𝐎𝟗. 𝐄𝐦𝐩𝐫𝐞𝐧𝐝𝐞𝐫 𝐯𝐮𝐞𝐥𝐨.
Una mueca de fastidio y dos de preocupación la recibieron dentro de su habitación, donde la luz parecía haberse quedado encendida; tras haber cruzado el umbral, con las mejillas aun rojas de la pena tras haber prometido que marcaría una distancia que realmente no quería conservar.
Sin duda alguna iba a arrepentirse de vez en cuando de haberle dicho a Azami donde estaba ella llave extra.
Cerró la puerta tras de sí, yendo hacia el interior, donde las gemelas y su mejor amiga la miraban atentamente. Las dos primeras se acercaron a ella casi de inmediato, palpándole la frente una y otra vez, buscando en su rostro la más mínima expresión de alguna emoción poco grata; tiraban de sus mejillas, sus brazos, y levantaban continuamente sus gafas a la par que comenzaban su ya común cuestionario cuando de emergencias se trataba.
— ¿Estás mejor?
— ¿Te dio algo?
— ¿No te hizo daño, verdad?
— ¿Ya no estás triste?
— Ya, ya — detuvo el toqueteo de las gemelas soltando una risita divertida — estoy mucho mejor que antes... gracias por preocuparse por mí — acompañó sus palabras tornándose cabizbaja y sonriente.
— ¿Cómo no íbamos a preocuparnos? Estabas hecha una bolita en tu cama y solo llorabas, no vuelvas a hacernos eso. — Yui se dejó caer sobre la cama, aliviada de notar mejoría en su estado — nos tenías con el corazón en un puño.
— Lo importante ahora es que estás mejor, Misaki — Yukari le apartó un par de mechones del rostro con sumo cuidado y le tomó el rostro con ambas manos — ¿Te explicó si lo que tenías fue un bajón por la Molly o...?
— No — interrumpió, desviando la mirada hacia una pared — no hablamos de eso a decir verdad...
— ¿Ah no? — la mirada abatida de Yui cambió a una traviesa, girándose sobre si misma aun en la cama, recargando la cara sobre los puños — ¿entonces de que hablaron?
— Ah, ya sabes, cosas... — tomó la silla acomodada para el tocador, atrayéndola para sentarse
— ¿Cosas? — inquirió la hermana mayor
— Bueno... fuimos a un sitio muy lindo, cerca de los jardines Mori. Dijo que era exclusivo de los altos mandos de su, ya saben, lo que sea en lo que trabaje — sacudió la cabeza intentando no desviarse del tema — Haruchiyo...
— Fue mejor que pasar la tarde con nosotras mientras intentábamos ayudarte, ¿no? — la pelirroja se hizo presente desde su rincón de la cama, tenía los brazos y las piernas cruzadas mientras la miraba con cierta frialdad — porque le importó un bledo que yo le dijese que no te llevara fuera.
— Hey, no seas dura con ella — la menor de las gemelas se tumbó en su regazó — después de todo fuiste tú quien lo llamó porque no sabías que hacer.
— Eso no me interesa, le pedí ayuda aquí — señaló hacia el piso — No fuera, ¿quién me dice que no va a llevarte a otro sitio, Misaki? ¿podemos confiar en él en serio? ¿No recuerdas lo que sucedió la primera vez que lo viste? — Azami se echó el cabello hacia atrás, exhausta
Misaki acaricio uno de sus brazos con nerviosismo — ... la primera vez fue una coincidencia, si no fuera por él no estaríamos...
— Si no fuera por él no hubieras estado casi todo el día de hoy hecha un llanto, Misaki — la ojiverde se palmeó la frente — sé que es tu amigo de la infancia y lo que sea, pero ¿no has pensado que pudo haber cambiado? ¡son ilegales! Escucha — abandonó su sitio en el colchón y caminó para colocar sus manos sobre los hombros de la otra — sé que en un primer momento acepté que saliéramos con ellos por la ilusión que te daba, pero...
La pelinegra suspiró, mirando hacia abajo, con el agarre de la otra aún sobre sus hombros — Haruchiyo no es cualquier amigo de la infancia — apretó los labios, formando una línea fina con ellos. No quería seguir perpetuando la triste memoria de él como un personaje que se había negado a crecer; ya no era ese fantasma, era Haruchiyo, uno de veintidós años que había cambiado su apariencia, su actitud y toda su persona. Sin embargo no había otra forma de describir el lazo que los unía que no fuese evocando la silueta de quien alguna vez fue — Haruchiyo es Peter.
Azami enarcó una ceja mientras las gemelas se miraban entre sí, preguntándose de quien se trataba. En pocos segundos y tras notar su mirada cristalina, su mejor amiga parecía haber adivinado cual era el tema que la pelinegra trataba de sacar a flote.
Azami y Misaki eran una dualidad tan amplia como lo eran el frío y el fuego: polos opuestos, dos líneas paralelas que jamás se tocan entre sí, una más vivaz, otra más voluble.
Aun con el color representante de la calidez impregnado en su cabello, Azami parecía ser tan dura como un tempano: sumamente sería, inamovible, fría al tacto ajeno que ella permitía. Su piel se entibiaba cuando las manos correctas la tocaban, y aun así, una coraza de tamaño abismal envolvía todo su cuerpo, haciéndola permanecer lejos aunque a la vez cerca de cualquier otro, estaba ahí para lo demás, a su manera, como ella lo llamaba. Siempre recta, siempre dura, ablandándose solo con aquellos a quienes les dejaba ver esas pizcas de fragilidad que se habían vuelto vestigios de lo que fue alguna vez.
Y en otro extremo, Misaki podía ser algo más sensible que cualquier cristal: transparente, delgado y corriendo riesgo de quebrarse si era tocado o golpeado en un punto inadecuado, si lo dejabas caer, si las manos equivocadas lo sostenían y resbalaban con él, dejándolo a su merced. Delicada como una bomba, capaz de explotar en mareas de pena. Una crisálida cerrada protegiendo la fragilidad de lo que cambia en su interior, revelando las sorpresas solo a aquellos incapaces de cortar sus alas. Una pequeña luciérnaga cuya luz titila para los demás solo cuando la oscuridad no la absorbe por completo, pero que, si no es necesario, vive en la penumbra, nunca por gusto, siempre por costumbre, acostumbrada a vagar en las tristezas de la noche solo porque era lo único que conocía como su realidad.
La pelirroja hizo una seña con la cabeza, indicándole a las gemelas que salieran de la habitación, las cuales obedecieron sin rechistar. Ambas se sentaron sobre la cama, Misaki recostó su cabeza en el hombro de la otra, quien sin esperar comenzó a acariciar su cabello, esperando por que su voz se hiciese presente.
— ¿Recuerdas cuando te conté la razón por la que mi familia se fue de Tokio? — su amiga asintió — ... Haruchiyo... Haru fue la persona que estuvo conmigo siempre. Fue la persona que más se preocupó por mí en esa época, cuando me hice la cicatriz, cuando... cuando todo salió a flote.
— ¿De verdad él es Peter? — cuestionó aun atónita.
Misaki sonrió — El mismo... si no hubiese sido por él probablemente no hubiera salido de todo aquello, ¿sabes? Es por eso por lo que no quiero dejarlo ir — la voz le había comenzado a flaquear — No de nuevo, Azami. La primera vez... — las palabras pendían de un delgadísimo hilo a punto de reventar — dejarle la primera vez me dolió mucho.
Ríos de agua cristalina desembocaban en sus ojos, recorriéndole las mejillas con delicadeza, trazando un camino hacia su quijada y partes de su cuello, donde algunas aun se extendían ligeramente antes de desvanecerse. Hipeó, sorbió por la nariz y tras ello se sacó las gafas, apartándolas en la mesita de noche mientras su amiga mantenía el silencio, pasando los dedos entre sus mechones de cabello.
— Odiaba Tokio — retomó — volví aquí porque quería probarme a mí misma que era capaz de hacerlo, pero... fue muy complicado al inicio.
— Y que lo digas, sacarte de la habitación era toda una hazaña para las cuatro — el buen humor en el comienzo de su frase de desvaneció de a poco — Jamás te hubiera presionado tanto si hubiese sabido porque te asustaba de esa manera... Creo que nunca me disculpé por eso.
— No hace falta, de no ser por ustedes aun seguiría metida en mi nido. Aprendí a no tener miedo gradualmente, y... sin ustedes no hubiera visto a Haru de nuevo — una nostálgica sonrisita se formó en ambas al recordar sus primeros días en la residencia.
Las borracheras a escondidas de la encargada, introduciendo vodka barato a la habitación en botellas de agua, el día que probaron un cigarrillo en el bar cercano al campus y ambas casi se asfixian, la noche en la que Yui terminó tan mal que tuvieron que infiltrar a su ex novio dentro de la habitación para cargarla y dejarla en cama mientras las demás vigilaban que no se ahogara con el vómito, la noche en que presentaron exámenes con una resaca de los mil demonios, el día de revisión donde fingieron que Azami se encontraba hospitalizada cuando estaba en casa de un chico, incluso la tristísima despedida que habían hecho de su vieja habitación conjunta. Todo aquello pasaba por sus memorias como si se tratara de un camión capaz de arrollar todo a su paso.
— Misa... — le llamó con cariño — Haruchiyo, yo... entiendo lo importante que Haruchiyo es para ti. Ahora lo hago, solo me asusta que te haga daño.
— Lo sé — limpió su rostro con ayuda de sus manos, irguiendo la espalda nuevamente — pero él jamás me lastimaría. Te lo puedo asegurar, yo... sé que Haru sería capaz de protegerme con su vida si hiciese falta. Ya me lo demostró una vez y yo le pagué con una moneda injusta, no quiero hacerlo de nuevo.
— No pasará — rodeó sus hombros con cuidado, envolviéndola en un abrazo y dejándole un beso sobre la cabeza, escuchando que los lamentos volvían a sus labios — es una promesa.
Azami mentiría si no dijera que, aun con el juramento, aún preocupaba por sobremanera que los constantes contactos con Haruchiyo le hacían temer por que su luz titilante terminara fundiéndose.
...
"Hola Misaki, soy yo, ¿te...?
Borró. Misaki lo tenía registrado, obviamente sabía que era él.
"Hey :) me preguntaba si..."
Muy simplón. Volvió a borrar.
"Rees- reservé un sitio para este viernes, me preguntaba si..."
Muy formal. Otro borrón.
"Misaki, quiero que cenemos..."
¿Qué era? ¿su jefe? Borró otra vez.
"Estaba pensando en compensar lo que pasó la otra noche. Me gustaría que cenáramos en un sitio que conozco, tú y yo. ¿Está bi...?"
No le dio tiempo a ser autocrítico cuando notó que el estado del contacto de la muchacha cambiaba de un en línea a otro que marcaba que estaba escribiendo un mensaje. Como si se tratara de una bomba, arrojó el aparato hacia su escritorio, arrepintiéndose al instante por miedo a un daño colateral como una fractura en la pantalla.
Haruchiyo era bastante torpe cuando se trataba de lo emocional. Andaba por los caminos que sus sentimientos le dictaban como si se tratara de un ciervo acabado de nacer, dando sus primeros pasos por un sendero rocoso. Aun cuando había tenido a varias mujeres en su cama y en sus labios, dicho era más porque las chicas lo perseguían, fuera por dinero o por un físico cuyo atractivo no terminaba de entender: estaba pálido como una hoja de papel, tenía un corte de cabello más extravagante que el resto y una actitud de mierda con todo el mundo; altanero y orgulloso. Lo único destacable en sí mismo que incluso él admiraba eran los luceros de su adormilada mirada, brillantes como el azul del cielo a medio día, y un cuerpo trabajado a lo largo de los años que le había costado unos cuantos desvelos donde encontraba algo de cansancio en una dosis insana de ejercicios a la madrugada, tener que correr tras unos cuantos valientes que creían que usando las piernas lograrían escapar de sus deudas y sus años vagando como pandillero.
Fuera de eso era un completo idiota. Uno que no sabía hablar con las chicas a no ser que él contara con dinero en efectivo y ellas con tiempo disponible entre las diez y las tres de la mañana al menos tres días por semana.
Era por eso por lo que ahora se sentía totalmente inexperto mientras buscaba las palabras adecuadas para invitarla a salir, y su mirada no era la única que lo interpretaba de dicha manera. Ahora un atento Ran Haitani lo miraba desde el marco de la puerta de su amplia pero monótona oficina que en todos esos años no había descubierto porque necesitaba — estaba ansioso por cedérsela a Kokonoi o Mochizuki con tal de que estos dejaran de quejarse porque las suyas eran demasiado pequeñas — cuando él solo se dedicaba a cazar a pobres desgraciados que les debían millones.
Su mueca de susto fue reemplazada por una con el ceño fruncido, intentando fingir que nada había sucedido ahí aun cuando Ran lo miraba con una sonrisa a la par que negaba con la cabeza.
— ¿Qué viste ahí o por qué lo botas así?
— Nada que te importe — Sanzu se cruzó de brazos como niño pequeño — ¿qué quieres?
— Huir de mi sitio porque Rin esta dormido, con resaca y roncando. Quiero ir a comer algo, ¿vienes? Pensaba en ir al JG en Roppongi.
— ¿No abren hasta las once ahí?
— ¿Importa? — el pelirrosa enarcó una ceja — anda, conozco al administrador, me abren cuando quiero, ¿vienes o no?
Echó un vistazo a su oficina, pensando en que cualquier sitio en ese momento podría ser mejor que el vacío cuarto de paredes grisáceas que no hacia otra cosa más que provocarle una inmensa claustrofobia ante la falta de ventanas. Aun con el candelabro colgando de su techo, cada tanto sentía la necesidad de ver algo del paraje escondido en el que se encontraba el edificio, aun cuando quien le daba la oportunidad de salir no era la persona que más apreciaba de entre todas las personas ahí — aunque a decir verdad, no apreciaba realmente a nadie. Quizás a Mikey en una extraña relación cuyo funcionamiento solo comprendía cuando se trataba de ser un peón, pero poco más —, pero, sin duda, no quería seguir sintiéndose asfixiado sentado tras un mueble cuyo propósito no comprendía.
Sin decir mayor palabra, guardó el teléfono en su bolsillo, se levantó de la mullida silla de cuero negro y fue en dirección al joven de ojos violáceos, andando al lado suyo en silencio. Bajaron por el elevador, sintiendo la mirada del otro sobre sí mismo, y fueron hacia el estacionamiento de los ejecutivos.
— ¿Tu coche o el mío? — preguntó
— El tuyo, están lavando el mío — respondió el mayor de los hermanos sin darle mayor importancia al tema.
Sanzu no dijo nada, se limitó a hacer lo que solía dársele mejor: seguir ordenes ajenas sin rechistar. A bordo del vehículo, se tomó unos segundos para leer los mensajes que sabía, eran de ella. Le fue imposible no mostrar una sonrisa cargada de bobería.
— ¿Cupido te flechó ya? — de nuevo la voz socarrona de Ran lo sacaba de su nube.
— No es asunto tuyo.
Nada de su vida personal lo era. Él y los Haitani no eran amigos. No era amigo de nadie de las personas de la organización realmente, solo convivía con ellos porque era imposible no hacerlo en horas de trabajo y en horarios donde todos buscaban algo de beber para descargar las tensiones de la semana. No era amigo de Ran, ni de Rin, ni de Kakucho, mucho menos de Kokonoi, por quien no podía evitar sentir cierto desagrado ante su actitud altanera y endiosada. Rara vez se cruzaba con Mochizuki, y tenía años sin dirigirse la palabra con su hermano mayor, que desgraciadamente, aun cuando intentó evitarlo, terminó trabajando ahí. Pudo haber entablado algo con Mikey, pero este pasaba la mayor parte de su tiempo durmiendo o al menos intentando hacerlo, dopado, comiendo y repitiendo el ciclo continuamente.
Era tan ermitaño que en sus contactos del teléfono no había nadie externo a Bonten, con excepción de Matsuda, Jolene o Misaki. No concebía dentro de su vida ninguna otra compañía, y decir que lo dicho le daba gusto era algo que no sabía catalogar entre verdades o mentiras. Volvía a ser el niño pequeño que se sentaba en las esquinas del patio intentando pasar lo más desapercibido entre cúmulos de personas.
Estaba más solo de lo que le gustaba pensar, y eso le provocaba escalofríos.
— Ah... siempre a la defensiva — Ran sonrió para sí mismo, para después callar durante el resto del trayecto.
Condujo un par de kilómetros más hasta que estuvo de vuelta en el restaurante al que habían acordado llegar. Una alta fachada grisácea, con un patrón que proporcionaba una ilusión de ladrillos se alzaba en la acera, un tronco sin hojas estaba plantado justo frente al modesto letrero donde se inscribían las iniciales del sitio, JG, sobre una placa negra. Poseía un ventanal de cristal que cuando estaba abierto permitía observar hacia la barra, con una preciosa y sofisticada cava detrás de esta. Tal como lo había dicho, una vez que se hubieron aparcado, un sujeto de traje negro se asomó por las puertas de cristal, abriéndolas e indicándoles pasar lo más rápido posible para que otros comensales no creyesen que estaba abierto al público.
Un camarero los guio hacia la mesa que su contacto había preparado para ellos con anterioridad. En el segundo piso, una habitación privada que también daba vista hacia la calle. Una mesa redonda, cubierta de un mantel de suave tela blanca, con la losa correspondiente sobre sí. Las paredes negras les proporcionaban un ambiente pequeño y sumamente íntimo, seguramente era un sitio destinado a parejas.
Aun cuando la comida francesa no era su fuerte en lo más mínimo, se decidió a pedir lo mismo que Ran: una especie de comida por tiempos, de cantidades minúsculas y pinta que no sabía si describir como apetitosa o desagradable, sobre todo cuando notó que había un huevo de caviar junto a su comida. Lo había intentado probar con anterioridad. No había salido bien.
— ¿Qué tal? — preguntó el pelimorado — ¿te agrada?
Se limpió las comisuras de las cicatrices con una servilleta de tela — ... no está mal.
— Reservé el sitio entero para mañana — pronunció el otro con orgullo — ¿es un buen lugar, no?
— Sí... ¿saldrás con alguien? — Ran asintió, Sanzu no pudo evitar soltar una mínima carcajada — ¿por eso enviaste a lavar el auto?
— Sí, es la amiga de tu... lo que sea que es esa chica contigo.
Una mueca de repele se instauró en el rostro del pelirrosa — ¿Saito? ¿esa borde?
Ran rio — Azami. No es borde ni mucho menos, es una chica agradable. Cuando tu amiga y tú se fueron quedó bastante intranquila y la llevé a la residencia, charlamos bastante durante el camino.
— ¿Charlaron y ya? — enarcó una ceja, incrédulo — ¿esperas que te crea?
— Escucha, Sanzu, yo no soy es que pide a Jolene todas las noches a la agencia — espetó con calma dentro de su voz, consiguiendo que el otro se removiera en su propio asiento, dirigiendo la mirada hacia la comida — no soy un mujeriego. Tuve esa época cuando era un mocoso de diecisiete o dieciséis. Me gustaría sentar cabeza, y Azami me gusta.
— Sería el colmo que no — rodó los ojos — estuvieron comiéndose las bocas toda la noche...
— Bueno, disculpa por hacer cosas para las que tú pareces no tener el valor suficiente — Ran hablaba con voz quieta y pacífica, y quizá eso era lo que más le hacía sentir fastidiado. Sus ojos violetas mirándole fijamente en compañía de la verdad sobre la cual sus palabras se bañaban mientras esperaba una respuesta que jamás llegó. Al final terminó por tomar otro bocado y tomar voz una vez terminó — ya no tienes quince años, Sanzu, ¿qué te detiene de actuar si una chica te gusta? ¿eres precoz o algo?
— Tsch — chasqueó la lengua.
Lo que más odiaba de convivir con otras personas era lo mucho que solían dejarlo pensando a veces.
...
"¿Qué te detiene?"
La áspera voz del mayor de los Haitani se veía mezclada con el dulce tono de las palabras de Misaki, ambas empapadas en franqueza, con la misma determinación con la que una flecha es lanzada hacia el centro de una diana, la cual en este caso era el centro de su mente, la cuál había conseguido grabarse esa interrogante de forma tan profunda que no había podido soltarla durante toda la mañana y parte de la tarde.
Tumbado en la cama de su departamento, vestido únicamente con unos pantalones de ejercicio y el torso descubierto, repasaba una y otra vez porque respuesta debería darles a los mensajes que ella le había enviado a lo largo de la mañana. Meditando si la idea que le rondaba la mente era lo suficientemente digna de darle un sí.
"¿Qué te detiene?"
Había tantas respuestas que no podía elegir ninguna. Y a decir verdad, no quería seguir repasando su catálogo de excusas para postergar aun más la única cosa de la cual estaba seguro de desear.
Salió del chat y con rapidez pulsó las teclas que correspondían al número de su asistente, quien no demoró en responder.
— Diga.
— Hola, Matsuda, necesito que me hagas una reservación para el fin de semana.
— Por supuesto, ¿en qué sitio?
— ... ese es el problema. — suspiró con pesadez y se frotó las sienes con dos dedos — ... Matsuda, tú eres una chica...
— ¿Quién le dice que no soy un sujeto con la voz aguda? Jamás me ha visto. — respondió con altanería
— Muy graciosa — rio — Sé seria: como una chica, ¿hay algún sitio al que te haría especial ilusión ir para una cena?
— ¿Está saliendo con alguien, jefe?
— Eh... solo reserva el restaurante que te parezca bonito, ¿sí? Para dos personas.
— Entendido.
La llamada se cortó tras lo dicho, y Haruchiyo volvió a mirar hacia el techo, esperando que lo que acababa de hacer rindiera los frutos que él esperaba.
Ahora solo le quedaba averiguar cómo invitar a salir a una chica.
Holaaaaaaaaaaaaaa, lamento mil la tardanza que he tenido últimamente para hacer los capítulos:( la escuela me está consumiendo más de lo que creía, y tengo también el libro de one shots en el cual trabajar, pero ahora que es semana santa intentaré adelantar poco más de lo normal y dejar caps en borradores listos para subir mientras me voy de vacaciones.
Ahora, lo que quería decir: en los siguientes capítulos ahondaremos en el pasado de Misaki. Les menciono esto porque el backstory puede contener temas sensibles (que por cuestiones de historia prefiero no decir explícitamente) para algunas personas, así queee, sip. De igual manera les dejaré un pequeño TW al inicio de los capítulos de tema fuerte.
En fin, es todo por ahora, espero la historia les siga gustando, ya saben que tienen esta línea disponible para decir que les parece, los comentarios se agradecen siempre<3.
Lxs quiero mucho, beban aguita y gracias por seguir leyendo<3
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