𝐎𝟑. 𝐖𝐞𝐧𝐝𝐲.
Una vez que el cielo le permitió al sol alzarse sobre él, el par volvió a refugiarse dentro de las paredes de lo que él sentía era una bóveda secreta. Notó rápidamente como sus ojos parpadeaban continuamente, esforzándose por mantenerse abiertos y no desfallecer. Una sonrisa se le escapó al joven de cabello rosa y la alentó a descansar aunque fuera un par de horas para después llevarla a casa; una adormilada Misaki se dejó guiar hacia la única habitación del lugar, perdiendo la conciencia en el momento en el que su cabeza había tenido contacto con la almohada.
— Mira que eres necia... — dijo sacándole las zapatillas de los pies, tomando la manta que yacía cerca de estos para arroparla.
El rostro de la pelinegra reflejaba una paz inmensa, que pocas veces había sido capaz de apreciar, el lunar sobre su boca, las largas pestañas tan oscuras como el carbón, los labios con restos de pintalabios...
Mordió su labio y se giró a otro sitio, sabía que Misaki siempre había sido bonita. No, no bonita, Misaki era preciosa, en comparación con ella cualquier maravilla parecía quedarse corta, no podía liberarse de todo lo que la muchacha le provocaba aun ni con el paso de los años sobre él. Quizá realmente nunca podría dejar de lado todas las emociones que su persona evocaba dentro de su pecho.
Cerró la puerta tras de sí teniendo cuidado de no hacer ruido, lo siguiente era llamar a la muchacha encargada de hacerle mandados que él generalmente por falta de tiempo no podía realizar, le pediría una muda de ropa, algo cómodo para que no tuviera que regresar a casa con lo mismo de la noche anterior, desconocía con quienes vivía ahora que sus padres se habían quedado en China mientras ella estaba de regreso, pero fuese quien fuese, al menos compensaría el trago amargo de no haberla dejado volver a casa durante la noche regresándola en un mejor estado.
— Es más bajita que yo, debe medir poco más de metro sesenta, o eso exactamente.
— ¿no tiene una talla?
— No. Mira, es bastante delgada, los hombros pequeños, no muy alta...
— Señor, no quiero ser irrespetuosa con usted, pero si es una de las chicas para las que comúnmente me pide estos favores imagino que alguna de sus prendas debe estar tirada en su departamento — la sentencia lo hizo sentirse avergonzado. Aun cuando Matsuda Ai conocía quizás más cosas de su vida debido a la ayuda que le prestaba, esa clase de comentarios teñidos en una sinceridad brutal lo hacían salirse de sus cabales — ¿señor?
— ...No es una de esas, es una amiga.
Una carcajada se escuchó al otro lado — Y yo la reina de Inglaterra — Haruchiyo rodó los ojos — ¿entonces no va a darme una...?
Despegó el teléfono de su oreja al escuchar un ruido fuerte proveniente del alta voz.
— Mira, tengo una llamada importante que tomar. Consigue algo con eso que te dije y envíalo acá.
Pulsó en la pantalla del dispositivo el botón rojo que finalizaba la llamada y tomó la que estaba en espera.
— ¿Tu noche de diversión terminó ya? ¿Te tiraste una rehén?
— Eso no te interesa, idiota.
— Eso es un sí — tras una respiración el otro adoptó un tono más serio — te necesito aquí. El "rey" quiere ver a su mano derecha.
— ¿Ahora?
— ¿Cómo qué "ahora"? ¿desde cuando pones peros? Es una orden, no querrás hacer enojar al tipo.
Y la llamada se cortó. Justo cuando necesitaba algo de paz...
Tomó un par de cosas antes de salir: billetera, llaves, el arma, todo parecía estar en orden. Tomó la perilla de la puerta y se detuvo un momento antes de dar un paso fuera del sitio, irse así y dejarla sola mientras dormía no era un plan magnífico. Volvió sobre sus pasos, comenzando a buscar por todos los rincones del lugar una pluma junto a un papel, los cuales terminó encontrando cerca de la televisión.
"Salí a una reunión importante, la puerta de fuera está cerrada así que tendrás que esperar a que vuelva. Mi asistente va a enviarte una muda de ropa nueva para que te vistas, si necesitas algo o tienes hambre dejo su número y el mío al reverso (llámala a ella de preferencia).
Estaré aquí pronto. No huyas.
Haru."
...
Un edificio casi tan alto como un rascacielos, con ventanales adornando su petulante fachada, y guardias de policía alrededor de la zona se imponía ante un paraje casi abandonado en esa parte de Tokyo. Anduvo en el auto hasta llegar a la entrada, en la cual cedió el asiento del chofer al valet parking, un muchacho de una edad quizás cercana a la suya tomó control del lujoso BMW y se encargó de llevarlo a la zona en donde los vehículos de todos los ejecutivos siempre eran aparcados. Sin mayor dilación, Haruchiyo respiró hondo, esforzándose por así dejar de lado cualquier situación sucedida fuera del lugar en el que ahora se encontraba.
El cuartel general de Bonten contaba un lujos a montones, una gran fuente central de diseño minimalista, adornada con azulejos que asimilaban un mármol oscuro recibía a cualquiera que tuviese la dicha de entrar. A la derecha estaba la mujer encargada de la recepción, detrás de un bonito mostrador color negro en el cual yacían un par de teléfonos que se encargaba de atender; hizo una seña a modo de saludo y siguió andando con rumbo al ascensor, la puerta de este se encontraba siempre custodiada por dos sujetos que lo superaban por mucho en tamaño y masa muscular, un par dispuesto a atrapar a cualquier rata escurridiza solo en caso de que se atreviera a emprender la misión suicida que era intentar huir.
Abordó, pulsó un botón, y tras unos segundos de espera se encontró de nuevo en el último piso del sitio. En el umbral de la única puerta existente en la planta ya era esperado por la silueta de un sujeto de largo cabello blanco a excepción del trozo de cráneo rapado en el cual yacía el conocido logo vacío por mitad, cubierto de negro por la otra; lucía un traje ostentoso de un color rojo brillante, llamativo como el que más, uno de esos que era mucho incluso para personas como los Haitani o para él, pero nada era demasiado para Kokonoi Hajime.
— Te tomaste tu tiempo — abandonó el sitio en el cual recargaba su espalda mientras el ojiazul chasqueaba la lengua — los Haitani abrieron la boca respecto a tu contratiempo de ayer.
— ¿Contratiempo? — pronunció con seguridad alzando una ceja — te trajeron tu puto dinero, ¿no?
— Claro que sí. Si no ya hubiera enviado a alguien por tu cuello — enfatizó sus palabras con una seña echa por su pulgar trazando una línea imaginaria por su yugular — no me refiero a eso.
— ¿Entonces?
— Dejaste a Ran y a Rindou solos sabiendo que ese par puede provocar una masacre si se lo proponen, es por eso por lo que nunca van solos, Sanzu.
— No es como que nunca hayamos empleado la fuerza bruta para conseguir que nos paguen.
— No estás entendiéndome, idiota. Si el jefe te manda a cargo de algo es porque confían en ti, si las cosas salen mal, te vas a la mierda.
— Que dulce eres, Koko, no sabía que te preocuparas tanto por mí — soltó burlón, provocando así que el otro le tomara la camisa por el cuello.
— A mi me importa un bledo lo que le pase a tu cabeza, Sanzu. Por mi te hubiera mandado con los peces desde que comenzaste a meterte mil mierdas adentro y que te zafaron los tornillos, pero por razones que no entiendo este tipo te quiere a su derecha... Sigues siendo el segundo al mando de todo este pozo de porquería que creamos, si no estás la organización se va a la mierda y me rehúso.
— Ya, ya, el niño no quiere que le quiten el chupete — rodó los ojos y tomó la mano del contrario retirando su agarre, el tono travieso en su voz cambió a uno serio — nunca le he fallado a nadie de esta organización. Muchos menos al rey.
El joven de cabellos blancos entrecerró los ojos con escepticismo. Entre ambos se respiraba un ambiente frío, que procuraba la tensión existente en el par hasta que el chirrido de las bisagras tras ellos abordó el silencio en el que antes se habían sumergido.
— Sanzu — la voz proveniente de la silueta bajita que se asomaba por la puerta los hizo girar en esa dirección — Estaba esperándote, quiero hablar contigo.
No respondió, solo echó una mala mirada hacia el peliblanco y siguió los pasos del otro.
Manjiro vivía en el último piso del cuartel central de Bonten, un apartamento amplio, lo suficientemente discreto como para pasar desapercibido de los demás, equipado para cumplir todas sus necesidades y caprichos que cada tanto parecían presentársele; tenía incluso una máquina expendedora en el salón común, la cual cubría cualquier antojo de dulces, mientras que en su habitación nada ocupaba más espació que la gigantesca cama en la cual pasaba la mayor parte de sus días, comandándolo a él y al tercero en mando desde la oscuridad de su pieza.
Siempre metódico, siempre misterioso, el delgado chico se sentó sobre la cama. Tenía las cortinas cerradas, dejando que un ápice de luz contrastara con las bolsas oscuras bajo su mirada.
— Sanzu, ¿qué ocurrió ayer? — tomó de la mesita de noche aledaña un bocadillo en forma de pez — los Haitani se quejaron con Kakucho, dijeron que los dejaste a su suerte.
— Tenía algo que atender, se presentó en ese momento — el ojiazul se inclinó frente a él aun cuando no le dirigía la mirada — está resuelto. No volverá a pasar.
— Eso espero, Sanzu, lo que el rey manda el peón lo obedece. Tú mismo comenzaste con eso... sabes que no me gusta que mis ordenes pasen por alto.
— Lo sé.
Mikey dejó que su vista abandonara la ventana, girándose nuevamente hacia su colchón, recostando la cabeza sobre la almohada.
— Dile a Kakucho que te cuente sobre lo que tienes que hacer esta semana, hoy tómalo como descanso para que cierres el asunto que te distrajo ayer — tomó sus mantas envolviéndose en ellas — no es una semana pesada, solo es ajustar un par de cuentas, y su Mochisuki da con el soplón del casino probablemente tengas que encargarte, puedes llevarte a los Haitani.
Abandonó la postura de reverencia, irguiendo su espalda nuevamente dispuesto a dejar la habitación.
— ¿Te tomarás el día tú también?
Bostezó — Sí, no pude dormir durante la noche. Y tus píldoras solo me hacen sentirme idiota.
Sonrió a modo de burla — Es que sigues siendo invencible hasta para los somníferos, quien lo diría...
— ... Eso supongo. Vete ya. — el joven de ojos negros había cerrado los ojos, por lo que el otro se decidió a marcharse de una vez por todas — Sanzu.
— ¿Sí?
— Recuerda que tengo ojos en todos lados, si tu asunto no cierra hoy y sigue distrayéndote me encargaré de saberlo.
...
Pensó en las palabras de su jefe durante el trayecto de vuelta a casa. Tenía razón, no podía permitirse que lo abrupto de su aparición comenzara a enredar sus pensamientos como si se tratara de un trozo de enjambre, si se lo permitía, aun cuando muriera de gana por volverla a ver, tenía que recordarse a sí mismo que el lugar en donde estaba parado no era uno precisamente ideal para revivir las memorias del pasado; aunque ahora que su presencia se había colado de nuevo en su vida no podía evitar pensar en el peligro inminente que podría correr.
Durante toda esa noche no se había detenido a pensar en que podría ser de ella si alguien que iba en contra suya había encontrado ahí un talón de Aquiles servido en bandeja de plata, listo para ser usado en su contra. No podía permitirse saber que andaba por las calles como si fuese cualquier cosa después de su tontería, tenía que mantenerla a salvo, hacer lo que en aquel entonces no pudo.
Quizá era su paranoia... o quizá una posible excusa.
Giró el pestillo esperando encontrarla dormida aun, no habían pasado más de tres horas desde que se había marchado, pero, para sorpresa suya, Misaki estaba esperándolo de frente a la puerta. Con el seño fruncido, la cara limpia de maquillaje, brazos cruzados y la ropa nueva que le había pedido a Matsuda... además de una bolsa de papel en mano.
— Te ves mejor que...
— ¿Qué mierda es esto, Haru? — levanto la bolsa, él se llevó una mano a la frente — ¡respóndeme!
— No es nada, Misaki, no...
— ¡¿No es nada?! — caminó con rumbo a la mesa, vertiendo el contenido en su superficie.
Pastillas de distintos tamaños, formas y colores, una bolsa de plástico que contenía un fino polvillo blanco, dos o tres jeringuillas recién salidas de farmacia acompañadas de un líquido con un color más cercano al marrón, y un papel con tiras que marcaban los bordes de corte para poder llevarlo a la boca.
"Matsuda, te voy a despedir"
— ¡Respóndeme! — su voz parecía salir colgada en un hilo, se estaba quebrando. Caminó al chico de cabello rosa para golpearle el pecho con los pequeños puños que sus manos formaban — ¡¿Por qué estás haciendo esto?! ¡Por eso luces así de pálido, y tienes esas ojeras! ¡¿A cuantas chicas metes a casa a diario, Haru?! ¡¿por qué la que me entregó esto me dijo que era para que te divirtieras conmigo?! ¡¿De verdad estás dedicando tu vida a esto?!
De manera involuntaria comenzó a reírse, más enternecido y nervioso que furioso. Misaki lo miró sin entender de donde provenían sus carcajadas; aun después de todo lo que había sucedido entre ellos, su risa parecía siempre como una estrella fugaz, de esas que rara vez surcan los cielos, tan extraña, tan insólita como el que más. Dejó de golpearle el pecho, dejando los ojos fijos en él y en esa manera tan peculiar que tenían sus ojos de entrecerrarse mientras la curva de su rostro se entreabría, las cicatrices en sus comisuras se arrugaban al mismo tiempo que su nariz, e incluso pareció recuperar parte del color de la piel.
— ¿Qué haces? ¿Te estás burlando de mí o...?
— Tú tampoco has cambiado en lo más mínimo, Wendy.
El apodo la hizo asombrarse, había pasado tanto tiempo que, de no ser por él, lo hubiese dejado morir en algún rincón de su memoria. El rostro se le había puesto rojo a tal punto que era capaz de sentir sus mejillas aumentando de temperatura. Haruchiyo la despeinó un poco para dejar que sus manos se posaran en sus hombros ahora cubiertos, atento a cualquier reacción que denotara incomodidad ante el tacto.
— Misaki, no quiero que sepas a que estoy dedicando mi vida ahora. Por ti más que por mí, ¿está bien? No eres boba ni mucho menos, ya te habrás dado cuenta de que no soy tan legal como quisieras, pero así son las cosas... — No obtuvo respuesta. Sus ojos negros se habían perdido en algún punto desconocido. Él suspiró. — Debería llevarte a casa antes de que sea más tarde.
— Sí... déjame traer mis cosas.
...
El trayecto fue silencioso, más de lo que le hubiera gustado. Ni siquiera la música que había colocado había disipado en lo más mínimo la palpable tensión dentro del coche. Misaki estaba en su propio asiento, removiéndose continuamente mientras él la miraba por el espejo retrovisor, no sabía si su actitud era culpa de lo que había dicho antes de salir de su casa, o si era por la petición que había hecho de que se acomodara en el asiento trasero, todo por si las moscas.
Llevó las manos firmes sobre el volante durante al menos una hora, sabía que Tokyo era gigante, pero rara vez se daba cuenta de sus dimensiones; estaba seguro de que la razón de porque no había sido capaz de encontrarse con ella antes durante los dos años en los que había estado de vuelta era debido a que vivía en un sitio sumamente apartado de la sociedad, una pequeña burbuja en la que nadie nocivo iba a poder dar con su paradero, quizá por eso es por lo que sus padres habían aceptado su regreso, porque confiaban en que nadie maligno pudiera dar con ella ahí.
Llegó a la residencia de la Universidad Metropolitana de Tokyo, pasando por un par de filtros en los cuales la chica tuvo que hablar para confirmar que era estudiante del campus, dando su número de matrícula, solo de esa manera los guardias los dejaron pasar, después de todo no era común que un auto de un lujo como el suyo viniese un día cualquiera a entregar a una jovencita.
No podía negar que se sentía tranquilo sabiendo que ella estaba en un lugar seguro, y aun mejor, saber que no vivía con nadie a quien rendirle cuentas de la turbulenta noche anterior. Aparcó cerca del edificio que ella le había indicado, era el suyo, y ambos guardaron silencio, como si temieran por la despedida.
— Entonces... supongo que no te veré de nuevo, ¿no, Haru?
— Misaki, estás tomándotelo de mala manera — giró el torso hacia el asiento de atrás — ... quiero que estés a salvo, aquí lo estás.
— Lo entiendo, no estoy molesta, no te preocupes — sonrió para que en unos segundos la expresión se le desvaneciera — ... me alegra mucho haberte vuelto a ver, Haru.
— A mí también, Wendy.
Las mejillas volvieron a coloreársele de rojo mientras el llevaba uno de sus dedos a la punta de su nariz, tocándola por un instante. Agradeció que por lo menos había descubierto que él estaba bien, y ahora se conformaría con ello.
Se inclinó hacia él, rodeándole el cuello con ambos brazos, descansando el mentón en uno de los hombros del muchacho, quien la tomaba por la cintura y acariciaba su espalda a tientas. Si hubiese podido congelar el tiempo para pasar un par de años con ella apretando la tela de su ropa bajo sus manos, sin duda alguna lo hubiese hecho, pero más temprano que tarde, al sentir su cuerpo alejándose entendió que era imposible. La pelinegra le sonrió no sin antes dejarle un beso sobre la mejilla,
— Adiós, Haru.
Abrió la puerta trasera, y estando ya con un pie fuera del auto, el muchacho se inclino de tal manera que pudo tomarle el brazo antes de abandonar el vehículo.
— Eh... bueno, si algún día tus amigas y tú quieren ir fuera, como el otro día, tenemos un lugar privado, es muy seguro. No se expondrán a las tonterías que ocurren en otros sitios de Roppongi, yo... ¿tienes un teléfono para enviarte la localización y los datos?
La chica lo miraba atónita por la propuesta.
Decir que no quería volver a verlo era una tontería, una mentira que ni siquiera su mente ingenua era capaz de creer. La presencia de Haruchiyo siempre había sido un método ideal de escapar a cualquier cosa de la realidad que provocara un dolor en su corazón, un sitio seguro al cual podía huir. No quería volver a perder sus brazos o la oportunidad de verlo sonreír de nuevo. Aun cuando el miedo consumiera la mayor parte de su cuerpo, él jamás la había defraudado; sus palabras, su mirada teñida de sinceridad funcionaban mejor que cualquier otra cosa, sumado a su deseo inconsciente de verlo de nuevo aun si fuese de lejos, paseándose por algún rincón o de frente a sus orbes azul celeste no le daban cabida a una negativa.
Relajó su semblante, y cuando menos se hubo dado cuenta una sonrisa se formó en su rostro.
— Anota.
Ayyyyyyy, hola.
Estoy re emocionada escribiendo esto JSJSJSJSJS jamás había escrito nada de los chicos de Bonten y eso me pone feliz, son personajes nuevos para mí y es como OwO
En fin, ¿qué les esta pareciendo la historia? Recién son tres caps pero igual las opiniones siempre son re bienvenidas uwu espero les guste.
Recuerden comentar y votar! <3
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