𝟏𝐎. 𝐄𝐥 𝐜𝐨𝐜𝐨𝐝𝐫𝐢𝐥𝐨.

Trigger warning: alusión a temas sensibles para algunos espectadores. Se recomienda discreción.





Recomendación: reproducir la canción de multimedia o playlist (Seven – Taylor Swift)

A

sus ojos, la mirada de Haruchiyo era una perfecta representación del cielo en sus mejores días: claro, despejado, el celeste más puro que alguna vez podría ver.

Era una tontería absoluta fingir que las mariposas no se le acumulaban en el estómago y revoloteaban dentro de él a cada mañana que llegaba al instituto y notaba su presencia, con la camisa blanca del uniforme escolar haciendo un perfecto contraste con esos cortos mechones blanquecinos que a penas comenzaban a crecer en su cabeza, perdiéndose entre su piel pálida donde el color se alteraba al llegar a la comisura de sus labios, en dos bonitas formas de luceros.

Nunca se había llegado a sentir aquello por nadie — a decir verdad, ni siquiera sabía a ciencia cierta qué era lo que estaba sintiendo —, una emoción de calidez que se adueñaba de su pecho, aun más grande que esa sensación tan plácida de afirmar que había vuelto a casa, cuando aun vivían en Narita. Y todo se volvía aun más fuerte dentro de sí cuando sentía su presencia al lado suyo, acomodándose en la misma mesa donde cada mañana revisaban algún libro nuevo que ella relataba para él, enviándole notas tímidamente de un pupitre a otro, defendiéndola de los niños que se metían con ella, tachándola de infantil, e incluso en el momento que sus manos se habían tomado por primera vez sobre su cama, a penas un par de semanas atrás.

Tal como en el momento presente, donde él la miraba fijamente con ese par de orbes azules, esperando por una respuesta, con las mejillas a penas entintadas de rosado.

— ¿Entonces?

— ¿Ah? — la niña sacudió la cabeza intentando volver a la realidad — ¿qué sucede?

— Te pregunté si querías más comida — Haruchiyo rio, dejando que un par de arrugar se formaran alrededor de sus cicatrices — ¿dónde tienes la cabeza?

— En otro sitio — se excusó — estoy bien así, gracias.

— ¿Segura? Aun queda un poco, reservé las porciones de mis hermanos

Estaban de vuelta en la casa de él. Al igual que la última vez, partieron juntos una vez que salieron de la escuela. Senju se había quedado en casa de una compañera mientras Takeomi trabajaba. Ese día, Haruchiyo se había levantado incluso con mayor antelación que otros días solo por preparar algo bueno para ambos, siendo esto una de las ventajas de que su visita fuera avisada con mayor antelación que la vez anterior. La casa había sido limpiada con premura y la comida se había reservado en el refrigerador con la intención de que cuando el hambre los acechara tuvieran algo a la mano.

Sin embargo, Misaki rara vez había tenido hambre desde los últimos días. Y por rara vez se podría entender un nunca.

— Segura — esbozó una sonrisa a la par que alejaba el plato con las manos — estaba muy bueno, cocinas muy bien.

— Gracias — tomó ambos ... y caminó con ellos, llevándolos al fregadero, para después volver y sentarse frente a ella — ¿sucede algo?

— No, no — levantó ligeramente las gafas y talló uno de sus ojos — solo estoy un poco cansada.

Y él lo sabía. Esas manchas amoratadas que habían comenzado a surgir debajo de su mirada no habían pasado desapercibidas para él, así como el hecho de que, de un tiempo hacia adelante, notaba como cada tanto tenía que detenerse al caminar para subirse la falda del uniforme, la cual parecía haberse engrandecido en comparación a su cuerpo, por no hablar de el hecho de que cuando un profesor desconocido pasaba a su lado terminaba sobresaltándose y aferrándose a su brazo, como un animal asustado buscando escondite.

Pero cuando se trataba de excusas, ella parecía siempre tener la adecuada para fingir que las cosas marchaban como si nada. Para Misaki anteponer el bien de los demás antes que el suyo también implicaba ocultar sus propias emociones, todo buscando no preocupar al resto.

En cuanto volvió a la mesa, el pestillo de la puerta fue destrabado y la puerta abierta, dando lugar a la imponente silueta de Takeomi, que llevaba del brazo a Senju. Tenía esa típica mirada de pocos amigos, propia de él, y no disimuló mínimamente la mueca resultante del desagrado que le provocaba ver a la amiga de su hermano menor en su casa.

Arqueó una ceja y soltó la mano de su hermana, dejándola partir a su habitación para después acercarse a los otros dos.

— ¿Hiciste algo de comida?

El menor asintió sin siquiera mirarle a la cara — En el refrigerador, hay para ti y Senju.

No recibió mayor respuesta, limitándose a ir hacia el sitio indicado, hurgando entre el montón de cosas almacenadas dentro del frigorífico, creando un desastre a su paso, dejando fuera de sitio los recipientes con comida o incluso un par de frutas vegetales debido a su pereza y supuesto cansancio. El sonido de las sartenes chocando entre sí mientras el pelinegro buscaba una con la cual recalentar los alimentos impactaba en los oídos de los dos, que únicamente miraban el torbellino que parecía ser el muchacho dentro de la cocina.

Los esfuerzos de Haruchiyo porque su amiga viese una casa pulcra y ordenada — como la que imaginaba ella tenía — se estaban desmoronando frente a sus ojos. Y él no dijo palabra alguna.

Misaki se levantó de la mesa, notando la afligida mirada de su amigo, que había perdido cualquier amago de felicidad en su cuerpo y se había vuelto cabizbajo. Sin esperar mucho, le tomó de la muñeca, guiándolo por el camino que ya conocía hacía su habitación, encerrándose.

El ojiazul caminó hacia una pequeña ventana cerca de su cama y se sentó, recargándose contra la pared. Acto seguido ella hizo lo mismo, tomando asiento frente a él, abrazando sus rodillas.

— ¿Estás bien, Haru?

— Él siempre hace estas cosas — musitó en voz baja, siendo a penas audible para ella. Fuera de la casa, en el patio vecino, otros niños de la cuadra gritoneaban mientras jugaban entre sí, provocando que Misaki se acercara a él para escuchar mejor — siempre tengo que hacer todo lo que él dice... tengo que cuidar a Senju, hacer la comida, limpiar la casa, mientras él solo va a al trabajo, papá ni siquiera está, y Senju... — el azul de sus ojos brillaba ante su apariencia cristalina.

Haruchiyo imitó el abrazar sus rodillas y hundir el rostro en ellas, mordiéndose el labio inferior para que Misaki no tuviera que verlo llorar. Un sorbido por la nariz y dos o tres lamentos se ahogaron en sus labios, mientras que lágrimas cortaban su paso, estancadas en ese abanico de pestañas blanquecinas.

— Haru — habló en voz baja, acercándose poco a poco para sostener su mano, sin saber que decir exactamente, esperando a que él le dirigiera la mirada — ... yo... tampoco me gusta mi casa. Los adultos son horribles — a tientas, consiguió que la mano que usaba para abrazar su propio cuerpo sostuviera la propia, entrelazando sus dedos — ... ¿podemos no ser como ellos nunca?

— ¿A que te refieres? — preguntó, con el rostro aun oculto.

Garfio es malo. Él y los piratas eran los únicos adultos en Nunca Jamás, y ellos eran lo peor de lo peor... ¿y si somos niños perdidos por siempre?

— No podemos, vamos a seguir creciendo, Misaki, tarde o temprano...

— No vamos a ser como ellos — pronunció con determinación — yo... no quiero ser como tu hermano, o como él — un escalofrío le recorrió la espalda — aun cuando crezcamos, jamás vamos a ser personas como lo son ellos, Haru, somos distintos, yo lo sé, yo... no quiero ser mala, como ellos.

— Tú jamás serías mala — dijo el otro, finalmente mirándola a los ojos — estoy seguro de eso.

— Ni tú, Haru, yo también estoy segura — respondió, apretando la mano que sostenía, notando el río de sus ojos secándose progresivamente, apreciando lo bonito de sus facciones, permitiendo que esos bonitos ojos azules se detuvieran en ella.

Levemente su pálida piel de sus mejillas se tiño de rosa, al igual que una tímida sonrisa reflotaba entre sus labios.

A Haruchiyo le gustaba Misaki, no tenía duda de aquello.

Estaba seguro de que no había cosa en el mundo que le produjera mayores alegrías que ese corto cabello azabache cuando se agitaba para girar a su dirección y verle, la nariz que se respingaba cuando una curva se apoderaba de su boca. Aun cuando ese par de gafas ocultaba sus bonitos ojos marrones tras un cristal, estaba seguro de que en ellos habitaba la mayor de las dulzuras, y la paz que no encontraba dentro de las paredes de su hogar se hacía presente en su mirada, en la forma que tenía de tomarle la mano cuando se sentía mal, o en su voz cuando relataba historias fantásticas para él, todo con una sonrisa que tenía de los colores más vibrantes sus mañanas grisáceas.

No solo le gustaba Misaki. Él quería a Misaki, más de lo que podría querer al resto de personas dentro de su vida.

— Haru — la vocecilla chillona lo trajo de vuelta hacia la realidad — tú... ¿crees que a las personas buenas les pasan cosas malas?

Confundido, detuvo la vista en aquel semblante que había pasado de la calma a la tormenta en menos de lo que el sol tardaba en salir por las mañanas.

— ¿Por qué lo...?

Y antes de que pudiera responder, un estallido les abrumó los oídos, a la par que una lluvia acristalada irrumpía sin previo aviso en la habitación. Esquirlas transparentes se encargaron de rodear a ambos niños, que de inmediato cubrieron sus rostros con las manos, intentando protegerse del repentino intruso. Pasos se hicieron presentes al otro lado de la ventana, a la par que unos cuantos gritos de huida, y un balón apareció dentro de su habitación.

Haruchiyo abrió los ojos poco a poco, intentando sentir sobre su propia piel si alguno de los trozos de vidrio le había hecho daño, pero no encontró nada en sí mismo. Fue hasta que miró hacia el frente que notó a su amiga tocándose el pómulo, con los dedos y el rostro teñidos de rojo. Un semblante preocupado yacía en ella a la par que lágrimas adoloridas se entremezclaban con la sangre.

— ¡Eh! — Takeomi irrumpió en la habitación, abriendo la puerta con brusquedad — ah, mierda, esos putos niños idiotas, me las van a... — el mayor reparó la vista en la ventana rota, tardando en percatarse ante el hecho de que su hermano menor buscaba entre sus cosas algo con lo que detener el repentino brote de sangre en la mejilla de la pelinegra — ¡¿Qué mierda haces, Haruchiyo?! ¡¿No ves que...?! — y de repente, notó la silueta aun sentada en el suelo que no hacia más que limpiarse las lágrimas e intentar evitar que manchas rojas cayeran en su uniforme — ... mierda. ¡Senju, pásame el botiquín del baño!

...

Pero el sangrado no tenía intenciones de parar hasta dentro de un tiempo, en el cual Takeomi se vio obligado a llamar a la madre de Misaki, que sin dudarlo, le tiró una reprimenda en la que no pudo hacer nada más que disculparse por poner poca — o nula — atención a lo que sucedía dentro de su casa, arrojando sobre él palabrería que no hacia más que denotar su irresponsabilidad para con sus hermanos.

Tras una rápida visita al hospital, y un discurso en el cual le expresaron el porque no podría ir de nuevo a visitar la casa de su amigo, estuvieron de vuelta en casa. Aun adolorida, la niña entró a la sala, buscando la silueta de su padre, la cual no encontró en ninguno de los sofás.

— ¿Y papá? — preguntó tumbándose en el sofá

Honoka suspiró — No tengo idea... — reparó en sus palabras y sacudió la cabeza — no, está en el trabajo, nena. Llegará pronto, espero. Tenía que doblar turno.

Unas cuantas pisadas se hicieron presentes por la escalera, haciendo que la niña se removiera en su sitio mientras su mamá se dirigía al baño, en búsqueda de alguna píldora para apaciguar la repentina jaqueca. La figura de Eiji apareció por el marco de la entrada, arqueando una ceja a notar la bandita yaciente justo arriba de su mejilla.

— ¿Qué te pasó? — preguntó con voz ronca, colocándose frente a ella, sobre una de sus rodillas para quedar a su altura

— Hubo un accidente en casa de Haru...

— ¿Quién es Haru? — sonaba molesto

— Es el amigo de Misaki — respondió Honoka desde el pasillo — su mejor amigo, ¿no, nena?

La menor asintió. Eiji la miraba con algo que no sabía interpretar en la mirada, tomándola por el mentón con el índice y el pulgar — ¿Y él te hizo esto?

— No — ella desvió la mirada hacia una pared — Haru no me haría eso nunca.

— Fue un accidente — su madre apareció en la estancia, logrando así que su tío le soltase el rostro, cambiando su sitio y tomando lugar al lado suyo — unos niños estaban jugando en el patio de al lado, y rompieron la ventana con un balón. El cristal alcanzó a cortarla, y alguien olvidó sus pastillas, ¿no es así? — la mujer pellizcó uno de sus mofletes, haciéndola reír

— ¿Qué pastillas?

— Las de su condición, Eiji, te lo dije cuando llegamos a Tokio, Misaki tiene hemofilia. Si no se medica su sangre no coagula, puede ser peligroso en estas situaciones.

— ¿Qué esa no era una enfermedad de hombres?

— Se supone, pero Misaki es un caso excepcional.

La charla se vio interrumpida por a abrupta llegada de su padre, que abrió la puerta y se sacaba los zapatos a la par que se aflojaba la corbata en el cuello de la camisa. Sin esperar, Honoka abandonó el salón fue hacia su esposo.

— ¿Dónde estuviste?

— Ahora no, Honoka...

— ¿Entonces cuando, eh? Es la tercera semana en la que dices que llegarás tarde porque estás "doblando turno", Tadashi — hubo una pausa en la discusión — hueles a un perfume que no es el mío. Otra vez.

— Honoka, ¿puedes parar de inventarte cuentos?

— ¡Inventarme nada, ven acá! — los pasos sonaron sobre las escaleras, cuesta arriba, haciendo que los gritos se perdieran en el otro piso de la casa.

Misaki se quedó en su sitio, mirando hacia la televisión, rígida como una estatua. Un par de dedos jugueteó con su cabello mientras ella se limitaba a mirar hacia algún punto indistinto del suelo, intentando averiguar el motivo de la reciente pelea de sus padres.

— Entonces, ¿tú amigo...?

— Haru — respondió cortante

— ¿Haru? ¿Tanta confianza como para llamarse por nombre? A penas lo conoces.

— No importa, es mi... — los dedos enredados en su cabello bajaron hacia su hombro, trazando un camino por encima de la tela. El miedo ante el tacto provocó que su espalda pegara una sacudida — es mi mejor amigo.

Mejor amigo — imitó con rabia — ¿te gusta ese niño, Misaki?

Eiji no tuvo respuesta mayor al silencio, uno en el cual la menor jugueteaba con sus manos, rogando porque la falta de palabras fuera suficiente para no afirmar ni negar nada, y que así el no se molestara debido al cariño que su corazón guardaba para Haruchiyo.

El reloj pasaba sumamente lento cuando se trataba de la que, probablemente, era la materia más aburrida de toda la tira. No le gustaba la economía, y sabía que tendría que hablar de ello tarde o temprano cuando comenzara a ejercer en algún periódico, pero eso no servía de consuelo ante el sueño que le estaba embargando los ojos durante la clase de problemas de economía contemporánea. Había recargado la mano sobre su mentón, haciendo lo que ella consideraba un esfuerzo sobrehumano para mantenerse despierta, tamborileando las uñas sobre el cuaderno sobre su mesa, hasta que el teléfono produjo un ruidito particular que ya conocía.

Sin importarle la clase, abrió el mensaje nuevo y las emociones que creía perdidas durante ese momento parecieron regresarle al rostro en forma de todas las tonalidades de rojo posibles.

¿Era una invitación a una cita? Sin dudas lo era.

¿Era el destinatario correcto? Sí, su mensaje llevaba su nombre. Aunque podría ser que estuviera saliendo con otra Misaki, una distinta, aunque eso sería una mala pasada del destino.

El timbre que anunciaba el cierre de la clase azotó por todas las aulas, y sin esperar más, salió del aula, corriendo hacia su edificio, pero no a su habitación. Ni siquiera tenía una condición magnifica, pero estuvo ahí en menos tiempo del que normalmente le tomaba para caminar. Subió las escaleras con rumbo al piso de Azami, sabiendo de antemano que aquel día y en aquella hora no tendría ninguna clase, por lo que, sin duda, estaría ahí.

Llegó y picoteó la puerta con frenesí, moviéndose en su sitio durante lo que sintió fueron años de espera para que la otra se asomara por ahí.

En su habitación, Azami recibió a una acelerada Misaki, que más tarde que temprano reparó en su apariencia: llevaba un bonito vestido negro, mucho más recatado que el que había utilizado la semana anterior para el Dokuzake. Un par de pendientes aperlados adornaban sus orejas, contrastando con el fuerte rojo de su cabello. La pelinegra arqueó una ceja, olvidando por un momento sus ansias.

— ¿A dónde vas?

— A una cita — cambió el tema rápidamente — ¿qué te sucede?

Respondió mostrando la pantalla del teléfono, en la cual se veía el texto que le había acelerado el pecho en un primer momento.

— No sé que decirle — respondió, escondiéndose un mechón de cabello tras la oreja

— Ni yo lo sé — Misaki hizo un puchero con dicha responsiva — ¿qué?

— ¡No digas que no sabes! — se dejó caer sobre la cama dramáticamente — necesito ayuda.

— Bueno, en primer lugar... — la ojiverde tomó asiento al lado de su amiga, que lucía derrotada — ¿quieres salir con él?

Sus mejillas se enrojecieron mientras erguía la espalda para sentarse. Tenía el estómago hecho un manojo de nervios. La palma de Azami acarició su cabello con ternura, en un esfuerzo por tranquilizarse, y soltó un suspiro, intentando que este se llevara consigo toda la inquietud que le consumía.

— Me gustaría mucho.

— Pues ahí está tu respuesta — se levantó del colchón — no encuentro por qué negarte a algo que quieres hacer, Misa. — la muchacha se dio otro vistazo en el amplio espejo de cuerpo completo empotrado en la pared, arreglándose un par de mechones en el cabello y verificando que el vestido luciera como debía — ¿me acompañas fuera? No deben tardar mucho en recogerme.

— Azami — habló la otra aun sin levantarse, mirándose los pies, frunciendo el ceño — ¿no crees que soy muy poca cosa para él?

Su amiga rio — Que tonterías dices a veces... — se devolvió bajo sus pasos, y aun de pie, abrazó a la pelinegra, acercando su cabeza hacia si misma — eres preciosa, Misaki. Sanzu no es un santo de mi devoción y sigo teniendo mis dudas sobre él, pero estoy segura de que también lo ve... la única que parece no hacerlo eres tú misma. — depositó un beso sobre su cabeza para después darle un par de palmaditas sobre la espalda — ahora, anda. Acompáñame y envíale un sí cuando estés de vuelta en tu habitación.

Sin rechistar mínimamente, acató la petición de a pelirroja, poniéndose en marcha y dejándola en la entrada del edificio, donde su misteriosa cita pasaría a recogerla en lo que ella prometía eran solo un par de minutos. Ya en soledad, fue hacia su propia habitación, esperando disipar mínimamente la oscura nube de pensamientos crueles entorno a su propia apariencia, esperando que su mejor amiga tuviese razón.

A penas llegar, envío a Haruchiyo la afirmación, y posteriormente fue hacia el espejo del tocador en su habitación, examinando cada uno de los rincones de su cuerpo, de su rostro, rogando porque aquello realmente fuera suficiente para él. 

Holaaa, como les había comentado, estamos ahondando un poquillo más en el pasado de Misaki, así como en el de Sanzu y su relación y separación.

No les había dicho pero esta semana me voy de vacaciones~ igual planeo dejar un par de capítulos por acá para que tengan que leer ya que no los voy a poder subir yo misma, el sitio al que voy está bastante "desierto" por decirlo así, y no voy a tener señal ni nada, así que déjenme mucho amor mientras (¿??)

Línea para agradecer que sigan leyendo. <3

Línea para que me digan opiniones sobre el cap de hoy. *ojitos*

Línea para recordarles tomar agua pq ya es tiempo de calor y así. Cuidense mucho, lxs tqm. <3 

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