ¿No podemos hacer otra cosa antes de ir a casa?

— No, nena, estoy muerta — Honoka acomodaba un par de mechones de su corto cabello — necesito aprovechar el descanso.

— ¡No regreses al trabajo! Quédate conmigo, descansa y jugaremos a las muñecas por la tarde.

— Misaki, no puedo. — Su tono suave fue reemplazado por otro que se imponía mucho más ante la menor — Ya sabes que no funciona así, tengo que volver después de comer.

— ¿Y papá? — La niña se tornó cabizbaja, jugueteando nerviosamente con los dedos de sus manos — ¿Él tampoco puede quedarse conmigo?

La mujer hizo una mueca de notoria tristeza. ¿Cómo se supone que le explicaría a su hija de a penas once años que su padre se había marchado de casa durante la madrugada a expensas suyas tras haber encontrado por millonésima vez fotografías eróticas — por no llamarles pornografía — de mujeres con las que trabajaba? Ni siquiera sabía con que palabras debería argumentarle el hecho de que él estaba teniendo una aventura, y que ella no hacía más que llorar por las noches mientras meditaba si seguir en matrimonio era realmente una opción coherente, o si solamente se trataba de su mente buscando postergar comenzar un exhaustivo papeleo de divorcio.

— ... No creo que papá llegue a casa esta noche, cariño. — musitó tras un suspiro.

— Es que... no quiero quedarme sola...

— No estarás sola, tu tío Eiji te cuida, lo sabes — la boca de la menor se tornó en un puchero mientras los ojos se le volvían cristalinos tras las gafas, haciendo que su madre levantara una ceja ante una reacción así de repentina. — No llores, nena... — La mujer sintió el corazón oprimiéndosele mientras removía una lágrima gentilmente de su mejilla — ... Sé que no pasamos mucho tiempo contigo últimamente, pero, voy a esforzarme, ¿sí? No tienes por qué ponerte así.

— Es que...

Tras haber sido testigo de la escena, Haruchiyo interrumpió, esperando que eso apaciguara un poco el llanto de su amiga — Hola, señora Hara — se acercó con timidez — ¿Misaki está bien?

Honoka le miró con un semblante desesperanzado — Hola, la verdad no lo...

Los ojos de la niña parecían haber recuperado el brillo tras verlo llegar, iluminando su mente con la carta oculta que se había paseado por su mente durante la mañana, cuando el había comentado lo mucho que disfrutaba de las ausencias de Takeomi y Senju.

— Mamá, ¿Haru puede ir a comer a casa? — La pena y el miedo se le esfumaron del rostro de un instante a otro — Nunca he llevado a un amigo, y Haru es mi mejor amigo — tomó el brazo de él, aferrándosele, causando así que el niño mirase a otro sitio mientras el rojo invadía su pálida piel de porcelana — anda, ¡por favor!

La madre de Misaki parecía estar en una encrucijada en el momento, indecisa respecto a aceptar o no. Los ojos de la pequeña brillaban fuertemente mientras él agachaba la cabeza evitando abrir la boca. No quería ser insistente, por más que le gustaba pasar tiempo con ella y lo atrayente que era la idea de no volver a casa con un motivo válido, tampoco quería ser una carga. Y al mismo tiempo, Honoka no hacía más que pensar en que acceder fungiría como una vaga manera de compensar el poco tiempo que pasaba al lado de su hija, y que, al menos un poco de compañía de su edad era lo mínimo que merecía.

Dejó escapar un suspiro antes de responder — Vale, está bien, ¿no tienes problemas, Haruchiyo? ¿Tus padres estarán de acuerdo?

...

La casa de Misaki era demasiado acogedora. No era una mansión ni mucho menos, pero era mejor que la suya, decoraciones más bonitas, un amplio patio lleno de césped verde, recién cortado. Paredes tapizadas con fotografías de sus padres, ella misma, y otras personas que no conocía aún. Miraba la casa de un sitio a otro, paseando la vista sobre el suelo de madera, los mullidos sofás marrones, el comedor tintado de caoba.

— ¿Podemos ir a mi habitación? — inquirió la menor colgando su mochila en un perchero, incitando a su amigo a hacer lo mismo.

— ¡Seguro! — respondió ella desde la cocina — ¡los llamo en poco tiempo para que bajen a comer, tengan cuidado!

Misaki tomó la mano de Haruchiyo, ocasionándose a sí misma un sonrojo idéntico al que en ese momento aparecía en el rostro de él. Al subir las escaleras, en una de las puertas, terminaron encontrándose con una figura familiar que le ocasionó detenerse de golpe junto a la entrada de dicha habitación, dándole un apretón a la mano de su amigo, quien fruncía el entrecejo al igual que el mayor, quien rápidamente fingió desvanecer su enfado por la presencia del niño y tornó su semblante en uno más apacible.

— Hola, nena — el sujeto mostraba una sonrisa de par en par mientras desordenaba los mechones de la pelinegra, quien no hacía más que mirar hacia el piso de madera. — oh, yo te conozco.

— Sí, me llamo Haruchiyo — él le palmeó la cabeza, haciéndolo removerse en su sitio con el contacto.

— Haru, vamos a mi habitación — y le dio otro tirón — por favor.
Hizo un gesto con la mano a modo de saludo para después seguirla.

Misaki no era tonta. Sabía por sobremanera que Haruchiyo era su amigo, y que, tal como en las historias que diariamente le gustaba leer antes de dormir, los amigos siempre solían defenderse entre sí. Si bien su infantil y enamorado corazón era una de las cosas que la habían impulsado a llevarle a casa con el afán de pasar un par de horas más a su lado, tal como lo habían hecho cuando ella estuvo de visita, tumbados en su cama rozándose los dedos con bobería mientras en el interior de ambos la jaula encargada de liberar a las mariposas se abría, su pecho resguardaba con recelo la necesidad de protección ante el cocodrilo que habitaba en la habitación junto a la propia.

Le gustaba pensar que Haruchiyo la quería. No sabía si la quería del mismo modo que ella lo quería a él, o si ese modo en el que el cariño se paseaba por su piel era similar al que sus padres sentían el uno por el otro, o si solo eran mejores amigos y poco más. También cabía la posibilidad de quererse como lo hace la familia, como un hermano mayor que jamás estuvo ahí, o como un primo con el cual disfrutas juguetear en una tarde de lluvia tras un largo tiempo de no verse. Su joven pecho no le daba cabida al entendimiento sobre de que forma era que el amor la colmaba cuando esa piel pálida se sonrojaba después de tomarle la mano con prisas o cuando esos ojos azules de apariencia adormilada la miraban fijamente con un brillo inigualable. Lo único de lo que podía tener seguro era eso, que le quería.

Eso, y que su cariño jamás se iba a equiparar al horrido amor que Eiji proclamaba tenerle todas las noches cuando solía escurrirse entre sus mantas para hacerla ahogar sus sollozos bajo la almohada.

Entraron de la mano a una habitación pintada de rosa con líneas blancas atravesando la homogeneidad del bonito color pastel del tapiz, y sobre este, se sobreponían un par de figuritas en forma de estrella adornando el lugar, aledaño a esto, se encontraban dibujadas unas siluetas que reconoció a penas entrar.

— ¿Es Peter?

— ¡Sí! Mira son Peter, Wendy, John y Michael — apuntaba con el dedo a cada uno que mencionaba, su pésimo acento inglés terminó haciéndolo reír — ¿te gusta?

— No creo que yo hubiera elegido esto para mi habitación, pero sí, es bonito.

La niña aplaudió infantilmente con alegría, escabulléndose de su lado en busca de un pequeño baúl de madera colocado sobre un librero blanco — Mira esto, me lo obsequiaron mis padres.

Abrió el cofre marrón con sumo cuidado, y de él extrajo una cadenita entintada de oro, de la cual pendía un bonito dije en forma de estrella, recubierto de ínfimos cristales blanquecinos que lo hacían relucir.

Wow — espetó él con asombro — ¿es...?

— Mi propio beso. — soltó sin más, ruborizándose al instante, contagiándole el color a las pálidas mejillas del chico.

— ¿B-beso? Eso no es un...

— Lo sé — sonrió con ingenuidad — ¿recuerdas lo que te conté de Peter, Wendy y el dedal?

Aquello hizo clic en su cabeza — Ah, ya entiendo... es un lindo beso.

— Lo sé.

...

Recomendación: reproducir la canción de multimedia o playlist (The end of the world - Billie Eilish)

Tras la comida, el par volvió a la habitación para juguetear y charlar entre sí. La madre de Misaki se había marchado hacía poco, por lo que ahora los dos estaban únicamente con Eiji en habitaciones distintas. La tarde seguía su curso al mismo paso que al que avanzaban las manecillas del reloj, incitando al sol a perderse en el lejano horizonte, justo detrás de nubes que con el paso del tiempo se coloreaban de un tenue anaranjado que más tarde le darían pie a las sombras de la noche.

Haruchiyo y Misaki disfrutaban de su mutua compañía, ambos atesoraban cada uno de los momentos en los que se les permitía ser simplemente un par de niños sin nada más de por medio, sin el pesar de ninguna responsabilidad sobre sus hombros, o una carga que no correspondía a su edad acechándoles los talones impetuosamente. Regocijarse con las frases tontas que el otro soltaba cada tanto tiempo, con risas involuntarias, historias y compañía les permitía congelar el tiempo entre cuatro paredes, como si el Nunca Jamás que añoraron por tanto tiempo estuviera oculto ahí, y solamente la presencia del otro les permitiese encontrarlo y acceder a él.

Sin embargo, pasadas las seis, el niño echó un vistazo al reloj, notando lo rápido que pasaba el tiempo cuando estaba en su compañía, y sintiendo que le caería una buena por parte de Takeomi si no se aparecía en casa en menos tiempo del que podría llegar.

— Creo que es hora de irme — murmuró con tristeza, anulándole una repentina risa a Misaki — mi casa está algo lejos, no quiero volver tan de noche a...

— No, espera — tomó su muñeca con firmeza — quédate otro poco.

— Es que no puedo — se encogió de hombros — va a oscurecer dentro de poco y...

— ¡No hay problema! cuando mamá llegue podemos llevarte, solo espera a que ella regrese.

— Es que, es tarde, mi hermano va a...

— Puedes llamarlo — la insistencia no buscaba césar, y él estaba comenzando a irritarse ante tantas negativas — ¿quieres que vaya por el teléfono?

— No, él no va a estar de acuerdo — había dejado de suavizar la voz, y eso la ponía aún más nerviosa al quedarse sin alternativas que lo detuvieran.

— Haru, por favor, solo un poco más...

— Misaki, no puedo. Si Takeomi le dice a mi papá que me desaparecí el día de hoy...

— No importa — una sonrisa amplía, empapada en falsedad le embargaba el rostro — quédate aquí, ¿sí? Como tú me lo dijiste, hagamos una casa de sábanas y vivamos ahí dentro. Será divertido.

Haruchiyo estaba exasperado, con los dedos sobándose las sienes — De verdad no puedo, yo...

Al no encontrarse con más que negativas, decidió utilizar otra estrategia, ignorando por completo su discurso sobre marcharse — ¿Quieres ver una película? Podemos ver lo que tu elijas, mamá tiene unos dvd's abajo, en la sala... — la niña lo tomó por la muñeca, con la intención de ir hacia el salón.

— Misaki, no puedo — pronunció tajante, algo molesto por la insistencia — lo siento... — musitó zafándose de su agarre.

Los ojos se le aguaron cuando vio su silueta ir escaleras abajo, y como si se tratara de un instinto de supervivencia, huyó tras él. — ¡Haru, no deberías irte solo! ¡espera a que...!

Haruchiyo detestaba, no, odiaba que las demás personas intentaran decirle que hacer. Había estado durante años acatando ordenes de un vago que no hacía nada más allá que tumbarse en un sofá cómodamente mientras él se encargaba de hacer la limpieza de un hogar completo, cocinar aun sabiendo que su falta de ayuda y experiencia le dejarían yagas sobre los dedos gracias al fuego y al aceite caliente, destapar retretes, alejar la tierra del suelo, todo. Los únicos momentos en los que sentía que gozaba de un ápice de libertad, era cuando Misaki le contaba esas descabelladas historias sobre héroes fantásticos que jamás moverían un dedo por salvarle del infierno que tenía que tolerar a diario, viviendo con una familia rota que no hacía más que arrojar sobre su espalda toda la porquería que parecían no querer llevar a cuestas.

Y no iba a dejar que la única persona que le obsequiaba las llaves para estar en Nunca Jamás se las quitase a base de berrinches sin fundamento, rechistes y llantos que había visto vagando en su hogar con anterioridad, y que no podían nombrarse de otra manera que no fuera un chantaje. No dejaría que una simple insistencia por su parte lo hiciera molestarse lo suficiente como para perder su único lugar seguro en todo el planeta.

— Misaki, basta. — soltó levantando la voz — no puedo quedarme. No puedes ordenarme que me quedé... — suspiró, rascándose la nuca — ... no todo saldrá siempre como tú quieres, eso lo sé de primera mano. Detente de una vez.

Las lágrimas acumuladas sobre sus ojos comenzaron a empañarle el cristal de las gafas, las cuales se sacó con molestia antes de permitir que estas comenzaran a desbordarse sobre sus ojos. Molesta, caminó hacia el perchero en donde antes había colgado las mochilas de ambos, y una vez que se la hubo entregado, le propinó un par de empujones en la espalda.

— ¡Vete, entonces! ¡Vete! ¡Vete! ¡Vete! — continuó con la rabieta hasta que lo hubo obligado a abrir la puerta y salir — ... creí que... que tu ibas a ser como Peter — gimoteó, sorbiendo por la nariz — ... Y que ibas a salvarme... como Peter a Wendy... eres un mentiroso.

Y sin más, dio un portazo, casi atestandole en la nariz, dejándolo boquiabierto ante la discusión. El celeste de sus ojos se abrillantó por el cúmulo de lágrimas naciente en su mirada, y sintiéndose desesperanzado, dio marcha atrás, con rumbo a su propio infierno, lamentando sentir perdida su llave a Nunca Jamás.

Al otro lado de la puerta, Misaki se había acurrucado en el sofá, manchando la tela de este con los sollozos que se le deslizaban en forma de gotas por sobre el rostro, humedeciendo y enrojeciendole las mejillas. No quería perder a su Peter, volver a la apatía de los primeros días en Tokio donde la soledad y la penumbra eran sus únicas compañías, pero lo había hecho.

Y no sabía si estaba segura de si podría remediarlo a la mañana siguiente con un gesto bobo como ofrecerle un poco de comida cuando el rugido de su estómago se hiciese presente.

Mientras se lamentaba, los pasos en la escalera se hicieron presentes, de forma lenta, haciendo chirriar un par de tablas sueltas conforme la tenebrosa silueta se abría paso hacia el salón. Similar a una película de terror, Eiji se asomó por el umbral, chasqueando la lengua al notar la figura de la pequeña abrazándose su propio cuerpo. Avanzó hacia ella, acomodándose a su lado, enredándole los dedos en el corto cabello azabache.

— Te dije que no me agradaba la compañía de ese niño, Misaki... — negó con la cabeza, haciéndola levantar la mirada — te hizo daño, ¿no es así? —
— ella no dijo nada. Limitaba sus acciones a apretar los ojos en un vano esfuerzo por pararse el llanto. Eiji tomó su mentón con algo de fuerza, acercando el rostro de la menor al suyo — tienes que aprender quien es quien te quiere de verdad, Misaki. Y ese siempre voy a ser yo.

Sin esperar más, el adulto impactó los labios de la menor contra los propios, para acto seguido abalanzar su gigantesco cuerpo sobre la delgada y frágil figura de ella, sintiendo el sabor salado de las lágrimas en el vaivén que solamente nacía de una de las dos partes.

Misaki odiaba el recuerdo de su primer beso.

Hola, este cap me costó el alma escribirlo, sinceramente me dolió, y justo ahora no paso un gran momento, así que ya sabrán... jajajaja. Espero les haya gustado el cap, recuerden que lxs quiero y tomen agua.
Línea para despedirme y que comenten sobre qué les pareció el cap. Bye bye. <3

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